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Mostrando entradas de agosto 12, 2007

El Cristo templario de San Bartolomé de Ucero

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Muchas son, no me cabe duda, las cosas verdaderamente interesantes que ofrece un lugar tan emblemático, especial y por regla general incomprensible, como es la ermita templaria de San Bartolomé de Ucero. Cerrada a cal y canto como la caja fuerte de un banco durante la mayor parte del año, tener la oportunidad de poder atravesar su umbral porticado de seis hermosas arquivoltas, puede llegar a conseguir, en un momento determinado, que el visitante piense que los milagros existen o, en su defecto, que las misteriosas leyes que rigen la casualidad, no sean tan fáciles de entender, como a priori pudiera pensarse. Supongo que eso fue, más o menos, una de las sensaciones emocionales que tuve ocasión de experimentar cuando, resignado a tener que volver otra vez a contemplarla por fuera, me encontré sus puertas abiertas de par en par. Reconozco que al principio pensé que como se acercaba la fecha de la festividad de San Bartolomé -24 de agosto- los responsables diocesanos de la ermita habían en

Una visita al castillo templario de Ucero

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'El tiempo me parecía interminable mientras corríamos, ahora casi en completa oscuridad, pues las nubes inquietas habían ocultado la luna. Seguimos subiendo. Aunque de cuando en cuando venía alguna súbita bajada, nuestra marcha era cuesta arriba. De pronto me di cuenta de que el conductor guiaba los caballos hacia el patio de un inmenso castillo en ruinas, en cuyas altas y oscuras ventanas no se veía un solo resplandor, y cuyas almenas desmoronadas recortaban sus melladas siluetas contra el cielo iluminado por la luna'. [Bram Stoker: Drácula] Visto de noche, a la luz de la luna, con sus gárgolas de aspecto siniestro oteando incansablemente el horizonte, bien podría pasar por el castillo de Drácula. Pero por fortuna, nuestra visita al castillo templario -mejor dicho a las ruinas del castillo templario- de Ucero, se produjo a plena luz del día, poco después de terminar nuestra aventura por el Cañón del Río Lobos y almorzar en el restaurante situado a la entrada del parque. Supong

Una anécdota de San Bartolomé

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Ocurrió el pasado sábado, día 11 de agosto, en el transcurso de mi segunda visita a la ermita templaria de San Bartolomé y su entorno en el Cañón del Río Lobos. Me complace pensar que soy una persona cuidadosa, observadora, que procura poner todos sus sentidos alerta cuando el tema merece una especial atención, y sin duda, éste lo merece. Pero he de confesar que la ermita de San Bartolomé, así como el entorno en el que está situada, me desborda por completo. Cuantos más y más datos creo encontrar, más y más datos, parádójicamente, se me escurren de entre las manos como el agua de una catarata que se precipita en el vacío. Hacía calor, aunque, afortunadamente, no tanto como durante mi primera visita, la cuál se produjo a finales de julio cuando el sol -posiblemente más 'cabreado' que de costumbre en esta época del año- estuvo a punto de hacerme pagar cara mi falta de planificación, en cuanto a proveerse de agua se refiere. Eran aproximadamente las dos de la tarde, y de pie junto