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Mostrando entradas de 2013

Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo

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R ecapitulando: estamos en Navidad. Una vez pasado el puente de la Constitución, el río que nos lleva, se adorna con campanas, los hogares se cubren de acebo y grandes esperanzas, y se limpia el polvo de las viejas bolas que adornarán, una vez más, ese ceniciento arbolito que, sea natural o artificial, cumplirá con el sacrificio anual en el altar familiar. Los precios se disparan. Primero ha sido la gasolina, y de la luz y el gas, mejor no hablar. Hay quien compra ya productos congelados, temiendo la previsible especulación típica de estas fechas; y no importa si estamos a varios grados bajo cero y la gripe juega a bolos con tó quisqui , como se diría en hispánico vulgatis , porque siempre brota ese milenario germen fenicio que nos acompaña desde que éramos colonia de mercachifles mediterráneos y algunos se frotan las manos pensando en un agosto que prevén comience a colarse como un siroco en sus bolsillos. Es Navidad, y esos sufridos animales que son el cordero y el lechón se conv

Una pasión por la Pasión

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L o reconozco como una debilidad, pero cuando cualquier asunto requiere una visita al Museo Numantino, no puedo por menos que acercarme a esa sala de la planta baja, atestada de elementos romanos, visigodos y cristianos y detenerme unos minutos, soslayando con íntimo reconocimiento, esa maravillosa recreación de un Calvario, que contiene, según mi modo de ver, por supuesto, todos los ingredientes necesarios para considerarlo, cuando menos, un auténtico thriller histórico. Se trata de una fenomenal tabla anónima, aunque no obstante calificada por los expertos como perteneciente a esa floreciente Escuela Castellana, que allá por los siglos XV y XVI, sembró de rotundas maravillas, numerosas iglesias, catedrales y palacios de ricos hacendados, muchos de los cuales se vinieron a menos llevados por las riadas incontenibles de una Historia en expansión. La Tabla, además -y lo digo en alto con la nostalgia de muy gratos recuerdos y agradecido a unas personas que, aunque no las nombre, si

Morón de Almazán, visitando los interiores de la ermita de Nª Sª de los Santos

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S i de puertas abiertas se trata, sería imperdonable abandonar un pueblo como Morón de Almazán, sin aprovechar la oportunidad de visitar esa curiosa ermita, denominada de Nª Sª de los Santos o de los Santos Nuevos, que las canciones del pueblo –ese maravilloso correveydile tradicional, que brota del alma de los siglos- insisten en considerar –o al menos así lo hacían, en un pasado que están dejando escapar las nuevas generaciones que imprudentemente pasan de los cuentos de la abuela-, como un antiguo y venerable convento de templarios. Si lo fue o no en el pasado, lo cierto es que actualmente, y en referencia a su fábrica primigenia, quedan tan escasos restos, o mejor aún, no queda prácticamente nada, que ni siquiera el recurso de las comparaciones, por muy odioso que resulte, puede convertirse en el de un remedio inefable y eficaz, cuando menos para conformar los pilares de una historia. Tampoco es la intención del que suscribe la presente entrada, llamar a rebato y reivindica

Morón de Almazán: iglesia de Nª Sª de la Asunción

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E n las proximidades de Almazán, el Arte, la Belleza y el Misterio también incluyen a otras poblaciones que, no por mucho pasearlas, se cansa uno de verlas. Una de ellas, qué duda cabe, no es otra que Morón de Almazán. Morón, dicho sea de paso, tiene galanura más que suficiente para presumir; no en vano, constan en su haber de beldades su famoso gallo, su presumida Plaza y su monumental iglesia de Nª Sª de la Asunción, donde, paradójicamente, se venera una imagen cuando menos gótica, cuyo nombre –de la Muela-, ya advierte al visitante de unas longevas raíces de inequívoco caldo celtíbero. Feudo, como fue, de aquél conocido mercenario francés –Bertrand du Guesclin, cuya famosa frase de ni quito ni pongo rey, tan sólo sirvo a mi señor, pasó a la Historia como lema del cinismo servil-, en el silencio de sus calles todavía vagan presencias inquietantes y de oscuros antecedentes, que reclaman, aún hechas añicos, una oportunidad de recuerdo. Tal sería el caso, por ejemplo, de algún símbo

Al Espíritu del Otoño

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'¿Mi corazón se ha dormido? Colmenares de mis sueños, ¿ya no labráis? ¿Está seca la noria del pensamiento, los cangilones vacíos, girando, de sombra llenos?. No; mi corazón no duerme. Está despierto, despierto. Ni duerme ni sueña; mira, los claros ojos abiertos, señas lejanas y escucha a orillas del gran silencio...'. [Antonio Machado] S ilencio. Sólo quería darle la bienvenida al Espíritu del Otoño.

Saboreando el arte y el misterio de Almazán

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R esulta difícil pasear por una ciudad como Almazán y no dejarse llevar por cierta soporífera ensoñación, sobre todo cuando uno se deja voluntariamente envolver por ese extraño magnetismo derivado de la pervivencia en el tiempo de detalles afines a una Historia henchida de ecos, de murmullos y de gritos, donde el choque de civilizaciones -y no pretendo hacer zapaterismo gratuito-, impulsó, después de todo, huellas de diferentes culturas y maestrías, donde incluso reyes cristianos -como Pedro I el Cruel y su hermanastro, Enrique de Trastámara- dirimieron diferencias más allá de lo que supuestamente tira la sangre, haciendo buena -o lo que viene a ser lo mismo, histórica- la frase de Bertrand du Guesclin: yo ni quito ni pongo rey, tan sólo ayudo a mi señor. Pero como la Historia, también el Arte, desgraciadamente, se torna partidario; y ese partidismo, mal utilizado, se transforma en egoísmo y tiende a saciar hasta el paladar más exquisito, hastiándolo. Reconoceré, desde luego -est

Valtajeros

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S ituado a algo más de mil doscientos metros de altura y a una distancia aproximada de diez kilómetros de San Pedro Manrique, otro de los pueblecitos de las Tierras Altas por los que merece la pena darse un paseo, es Valtajeros. Teóricamente, tanto la estructura como la distribución de sus casas, no difiere en absoluto de aquellas otras con las que el viajero se va encontrando a lo largo de su recorrido por estas inmensas soledades serranas: sólidas estructuras, en las que la piedra constituye la materia prima principal. Una piedra, amiga y familiar, que se amolda al carácter de estas gentes, protegiéndoles de los rigores de los duros inviernos, y a la vez, procurándoles aislamiento y frescura en los tórridos días de verano, cuando grillos y cigarras reproducen cantos de violín, homenajeando a la calima. A penas recién entrado en el pueblo, el viajero se encuentra, prácticamente de frente, con el primero de los dos elementos, que muy probablemente, le llamen más la atención. Se

El románico perdido de San Pedro Manrique

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‘Por sus circunstancias geográficas, San Pedro Manrique es, a su modo, un Finisterre de secano, donde Soria no sólo linda con otras provincias, sino con otros mundos…’ (1) I ndependientemente del lado sociológico y antropológico de la fiesta, de sus mitos y de sus ritos, vertiente apasionante donde las haya, y universo cultural de primer orden, uno de esos otros mundos –el filósofo francés Paul Elouard diría que, en efecto, los hay pero están en éste- no es otro, que ese que podríamos definir como el románico perdido de San Pedro Manrique, cuyos breves, míseros despojos que yacen en la actualidad envueltos en brumas de ignorancia y de silencio, nos ofrecen, no obstante, un testimonio, siquiera aproximado, de la gran riqueza histórico-cultural que ésta hermosa villa de la serranía Soriana, tuvo en el pasado. S us vestigios, sus pistas, sus guiños e incluso los recuerdos tradicionales nos hablan de la excelencia de talleres artesanos, cuya habilidad y maestría apenas tenía

Misterios de Oncala

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S obrecogen esas quebradas, esos montes solitarios, liberados de la selva arbórea que, según contaban los cronistas clásicos, permitían que una ardilla emprendedora y audaz, cruzara la vieja Hispania de un extremo a otro, simplemente por el placer de la aventura o quizás buscando el lugar más idóneo para asentarse y chascar a gusto sus nueces. Oncala, término que aún recuerda, en su pronunciación, el sonido seco, determinante que brotaba de las curtidas gargantas de los pelendones celtíberos, que habitaban estas inmensas infinidades. El viejo grito de guerra pelendón -quizás semejante al ijujú de los astures- agostado por la maquinaria bélica más poderosa de la Antigüedad; sustituido milenios más tarde por el familiar balido de los rebaños y el silbido de los pastores que dieron durante siglos vida, riqueza y futuro al lugar, y que hoy, apenas son un recuerdo de lo que fueron en realidad.  T al vez por eso, o porque precisamente de estos pagos se nutría generosamente la desespe

Misterios de San Andrés de San Pedro

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‘Contra el espíritu redundante y barroco que sólo aspira a exhibición y a efecto, buen antídoto es Soria, maestra de castellanía, que siempre nos invita a ser lo que somos y nada más’. [Antonio Machado (1)] A unque don Antonio Machado y los autores de esa temprana ‘Guía de Soria y su provincia’ no citan por ninguna parte a San Andrés de San Pedro, no me importa inmiscuirme en el mundillo surrealista de los dimes y diretes, y comenzar la presente entrada diciendo que, si bien la matriarcal y celtíbera Soria nos invita, como maestra de castellanía, a ser lo que somos y nada más, son, no obstante, sus pueblos, los que nos lanzan el guante, poniéndonos ante los ojos el anzuelo de esos antiguos misterios, que pueden hacernos pensar, de alguna forma, que cualquier tiempo pasado, si no mejor, sí fue, al menos, lo suficientemente interesante como para inducirnos a picar e intentar sacar a la luz –con más ilusión que destreza, posiblemente- algún que otro fragmento de historia p

Villasayas: día de las Garrochas o bendición de campos

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S iempre he pensado en Soria, como en una inmensa matrona que deja fluir sus sentimientos de una manera espontánea, sin tapujos, y por supuesto, sin ocultar en absoluto sus diferentes estados de ánimo. Tal vez por eso, apenas me sorprende encontrarme con una niebla tan espesa como humo de chimenea en Medinaceli; un cielo nublado, con pequeñas ráfagas de cierzo en Almazán, y un espléndido sol dorando los campos algunos kilómetros más allá, en esas tierras legendarias por las que iba y venía a su antojo el soberbio Almanzor, en el transcurso de sus innumerables expediciones de castigo contra los reinos cristianos del norte. Un sol, dicho sea de paso, acompañado de un vientecillo salsero, capaz de acariciar la piel con abrazos de siroco sahariano. Ahora bien, sea como sea, con niebla, nubes y cierzo, sol y siroco, siempre me rindo ante la evidencia de observar que, a pesar de los pesares, Soria, la Soria de siempre, vamos, la de toda la vida, todavía continúa existiendo. Y existe, en

...y otra de arena: el repoblado de Valdelavilla

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'¿Nací alguna vez en estos jardines colgados fuera del tiempo?' [Fernando Sánchez Dragó (1)] S i tuviera que definirme, mas que por la arena, sugeriría, sin duda como mas apropiada, la comparación con la mitológica Ave Fénix, pues, al contrario de lo sucedido en Torretarrancho, no es por exceso de orgullo que puedo afirmar bien alto -y de hecho, lo afirmo- que el destino me tenía reservado renacer de mis cenizas. De mis orígenes, puedo suponer que también una vez fui ayo -cuando no encubridor, dada la situación de recogimiento y la profundidad a la que me encuentro- de aguerridos pelendones que dominaron estas duras e infinitas serranías, inmolándose con orgullo en el sitio de Numancia -si tal cosa es posible- antes de perder el más preciado de sus bienes: la Libertad. No recuerdo mucho de otros periodos históricos de conquista y dominación; pero sé que, una vez conquistados estos territorios a los musulmanes, fui repoblado por gentes de la cruz, que avanzaban inconte