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Mostrando entradas de octubre 18, 2009

Caltojar: arpías y románico

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C onfieso que el flash de la cámara se disparó por error. Lo supe apenas una fracción de segundo después, cuando percibí que una sombra dantesca profanaba la pétrea y cuasi-perfecta concavidad del ábside, mientras un grito, estridente, amenazante y de proporciones desmesuradas, me indujera a pensar que una arpía había burlado las leyes de la física y aplicándose arbitrariamente una oscura magia medieval, hubiera abandonado su destacada posición en un ignoto capitel. Hasta ese momento, no recordaba que, una vez dejada atrás con tristeza la ermita de San Baudelio -sumida en el caos provocado por su designación como una de las sedes de las Edades del Hombre- hubiéramos decidido entrar en un cine y asistir a la proyección de una nueva secuela de la saga de El Señor de los Anillos, donde hombres, hobbits, enanos, elfos y orcos pugnaban duramente por el control de la Tierra Media. D espués de la bronca, y una vez superado el estupor inicial, sí recuerdo, no obstante, que una frase de una can

Crónica de un mágico atardecer en Barca

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Yo creo en la magia que, en último término, es simplemente el poder de materializar la imaginación en la realidad. [Salvador DALÍ] A ún antes de apearme del vehículo, ya tuve la certera sensación de que la tarde, una vez que el sol comenzaba a bostezar intentando refugiarse allá, por esa línea inalcanzable del horizonte donde van a fenecer todas las quimeras, culminaría en un decorado eminentemente mágico, digno de una tragi-comedia shakesperiana. Las sombras comenzaban a perseguir por las paredes y las aceras de las casas, a unos rayos de sol que, rezagados, intentaban hacerse fuertes entre los arcos y capiteles de la cercana iglesia de Santa Cristina, mientras el grueso de la infantería solar intentaba atrincherarse en los campos de alrededor, en un heróico aunque inútil gesto, que pretendía trascender una de las sagradas leyes del Universo. E n la quietud de la tarde, el viento era apenas un susurro que se colaba por los resquicios de puertas y ventanas, levantando pequeñas nubecill

Retortillo de Soria

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C ercano a Tiermes y rodeado de campos somnolientos que maman subterráneamente la leche cristalina de los agostados pechos de la Madre Gaia, un pueblo dormita al melancólico sol otoñal, como si de un caracol se tratara: Retortillo de Soria. De su malherido y anciano caparazón, a duras penas sobreviven unos cuernos con forma de muralla, que a base de llamar la atención sobre su estado de rancio, medieval abolengo -y sólo Dios sabe en virtud de qué suerte, y no obstante merecida prebenda oficial- afrontan una cura de emergencia, según delatan unos andamios que, cual férreas mantis religiosas de metal, se aferran con obstinada determinación a la piedra. Se trata de la llamada Puerta de Sollera, que, guardando detrás de su caparazón las últimas casas del pueblo, resulta, también, el punto de partida de un caminillo rural, arbolado y en pleno proceso de restauración también, que conduce hacia una ermita solitaria, desde la que se avista una considerable extensión esteparia, que caracteriza