Alrededores de San Baudelio (un vistazo interior)
Mi última visión de ese increíble lugar que, según Jacques Fontaine -una autoridad en Antigüedad Tardía y la Edad Media- encierra las fantasías barroquizantes del último mozárabe en Castilla, la ermita de San Baudelio, fue una visión surrealista, apocalíptica incluso, si tenemos en cuenta la invasión desenfrenada de que está siendo objeto, una vez convertido en parte mediática de ese gran acontecimiento cultural; de ese gran paseo histórico, denominado las Edades del Hombre.
El puente del Pilar, atípico como pocos, había sustituido la cara melancólica y lacrimosa de años anteriores, por una sonrisa tan radiante, que inducía a pensar que el eje de la Tierra hubiera invertido voluntariamente su rotación, ofreciéndonos una primavera esplendorosa, en lugar de ese misterioso y en ocasiones gélido otoño a que últimamente nos tenía acostumbrados y que, en el caso del año anterior, había sido especialmente desapacible.
En el mapa estelar de la región, Ciruela, Casillas, Caltojar y Bordecorex, parecían diminutas Pléyades, que se desvanecían en la distancia como estrellas fugaces. Más allá de éstas y de las ruinas de aspecto siniestro del antiguo convento franciscano de Piedras Albas, se hallaba la señorial Berlanga, la gran Osa Mayor, tiraba del Carro de todas ellas, aunque cobijada felizmente detrás de su castillo y de sus murallas, entre las que sobreviven -según se cuenta en las tascas, y sólo a partir de medianoche- los fantasmas de sus antiguos inquilinos, entre ellos, tan audaz como lo fuera en vida, don Rodrigo Díaz de Vivar.Al pie de la ermita, la gente, a empellones en algunos casos, asistía a las Edades del Hombre, guardando largas colas frente a la puerta de entrada con forma de herradura. Hubo quienes, sin embargo, se retiraron al pie del desvío y, seguramente influidos por la sublime soledad del lugar, asistieron, de motu propio, a otro tipo muy diferente de edad: la Edad del Tiempo.
En los campos situados al otro lado de la carretera, en esa frontera natural señalada como un faro por una milenaria colina con inequívoca forma de palangana invertida, un olvido persa había terminado por derrotar la espartana resistencia del pequeño ejército de girasoles, que un mes antes resplandecían abriéndose a los rayos del sol. Aún haciéndose de rogar, y tomando prestada la personalidad de San Martín, por eso del veranillo, el otoño, cual tentador Mefistófeles, rondaba las ramas de álamos y chopos, transmutando el verde de sus hojas por el color marrón y amarillento de la despedida.
En la cúspide de un montículo cercano, tan inmóvil que daba la impresión de haber echado raíces en el suelo, Rafael, cámara en mano, esperaba el momento en el que el sol, liberándose de las nubes que lo ocultaban, le ofreciera una pista de ese mágico momento que implica un atisbo de eternidad; un primigenio Big-Bang, donde a un guiño de Dios, el más preciso de los mecanismos se abrió y expandió, dando lugar al Universo.
Mientras tanto, vehículos y autocares no dejaban de acudir. Sin embargo, algunos seguíamos soñando por los alrededores de San Baudelio...
Comentarios
Olvido persa, ejército de girasoles... bellísimo, de verdad.
Saluti romaniqui
Yo creo que eso es irrepetible y algunos se lo perdieron por batirse en retirada (je,je)
Salud y románico
¡ Todo un espectaculo, interior y exterior¡
M´a gustao mucho, sobre todo porque tengo las imágenes a flor de piel. El de la cámara en el risco esperando el sol, tú largándote vete a saber dónde y por último Baruk haciendo un atlético esfuerzo para venir a avisarnos, mientras yo, improvisada guardia-urbana hacía desistir a los que llegaban de que no subieran. Gracias por traérmelo
a la memoria.
Ciertamente, cuando llegamos al final de la cuesta y me encontré, de manos a boca, con aquella "troupe" de turistas desbocados... Mientras los otros componentes del grupo se planteaban, donde y como aparcar, yo, en un arranque, no pude sino exclamar, a voz en grito y con cierta grosería: "¡Yo no visito parques temáticos!".
Giré el coche, como mal pude, y escapé mohino cuesta abajo -todavía se podía-, sin dar siquiera opción a los ocupantes de mi vehículo, por si alguno quería bajar y sumergirse en aquella masa humana.
Evidentemente, estos arranques tienen el subidón del desahogo y el bajón de la reflexión.
Yo tenía razón, aquello era un contradiós y, como se demostró luego, una trampa para turistas. Pero esos no eran modos de expresar mis razones, sino una forma irrazonable e irracional de desahogo, que se complicó porque los "móviles" -"celulares", que dicen por sudamérica-, no tenían cobertura, y los componentes del grupo -los de arriba y abajo- quedamos desconectados. De ahí la caminata de Dona Baruk, para comunicarnos que sus vehículos estaban atrapados...
Así que, una vez abajo, servidor se dió cuenta de haber perdido la paz de espíritu, con aquella salida desairada hacia quien no lo merecía, por ello, para recuperar el equilibrio interior, me subí a esa ladera -con cierto terror por parte de quienes me veían, y conocen mis "caídas"-, donde con el paso de las nubes, el frío viento, los colores del bosque y la tierra, retorné en mí, tomé ánimos, y al reunirnos todos me excusé privadamente por haber tenido razón de forma tan poco elegante.
Ahora lo hago públicamente, no por parecer más bueno, ni más discreto, sino por avergonzarme lo suficiente para no repetir una salida de tono semejante.
Para que se comprenda mejor mi actitud, es posible que haga alguna entrada en el blog "Pájaros Viajeros", sobre las andanzas y desventuras que me han perseguido en las diversas "Edades del Hombre" a las que hemos asistido...
¡Ah, una mención especial para la idealista Polvorilla! Porque se quemó las neuronas, intentando convencer a los irreductibles turistas, que llegaban al inicio de la cuesta, para que no subieran porque el lugar estaba colapsado de coches y autocares. Unos le hicieron caso, y escaparon al follón, otros pasaron de ella y, como las moscas del panal de rica miel...
Salud y fraternidad.