Sotillo del Rincón y la rebelión de Lucifer
'De pronto, sin saber cómo, Nietihw y Sinuhé descubrieron que se hallaban en la plaza de la Lastra, en la recóndita aldea soriana de Sotillo del Rincón, caminando sin prisas hacia la Casa Azul. Un sol radiante hacía brillar dulce y discretamente el bronce de la Diana Cazadora, mientras el caño seguía manando en silencio, como si nada hubiese ocurrido...'
[Juan José Benítez, 'La rebelión de Lucifer', Editorial Planeta, 1988]
Hacía tiempo que tenía deseos de visitar este pequeño pueblecito de Soria, motivado por la curiosidad que me produjo en su momento la lectura de esta conocida novela del periodista de origen navarro, aunque afincado en Bilbao, Juan José Benítez. Feliz por mi anterior experiencia en Tera y con la mente todavía dándole vueltas a los descubrimientos narrados en mi anterior entrada, me esperaba cualquier cosa, salvo que el primer ser viviente con el que me topé en Sotillo, fuera un gato negro que, circunstancialmente, se encontraba tomando el sol debajo del dintel de una casa deshabitada, cuyo numero, para gloria de las triquiñuelas del destino, no era otro que el siempre fatídico número trece.
Si hubiera sido, digamos que excesivamente supersticioso, tal infeliz entuerto, me hubiera amargado un día en el que, como digo, estaba disfrutando no sólo del otoño y sus colores, sino también de una zona de la provincia prácticamente virgen para este solitario caminante. Cuando de supersticiones se trata, procuro ser prudente; y como en el fondo no cuesta nada, alejé de mi pensamiento cualquier atención al mal fario y sus inoportunos emisarios, y cruzando los dedos, salí del coche dispuesto a disfrutar de un agradable paseo por el pueblo.
Como en la novela de Benítez -casualidad o causalidad, vayan ustedes a saber- el sol que por la mañana había ahuyentado los jirones de niebla al poco de dejar atrás Garray, hacía que el bronce de la Diana Cazadora refulgiera como recién bruñido, siendo apenas perceptible el chorrillo de agua que manaba del caño de la fuente que la Diosa, brazo en alto y politiqueos aparte, gobernaba desde vaya usted a saber cuándo, aunque creo que Benítez menciona en su novela, que fue un regalo que se le hizo al pueblo en 1907.
Algo por encima del dintel del, en teoría, fatídico portal con el número 13, y a la derecha desde mi posición -había aparcado el coche justo enfrente de la puerta- una curiosa inscripción labrada en el marco inferior de una ventana tapiada, me llamó poderosamente la atención: 'quien no procura subir, vive para no vivir'. Recuerdo que pensé en la curiosa idiosincracia de tal consejo, no pudiendo evitar preguntarme si al propietario de aquélla casa, habitada hoy día por los fantasmas del recuerdo, las telarañas y quizás también por el dichoso gato negro, había conseguido vivir, viviendo -y perdonenmé por la redundancia- más y mejor por esos mundos de Dios en los que, ya de por sí vivir, bajo mi punto de vista, constituye la mejor y más apreciable de las loterías.
El Ayuntamiento, se encuentra situado a apenas unos metros frente a la Casa Azul -casona que parece un antiguo palacete- que, supongo, es a la que se refiere Benítez en su novela, y que, localizándose al otro lado de la fuente de Diana, apenas conserva como recuerdo del azul original, los marcos de las ventanas. Es un edificio que, por su aspecto, semeja una pequeña ermita, de cuyo centro surge, como una veta tamizada en blanca cal, una torre de piedra que en los últimos metros adquiere la forma de diminuta espadaña donde encaja ese voluminoso ojo de Saturno, que es su enorme reloj. Hace esquina, continúo refieriéndome a la Casa Consistorial, con una carreterilla que, saliendo del pueblo, se pierde sinuosamente por las infinidades desconocidas, al menos para mí, de la Sierra de Cebollera. Cebollera, precisamente, es el nombre de la calle donde, enfrente de una de las dos fábricas de embutidos que pude observar durante mi paseo por ésta parte del pueblo, sendos caballos se observaban mutuamente, mientras retozaban en la fresca hierba, como turistas tostándose al sol en una plácida playa de Levante.
Una de las partes fundamentales de la novela de Benítez, se basa, precisamente, en el reloj, de la parte superior de cuya espadaña, se eleva hacia el cielo una delgada estructura metálica con forma de obelisco, en cuyo centro se aprecia una campana. Pero el reloj, para sorpresa mía, que cuando lo observaba, casual y escrupulosamente dio las once en punto de la mañana, lucía unos números, 1993, que no coincidían con la época en que el escritor navarro escribió su delirante historia de ficción extraterrestre: 1985.
El reloj que menciona -y para probar su supuesta autenticidad, aporta un recorte de periódico, aunque sin fecha y con la referencia de Canarias, donde en una fotografía, se aprecia la fachada del Ayuntamiento, donde figura un reloj, sino igual, al menos muy similar- llevaba años sin funcionar; hasta que, siguiendo el hilo de la novela, de manera milagrosa y en la madrugada del 1 al 2 de abril de 1984, despertó a los doscientos habitantes de Sotillo, con la nada despreciable cantidad de 66 campanadas, que dejó escapar a su libre albedrío, movidos sus mecanismos por una misteriosa fuerza ultraterrena.
Publicado en STEEMIT, el día 14 de febrero de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/sotillo-del-rincon-y-la-rebelion-de-lucifer
Comentarios
¡Tú sigue, pero luego no te quejes de las consecuencias!
Esa frase, esa filosófica frase... "Quien no procura subir, vive para no vivir". A mi me suena, aunque quizá sea oír campanas sin saber dónde, a mensaje de un miembro de la "Hermandad de los Cuatro Coronados". Y no puedo decir más, estoy atado al silencio por un sagrado juramento, que me prohibe extenderme en según qué temas...
Unicamente, y para levantar un pico del velo, dejaré caer que es el mismo lema, o "paremia heróica", que figura en al enseña heráldica del linaje astur de los Vigil de Quiñones, o Quiñónez, que parece provenir de los tiempos de la reconquista.
¿No queda algún escudo heráldico en el pueblo?
Salud y fraternidad.
Un beso.
Un abrazo
Sir Crispín, se ha puesto hecho un basilisco al leer tal ofensa a uno de su "tribu"... A ver ahora como lo arreglas, porque lo he visto afilarse las uñas mientras maldecía, en idioma "gatuno", sobre no se que "escritorzuelo plumilla".
Malabares vas a tener que hacer, para recobrar su confianza. Y la mía... tocada queda.
Porque hay mucho peligro en esa frase, y mucha culpa oculta: "y yo TODAVÍA no le había hecho nada".
¡Luego pensabas hacerle algo, más adelante!
Además, seguro que no te miraba mal, lo más probable es que fuese el "espíritu" guardián de la abandonada mansión, y tan solo te miraba con desconfianza.
¿Estás seguro, que en una vida anterior no has sido perro?
El muy pillo, ha contemplado fijamente la foto de esa portada, con el 13 encima, ha entornado sus ojos felinos y creo, creo, que si ello es posible, ha esbozado una sonrisa. Luego ha levantado una pata, la ha dejado en el aire, formando ángulo -o escuadra-, y me ha mirado con aire cómplice. Luego, el muy trapacero, me ha susurrado al oído: "¿Pero ese dintel, pertenece a esa casa o vino de otro lado?" Y se ha quedado tan fresco, agitando la cola hipnoticamente.
¡Ay, esto de tener gatos masónicos en casa, es un jeroglífico críptico!
Salud y fraternidad.
Por otro lado, muy interesante la entrada.
Saludetes
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¿Subir, a dónde? ¿Al piso de arriba de la casona? ¿Al séptimo cielo? ¿Subir en la escala social?
¿Tengo que subir al árbol, tengo que cortar la flor? ¿Subir el fuego del crisol, hasta alcanzar la temperatura deseada...?
¿Subir, será una metáfora de "sublimar"?
Salud y fraternidad.
Saludos,
Ana y Víctor.
Saludos cordiales