Un paseo por Montuenga de Soria


Desde sus alturas, dominando, no sólo la plácida quietud del pueblo de Montuenga, sino también, una vasta extensión del Valle del Jalón, se puede llegar a ver, pasando con la celeridad del rayo, ese metafórico Pegaso moderno, que, bajo la denominación de AVE o tren de alta velocidad, conecta Madrid con Barcelona y Francia.


Un recorrido similar, puestos a comparar, que el que realizaron, a finales del siglo XI o comienzos del siglo XII, los monjes cistercienses de Claraval o de Clairvaux, que, convirtiéndose en sedentarios unos kilómetros más adelante, levantaron con sus propias manos y sus escasos recursos, uno de los monasterios románicos más impresionantes, no sólo de la Comunidad y tierra de Soria, sino también, de España: el de Santa María de Huerta.


De hecho, su localización, si hemos de ser más precisos, apenas resulta equidistante de éste unos tres kilómetros, como algo menos son, además, los kilómetros que lo separan de otro de los pueblos más relevantes de la zona, que todavía exhibe como un auténtico tesoro, en un apartadero, la vieja locomotora de vapor, que hacía, en aquellas épocas en las que viajar todavía se podía considerar como una gran aventura, los trayectos que realizan hoy día los modernos ferrocarriles: Arcos de Jalón.


Aunque posee la declaración de Monumento Histórico Artístico, el castillo de Montuenga apenas consta de algunos lienzos, que, en parte, pueden ofrecer una leve síntesis de la importancia estratégica que pudo tener en ese pasado medieval, situado a esta parte de la denominada frontera del Duero, que no sólo separaba la España cristiana de la España musulmana, sino que, además, albergaba buena parte de las denominadas Taifas o pequeños reductos independientes, bajo cuyos pactos se dirimían cuestiones como alianzas o la propia supervivencia, en la que, tanto cristianos como musulmanes, se comprometían a mantener buenas relaciones, mediante el pago de los correspondientes tributos.


Resulta, por otra parte, un observatorio ideal para apreciar, en toda su extensión, no sólo ese pueblo de gente esforzada, dedicada en cuerpo y alma a la agricultura y a la ganadería, principalmente, en el sector ovino y genuinamente piadosa, cuyas casas se distribuyen, cual las arquivoltas de una vieja portada románica, alrededor de ese sol central, metafóricamente hablando, que es la iglesia parroquial, sino, además, la magnífica constitución de esa arquitectura, típica y rural, que no sólo mantiene el rigor de sus longevas raíces medievales, sino que también constituye un tesoro patrimonial, digno de admiración.


Podría decirse, que es la esencia de los pueblos castellanos: aquellos, que todavía miran al futuro, sin perder nunca el norte de sus auténticas raíces, conservando el modus vivendi y el apego a la tierra que mantuvieron sus antepasados a lo largo de los siglos, generación tras generación.


No resulta extraño, pues, si al contraste con esos campos fértiles y espléndidos, sobre todo, contemplados en primavera, se une la belleza sanguina de una arquitectura donde predomina la teja, el yeso y la argamasa, cuyas propiedades constituyen aislantes naturales que conservan el calor de los hogares en los duros inviernos mesetarios y el frescor en los tórridos veranos, apreciándose, en su constitución, ese tipo fundamental de viviendas unifamiliares, compartida con el ganado y los aperos, que tan abundantes fueron y continúan siendo, por defecto, en la mayor parte de los pueblos españoles y que tanto interés y estudios merecieron en el pasado por célebres antropólogos, como Julio Caro Baroja.


Por eso, principalmente, el ascenso a lo alto del montículo donde todavía se yerguen, impasibles frente al paso de los siglos, los reducidos lienzos de la fortaleza medieval de Montuenga, es una invitación, más que a la aventura, propiamente hablando, a la contemplación, pocas veces conseguida, de apreciar esos detalles existenciales y arquitectónicos que constituyen la base fundamental del carácter de unos pueblos y de unas gentes, que, apegados a su tierra y a sus tradiciones, forman, sin lugar a dudas, una parte fundamental de esa España, pintoresca y misteriosa, que merece siempre la pena conocer.


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AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, así como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor. 



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