La Galiana: el Cañón del Río Lobos a vista de pájaro



Afirmaba cierto escritor español, cuyo nombre mantendré en un oportuno anonimato, que Dios creó a los gatos para que los hombres pudieran acariciar a las panteras y siguiendo esa poética línea de planteamiento, sería lícito suponer, que también creó los miradores para que éstos pudieran hacerse una idea, bastante acertada, de lo maravilloso que es el mundo, cuando se tiene la oportunidad de contemplarlo a la manera de los pájaros.


Como los cuatro elementos básicos de la Alquimia -tierra, agua, aire y fuego- las cuatro estaciones poseen también sus características particulares, las cuales, sin dudarlo, se suman al poderoso encanto que ya tiene de por sí, ésta impresionante depresión natural, el Cañón del Río Lobos, cuyo interior, ya tuve ocasión de mostrarles en una entrada anterior.



Verlo, no obstante, desde las alturas cortadas a pico de este singular mirador, que responde al curioso nombre de la Galiana -no sólo en su raíz etimológica se nos recuerdan los orígenes celtíberos de los pueblos que se asentaron en su entorno, sino, además, el nombre de una de las principales rutas de pastoreo de España, la Cañada Real Galiana- presupone, además, en época de otoño, participar de un espectáculo fantástico, promovido por los mutantes colores, ocres y amarillos, que señalan el jubileo vital de unas especies de árboles -arces, chopos, álamos o robles- que ya eran autóctonas en el lugar desde el alba de los tiempos.



Desde este punto, que sortea el Cañón del Río Lobos y una capitales como el Burgo de Osma y San Leonardo de Yagüe -que comenzó siendo apenas una barriada de lo que actualmente es el desolado despoblado de Arganza, que todavía conserva una singular iglesia románica dedicada a la figura de San Juan Bautista y en cuyas esculturas se puede adivinar un influjo netamente silense o característico de los talleres canteros que participaron en el monasterio de Santo Domingo de Silos- las tropas musulmanas, residentes a este lado de la denominada Frontera del Duero, contemplaban, no ajenas a un supersticioso temor, afín a aquella fascinante Edad Media, los misteriosos intersticios de un lugar, cuyas numerosas cuevas y refugios naturales ya recibían culto y atención desde periodos históricos tan alejados, como el Neolítico.



Llama poderosamente la atención, la vista privilegiada, que desde aquí se tiene de la mediática fortaleza -su preciosa torre del homenaje fue recientemente consolidada, pues amenazaba derrumbarse, con lo que se hubiera perdido una pieza histórica realmente fabulosa- desde cuya estratégica posición, los caballeros templarios, en un principio y los nobles de la provincia después -¿recuerdan los enfrentamientos entre unos y otros, que dieron origen a la tenebrosa leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer, conocida como ‘El Monte de las Ánimas’?- dominaban y aseguraban las entradas y las salidas del Cañón y donde todavía, a pocos metros de distancia, sobreviven algunos lienzos de lo que se supone que fue el famoso y a la vez, controvertido convento de templarios, que en una Bula Papal se recoge con el nombre de San Juan de Otero.



En suma: un excelente complemento, indispensable para los amantes de la Historia y de la Naturaleza y digno colofón para tener una visión general de un lugar, el Parque Natural del Cañón del Río Lobos, que siempre sorprende y fascina por su agreste, pero inconmensurablemente hermosa constitución natural.



AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, como el vídeo que lo ilustra, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor. 


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