lunes, 3 de diciembre de 2007

De Numancia...Garray




Mediodía en Garray. A punto de dar las doce menos diez, un Volkswagen Golf, de color azul oscuro, aparca en la Plaza Mayor, junto a la iglesia de San Juan Bautista. El aspecto de su único ocupante -impecable, destacando el negro de su ropa- no deja margen a la duda. Se trata de Don Carmelo, párroco de Garray, Tardesillas y posiblemente algún pueblo más de las cercanías, así como, también, abad de San Saturio. Lleva un tres cuartos de cuero y una bufanda, a tonos verdes, oscuros, anudada alrededor del cuello. Y es que el sol, engaña. Basta sólo con echar un simple vistazo a los caños de la fuente y ver las gotas de agua convertidas en sólido hielo, para convencerse de ello.

De una edad aproximada de sesenta años, durante la cual la escarcha -similar a la que acompaña los campos de alrededor, hasta bien entrado el día- se ha ido alojando progresivamente en su cabeza a lo largo de los años, el aspecto general denota vitalidad. Y es que don Carmelo no tiene ningún reparo en confesar su pequeño secreto para mantenerse en forma: todas las mañanas sale a correr, realizando una media de 8 a 10 kilómetros diarios.

A juzgar por los comentarios escuchados a primera hora en el bar 'El Goyo' -lugar por el que tenía la obligación de pasarme en busca de César, para darle un recado de Teresa, 'una amiga de Madrid'- no es difícil llegar a la conclusión de que don Carmelo es una persona apreciada y querida en el pueblo.

Ese aprecio y esa afinidad vecinal, no tardan en volver a ponerse de manifiesto en la Plaza Mayor, junto a la entrada de la iglesia, a medida que van acudiendo los feligreses a escuchar la misa de las doce.

No obstante los pocos minutos que faltan para que ésta de comienzo, don Carmelo aún tiene tiempo de poner de manifiesto su erudición, y sobre todo, su excelente disposición con unos forasteros que se han desplazado desde Madrid con la esperanza de poder contemplar algunos de los incomparables tesoros de origen románico que están bajo su tutela y responsabilidad.

Reconozco que es una suerte tener amigos, capaces de hacerte conectar con otras personas amantes de un estilo artístico que -como bien decía el autor de 'El misterio de las catedrales'- 'se caracteriza por su pobreza de medios, pero riqueza de expresión'.

Pronto nos saca de nuestro error, cuando le preguntamos -apenas recién franqueado el umbral a ese otro mundo de misticismo que constituye el templo de una iglesia- por la que, a falta de documentación sobre su verdadero nombre y origen, es conocida actualmente como la Virgen de Numancia. Lejos de encontrarse en la sacristía -como pensábamos- ahora queda bien expuesta a la vista de todos, reinando como una auténtica Majestad; observando con sus ojos, fijos y hieráticos, la ornacina de enfrente, donde una trilogía de santos -San Juan Bautista, San José y San Isidro Labrador- reciben diariamente, con piadosa pasividad, las plegarias de los fieles.

Según nos comenta don Carmelo, la Virgen de Numancia es una talla en madera, policromada, del siglo XIII y autor desconocido, como no podía ser menos. Hemos de pensar, por tanto, que nos hallamos frente a una de esas extraordinarias tallas de vírgenes románicas, perteneciente a un periodo tardío, pero que, no obstante, conserva todas las características de este tipo de imágenes, queridas y milagreras -hasta tal punto, que prácticamente todos los pueblos querían tener una, de ahí la existencia de tantas 'copias'- más comunes de los siglos XI y XII.

Nuestra Virgen de Numancia, permanece sentada, aunque manteniendo una postura erguida y hasta cierto punto autoritaria, mientras que el Niño se mantiene sujeto entre el brazo y la pierna izquierda, manteniendo éstas visiblemente separadas. Ambos portan en la mano una especie de bola o pomo, este último detalle respetando la opinión de don Carmelo.

Destaca, no obstante, el gesto del Niño, que mantiene uno de los dedos de su mano derecha apuntando hacia arriba, posiblemente como queriendo señalar su indiscutible origen divino; o lo que viene a ser lo mismo, su sagrada naturaleza. Aunque sin la disposición de tener un metro a mano, me atrevería a decir, utilizando el adagio del 'ojo de buen cubero', que la base coincide con la medida que numerosos autores confirman como común a este tipo de imágenes virginales: 35 centímetros.
Pero sería muy injusto centrar todo el protagonismo -que sin duda lo tiene- sobre la Virgen de Numancia, y no aprovechar las interesantes observaciones de don Carmelo, con respecto a otras figuras y objetos que conforman el inventario sacro que se encuentra en el interior de la iglesia de San Juan Bautista.
Como por ejemplo, la soberbia pila románica, apartada aproximadamente medio metro de su emplazamiento original, que permanece alrededor de tres centímetros enterrada en el suelo.
'¿Por qué este enterramiento?', -se pregunta don Carmelo, quedando su pregunta sin respuesta, al menos por el momento.
Bellamente labrados en la dura piedra, en la pila bautismal se pueden apreciar los arcos característicos de un claustro, adivinándose, también, elementos de sobra conocidos en alguno de los diseños de los arcos del claustro de San Juan de Duero, lo que puede señalar un nexo u origen común en su construcción.
Diseño, por otra parte, que se puede apreciar, así mismo, en portadas y capiteles de otras iglesias de la región, como pueden ser el pórtico de la iglesia de Los Mártires, en el mismo Garray, y cierto capitel del claustro de la iglesia románica de San Miguel Arcángel, en el pueblo de Andaluz, muy cerca de Berlanga de Duero.
Digno de reseñar, es también el retablo del altar donde se encuentran las figuras de los Santos Mártires -Nereo, Aquileo, Domitila y Pancracio- realizado en el año 1577 por el artista Francisco de Ágreda, casado con doña Teresa de Garray. Como digna de mención, así mismo, es la figura del Cristo del siglo XIV, situada a la izquierda de éste, de una expresividad sorprendente, con los ojos levemente entreabiertos, denotando los terribles momentos de la agonía.
Con respecto a la figura de San Juan Baustista -bajo cuya advocación ya hemos dicho que se encuentra la iglesia- don Carmelo comenta que se trata de una talla realizada en madera -no sabe exactamente qué tipo de madera- y peso considerable. Hay que reseñar, además, que dicha figura es sacada en procesión todos los años y paseada por el pueblo, en la fecha de su festividad: el 24 de junio, solsticio de verano.
Por último, y no menos interesante, don Carmelo, franqueándonos amablemente la entrada a la sacristía, nos muestra la figura original -bastante deteriorada, por cierto- de San Isidro Labrador, explicándonos que por ese motivo se sustituyó por una figura más moderna, que es, precisamente, la que se expone junto a las de San Juan Bautista y San José.
Algunos minutos después de celebrada la misa, y con una disposición de ánimo digna de admiración, don Carmelo accedió a mostrarnos el interior de la ermita de Los Mártires, donde pudimos ser testigos de los numerosos detalles, entre los que cabe destacar una excepcional pila románica del año 1070, que hicieron que nuestra visita constituyera toda una feliz novedad. También accedió a acompañarnos hasta el cercano pueblo de Tardesillas, en cuya parroquia aún nos aguardaban más sorpresas, que hicieron que nuestro viaje mereciera, y mucho, la pena. Pero los avatares de ambas visitas, forman parte de otra historia, que será narrada en las presentes páginas en un futuro no demasiado lejano.
Vaya, pues, nuestro más sincero agradecimiento a don Carmelo, párroco de Garray y abad de San Saturio, persona de trato afable y extraordinaria calidad humana.

Almazán, la ciudad amurallada