lunes, 9 de diciembre de 2013

Feliz Navidad y Feliz Año Nuevo


Recapitulando: estamos en Navidad. Una vez pasado el puente de la Constitución, el río que nos lleva, se adorna con campanas, los hogares se cubren de acebo y grandes esperanzas, y se limpia el polvo de las viejas bolas que adornarán, una vez más, ese ceniciento arbolito que, sea natural o artificial, cumplirá con el sacrificio anual en el altar familiar. Los precios se disparan. Primero ha sido la gasolina, y de la luz y el gas, mejor no hablar. Hay quien compra ya productos congelados, temiendo la previsible especulación típica de estas fechas; y no importa si estamos a varios grados bajo cero y la gripe juega a bolos con tó quisqui, como se diría en hispánico vulgatis, porque siempre brota ese milenario germen fenicio que nos acompaña desde que éramos colonia de mercachifles mediterráneos y algunos se frotan las manos pensando en un agosto que prevén comience a colarse como un siroco en sus bolsillos. Es Navidad, y esos sufridos animales que son el cordero y el lechón se convertirán en auténticos profetas en su tierra y serán buscados en olor de multitudes, porque ante la fe de la tradición, no hay crisis que valga. Del marisco también podríamos hablar. Aunque no sabría yo muy bien decir para qué. Corríjanme si me equivoco, pero con el marisco presiento que ocurre un fenómeno singular en estas fechas: y es que todos podemos ser videntes y adivinar que estará por las nubes. Supongo que también es tradición. No ya por lo que ha caído del defenestrado Monte Pindo; o lo que todavía arrastra la marea del Prestige; o ese cambio climático -que parece que vemos todos, menos los Gobiernos, faltaría más-, que está afectando a los criaderos; o quizás el moro, que lo custodia a precio de hashish; o la culpa es del francés, que vous voulez dancer avec moi, pero cuando llega Navidad, la supuesta escasez se convierte en la disculpa perfecta de la especulación y si en estos días el lechón y el cordero se convierten en reyes de la tierra, de la mar todos estos bichillos -gambas, gambones, cigalas, nécoras, centollos y langostinos- dejan en paños menores al pobre mero. Lo cierto, es que al final la magia existe, porque siempre, después de cenar, sobra de todo. Debe de ser que ya estamos acostumbrados a las temidas cuestas de enero. Pero eso sí, qué bien queda tirar la casa por la ventana. En fin amigos, que estamos en Navidad. Y qué mejor momento para brindar con todos vosotros, amenazaros con seguir calentándoos las molleras con mis pestiños y desearos, eso sí, de todo corazón, una muy Feliz Navidad y un Próspero Año 2014.
 
O mejor aún, para que nadie se sienta excluido, que en la diversidad está el gusto, como diría ese gran cínico que fue Ambrose Bierce, con respecto al día de Navidad: día distinguido y consagrado a la glotonería, las borracheras, el sentimentalismo, la recepción de regalos, el aburrimiento público y la vida doméstica.