miércoles, 9 de septiembre de 2015

Castilfrío de la Sierra


Quedan atrás, pues, Carrascosa y sus misterios y en media docena de kilómetros, aproximadamente, recalamos en un pueblo, Castilfrío, también de la Sierra, que todavía, y aun a pesar de los estigmas de la despoblación que tan hondamente afectó a ésta pintoresca parcela soriana conocida como las Tierras Altas, mantiene ciertamente viva una parte meritoria de su antiguo espíritu y esplendor. No es una afirmación baladí, en modo alguno, si se tiene en cuenta, primero, que hablamos de una de las poblaciones serranas más importantes, junto con Oncala y San Pedro Manrique; y segundo que, erguidas todavía con desafiante orgullo, numerosas son las antiguas casonas de su acolmenado casco urbano, que lucen, con mayor o menor deterioro –que al fin y al cabo, el orgullo frente al tiempo, poco o nada tiene que hacer-, una heráldica que habla de antiguos linajes y señoríos probablemente otorgados en época de reconquista y con posterioridad aumentados, conservados y ampliados por la riqueza generada por el ganado, principalmente ovino, que caracterizó en tiempos a la región.

Elevada sobre la cima de una sierra conocida como de San Miguel –recordemos, que éste paladín cristiano reemplazó a antiguas divinidades anteriores, como el Júpiter romano, al que, según Vitrubio, había que dedicarle templos y altares en los lugares más elevados-, se tiene constancia documental de la existencia de este pueblo, cuando menos, en el año 1270, época en la que se constata con la denominación de Castill Frido o Castiel Frido, nombre basado en las cualidades de su entorno. Como elemento artístico-religioso más relevante, cuanta con la imponente mole de su iglesia parroquial, datada en el siglo XVI, dedicada a la figura de la Asunción, aunque es probable que ésta reemplazara a una iglesia románica anterior, de la que no queda rastro, si exceptuamos dos importantes elementos que se localizan en su interior, aunque también cabe la posibilidad de que éstos pudieran haber pertenecido en origen a alguna de las iglesias de despoblados cercanos, como pueden ser los de Sotillo o San Bartolomé: una formidable pila bautismal, con forma de copa –imaginario Grial, que simbólicamente otorga la vida eterna con las aguas del bautismo-, cuya parte central está decorada con arcos entrelazados –muy similares a alguno de los modelos que se pueden apreciar en el famoso claustro del no excesivamente lejano monasterio de San Juan de Duero-, así como con motivos geométricos en la parte superior, lugar donde se observan, así mismo, varias pequeñas cruces del tipo denominado patado o paté, que quizás tengan alguna relación con el segundo elemento románico al que se hacía referencia. Este no es otro, que la magnífica talla mariana de la Virgen de la Encina, a la que popular y cariñosamente se conoce como La Carrascala, la cual cuenta también con una ermita dedicada a las afueras del pueblo, en la que destaca, aparte de otros detalles, su cimborrio de forma octogonal.

Entre los edificios civiles de Castilfrío, y situada a escasos metros de la iglesia, destaca la casa del famoso escritor Fernando Sánchez Dragó, fácilmente reconocible por las dos formidables cabezas de Buda que luce en ambos extremos. No muy lejos de ésta, y a la vista también de la torre de la iglesia, se localiza la denominada Casona del obispo Solano y algo más alejadas de ambas, y prácticamente arruinada, se pueden apreciar los restos de lo que fuera probablemente la hacienda más importante de Castilfrío: aquélla conocida como la casa que tiene más ventanas que días del año, haciendo referencia a la longitud e importancia de sus caballerizas.