lunes, 14 de febrero de 2011

Monteagudo de las Vicarías

Llegué a Monteagudo de las Vicarías, después de vagabundear como un fantasma aterido de frío por las desiertas calles de Morón de Almazán. A medida que devoraba los 26 kilómetros, aproximadamente, que separan ambas poblaciones, no podía evitar que mis pensamientos se hicieran mil y una cábalas sobre algunos de los restos mistéricos -digo bien- localizados, causal o casualmente, que nunca se sabe, pero sobre todo, pensando en el curioso marqués de Camarasa, y en esa morada de la calle Medina -morada filosofal, como, en mi opinión, acertadamente la bautizó Ángel Almazán de Gracia- hoy en día, reconvertida en sucursal de Caja Duero. Detalle éste que, afortunadamente -me reafirmo en esto, teniendo en cuenta que España nunca ha despuntado, precisamente, por su amor a la conservación del Patrimonio Histórico Artístico-no ha deteriorado -al menos de cara a la galería- el indescifrable, críptico y endemoniadamente enigmático mensaje esotérico que, ¡vaya Vd. a saber por qué oscura razón!, le plació al susodicho señor marqués, dejar a la vista de todos, anticipándose, al menos cuatrocientos años, al famoso cubo de Rubik. Tal vez eso mismo debieron de pensar los dominicos del Santo Oficio, cuando le hicieron penar en una cárcel de Santiago de Compostela, sin duda espantados de las perversas aficiones del noble descarriado.
Por otra parte, la primera impresión que se tiene al acercarse a esta pinturesca población soriana, es la de estar frente a una imaginaria caracola, que desciende en espiral hasta enterrarse en la tierra firme del valle. En la parte más alta, como no podía ser de otra manera, dos imponentes edificios despliegan, de una manera oficiosa, incluso artesanal, gran parte del atractivo de la villa. Se trata del castillo gótico-renacentista de la familia Mendoza, y de la iglesia, gótica también, de Nª Sª de la Muela.
Si bien esta última, no alcanza el grado de espectacularidad desplegado en la vecina iglesia de Morón de Almazán, consideran los expertos que continuó un modelo a seguir. Modelo que también, en menor escala, se puede localizar en la cercana población de Serón de Nágima. El castillo, datado en los siglos XV-XVI, según reza un cartel, contiene, sin embargo, algunas peculiaridades, que pueden inducir a suponer que, de alguna manera, el arquitecto de la relevante familia Mendoza, coqueteó, quizás inadvertidamente, con el esoterismo, cuando por alguna ignota razón, lo diseñó con planta marcadamente pentagonal. No estaría de más, tampoco, añadir el detalle de que ninguna de sus torres es igual, siendo sus plantas de forma circular, rectangular e incluso octogonal, según sea su sentido de la orientación. Al parecer, cosa bastante usual en la época, un pasadizo comunicaba el castillo con la iglesia.
De las inmediaciones del castillo y de la iglesia, parte la calle Mayor, que termina algunos metros más allá del Ayuntamiento, en una puerta medieval que aún se conserva intacta, y por la que se accede a una especie de terraza desde la que se tiene una buena perspectiva de parte del pueblo, así como del entorno en el que se ubica. En su parte superior externa, y colocada dentro de una hornacina, la talla de una Virgen antigua, románica y bastante deteriorada, vela el sueño de los vecinos y atrae la atención de los visitantes. Es posible que se trate de la titular de la parroquia, Nª Sª de la Muela; ahora bien, ¿original o copia?. Lo de lo que no me cabe duda, y en su momento será uno de los temas sobre los que profundizar, es que seguramente arrastre una milagrosa leyenda medieval. Resulta difícil precisar qué objeto porta en su mano, aunque, por las características, podemos descartar la tradicional bola y abogar por una flor -¿quizás un lirio?- o un pequeño cetro.
Transversales a ésta calle Mayor, algunas bocacalles nos ofrecen elementos históricos de cierto interés, como, por ejemplo, la calle del Hospital, que nos proporciona una idea cierta del lugar donde antiguamente se ubicaba éste, y también alguna pista -al menos relativa- sobre a quién pertenecía o, en su defecto, quién lo atendía, a juzgar por la significativa cruz Tau que se vislumbra en un escudo cercano.
Significativa, así mismo, es la Plaza del Horno, que de la misma manera, nos ofrece una idea fidedigna de dónde estaba situado el horno comunal; en este caso, en las proximidades de la iglesia y del castillo. Ahora bien, ¿qué otra particularidad asalta la imaginación del sorprendido visitante, cuando se llega hasta este pequeño cubículo, pues tal cosa parece, encajonada entre estrechas callejuelas?. Sin duda alguna, ese inesperado círculo mágico que, realizado sobre el empedrado, encierra en su interior el Sello de Salomón, también conocido como estrella de David y distintivo inequívoco de los judíos, que debieron tener una comunidad relativamente importante durante la Edad Media.
He aquí un pueblo, Monteagudo de las Vicarías, que invita a ser saboreado sin prisas, con la mente abierta y pensando que, en realidad, esconde muchos más detalles de los que parece a simple vista. Detalles significativos, hechos a propósito para alentar la curiosidad, picar espuela en el caballo de la imaginación y lograr que una visita, después de todo, se convierta en una entretenida visión del pasado.