El camino continúa y en apenas
unos kilómetros, el viajero llega a otra pequeña población, de nombre Nafría la
Llana, cuya parroquial dedicada a la Natividad de la Virgen, merece, sin duda,
una más que digna mención, perteneciendo, según aseveran los expertos, a la
primera mitad del siglo XII. A diferencia de las visitadas hasta ahora en ésta
pequeña ruta románica por la comarca, conserva prácticamente inalterables
muchos de sus primitivos elementos románicos, si bien es cierto, que algunos no
están en las óptimas condiciones que cabría esperar, sobre todo en lo referido
a los canecillos. Tal es así, que en vista de algunos de ellos, como por
ejemplo, el pequeño arcosolio que se levanta por encima del pórtico principal,
situado en el lateral sur de la nave, se podría sacar alguna curiosa deducción,
sobre todo si se compara con los recursos arquitectónicos empleados en otras
iglesias de las proximidades, como podría ser el caso de Caltañazor y su
iglesia principal, situada dentro del entorno urbano, dedicada a la figura de
Santa María del Castillo, no desechando, por otra parte y dado el número de
iglesias y ermitas -hoy día prácticamente desaparecidas casi todas-, la idea de
que bien haber sido ésta histórica plaza, el foco o uno de los focos
principales desde el que partieran los talleres de canteros que ejecutaron su
labor en las poblaciones cercanas.
Fuera o no así, y no obstante lo
dicho hasta ahora, volvemos a encontrarnos también en esta parroquial, el tipo
de portada amplia y de interesantes dimensiones –no desconocida, así mismo, en el
románico de provincias vecinas como Burgos y Segovia-, que caracteriza
igualmente a las anteriores. Comunes resultan, además, los esquemas
decorativos, basados en motivos austeros y foliáceos en los capiteles de los
arcosolios que se vislumbran por encima de la portada, siendo arpías y grifos
los motivos historiados y más abundantes en los capiteles de ésta. A uno y otro
lado de los arcosolios superiores, sin embargo, se aprecian dos interesantes
elementos, conformados, dentro de círculos, por flores de cinco y de seis
pétalos, las cuales, atendiendo a las definiciones eminentemente populares,
podrían definirse como flor de San Juan
y flor de la vida, respectivamente.
De planta rectangular y ábside
semi-circular, se aprecian en el medio cielo imaginario de éste, una gran
cantidad de canecillos cuya temática, variada, ofrece unas interesantes
connotaciones simbólicas. Reproducidos con mayor o menor destreza en la piedra,
los motivos varían desde elementos humanos, representaciones animales
–incluidas algunas, en su totémica forma de cabezas-, monstruos, arpías y
motivos foliáceos que constituyen, por sí mismos, todo un conjunto
antropológico medieval de primer orden.
Interesante resulta, por añadidura, el pequeño ventanal situado en el centro de la cabecera, en cuyos capiteles se reparte protagonismo arpías y motivos foliáceos, pero cuyo medio arco ofrece un elemento realmente notable, como son las puntas de diamante o, mejor dicho, por su perfección, pequeñas pirámides, que le otorgan, de paso, un genuino sabor oriental.