domingo, 1 de diciembre de 2013

Una pasión por la Pasión


Lo reconozco como una debilidad, pero cuando cualquier asunto requiere una visita al Museo Numantino, no puedo por menos que acercarme a esa sala de la planta baja, atestada de elementos romanos, visigodos y cristianos y detenerme unos minutos, soslayando con íntimo reconocimiento, esa maravillosa recreación de un Calvario, que contiene, según mi modo de ver, por supuesto, todos los ingredientes necesarios para considerarlo, cuando menos, un auténtico thriller histórico. Se trata de una fenomenal tabla anónima, aunque no obstante calificada por los expertos como perteneciente a esa floreciente Escuela Castellana, que allá por los siglos XV y XVI, sembró de rotundas maravillas, numerosas iglesias, catedrales y palacios de ricos hacendados, muchos de los cuales se vinieron a menos llevados por las riadas incontenibles de una Historia en expansión. La Tabla, además -y lo digo en alto con la nostalgia de muy gratos recuerdos y agradecido a unas personas que, aunque no las nombre, si algún día leen esto, sabrán perfectamente que me refiero a ellas-, procede de un pueblo cercano, Peroniel del Campo, que si bien es cierto que ha conocido épocas mejores, no es menos cierto que, a pesar de todo, todavía guarda numerosos enigmas, así como unos pendones y una entrañable tradición, que se remonta a la Edad Media y se realiza en el sagrado entorno de un auténtico santuario, como es el de la Virgen de la Llana.
La Tabla, de respetables proporciones y realizada en tres partes, cuyas junturas resultan evidentes y quizás le reste un poco de encanto, se localiza al lado de un fragmento del artesonado original y románico que, mostrando a una sanguinaria bestia apocalíptica semejante a las contenidas en cualquier Beato -y aquí me otorgo a mí mismo el derecho de la libre interpretación-, perteneció en tiempos a otro lugar, algo más alejado de la capital que Peroniel, pero que sin embargo, conserva una de las más enigmáticas construcciones románicas de la provincia, incluidas unas curiosas marcas de cantero que, comparativamente hablando, se localizan en numerosos lugares del noroeste de la Península, siendo uno de ellos, el monasterio zamorano de Santa María de Moreruela. Arpías aparte, el lugar no es otro que la iglesia de San Miguel Arcángel, en Caltójar. Y este resto, prácticamente, es lo único que se conserva de una obra de Arte, que si hubiera sobrevivido entera a los avatares del tiempo y la más que probable estupidez humana, hubiera constituido una joya de excepcional valor. Aunque claro, quizás hubiera terminado, como tantas otras, en un museo de Nueva York.
Lejos de tan ingrato destino, en el Calvario, y a juzgar por los personajes que acompañan a un Cristo que muestra ya en su rostro la paz de la expiación, me siento incapaz, quizás dejándome llevar por ese afán incontenible de verdad que acompaña siempre a toda búsqueda, de no pensar en los viejos mitos, en las viejas historias que incitan a la especulación, observándote con la mirada fría de las cosas aparentemente inanimadas, pero cuya alma se presiente, en este caso escondida en lo más profundo de la materia que la contiene. La Madre, con la cabeza gacha, los ojos cerrados y las manos apretadas, conteniendo la rabia, así como un grito de dolor, lacerante como un latigazo en el alma, y los colores de pureza en el hábito. La apócrifa heroína gnóstica, quizás aquella temprana mujer que soportó los primeros rigores de un machismo que la hizo acreedora, simplemente por amar y ser correspondida, al desprecio y a la infamia, arrodillada con humildad a los pies del crucificado, preparados los lienzos para la honra y unción del sagrado cuerpo. En contra de otras representaciones y tradiciones, lleva su cabello recogido, pero en los colores de su vestido, quizás el artista jugó también con la alquimia del simbolismo, pensando en el rojo del pecado, el verde de la esperanza y la pasión, y el azul del cielo y el perdón. Por otra parte, quién sabe lo que pasó por la mente de éste cuando imaginó, al otro lado de la cruz, a un Evangelista de gesto indefinible y aspavientos comparables, quizás, con la mística incomprensible de los locos sagrados de las historias del Grial.
Quién sabe, si en el fondo, el anónimo artista no habló, a través de los colores de sus pinceles, más de lo que en principio aparenta la representación. Pero de lo que no cabe duda, es de que muchas veces, a través del Arte, se hace buena la aquélla frase de Hamlet, dicha a modo de buen cubero, de que hay más cosas en el cielo y en la tierra, de las que nos podemos imaginar.
En mi caso, una pasión por la Pasión.