sábado, 4 de julio de 2015

Carrascosa de la Sierra: iglesia de San Juan Bautista


Merece la pena, no obstante las circunstancias de la notable pérdida de la práctica totalidad de su primitiva fábrica románica, no abandonar Carrascosa de la Sierra, sin haber visitado su iglesia, dedicada, como ya se aventurara en la entrada anterior, a la siempre fascinante figura de San Juan Bautista, cuya onomástica, reciente, por cierto, se hizo convenientemente coincidir con una de las festividades que más expectación y veneración despertaba en las culturas precristianas: el solsticio de verano. Dado que sólo sobrevive el ábside o cabecera de un románico rural, que podríamos datar, cuando menos a finales del siglo XII o comienzos del siglo XIII, aun si fuéramos expertos -que no es mi caso, objetividad, que no falsa humildad aparte-, difícil, cuando no imposible, nos sería comprobar el código aritmológico que, según Jean-Paul Lemonde (1), conformaría el rito fundacional de toda iglesia, colegiata o catedral que, en función de la onomástica del Santo Patrón, permitiría relacionar la longitud del edificio con su orientación, independientemente de que la práctica mayoría de iglesias -al menos del periodo medieval- tengan siempre el este -hacia la salida del sol, y por defecto, mirando a Jerusalén- como base de dicha orientación. Actualmente, y debido a la prácticamente completa remodelación, hace que este venerable ejemplo de tiempos pasados, haya visto dar un giro de 360º en su orientación, y su nueva cabecera, oscurecida por el parche que en este tipo de templos supuso la introducción de los grandes y recargados retablos barrocos, mira ahora hacia poniente, hacia esos metafóricos reinos del ocaso y de la muerte, que los antiguos situaban al oeste. La luz del sol naciente, no obstante y justo es reconocerlo, se cuela por el pequeño ventanal, con forma de saetera del primitivo ábside e incide sobre el lugar donde una hermosa pila bautismal -sobreviviente también de las glorias pasadas- sustituye al viejo altar. Tiene forma de copa y como motivo ornamental, se observa circundada de arcos. Pero no nos engañemos pensando que salvo los detalles románicos descritos hasta aquí, el conjunto artístico no merece, cuando menos, un mínimo de atención, pues al hacerlo, volveremos a encontrarnos con esos elementos simbólicos y en cierto modo heterodoxos, que vuelven a recordarnos que nos hemos adentrado en un lugar donde -si hemos de ser justos con los rastros que vamos vislumbrando a lo largo de nuestras rutas-, no estaría de más pensar que el río de la tradición, agua caudalosa llevó en el pasado. Basta echar un vistazo al simbolismo de los numerosos elementos que conforman el Retablo Mayor -sin olvidar, ese magnífico cuadro hecho a expensas de Don Francisco de Paula Álvarez en el año 1844, que muestra una inusual reproducción de la Virgen del Pilar, con la pequeña cruz paté de color rojo en la columna y las ánimas del Purgatorio a sus pies- para percatarse de ello. Sólo añadiré un dato: en la figura del Evangelista, volvemos a encontrarnos con lo más gnóstico de la Tradición, al observar la serpiente de la Sabiduría que sobresale de la copa que firmemente sostiene en su mano izquierda.


(1) Jean-Paul Lemonde: 'El Código Cluny', Styria de Ediciones y Publicaciones, S.L., Barcelona, 1ª edición, noviembre de 2007.