Perdices
A unos ocho kilómetros de distancia de Almazán, y en dirección a los campos de Gómara y más allá de estos, a la tierra de Ágreda y las estribaciones del mítico Moncayo, un pueblecito, Perdices, languidece cual cigarra calentándose bajo un sol otoñal que, amparándose en el popular refranillo alusivo a los veranos de San Martín, es incapaz de disimular su recelo a dejarse llevar por el ciclo equinoccial e inmutable de las estaciones, que prevé un largo, gélido y crudo invierno. Supliendo la carencia de atalaya mora o murallas cristianas -aparentemente- su parroquial, de origen románico y advocada, como simbólico pilar, en la figura de San Pedro, se eleva solitaria, como Torre de Hércules, sobre un altozano. A dosado a su ábside -en cuyos contrafuertes el magíster anónimo, de alguna manera subliminal quiso jugar con la magia del hexágono- el pequeño cementerio guarda con celo el recuerdo de unos deudos para los que un día el tiempo dejó de existir y que, como diría don Antonio Machado, s...