martes, 15 de enero de 2008

En todos los sitios se cuecen habas


Afirmaba ese genial humorista que fue Gila -¿recuerdan una de sus célebres frases, 'hola, es el enemigo?'- que 'hay un filósofo debajo de cada boina'. También, que 'los sentimientos son como el culo, todos tenemos uno'. Indudablemente, este no es un blog político; ni pretende serlo; ni lo será nunca. En realidad, el que suscribe detesta la política, aunque ejerza sus derechos democráticos siempre que la ocasión lo requiera. Precisamente, desde una perspectiva democrática, considero como de una obligación fundamental, el respeto hacia los demás, tanto desde un punto de vista individual, como colectivo. Y tanto individual, como colectivamente, me he sentido defraudado, no dejando de preguntarme en numerosas ocasiones, cómo se gestionan mis impuestos y a dónde van a parar finalmente. Supongo que esta es la pregunta del millón. De manera que queda ahí, en el aire.
Sí me llamó la atención -y lo dejo de manifiesto como curiosidad en la presente entrada- ver el Ayuntamiento de Almazán cubierto de pintadas, cuyo contenido, inmediatamente me recordó los numerosos casos de corrupción destapados entre algunos funcionarios del Ayuntamiento de Madrid. De ahí el título. Como no es mi intención tomar partido, prefiero no saber qué grupo político gobierna en el Ayuntamiento de Almazán; de esa manera, tampoco me hago cábalas acerca de cuál es la tendencia política de la persona o personas que han hecho las pintadas. Pero sí quisiera dejar constancia, al menos -y en eso deberían aprender muchos periodistas, con todo mi respeto, a la hora de buscar titulares- que en España, por fortuna, aunque nos falten muchas cosas y la corruptela esté a la orden del día...¡aún nos sobra ingenio!.

lunes, 14 de enero de 2008

¿Una enigmática piedra templaria?


Año 1118, Tierra Santa. Jerusalén es un hervidero, donde se aglutinan toda clase de hombres llegados desde todos los rincones de Europa. Abundan los peregrinos, gente cuya meta es alcanzar los sagrados lugares donde nació, vivió, predicó y murió Jesús de Nazareth. En ese año, nueve soñadores, nueve hombres pertenecientes a las más nobles familias de Francia -uno de ellos incluso emparentado con Bernardo de Claraval, abad de Citeaux, y tras su muerte elevado a la categoría de santo- se presentan en la corte y solicitan audiencia con el rey. Bien por credenciales, bien por aburrimiento o quizás porque son portadores de 'noticias frescas', el rey Balduino los recibe. Hugo de Payns, el portavoz del grupo, le expone los pormenores de su misión: proteger y defender a los peregrinos...

La historia no cuenta si Balduino se tomó a broma aquélla brava, suicida proposición. Sí cuenta, sin embargo, que les cede lo que en tiempos bíblicos constituyeron los establos anexos al Templo de Salomón. Los nueve caballeros se instalan, dedicando su tiempo a misteriosas excavaciones y búsquedas, fundando la Orden de los Pobres Caballeros del Templo de Salomón, posteriormente conocidos, de manera más popular, como caballeros templarios. Para dar testimonio de sus votos de pobreza, entre otros sellos y símbolos, utilizan uno en particular, que con el tiempo, y en vista de su meteórica trayectoria, parece una incongruencia: dos caballeros montando sobre un mismo caballo. Aquí comienza la leyenda...
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Soria, proximidades del monasterio de San Juan de Duero -también conocido como 'los Arcos de San Juan'- 12 de enero de 2008. Han pasado casi mil años desde aquélla histórica fecha y las huellas de los caballeros del Temple aún continúan vigentes, como si ese milenio, ese lapsus insondable de tiempo, no tuviese importancia alguna.
Aunque me interesa, y mucho el tema, reconozco que no pienso en absoluto en ello, mientras, helado de frío, espero pacientemente a que se abran las puertas de acceso al mítico y poco menos que milenario monasterio, frente a cuya magia no me importa confesar el hecho de que no me canso volver siempre que tengo ocasión. Curiosamente, mis planes de ruta e investigación para ese sábado eran otros, quedando en la práctica más cerca de la hermosa ciudad de Berlanga de Duero, que de la capital de la provincia, siempre vestida de gala cuando de recordar a su insigne poeta se trata. Que nadie se asuste; desde luego, no hablo de mí.
En efecto, mi objetivo, en ésta ocasión, era Andaluz, un pueblecito de apenas una veintena de habitantes -posiblemente muchos menos en invierno-, cabeza de partido, por más señas, y que en tiempos tuvo una importancia histórica y estratégica extraordinaria.
Lo decidí sobre la marcha, siendo apenas las ocho y media de la mañana, mientras tomaba café en un bar de Medinaceli, pensando que no iba a terminar de amanecer nunca. Alguien -algún afortunado, supongo, porque cuando me acerqué a la gasolinera a repostar y adquirir un ejemplar, el repartidor aún no había llegado con los periódicos- había dejado un ejemplar de 'El Heraldo de Soria' encima de una mesa, y no pude evitar fijarme en el titular, que en letras grandes y resaltadas en negrita, decía lo siguiente:
'Sorianos y turistas, creen que el románico es el mejor reclamo de la provincia'
No podía estar más de acuerdo, en principio. No me hacía ninguna falta ver cualquier episodio de la serie 'Las claves del románico', presentada por Peridis, para saber que el románico y Soria constituían un matrimonio tan bien avenido, que parecían haber nacido el uno para la otra. De hecho, en San Esteban de Gormaz se encuentra la iglesia románica de San Miguel, considerada, si no la más antigua, al menos de las más antiguas y por lo tanto pioneras de este peculiar estilo en la Península.
Pero Soria es algo más que románico e Historia. Es un espacio natural afortunado e inigualable; una tierra de ricos y variados contrastes; de raíces profundamente arraigadas, cuya escasez de población -la emigración interior sigue siendo un problema de primer orden, por desgracia- pone de relevancia, bajo mi punto de vista, una incomprensible carencia de inversión y medios que consoliden un crecimiento que sin duda merece y añora...
Cansado, por otra parte, de escuchar el lamento de los gatos que poco a poco iban concentrándose alrededor del centenario chopo de la entrada, y sin duda, aún más aterido de frío al observar la escarcha que pintaba de blanco las laderas del Monte de las Ánimas, encaminé mis pasos hacia el viejo puente de piedra que se levanta impasible sobre el Duero, desde cuya estructura saqué algunas fotografías, aprovechando las hermosas vistas: la iglesia de Nª Sª del Mirón, elevándose como un baluarte por encima de la colina situada enfrente del monasterio; el Parador Nacional 'Antonio Machado', erguido también sobre otra colina, sus muros reflejándose como en el espejo que conforman las aguas del río a su paso por aquélla otra ribera; el curso del Duero, quebrándose como el cuerpo de una serpiente en dirección a la sacro-santa ermita de San Saturio, el querido Patrón...
Desanduve tranquilamente el camino, y todavía haciendo tiempo para volver a acercarme hasta la puerta de entrada y probar suerte de nuevo, decidí echar un vistazo al escaparate de la tienda de artesanía soriana que había en la esquina.
A medida que me acercaba, algo, una piedra, de proporciones y peso considerables a juzgar por su aspecto, comenzó a captar toda mi atención. Evidentemente, ésta fue aún mayor, cuando comencé a captar, en su auténtica dimensión, los detalles que, cincelados con maestría en sus lados, comenzaron a poner alas a mi imaginación.
Allí había, sin lugar a dudas, tantas referencias templarias que, una vez recuperado de la primera impresión, me asaltó, sin duda, un curioso sentimiento de incredulidad.
En efecto. Hermoso en su diseño y con una claridad meridiana, se podía admirar, en todo su esplendor, un fabuloso caballo sobre el que cabalgaban dos jinetes perfectamente hermanados. Una cruz de ocho beatitudes; cruz que, por otra parte -aunque de utilización más común entre los miembros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén- también era utilizada por la Orden del Temple.
También se podía apreciar una marca de cantería que, aunque más desgastada que el resto del conjunto, pudiera haber representado, en sus orígenes, una estrella de cinco puntas o pentalfa. Y por último, en otro de sus lados, desafiando la imaginación -haciendo que ésta se remontara a los curiosos graffitis que los templarios prisioneros dejaron en las paredes de sus celdas en el castillo de Chinon (1)- una especie de tablero rectangular, perfectamente parcelado en secciones, que constituía, desde luego, todo un enigma y que me trajo inmediatamente a la memoria, la interpretación de numerosos autores, que veían en él un mapa en clave.
Tan perfecta conservación, no obstante, me resultaba inaudita. Por supuesto, la primera impresión que tuve -romántica, por más señas era que quizás aquélla maravillosa piedra hubiera pertenecido, en un momento indeterminado de la Historia, al cercano monasterio templario de San Polo. Aunque, de todos es conocido el tremendo expolio que han sufrido iglesias y ruinas antiguas, cuyas piedras han sido posteriormente reutilizadas o expuestas en casas particulares como motivo decorativo.
Como decía, la duda volvió a hacer acto de presencia, desbaratando por unos momentos la ilusión de lo que a priori, supuse todo un hallazgo. ¿No sería de factura moderna y la tenían allí, delante de la puerta de la tienda, como reclamo?.
Ante la imposibilidad de poder preguntarles al respecto, dado que ni incluso a las once de la mañana y finalizada mi breve visita a San Juan de Duero, la tienda de artesanía había abierto sus puertas al público, continué renuente mi viaje, repitiéndome mentalmente que ya tenía otro motivo para volver.
Curiosamente, con este pensamiento se solidarizaba la eterna y conocida frase de uno de los inmortales personajes del dramaturgo inglés William Shakespeare; como Hamlet, aún no he dejado de preguntarme: ¿ser o no ser?. ¿Se trata de algo original o es simplemente una buena imitación?. Supongo que algún día se sabrá. De momento, no obstante, queda pendiente.
(1) Resulta fácil encontrarlo en numerosas iglesias románicas, no sólo de la provincia de Soria, como puede ser San Bartolomé, por poner un ejemplo, sino también en la provincia de Segovia: Duratón, Perorrubio...

domingo, 13 de enero de 2008

Bordejé, iglesia de San Antón


Situado en plena meseta soriana, a escasos kilómetros de la importante villa de Almazán, y al cobijo de una ladera cuya cima desnuda baten con saña el viento y la nieve en invierno, resultando posiblemente insoportable la calima en verano, Bordejé es un pueblecito pequeño que resiste orgullosamente, negándose sus habitantes a dejar que corra igual suerte que otros pueblecitos de similares características, que pasaron a la historia como si nunca hubieran existido, y actualmente sirven de refugio a todo tipo de hierbajos y alimañas.
La despoblación en la provincia es un hecho preocupante, y como tal, triste en definitiva, no dejando de ser motivo de admiración y orgullo ver algunos pueblecitos -como el del caso que nos ocupa- cuyos habitantes se aferran al lugar, tal y como las lapas lo hacen a los cascos de los barcos.
En honor a la verdad, considero oportuno poner de manifiesto que seguramente hubiera pasado de largo, sin detenerme, de no haber sido por dos factores que considero fundamentales: mi gran interés por el románico y mi desproporcionada curiosidad por conocer y visitar todos los rincones posibles de la provincia.
De hecho, ambos factores ya me habían inducido a pasar por Bordejé en una ocasión anterior. Fue en el mes de julio, cuando el calor hacía que incluso las cigarras buscaran el cobijo de las piedras y dejaran su insoportable cántico para horas más próximas al atardecer.
Así es, situada en lo más alto y dominando el pueblo -como solía ser habitual antiguamente- una construcción eclesiástica se apreciaba en la distancia, similar a un faro dominando buena parte de la costa. Durante mis viajes a la capital, cada vez que su mole aparecía en el horizonte, no dejaba de observarla, repitiéndome para mis adentros que algún día tenía que posponer mi destino durante unos minutos y desviarme para echar un vistazo. Ese día, como he dicho anteriormente, llegó en julio -más o menos a mediados de mes- cuando, encontrándome de vacaciones, me podía permitir el lujo de viajar sin prisas.
La iglesia en sí, vista de cerca, no ofrece apenas nada de interés. Es probable que en sus orígenes fuera románica, aunque todo parece indicar que su estructura o parte de su estructura se aprovechó posteriormente, como indica una fecha situada sobre el pórtico de entrada: 1862.
Sí me llamaron la atención -y mucho, todo hay que decirlo- dos elementos que, aún en la actualidad, me intrigan sobremanera y no dejo de considerar de cierta importancia.
El primero de ellos, se encuentra situado sobre el ventanal de lo que en una construcción románica hubiera sido el ábside, propiamente hablando. Se trata de unas tijeras, perfectamente labradas en la piedra. En una de las primeras entradas de este Blog, hablaba de este curioso símbolo y citaba las palabras de un escritor amigo, por el que siento mucho respeto -Xavier Musquera, por más señas de identidad- y el estupor que dicho símbolo le había causado al encontrárselo varias veces en el transcurso de sus investigaciones por el norte de la Península.
En líneas generales, Xavier se preguntaba qué sentido tenían unas tijeras -posible señal o distintivo del gremio de sastres- como marca de cantería en construcciones de índole románica, no imaginándose, lógicamente, a nadie de este gremio subido en un andamio colocando bloques de piedra, de la misma manera que no se imaginaba a un cantero o a un albañil cortando tela y haciendo trajes. El enigma, por tanto, queda ahí.
El segundo de los elementos a considerar, y que puede denotar la importancia que en el pasado tuvo la región, se encuentra en el porche de la entrada, haciendo esquina en una de las galerías que, a modo de ventanucos, se sitúan fente al pórtico. Es de reseñar el lamentable estado en el que se encuentra el revestimiento de las paredes en ésta zona; estado, por otra parte, que se puede apreciar perfectamente en el vídeo que se acompaña a la presente entrada.
El símbolo en cuestión, por su forma y diseño, recuerda una cruz celta, tal y como comenté en mi anterior artículo. Reconozco, que por aquél entonces no consideré la posibilidad -que me convence mucho más en esta ocasión- de que posiblemente se trate de un elemento ajeno al lugar.
Elemento que, observado con atención, diría -sin temor a equivocarme- que formaba parte de una antigua sepultura, probablemente de origen visigodo. Ahora bien, si tal es el caso, en buena lógica, cabe suponer la existencia de un antiguo cementerio visigodo en los alrededores, de cuya existencia probablemente existan referencias, aunque, por desgracia, aún no he podido localizar ningún dato al respecto.
Baste, pues, la presente entrada, como reclamo para aquellas personas que puedan aportar algún dato relativo, información, por otra parte, que cuenta de antemano con mi más sincera gratitud.

Arcos de San Juan de Duero: Magia y Esplendor


Curiosamente, a lo largo de mis viajes, tanto por la provincia, como por otras provincias que hacen frontera con Soria -como es el caso de Segovia y el altar que se encuentra en la sala de armas de la Veracruz- he podido encontrar suficientes referencias que me han traído inmediatamente a la memoria un nombre: San Juan de Duero.

Estoy seguro de que quien visita este milenario monasterio por primera vez, queda inmediatamente hechizado por su magia y su belleza; su perfección y su sobrenatural encanto, no dejando de maravillarse con la multitud de detalles que le llamarán la atención en el transcurso de su contemplación.

Poco o nada importa, en mi opinión, la eterna controversia que enfrenta a partidarios de Hospitalarios y Templarios en cuanto a la autoría de su ejecución y construcción.

Tampoco importa el hecho en sí, de que una vez sus ruinas estuvieran ocupadas por gitanos o que los ganaderos de los alrededores las aprovecharan para guardar el ganado y sus aperos de labranza, ante la indiferencia de las autoridades de la época, completamente inconscientes del daño que estaban consintiendo.

Importa el hecho -feliz acontecimiento- de que éstas, por fin, comprendieran su importancia, lo restauraran y convirtieran en Monumento Histórico-Artístico, brindando la oportunidad de que todo el mundo pudiera acceder con libertad y dejarse hechizar por la magia -convertida en matemática pura- de su diseño.

Porque San Juan de Duero, en el fondo, representa precisamente eso: el pensamiento mágico de una época considerada, generalmente, como oscura y salvaje, convertido en pura Ciencia. Matemática, Geometría y Astronomía, conforman, sin duda, las disciplinas que convierten esa pequeña parcela aledaña a la orilla del Duero, en un lugar único y privilegiado.

Entre la maravillosa factura de sus arcos, varios son los escritores que se dieron de bruces con la Diosa Inspiración, y cuyas historias, no por terribles, dejan de tener un considerable encanto, siquiera subyaciendo éste en el más puro romanticismo.

Tal es el caso, naturalmente, de Gustavo Adolfo Bécquer y su estremecedora leyenda 'El Monte de las Ánimas'. Dicho monte existe, en realidad, y hasta es posible que en la Noche de Difuntos la niebla, con las formas caprichosas que adopta en ocasiones, ayude a confundir sus jirones con las mortajas que ocultan los despojos de aquellos monjes guerreros que, siempre según la leyenda, murieron en una absurda y terrible carnicería.

Más romántico, incluso, será aquél que entre dichos jirones, vea el alma atormentada de Beatriz, vagando eternamente por haber inducido a su enamorado a encontrar una muerte horrible.

Pero serán muchos más los que hablarán de San Juan de Duero desde el fondo de su corazón, sin duda atrapados para siempre por los barrotes invisibles de esa cárcel de belleza que los maestros canteros medievales dejaron para la posteridad.

Lo repito y lo afirmaré siempre: nunca me canso de volver a los Arcos de San Juan.


Osona: iglesia románica de San Antonio



A unos treinta kilómetros de distancia de la capital, y aproximadamente a unos catorce de Berlanga de Duero, un pueblecito, Osona, pervive plácidamente bajo el cobijo de su iglesia parroquial, la cuál, de similar manera a otros pueblos de la provincia -como es el caso de Bordejé o incluso de Andaluz, por poner un ejemplo- llama la atención al verse desde la distancia. Fue así como la descubrí, mientras circulaba por la carretera comarcal SO-100 en dirección a Andaluz, teniendo como objetivo para ese sábado la espectacular iglesia de San Miguel, un hermoso ejemplar románico del siglo XII, digno de estudio y admiración.
Aunque el día había amanecido con un frío intenso, el sol me había acompañado desde que salí de Soria durante una gran parte de mi viaje, estando el cielo, no obstante, cubierto de espesos nubarrones que se apreciaban amenazadoramente hacia la parte de Berlanga, no presajiando nada bueno.
En efecto, apenas recorridos unos kilómetros, el día comenzó a volverse mohíno y gris; adusto y estepario. Con tales antecedentes, no me resultó demasiado extraño no encontrar en el pueblo apenas rastro de vida, si exceptuamos a un hombre que, calzando botas de goma y ataviado con un mono azul de trabajo, cargaba paletadas de tierra en una carretilla, a unos escasos cincuenta metros de la iglesia.
Hablando de ella, se puede decir que lo más destacado, sin duda, es el pórtico de la entrada, cuyos elementos ornamentales no dejan de llamar la atención, sobre todo por su intrincada y curiosa singularidad, que consiguen que el observador se haga mil y una cábalas en un intento desesperado por intentar desentrañar la totalidad o parte de su significado.
En efecto, no faltan motivos ajedrezados, vegetales y serpentiformes -muy característicos de este tipo y estilo arquitectónico- entre los que destacan, posiblemente por su extraña configuración, las pequeñas cabezas que surgen de la vegetación en cada una de las intersecciones de los capiteles.
Relativo a ellas, es una lástima el pésimo estado de conservación en el que se encuentran la gran mayoría. Aún así, en algunas todavía es posible vislumbrar unos rasgos que sugieren rostros de carácter animalesco o quizás -lo que parece más probable y no sería una excepción- de pequeños demonios.
Por otra parte, y mejor conservados en su conjunto, los canecillos que sobresalen por encima del pórtico, posibilitan una mejor descripción, aunque el sentido de su interpretación pueda dar pie a numerosas sugerencias, cualquiera de ellas posiblemente alejadas de la verdadera intención del artista, aunque pueden llegar a sacarse ciertas conclusiones, en vista a su expresividad.
Los modelos, en este caso, están basados en cabezas humanas y animales, abundando aquellas que, por sus características -la cota de malla y el casco, por ejemplo- denotan un sentido eminentemente guerrero.
En este sentido, destaca, por su gesto de extrema severidad, el rostro delgado, protegido por su casco, de lo que podría ser un jefe de cierta importancia; quizás un señor de la comarca, que contrasta con otro -situado no demasiado lejos- cuyos rasgos, gordezuelos y hasta cierto punto bonachones, pueden indicar su pertenencia a la soldadesca; a esas milicias populares que se reclutaban entre el vasallaje del territorio perteneciente al señor feudal y que constituían la verdadera fuerza de choque de los ejércitos medievales.
Junto a ellos, no es difícil encontrar -como decía anteriormente- representaciones animales; incluso demoníacas, se podría afirmar, que contribuyen a resaltar, en mi opinión, parte de la idiosincracia cultural y simbólica de la época -aproximadamente siglos XII-XIII en que se construyó la iglesia- inmersa en un mundo donde lo real y lo fantástico se confabulaban consiguiendo que ambos tuvieran visos de cotidianidad.
Terminado el escrutinio general -no sin antes haber observado parte del ábside, desprovisto de canecillos, a través de la verja del pequeño cementerio- aproveché la ocasión para preguntarle por el nombre de la iglesia, a una señora que, escoba en mano, había salido a barrer la puerta de su casa:
- La llamamos 'Cátedra de San Pedro' -me contestó, no sin cierta desconfianza cuando, aprovechando la oportunidad que se me brindaba, quise saber si se podía visitar la iglesia por dentro-. ¡Uf!. Aquí el cura es el que tiene la llave, y sólo viene de pascuas a ramos...
Abandoné el pueblo sin cruzarme con nadie más. Una vez sentado frente a la pantalla del ordenador, invoqué a la magia de Internet, tratando de localizar algún dato de interés. Fue así como descubrí, que en realidad, la iglesia se llama de San Antonio. Para entonces, el vídeo ya estaba preparado y subido en Youtube. Y en cierto modo, respeta la información que se me dio.