domingo, 22 de mayo de 2011

Ventosa: 'hogares neolíticos'

'Las casas sorianas de los pueblos de la cordillera carpetana son poco características. Unas constan de una sola planta, otras de dos. Según la relación del poblado con el sistema orográfico, se han distinguido en Segovia y Soria (así como en Guadalajara y en Madrid) cuatro clases de poblados: 1) pueblos de la parte llana y valles hondos y amplios con casas de ladrillos y adobes; 2) pueblos de las altiplanicies con casas de piedra y arcilla cocida, y ladrillo para limitar huecos y aristas; 3) pueblos asentados en las faldas de las montañas, barrancos y fallas, con casas de granito las más de las veces, y obra de cantería limitando los huecos y aristas; 4) pueblos asentados en las montañas con casas de mampostería en seco, con escasos huecos y muy bajas.

A veces hay excepciones en esta tierra poco benigna para el hombre...'.

[Julio Caro Baroja (1)]



No muy lejos de Miño de Medinaceli y de Conquezuela, prácticamente lindando con la provincia de Guadalajara, un pueblecito, Ventosa, sobrevive a duras penas, aunque fatídicamente golpeado por el fantasma, siempre irreverente cuando no terrible, de la despoblación. Al abrigo de una iglesia en relativo buen estado, que por otra parte no conserva, al menos que se pueda apreciar exteriormente, rasgo alguno de esa románica aventura artística que ha dado honra y fama a otros muchos pueblos de la provincia, si no más grandes al menos más afortunados geográficamente hablando, se localizan una serie de construcciones que, por su aspecto de abandono y ruina, indican bien a las claras éxodos presumiblemente dolorosos hacia otras tierras de promisión. La fortuna, el empecinamiento o cuando menos unas raíces difíciles de arrancar del terruño generacional, se me ocurren motivos más que suficientes como para que, también cercanas al polo magnético de la iglesia, varias casas, tres a lo sumo, denoten una habitabilidad que, a juzgar por la modernidad de los signos exteriores -antenas de televisión, así como un repetidor de telefonía en las inmediaciones- permanecen en el pueblo laborando día tras día, honrando la memoria de todos aquellos que ya no están.

Entre unas y otras, seguramente observemos que, de manera aislada o en conjunto, se ciñen perfectamente a cualquiera de las clasificaciones de hogar soriano tradicional estudiadas y comentadas por un antropólogo de la talla de Caro Baroja. Y no obstante, no puedo evitar preguntarme qué descripción hubiera hecho éste de haber conocido otro de los hogares, en tiempos característicos, que se localizan en la ladera de la formación rocosa sobre la que se asienta esta digna población: sus cuevas.

Cuevas que, aunque actualmente están habilitadas para albergar aperos de labranza, balas de heno y ganado -ovino, como se puede ver en las imágenes del vídeo- hubo un tiempo, relativamente cercano, en el que también sirvieron de albergue y hogar, constituyendo un testimonio vivo de hábitats humanos cuyos precedentes se remontan, cuando menos, a épocas neolíticas en las que el hombre alternó el nomadismo que le caracterizaba por un sedentarismo progresivo en un entorno que, aunque hoy día consideremos paramérico, fue en tiempos un auténtico vergel, a la vera de una laguna conocida por personajes relevantes de nuestra Historia, como el rey Alfonso X el Sabio.

Buena prueba de ello son los cientos, miles de fósiles que se localizan en los terrenos circundantes; fósiles muchos de ellos que en la actualidad se pueden ver decorando los hogares o las fuentes de pueblos cercanos, como Conquezuela, y que se remontarían millones de años en la evolución, a tiempos en los que en estas tierras, que fueron sol y sombra de un número indeterminado de culturas, hubo un mar interior.

No muy lejos de Ventosa, poco menos que al comienzo de una carretera que una veintena de kilómetros más allá desemboca en Sigüenza, una de las villas más señoriales de la provincia de Guadalajara, se localiza, así mismo, otro conjunto espectacular de cuevas, en cuyo laberíntico interior se han hallado vestigios de numerosos hábitats pertenecientes a diferentes épocas y culturas, que sirvieron, a la vez, de reducto de bandidos y posteriormente fueron ocupadas, durante la Guerra Civil, por el ejército republicano: las cuevas de Olmedillo.

Una zona, en definitiva, interesante y poco conocida, que conserva suficientes huellas de un pasado histórico rico y en el que cierto investigador de la Universidad de Valladolid, presentía en un futuro -que también es cierto, que a día de hoy no ha llegado- descubrimientos arqueológicos de la altura de Altamira.