martes, 23 de diciembre de 2008

San Juan de Rabanera y la portada de San Nicolás


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martes, 16 de diciembre de 2008

Seguimos haciendo camino


'La arena de los ciclos es la misma
e infinita es la historia de la arena;
así, bajo tus dichas o tu pena,
la invulnerable eternidad se abisma.
No se detiene nunca la caída.
Yo me desangro, no el cristal. El rito
de decantar la arena es infinito
y con la arena se nos va la vida'.
[Jorge Luis Borges]


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Despidiendo el Año
No creo en el pesimismo, aunque sí en el realismo. Por ello, estos versos de Borges me parecen adecuados, como ese entrante, ligero y volátil, que antecede siempre a una buena comida. El año está tocando a su fin, y es tiempo de hacer balance; tiempo de reflexionar y de poner sobre el tapete todo lo bueno y todo lo malo que nos ha brindado.
Para ser honesto, no puedo decir que el año 2008 se haya portado mal conmigo. Es cierto que me ha deparado algunas sorpresas desagradables y quizás no me haya dado todo cuanto deseaba. Pero ya lo dice el refrán: ante el vicio de pedir, está la virtud de no dar. El Camino, en mi caso, ha sido gratificante. Bien es cierto que he estado a punto de dejarme la piel en dos ocasiones y que el coche, ese viejo pero necesario compañero, me ha dejado sentado en la cuneta en una ocasión y fuera de juego un par de ocasiones más. Y no obstante, gracias a él, ¡qué momentos más gratos!. ¡Qué experiencias más gratificantes!.
Vuelvo a decirlo, ha sido un buen año. Soria, y más allá de sus fronteras Guadalajara, Segovia, Cuenca, Aragón, Asturias y Cantabria me han deparado momentos insuperables, muchos de los cuales he intentado exponer -no sé si con acierto- a lo largo del tiempo, tanto en éste como en los otros blogs. Momentos que conllevan experiencia, reflexiones y conocimiento; y que gracias a ellos, he podido conocer a multitud de personas a las que puedo llamar, con orgullo, Amigos.
Aunque es un deseo general para todo el mundo, es precisamente a vosotros, queridos Amigos, a quienes va dirigida la presente felicitación navideña y mis mejores deseos de que el año en puertas os depare toda la dicha y toda la felicidad que os merecéis.
Pero me quedaría un ácido sabor en la boca si no hiciera mención a dos personas muy especiales, cuya ayuda y cuya sabiduría nunca podré agradecer bastante.
Por supuesto, me refiero a Óscar, que este verano cruzó los Pirineos buscando un futuro mejor, y también a Juan Koborrón, el bueno de JK, que se encuentra en vísperas de hacerlo, buscando ese futuro mejor bajo los cielos de África.
A vosotros, Amigos, mi más profundo respeto y mis más sinceros deseos de Prosperidad y Felicidad.
Desde las páginas de Soria se hace camino al andar, os deseo a todos una muy Feliz Navidad y un Próspero y Venturoso Año Nuevo 2009.

viernes, 12 de diciembre de 2008

domingo, 7 de diciembre de 2008

Solitaria y entre brumas

Sábado, seis de diciembre. Madrugada, como es natural. Dispuesto a afrontar una nueva aventura: un viaje místico, romántico, buscando esa magia románico-gótica de los monasterios cistercienses; deseando empaparme de lugares legendarios y fascinantes, como el Moncayo y sus alrededores. Soñando con reencontrarme con Gustavo Adolfo Bécquer en el Monasterio de Veruela y descubrir el sortilegio que puso alas en su imaginación, aún presintiendo cercana su muerte.
Pero antes, quería reencontrarme con unos viejos amigos; saludarles en paz y en silencio; aspirar parte, también, de esa magia que me cautivó hace tantos, ¡tantos años ya!.
He aquí, pues, tal y como me los encontré: adormilado y triste él, solitaria y entre brumas, ella.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Soledades de Medinaceli

'En el momento presente, mi vida es una sinfonía compuesta de tres movimientos distintos: "muchas personas", "algunas personas" y "casi nadie"...'.
[Paulo Coelho: 'Ser como el río que fluye']

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La aventura había comenzado como siempre: diana a las 6 de la mañana; unos minutos de calentamiento para no reventar el turbo del coche; el llenado del depósito en la gasolinera habitual y la compra de una botella de 'aquarius' para mitigar la sed del camino; unos minutos para tomar un café y comprar tabaco en el bar de siempre, cuyo nombre curiosamente no recuerdo y para nada me importa, pero cuyas señas son inolvidables, pues en él se dan cita todos los juerguistas de Vallecas en retirada, y en el que paro porque se encuentra de camino hacia la M-40.
Una vez en ella -el tráfico era escaso- reconozco que miré con cierta nostalgia el desvío hacia la nacional II, la de Barcelona, que tan conocido me es, continuando mi camino en dirección a Burgos, siendo todavía de noche.
Una hora más tarde, una fina llovizna y algunos bancos de niebla, me sorprendieron en las cercanías del puerto de Somosierra, y sin saber muy bien por qué -quizás por haberlo leído recientemente- me vino a la memoria aquél episodio de la Guerra de la Independencia, cuando los ejércitos franceses avanzaban hacia Madrid en unas condiciones climatológicas tan terribles, que muchos soldados gritaban entre el fragor de la ventisca animando a sus compañeros a pegarle un tiro a Napoleón.
No obstante, el ruido de campanas del GPS, advirtiéndome de la proximidad de un radar, me obligó a centrar mi atención en el panel de la velocidad, manteniendo ésta en los 80 kms/h reglamentarios para aquél tramo, situado recién salido del túnel.
Algunos kilómetros más adelante -en el 105, si no me falla la memoria- y tomando el desvío hacia Riaza, recordé, también, que por las cercanías solía poner controles la Guardia Civil -la última vez, una piedra recogida meses antes en Tiermes y olvidada en uno de los bolsillos del anorak levantó las suspicacias de la Benemérita- y como tampoco llevaba ninguna prisa, extremé las precauciones, manteniendo una velocidad prudente y acorde con la señalización de la vía.
En un principio, sólo el paisaje alteraba mi soledad. Pasados unos minutos, sin embargo, varios vehículos me pasaron a una velocidad tal, que inmediatamente centré mi atención en el espejo retrovisor, temiendo que el mismisimo diablo viniera por ahí detrás y se estuviera preparando para echarme el guante. No viendo rastro alguno de tan funesto personaje -no hace mucho, leí en alguna parte que éste últimamente andaba bastante ocioso, porque ya nos encargábamos los hombres de hacer su trabajo-, continué mi viaje tranquilamente, no tardando mucho en dejar a un lado la población de Riaza, mientras acortaba la distancia que me separaba de Ayllón y Maderuelo, poblaciones en las que deseaba centrar mi atención.
Un cielo turbio, de aspecto tristón y ceniciento, se cernía sobre Ayllón. A juzgar por el estado de humedad y los charcos que se apreciaban en el adoquinado de la Plaza Mayor, supuse que la lluvia había estado presente durante la noche del viernes, e interiormente rezé porque aguantara y no me fastidiara el viaje.
Había mucho que ver en Ayllón, desde luego, pero en el fondo, creo que lo más extraordinario -aparte de la mencionada Plaza Mayor- lo constituye la iglesia románica de San Miguel; la iglesia barroca de Santa María la Mayor -en cuya construcción se malograron las demás iglesias románicas que existían en la villa-, la Torre Martina, con forma de molar dominando la ciudad desde el punto más alto, y la antigua casa palacio del obispo Vellosillo, actualmente convertida en el Museo de Arte Contemporáneo, así como el pasear entre sus calles, las paredes de una gran mayoría de cuyos edificios, destila aún un inolvidable sabor medieval.


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Las Edades del Hombre vuelven a Soria

Apenas queda un mes para decir adiós a este año 2008, que es de preveer -exceptuando la crisis mundial, provocada en su mayor parte por esa desmesurada gula inmobiliaria y esa rapiña crediticia promovida por bancos y entidades de ahorro- habrá deparado un balance muy personal a cada uno, entre cuyos activos figuren alegrías y decepciones, las cuales, espero, no constituyan motivo suficiente para hacer que no cejemos en el empeño y miremos al futuro con optimismo y confianza.
Como no he nacido con las dotes adivinatorias, pongamos por ejemplo, de Rappel, no me atrevería a hacer aquí ningún tipo de pronóstico. Pero, dado que algo tan importante y que tan grata aceptación ha despertado a nivel nacional -e incluso internacional, si me apuran- como son Las Edades del Hombre, me atrevería a decir que el próximo año será para Soria un año venturoso, pues en sus tierras, y más concretamente en dos de los lugares más emblemáticos de la provincia, como son la ermita de San Baudelio de Berlanga y el claustro románico de la Concatedral de San Pedro, algunos esperamos asistir a esta nueva edición, que no me cabe duda -y a pesar de la dichosa crisis- atraerá gran número de visitantes.
Inserto a continuación, una alerta de El Heraldo de Soria, que saltó en mi buzón hace un par de días, y en la que, entre otros pormenores, informa del acontecimiento. Vergüenza me da decirlo, pero todavía no he visitado la ermita de San Miguel de Gormaz, que también formará parte del evento, como sede externa:

Edades del Hombre
'Paisajes de interior' en la concatedral soriana

'Paisaje interior' es el título de la exposición que podrá verse durante el próximo año en la concatedral de San Pedro, incluirá como sedes externas la ermita de San Baudelio, en la localidad de Casillas de Berlanga, y la ermita de San Miguel de Gormaz, cuyos trabajos de restauración han sido terminados recientemente por el Gobierno regional.El cartel de la muestra refleja la imagen de una columna palmera de la ermita soriana de San Baudelio, una fotografía interior del templo. Además, en las paredes de San Baudelio se encuentra representado el logotipo de Las Edades del Hombre, de forma que hace referencia a los comienzos de la exposición.Esta exposición reunirá en torno a 180 obras, todas ellas de las diócesis de Castilla y León que podrán contemplarse desde mayo hasta diciembre de 2009 en la concatedral de San Pedro de Soria.Contará con dos partes. La primera de ellas constará de cinco capítulos, que se desarrollarán en la nave del templo, mientras que la segunda estará centrada en el claustro de la concatedral.El primer capítulo justificará que esta edición se celebre en la capital soriana por varias razones como son el cincuenta aniversario de la elevación de la Colegiata de San Pedro al rango de concatedral, por ser Soria la única capital de la comunidad por la que todavía no ha pasado esta muestra y por el noveno centenario de la muerte del obispo que restauró la Diócesis, San Pedro de Osma. Tras esta introducción, se recogerán en cuatro capítulos las ideas que desarrollan el tema del 'Paisaje Interior', y en cuanto a la segunda parte, en el claustro, será una explicación del sentido de este punto y del arte románico que introdujo en la comunidad, y al mismo tiempo, servirá como recopilación de un ciclo de exposiciones por las catedrales de las diócesis castellano y leonesas.La fe, vivencias y devociones son algunos de los valores que transmitirá al visitante esta nueva exposición en los 2.300 metros cuadrados reservados dentro de la nave principal y el claustro de la concatedral de San Pedro.El Patronato de la Fundación 'Las Edades del Hombre', integrado por los once arzobispos y obispos de la Diócesis de Castilla y León, designó oficialmente al actual delegado diocesano de Patrimonio de Osma-Soria, Juan Carlos Atienza, comisario de la exposición que se celebrará en Soria en 2009. El responsable, de 47 años y natural de Atauta, cursó sus estudios en el seminario diocesano de El Burgo de Osma (Soria), Burgos y Roma, para ordenarse en 1984.En 1997 la Exposición de El Burgo de Osma llevó por título La ciudad de los seis pisos y fue un recorrido cronológico en seis etapas por la historia de la Diócesis de Osma-Soria. El guión también explicaba qué es una diócesis y la misión del Obispo en su cátedra. Se cumplen 20 años desde que Las Edades del Hombre presentara su primera exposición, 'El Arte en la Iglesia de Castilla y León', celebrada en la Catedral de Valladolid en 1998. Desde entonces y hasta el próximo año, el arte religioso de Castilla y León ha recorrido todo el mundo, desde Astorga hasta Nueva York pasando por Amberes, Salamanca o León.

lunes, 24 de noviembre de 2008

De portadas para afuera: la rosa románico-gótica de El Burgo de Osma

'La Catedral Románica, comenzada por San Pedro de Osma, tuvo corta existencia, pues, en el siglo XII, fue casi totalmente destruída, para levantar la gótica, amasada con las ruinas sacrificadas de aquélla...'.
[José Arranz Arranz: 'La Catedral de El Burgo de Osma', guía turística, editada por el Ilmo. Cabildo de S.I. Catedral, 1995]

Sus orígenes son humildes, románicos, remontándose en el tiempo a los siglos XI y XII. Posiblemente, ya naciera en los sueños de San Pedro de Osma, acunados cuando aún éste predicaba en una ermita de la cercana ciudad de Uxama -se supone- y cuyos restos todavía no han sido localizados. De desigual fortuna en la vida, y de similar manera a como acontece con los seres humanos, la catedral de El Burgo de Osma fue medrando desde sus orígenes, aumentando sus dimensiones, su fortaleza, su aspecto y su poder con el paso de los años.
Diferentes estilos fueron sucediéndose, pues al primigenio románico pronto le siguió el gótico, el barroco, el renacentista...hasta llegar a nuestros días, convertida en una auténtica Fortaleza Artística, salvaguardada por docenas de cámaras y visitada anualmente por miles de turistas, las huellas de los flashes de cuyas cámaras -siempre furtivas en el interior- aún parecen iluminar, en parte, la fría solidez de sus milenarias piedras.
Como rosa mística de conocimiento -portadora, entre otros, de ese arte goético que tanto apasionaba a Fulcanelli- la catedral mantiene incólume el reto encaminado a descifrar sus secretos, sus infinitos misterios; constituyen estos las espinas de la rosa; esas con las que se topan constantemente historiadores y curiosos, los mismos que recogen el guante lanzado por esas figuras, por esos símbolos en apariencia perfectos, pero también grotescos, que les contemplan incólumes desde esa otra realidad pétrea que el cantero cinceló, posiblemente con la mejor de sus intenciones, y nunca mejor dicho, perdóneseme la redundancia.
Esto me trae a la memoria, una pequeña anécdota que me aconteció el sábado pasado en Ayllón. En la misma puerta de la iglesia barroca de Santa María la Mayor -en realidad, se trata de un híbrido, pues en su construcción se utilizó la piedra de gran número de iglesias románicas, cuya huella aún se puede ver a poco que uno se de una vuelta observando sus muros- le pregunté al párroco -que previamente y con gran amabilidad me permitió sacar algunas fotografías en el interior- si conocía algunas casas antiguas encima de cuyo umbral se observaran 'símbolos extraños'. Con una sonrisa, no desprovista de una gran amabilidad, también, me contestó que no. Pero refiriéndose a los símbolos, me dijo:
- Los símbolos nunca son extraños; simplemente, ocurre que a veces no los entendemos.
He ahí la cuestión.
Generalmente, cuando nos detenemos a admirar la estética de estos auténticos centros pétreos de Cultura y de Saber -así, tal cuál, con mayúsculas- enseguida nos vemos deslumbrados por una visión generalizada y de conjunto. Pocas, muy pocas veces nos detenemos a observar, fijando nuestra atención en los pequeños detalles.
En ocasiones -sobre todo si hemos planificado de antemano la visita- portamos, junto con las cámaras y el cuaderno de notas, una guía que nos 'oriente', pero que raras veces satisface con garantías nuestro deseo de profundizar, de ir más allá de lo frío, estricto y oficialmente establecido.
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domingo, 23 de noviembre de 2008

Pueblos fronterizos: Castillejo de Robledo

En realidad, la ruta que tenía prevista para ayer, se basaba en tierras segovianas, y más concretamente, en las poblaciones de Ayllón y Maderuelo. En Ayllón, porque es una de esas poblaciones castellanas que aún conserva un regustillo medieval con que a veces deleitar ese paladar romántico que tiene todo viajero soñador y en Maderuelo porque, amante del Arte y perquisitore de huellas templarias, tenía que intentar entrar en esa humilde y pequeña ermita del siglo XII, denominada, también, de la Vera Cruz cuyas importantes pinturas, son hoy día admiradas en el Museo del Prado, junto a las de San Baudelio, por miles de personas.
Como en el fondo soy un nostálgico, y teniendo en cuenta que apenas me hallaba a una decena de kilómetros de la frontera soriana y otro lugar no ajeno a la historia de estos singulares caballeros, una vez finalizada ésta rápida visita a Maderuelo -y digo rápida, porque la próxima he de planearla con más tranquilidad, valorando los datos que ahora poseo- me dije: '¿por qué no?. Así podré comprobar cómo van los trabajos de restauración de la iglesia románica de Nª Sª de la Asunción'. Dicho y hecho.
He de decir, por otra parte, que los trabajos de restauración de la iglesia van despacio, después de un largo año, y todavía ronda largo para su apertura al público. No obstante, cuando ésta se lleve a cabo, recomiendo su visita, interese o no el tema del Temple y la frenética actividad sexual desplegada en dos de los canecillos de su ábside, pues por dentro éste, no me cabe duda, no defraudará a nadie.
Como complemento, ofrezco una panorámica de la belleza de este pueblo fronterizo, cuya historia es larga y dulce al paladar, como el sabor incomparable de sus vinos. Además, es Ruta Cidiana.


Crónicas del nuevo cerco a Numancia


La nueva tragedia de Numancia, que hace un tiempo parecía pasar ligeramente desapercibida entre los medios de comunicación, pues si bien éstos informaban, no lo hacían con la frecuencia necesaria y con todo el rigor que -en mi opinión- debieran, parece estar dando un giro positivo. De un tiempo a esta parte, he podido observar un aumento de noticias referentes a los proyectos tendentes a enturbiar y malograr un entorno que, dada su importancia histórica y arqueológica, debería de ser unilateralmente protegido frente a los vergonzosos monopolios promovidos por los Señores del Ladrillo.
La nueva tragedia de Numancia, como digo, se hace eco en los medios de comunicación, coincidentes, por regla general, en comentar una barbarie que -a juzgar por el enconamiento de la Junta y el Ayuntamiento de Soria- hace sospechar en la posible existencia de oscuras motivaciones subterráneas, rayanas en la ilegalidad.
Quizás influídos por la manera en que se van desarrollando los acontecimientos durante estos últimos meses, la Comisión de Medio Ambiente del Ayuntamiento -quizás para cubrirse unas espaldas, que desde luego en este caso ya tiene bastante mojadas- ha solicitado un informe a la Universidad de Valladolid acerca del impacto que causará la macrocárcel en el entorno de la Laguna y de Valonsadero, sospechosamente algún tiempo después de que el proyecto urbanístico en torno a Numancia llegara a la Comisión Europea.
Esperemos que finalmente los periódicos se hagan eco, también, de la marcha atrás de los nuevos Escipiones y Numancia conserve el valor y los privilegios inherentes a su antigua y ejemplar historia.

martes, 18 de noviembre de 2008

El Espino

'Aunque el tesoro esté enterrado en tu casa, sólo lo descubrirás cuando te alejes'
[Paulo Coelho]


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La ermita de la Virgen del Espinar
Se encuentra situada a las afueras del pueblo, algunos metros por encima de la carretera general que, serpenteando entre montes y colinas, recorre un extenso tramo de la ruta denominada 'de los torreones'. A través de ella, se puede acceder a las cercanías de las ruinas de San Adrián -ruinas que se piensa pertenecieron a una encomienda templaria y que desde el pueblo de El Espino se localizan en una pradera rodeada de robles- así como a la necrópolis celtíbero-visigoda de los Castillejos. No muy lejos, se encuentra también el despoblado de Masegoso, del que, al preguntar en el pueblo, lo primero que sale a relucir acerca de él, es la leyenda asociada de la pérfida mujer que envenenó las aguas, matando a todos los habitantes. Esta leyenda, no deja de constituir un elemento curioso, pues, coincidencia sospechosa, se localiza también en otra zona eminentemente templaria: Ucero y el entorno del Cañón del Río Lobos. En éste caso, referida al desaparecido pueblo de Valdecea. Hay, como digo, elementos coincidentes demasiado sospechosos como para pensar en una simple casualidad; dichos elementos, a saber, son los siguientes:
1º.- Ambos están ubicados en zona templaria.
2º.- Un despoblado y un pueblo desaparecido, sobre los que se basa similar leyenda.
3º.- Dos ermitas -las únicas en la provincia, me atrevería a decir- que están bajo la advocación de un santo con evidentes connotaciones esotéricas y muy querido por el Temple: San Bartolomé.
Por supuesto, la ermita de la Virgen del Espinar, se halla permanentemente cerrada. Y tal y como ocurre con la ermita de San Bartolomé, ubicada dentro del pueblo, su acceso al forastero es un auténtico reto.
Tampoco, en este caso, existen marcas o simbología alguna, a excepción de un escudo -situado por encima del pórtico de entrada- en el que se perfila, con toda nitidez, a pesar de la pintura blanca que lo recubre, un águila bicéfala.
Por el nombre, es previsible imaginar la importancia que puede tener la imagen -caso de continuar alli, o estar custodiada en cualquier otro lugar del pueblo- de la Virgen del Espinar. Baso tal afirmación, porque como tuve ocasión de comprobar, la zona no ha estado a salvo de los robos.
Por otra parte, me resulta muy curioso -cuando no inconcebible- el detalle de que Antonio Ruiz Vega, en el artículo de la revista Mundo Desconocido mencionado en anteriores entradas, no mencionara esta ermita, pues tal y como se ha hecho constar en el prólogo relativo a la ermita de San Bartolomé, el detalle es sumamente importante.
Poco más se puede decir de ella, sin la oportunidad de poder ver y estudiar su interior -que con toda probabilidad, es muy posible que guarde detalles de interés- a excepción de la 'curiosa' distribución pentagonal -he aquí un dato de vital trascendencia- que se observa en su estructura. ¿Estamos hablando de otra casualidad?. Me temo que no, independientemente de la fecha de construcción de la referida ermita, la cuál, en este preciso momento, ignoro. Habrá que esperar, no obstante, a la consecución de nuevos datos que arrojen alguna luz con la que comenzar a hacer nuevas conjeturas.


lunes, 17 de noviembre de 2008

El Espino

'No desestimes, por tanto, la advertencia que hacíamos al inicio del libro, y recuerda: al introducirte en nuestro cuaderno de bitácora -a fin de cuentas, eso es este libro- te estás adentrando en un terreno desestabilizador. Muchos de tus dogmas serán puestos en la picota, al tiempo que algunas de tus sosprechas recibirán la confirmación que tanto tiempo llevabas esperando. Si decides acompañarnos, no te saltes ningún tramo, pues todos encierran alguna enseñanza. Y cuando termines de leer, no dudes ni un instante: prepara un equipaje ligero, un buen cuaderno de notas y lánzate a recorrer un país lleno de pistas que te llevarán hacia aquéllos ("los de arriba") que manejan nuestros hilos.
Será entonces cuando descubras las claves de nuestra España extraña.
Palabra.'
[Javier Sierra y Jesús Callejo: 'La España extraña', Ramdon House Mondadori, S.A., 1ª edición, febrero 2008]


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La ermita de San Bartolomé

Esta curiosa ermita, que por su estructura y orientación, puede recordar algo más que vagamente a la vecina ermita de San Caprasio, se encuentra situada al final del pueblo, anclada profundamente en un alto del terreno, desde el que se domina el contorno a su alrededor. Este se compone, básicamente, de parameras y alguna que otra pequeña extensión de tierra de labor, convenientemente señalizada por los surcos del arado. Algunos metros la separan de las casas más postrimeras y adosada a ella, por su lado orientado hacia el este, el pequeño recinto funerario local, con cuyos deudos la muerte se ha llevado, seguramente, el mejor testimonio oral que pudiera encontrarse acerca de la historia y los misterios del lugar.
Al contrario que su homóloga en la provincia, aquél pozo de belleza y misterio enclavado en pleno corazón del Parque Natural del Cañón del Río Lobos, la ermita espinense de San Bartolomé, no revela nada -al menos en el ámbito de su estructura exterior-, que asegure la importancia que tuvo la zona en aquéllos oscuros tiempos de la Reconquista, en los que los cascos de los caballos de la caballería templaria hendieron orgullosos su tierra, estableciéndose en ella.
Como pude comprobar al visitar las ruinas de la ermita de San Caprasio, en Suellacabras, aparte de estar bajo la advocación de otro santo poco grato -o suavizando algo la cuestión, incomodo- a la Iglesia, la ermita de San Bartolomé no tiene ninguna simbología; ninguna señal -siquiera una simple marca de cantería- sobre la que especular y aventurar algún comentario, por muy hipotético que éste pudiera resultar. Los canecillos de su ábside están completamente lisos; completamente mudos. Se echa de menos en ellos la vida que el cantero medieval, seguramente por encargo expreso, decidió no insuflar, impidiendo, de ese modo, que la piedra -al contrario que la gran mayoría de construcciones de índole románica- hablara.
Tal vez en el interior, exista alguna referencia, algún detalle que establezca la relación entre el lugar y esos frates milites, que tanto ansía encontrar el investigador interesado. Pero, por el momento, se trata de una tarea ardua y difícil, cuando no imposible, pues la desconfianza hacia el forastero -no diría yo que injustificada- está a la orden del día.

El Espino


'Este pueblecito se halla actualmente en trance de despoblación. Nos ofrece dos enigmas: el primero es su mismo nombre: El Espino. Nos dice Charpentier que las encomiendas templarias se situaban en Francia muy a menudo en las proximidades que se llamaban, o pasaban a llamarse, la Espina o el Espino. Este símbolo parece tener un origen alquímico aunque su más inmediato antecedente lo tendríamos en las leyendas celtas de Irlanda. La cercanía de las ruinas de San Adrián -de muy posible adscrición templaria- podrían confirmar esta idea. El otro dato interesante es la existencia de una ermita de San Bartolomé. Santo éste perteneciente a la nómina de los santos mistéricos. Se sabe que predicó en la India y que los cátaros lo adoraban en los montes cercanos a Montsegur. En la misma Soria existe otra ermita dedicada a San Bartolomé que es uno de los elementos mas inequívocos de la arquitectura esotérica de la provincia de Soria. Este otro San Bartolomé, en el valle del río Lobos, fue encomienda templaria'.
[Revista Mundo Desconocido, Nº53, noviembre 1980. Antonio Ruiz Vega: 'La Sierra de los 7 Infantes', página 42]

1

El pueblo

Situado entre montes y colinas batidas constantemente por el viento, en las postrimerías de la Sierra del Madero y a 4 kilómetros escasos de Suellacabras, parece mentira que éste pequeño pueblecito, El Espino -al que hace 28 años Antonio Ruiz Vega en su artículo, como vemos, ya vaticinaba un cercano despoblamiento- continúe todavía en pie, aunque también es cierto, que con mínimas señales de vida. Éstas se reducían, cuando llegué -pasaban algunos minutos del mediodía- a varios perros que rondaban servilones alrededor de un enorme tractor americano -marca John Deere, para más señas- cuyo motor estaba y el conductor permanecía de espaldas en la cabina.
Entonces no lo sabía, pero aparqué el coche junto a la puerta de la que había sido la vivienda del hombre más rico del pueblo, y ahora era una casona desvencijada, herida por el tiempo, cuya fachada -para no ser menos que algunas casas de Suellacabras- mostraba algunos símbolos interesatnes, entre ellos -¡cómo no!- una cruz templaria o paté.
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domingo, 16 de noviembre de 2008

Suellacabras: el Arroyo Malo y la Cueva Molino


'Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua'.
[Jorge Luis Borges]

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Suellacabras: ermita en ruinas de San Caprasio

'Hay algo también en los sencillos y austeros rasgos del paisaje español, que imprime en el alma un sentimiento de sublimidad. Las inmensas llanuras de las dos Castillas y de la Mancha, que se extienden hasta donde alcanza la vista, llaman la atención por su auténtica aridez e inmensidad, y poseen, en sumo grado, la solemne grandeza del océano...'.
[Washington Irving: 'Leyendas de la Alhambra']

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Hubo una voz anónima que dijo en cierta ocasión, sin duda alguna sintiéndose sorprendido por uno de esos singulares e inesperados momentos de lucidez con que a veces la Diosa Razón nos obsequia, que 'los amigos de la verdad son aquellos que la buscan y no aquellos que presumen de poseerla'. Yo en modo alguno presumo de poseerla, pero sí puedo presumir, al menos, de buscarla. Y la busco, quizás siguiendo el consejo -sólo el tiempo dirá si acertadamente o no- de José Ortega y Gasset: 'quien quiera ver correctamente la época en que vive debe contemplarla desde lejos'. Porque, en efecto, no importa lo lejos que tenga que ir uno -incluso remontándose en el tiempo-, cuando sabe que el viaje merece la pena. Tan lejos de Madrid, que son necesarias al menos tres horas de viaje, Suellacabras -como ya apunté en una entrada anterior- es un pueblo que guarda tantos misterios, y todos envueltos por las sublimes nieblas del tiempo, que cualquier inversión de éste, en mi opinión, nunca será una inversión perdida.
No me cabe duda de que Soria es una tierra de misterios. Una tierra, por tanto, y a pesar de los pesares, que atrae. No en vano fue musa de escritores cuyos nombres constituyen hoy día parte de los pilares de la Literatura Universal, cuyos nombres todos conocemos; también de otros, actuales, tanto o más prolíficos en cuanto a obras publicadas, pero menos laureados que, como Juan José Benítez y en un periplo de sus más de cien mil kilómetros tras los OVNIs, situó parte del entramado de una de sus novelas más conocidas -La Rebelión de Lucifer- en el pueblecito soriano de Sotillo del Rincón.
Aún no he tenido el gusto de conocer este pueblo, situado al noroeste de Soria, en las cercanías de la llamada Sierra Cebollera y comprobar si el reloj de la torre del Ayuntamiento no ha dejado de funcionar desde 1984, año en el que Benítez escribió su novela, afirmando que lo hizo de una forma poco menos que milagrosa, pues llevaba muchisimos años estropeado. Pero estoy seguro de que si éste hubiera pasado por Suellacabras, tal vez hubiera cambiado el emplazamiento de su novela y lo hubiera situado en ese enigma de difícil solución que es la ermita en ruinas de San Caprasio, sustituyendo el reloj por el sonido de unas campanas inexistentes, y por lo tanto, fantasmales. También, porque en Suellacabras no hay Ayuntamiento, propiamente hablando, aunque sí una alcaldesa -Feli Gómez- cuya vitalidad y entrega ya quisieran para sí más de un alcalde de los pueblos de alrededor.
Sin duda, la mañana del sábado no fue una mañana ociosa para Feli. El día, a medida que avanzaba, se le complicaba por momentos, amontonándosele las obligaciones. Y si no fuera por ese valor, por ese empuje y esa amabilidad de cuya constancia ya tengo sobrada cuenta, una de dos: o se hubiera tirado de los pelos con desesperación o hubiera mandado a hacer puñetas a ese madrileño pesado que venía a molestarla en un momento tan inoportuno. Ni una cosa ni la otra: Feli pasó la prueba con una merecida nota de sobresaliente, que ya me hubiera hecho falta a mi en mis tiempos de escuela.
La vida de la alcaldesa de Suellacabras, como digo, es un continuo trajín. Sus múltiples ocupaciones, aparte de aquéllas consecuentes con su cargo, se basan en las tareas domésticas, el ganado caprino -que tenía en aquéllos momentos abandonado por el monte- y quizás la que mayor tiempo le resta, y en el fondo, posiblemente sea la menos agradecida de todas: atender el bar del Centro Social y suplir las necesidades de unos parroquianos desesperados por desayunar.
Situado enfrente de la iglesia de el Salvador, la fachada de éste aún conserva una placa y una fecha, 1869, que dan cumplida cuenta de su primigenia función: Escuela Nacional.
Cuando llegué a Suellacabras, aparcando el coche en la misma puerta del Centro Social, sito al comienzo de la calle dedicada a su ilustre vecino Don Juan Caprasio Ruiz González, el bar todavía estaba cerrado. La puerta, no bostante, estaba abierta, y en su interior un longevo suellacabrense manipulaba algunos sobres de correo con manos temblorosas. Después de los saludos de rigor, y vistas frustradas mis intenciones de tomar un café, le pregunté si aún quedaba algo en pie de la antigua ermita de San Caprasio. Dada su respuesta afirmativa, y recordando la fotografía aparecida en el artículo que Antonio Ruiz Vega escribió para la revista Mundo Desconocido hacía la nada despreciable cantidad de 28 años, le pregunté si aún se mantenía en pie la espadaña de la iglesia, pues se trataba del mejor símbolo, sin duda, para reconocerla.
El viejete sonrió ladino, y juntando la correspodencia que debía entregarle a la alcaldesa, se levantó de la silla, comentando irónicamente:
- ¿Es que piensas restaurarla tú?.
- Si pudiera, no me importaría, -le contesté, recordando, aún sin saber exactamente el verdadero estado en el que se encontraba la ermita -de la que no esperaba ver mucho, sinceramente-, que iglesias posiblemente más ruinosas se estaban levantando de nuevo. El ejemplo más significativo lo teníamos en la iglesia románica de Alcózar.
Bajando por la calle ya mencionada de Don Juan Caprasio Ruiz González, nos dirigimos a casa de la alcaldesa -el viejo con la correspodencia 'oficial' en la mano-, mientras me explicaba cómo llegar a las ruinas de la ermita, pues éstas se encuentran situadas a una distancia aproximada de 1 kilómetro del pueblo.
Con la confianza implícita a las pequeñas comunidades rurales, el viejo se coló en la casa de la alcaldesa a través del portón del garaje, mientras yo esperaba en el exterior, preguntándome si Feli me reconocería, pues mi aspecto había cambiado desde nuestro primer encuentro, cuando las greñas me conferían una imagen beatlemaniana cercana a la del desafortunado John Lennon.
- ¡Pero qué quiere!..., -escuché la voz de ésta, ligeramente alterada. Estoy poniéndole ahora el desayuno a unos invitados...
Reconozco que en un principio me sentí ligeramente cohibido. Sobre todo, porque soy una persona muy respetuosa con el tiempo de los demás y también perfectamente consciente de que éste precisamente no sobra en las pequeñas comunidades rurales. Mucho menos, desde luego, a esas horas de la mañana.
Feli me reconoció enseguida. Después de unos breves minutos de conversación, en los que le expuse mi deseo de visitar la iglesia de el Salvador, pensando que allí encontraría algún rastro del enigmático San Caprasio -el viejo me había comentado que las 'cosas' de la antigua ermita 'estaban en la iglesia', aunque no especifió en cuál- ésta, aún disculpándose por su falta de tiempo, accedió a mostrármela, citándome alrededor de las once, mientras yo aprovechaba el lapsus visitando la ermita en ruinas de San Caprasio.
- Tienes como unos veinte minutos andando, -me explicó. No tienes pérdida. Baja por aquí y sigue el primer camino que te encuentres a la derecha. Después de pasar un puente de piedra, sigue caminando y al poco verás la ermita.
Desde luego, el día se prestaba al paseo. Hacía fresco, sin duda, pero el calor que proporcionaba aquél sol, cuyos rayos se expandían entre medias de las ramas de los árboles del bosquecillo cercano, proporcionaba una agradable sensación de bienestar, que animaba a seguir adelante.
A la altura de la perrera -seguramente no exista en el mundo animal más fiel, pero tampoco más escandaloso y gruñón que el perro- el camino, llano hasta entonces, se prolongaba en un descenso, al final de cuya curva no tardé en divisar el primer puente -después comprobé que había otro- cuya sencilla estructura se levantaba peremne sobre las perezosas aguas del Arroyo Malo. Unos metros más allá de ese punto, donde el camino volvía a adquirir una pequeña pendiente, no tardé en divisar las ruinas de la ermita, situadas en la parte más alta de un pequeño promontorio.
Para ser sincero, la mole que apareció ante mis ojos me hizo pensar en lo equivocado que había estado, suponiendo que quizás no encontraría piedra sobre piedra, como así hacía suponer la foto aparecida en el artículo de Antonio Ruiz Vega. Desde luego, y aún visto en la distancia, aquél edificio religioso parecía más un pequeño priorato monacal, de relativa importancia en el pasado, que una simple ermita rural. Ahora comprendía las afirmaciones del viejo, cuando me comentó que hubo un tiempo en el que incluso acogió a una pequeña comunidad de monjas.
No hay un camino, propiamente dicho, para subir al promontorio donde se levanta la ermita. Dadas las caracteristicas del terreno, hablamos de una especie de pequeñas terrazas, donde la piedra hace de parapeto y en el firme formado por la arena, hierba y arbustos se disputan protagonismo a su antojo. Una vez situados en una pequeña pradera, donde la hierba -salvaje y alta- aún conserva el color albino de los meses de verano, llama la atención la placa situada sobre la puerta de entrada, que dice escuetamente: ermita de San Caprasio. Unos centímetros por encima de ésta, y grabadas en la piedra con letras mayúsculas, dos palabras superpuestas, recuerdan a nuestro personaje y el cargo que ostentó: 'Caprasio Abad'.
Aún sin penetrar todavía en el interior del recinto, y más concretamente en la nave de la iglesia, uno no puede evitar preguntarse por qué se dejó perder ésta singular ermita. Después, una vez traspasado el umbral, y enfrentándose a la pequeña amazonia, que cuál ejército invasor, ha tomado el lugar donde una vez los bancos albergaron a multitud de fieles que acudían a rezarle al santo con esperanza y devoción, resulta imposible no sentirse como en el castillo encantado de la Bella Durmiente, donde las enredaderas parecen, incluso, haber detenido el tiempo en aquél preciso e infausto momento en que las sandalias del último monje se alejaron para siempre del lugar.
La nave no tiene techo. Hace años que el armazón de madera -sin duda, mortalmente herido por el tiempo y las termitas- claudicó al peso de las tejas. Resulta imposible, por tanto, precisar en qué momento el tejado dejó de albergar los frágiles nidos de unas aves, cuyo vuelo en la actualidad se remonta por encima de las copas de los árboles más altos, situados en la cercana arboleda, junto al curso serpentino del arroyo.
No obstante, cuando uno accede al lugar más sagrado de la iglesia, aquél determinado por el ábside, donde se levantaba un altar de piedra, desmoronado por completo hoy día, y contempla los muros semicurvados, la indignación no es, si no, el primero de los múltiples sentimientos que van recorriendo la escala de adjetivos hasta llegar al de la ira. Ira e indignación, no contra el tiempo, que al fin y al cabo siempre juega limpio y no engaña a nadie a la hora de ejecutar su trabajo, sino ira contra la barbarie humana y su profunda estupidez.
La bóveda absidal aún conserva, con cierto grado de lucidez, ese entretejido pictórico -posiblemente de origen mozárabe o quizás una imitación barroca de este estilo, muy posterior- que en tiempos debió de parecerse a un 'hogar' para la Divinidad que presumiblemente moraba en tan sagrado lugar.
No se aprecian evidencias de marcas de cantería que, cuál cheques firmados al portador, ofrezcan pistas acerca de la identidad de aquél maestro que, posiblemente ayudándose de su cayado y su compás como señas de identidad de su rango y profesión, tuviera mucho que ver en las construcciones religiosas de los pueblos de alrededor, pues, en mi opinión, no dejan de tener cierta similitud los ábsides de ésta ermita de San Caprasio y aquella otra de San Bartolomé, en el cercano pueblecito de El Espino.
Como en el caso de ésta última, los canecillos del ábside de la ermita de San Caprasio, están completamente lisos; mudos e intranscendentes, sin ofrecer esos característicos mensajes subliminales que en la actualidad nos resultan tan hipotéticos, pero que para el hombre del medievo constituían un auténtico catecismo que englobaba el pequeño universo en el que vivía.
Impresionado aunque desalentado a un tiempo, abandoné las ruinas de la ermita de San Caprasio, enfilando cuesta arriba el camino de regreso al pueblo. Dos perros me salieron al encuentro, ignoro si soltados a propósito o fugados por cualquier hueco de la verja de la perrera. No obstante, aplicando el viejo refrán de 'perro ladrador, poco mordedor', pasé por su lado, resollando cuesta arriba e ignorándolos por completo.
Faltaban cinco minutos para las once de la mañana, cuando llegué a las puertas del Centro Social. A los pocos minutos, apareció Feli, subiendo la cuesta acelerada, pues tenía desayunos que preparar, y una vez dispuestos éstos, debía atender a las cabras, que pacían sin vigilancia por el monte.
No obstante sus múltiples obligaciones, en la mano traía un libro, que me dejó ojear en el tiempo en el que los vecinos desayunaban, y del que obtuve algunas informaciones interesantes, así como alguna que otra fotografía de nuestro misterioso San Caprasio, cuya figura -ataviada con la mitra obispal y guanteletes negros en las manos- así como algunos otros elementos de la desafortunada ermita que lleva su nombre, se conservan en la cercana ermita de la Virgen de la Blanca. Desgraciadamente, y debido a la falta de tiempo de Feli, no pude completar el trabajo, visitando ésta. De manera que, agradeciéndole todas las atenciones que había tenido, quedé en telefonearla a primeros de diciembre para concertar la visita.
Hasta entonces, me despido aquí, momentáneamente, de Suellacabras y sus numerosos misterios.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Medinaceli: la tradicional fiesta del Toro Jubilo


Todo está preparado. Como viene siendo costumbre desde tiempo inmemorial, en Medinaceli todo está dispuesto para lo que se podría considerar como el mayor acontecimiento del año: la tradicional fiesta del Toro Jubilo. Apenas son las tres de la tarde, pero a juzgar por el aforo que se puede ver en sus bares y restaurantes, la gente acude a ésta emblemática población soriana, con la idea de asistir a algo espectacular.

La Plaza Mayor, donde está preparado el pequeño ruedo, éstá poco menos que desierta, si exceptuamos los puestos levantados junto al Aula Arqueológica y los ocasionales vendedores de bocadillos y perritos calientes. En los soportales de la hermosa Plaza Mayor de origen renacentista, aún puede verse algún que otro vaso -más o menos lleno- que denota los pormenores de una fiesta que comenzó ayer viernes, coincidiendo con el fin de semana.

Será a partir de las 23,30 horas de la noche, cuando se den cita alrededor de unas tres mil personas, entre las que se cuentan, también, numerosos detractores y, según información recogida en el periódico El Mundo - Diario de Soria, 'el festejo será seguido muy de cerca por representantes del Partido contra el Maltrato Animal'. De hecho, las manifestaciones en contra, organizadas por dicho partido, comenzaron hace unos días. Y es que, guste o no, la tradición del Toro Jubilo es una fiesta que cuenta cada vez con más personas en contra. Buen momento, pues, para la polémica.


Uxama subterránea: viaje a las entrañas de la gran cisterna

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sábado, 8 de noviembre de 2008

El 'Cristo durmiente' de Villasaya

'Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha presentado la ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma...'.
[Gustavo Adolfo Bécquer: 'Los ojos verdes']

Recuerdo con toda claridad ésta campechana introducción que Gustavo Adolfo Bécquer dedicó a su fascinante leyenda 'Los ojos verdes'. También recuerdo que cuando la leí, era apenas un mozalbete que se impresionaba hasta con el vuelo de un gorrión. Han transcurrido muchos años desde entonces; tantos, que a veces dudo de la fidelidad de esa dama, caprichosa y casquivana, que se llama Memoria. No obstante, y para ser sincero, he de reconocer que doña Memoria y un servidor, hemos sido siempre un matrimonio bien avenido, aunque a veces -dado que nadie es perfecto, y el que piense lo contrario, se engaña a sí mismo- nos hayamos disputado algún que otro recuerdo. Por eso, para evitar rencillas, y teniendo en cuenta que yo también siento deseos de escribir, como Gustavo Adolfo Bécquer, me decido a consignar la presente historia, con la esperanza de que si no creen lo que lean a continuación, al menos consideren que su lectura no les haya dejado la pésima sensación de haber perdido el tiempo.
He aquí, pues, lo que aconteció aquél verano y el por qué del apelativo de 'Cristo durmiente de Villasaya' que da título a la presente narración. Y recuerden: cualquier parecido con la ficción, no es una simple casualidad...
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De niño me llamaba la atención hasta el vuelo de una mosca. Recuerdo que pasaba mucho tiempo asomado al alféizar de la ventana, mirando la calle con ensoñación. En realidad, no había mucho que ver, a excepción de la fachada del bloque de pisos situada enfrente de mi bloque, y un pequeño jardín rodeado de árboles, cuya naturaleza -al igual que ocurre con la de algunos perros, que no se sabe a ciencia cierta a qué raza pertenecen, pues están cruzados- nunca conseguí averigüar.
Al jardín lo cortaban bruscamente las baldosas de la acera; y a ésta, se unía el asfalto -desgarrado y hundido en varios sitios- de una carreterilla sin importancia que nacía al principio de la calle y moría a apenas unos metros más arriba, cortada perpendicularmente, por otra carretera más larga y en mejor estado de conservación, perteneciente a una calle más importante.
Rompían la monotonía de tan poco idílico paisaje, los coches aparcados a ambos lados del arcén, y no eran pocas las ocasiones en las que el butanero maldecía a gritos a los cuatro vientos, por no poder llegar hasta el final de la calle con su camión.
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jueves, 6 de noviembre de 2008

Enigmático y querido San Saturio

'Tres fechas marcan la devoción a San Saturio: el 12 de octubre de 1628, que la ciudad lo recibe como su patrón y abogado, el año 1703 en que se termina la edificación de la actual ermita y el 31 de agosto de 1743, día en el que el Papa Benedicto XIV aprobó solemnemente el culto y patronazgo de San Saturio'.
[Don Carmelo Enciso Herrero, Abad de la Concatedral, en la presentación del libro de Don Javier Herrero Gómez, 'Ermita de San Saturio, 1703-2003', Edición de la Excma. Diputación Provincial de Soria, año 2003]
Tuve el gusto de conocer a Don Carmelo Enciso Herrero, en Garray, en la misma puerta de la iglesia de San Juan Bautista, de la que es -aparte de su cargo de Abad de la Concatedral de San Pedro, y de San Saturio- párroco titular. También recuerdo perfectamente la fecha de éste, nuestro primer encuentro: sábado, 1 de diciembre de 2007.
De ese día, resulta imposible hablar y no precisar que, a pesar de que la mañana amaneció soleada, hacía un frío que calaba hasta los huesos. Buena prueba de ello lo teníamos -y digo teníamos, porque ese día me acompañaba una amiga, cuya moquera, pues estaba resfriada, estuvo a punto de costarla un disgusto y hacer que los goterones que caían de su nariz se quedaran congelados como las gotas de agua en los grifos de la cercana fuente- en el empinado camino de subida a la ermita románica de los Santos Mártires -antiguamente, bajo la advocación de San Miguel- cuyo empedrado, completamente helado, hacía el trayecto sumamente resbaladizo, y por lo tanto, peligroso.
Otra prueba de la tremenda helada de la noche anterior, la teníamos en el manto blanco que cubría los campos de alrededor, entre los que destacaba la colina donde se asientan las ruinas de la mítica ciudad de Numancia, así como el aspecto de entrañable estampa navideña que ofrecía el tejado del ábside de la mencionada ermita. Por si esto fuera poco para hacerse una idea de cómo puede llegar a ser un invierno en aquella parte de la 'extremadura soriana', conservo de ese día algunas fotografías, que muestran un curioso efecto que, localizado en el espacio existente entre el camino y los árboles cercanos a la ermita, bien pudiera pasar por una entidad fantasmal que se negara a ser engullida por la luz del sol.
Lejos de todo fenómeno parapsicológico o sobrenatural, me estoy refiriendo a eso que se conoce con el curioso nombre de 'dorondón', y que en invierno es fácil que se deje captar por el objetivo de una cámara cuando la temperatura ambiente, como digo, es de notable frialdad. El nombre me lo proporcionó otra amiga cuando vio las fotos -que nadie se asuste con las referencias a tales amistades, que aunque realmente no son muchas, su amistad al menos es de calidad y aunque lo llevo en el nombre, me consta que José Zorrilla no pensó precisamente en un tipo como yo cuando imaginó a su Don Juan- y si quedó grabado en mi memoria, es simplemente porque tiene un gran parecido semántico con Borondón; es decir, y para ser más precisos, con la 'isla de San Borondón o de San Brandán' (1), a la que aluden algunas de las maravillosas leyendas irlandesas.
Soportando, pues, el frío de aquél sábado, estuvimos esperando a Don Carmelo, hasta aproximadamente las doce menos cuarto del mediodía. Él ya sabía de nuestra visita, gracias a mi extraordinaria amiga Teresa -para evitar cualquier suspicacia al respecto, me suscribo al comentario anterior- y estaba al tanto del interés que teníamos por ver y fotografiar la imagen románica de la Virgen de Numancia que, según la información de que disponíamos en aquél momento, se encontraba guardada en la sacristía. En la actualidad, se encuentra en situada en uno de los retablos laterales de la nave principal de la iglesia, donde puede ser vista por todo el mundo. Huelga toda referencia histórica a ella, porque incluso el nombre es prestado, y se basa en el hecho -bastante interesante, por otra parte- de que fue encontrada en las cercanías del yacimiento, aunque, dada la cercanía, cabe la posibilidad de que perteneciera a la ermita de los Santos Mártires. Aunque esto, por supuesto, es tan sólo una apreciación personal.
La generosidad y la excelente disposición de Don Carmelo, quedaron patentes cuando, una vez finalizada la misa, se prestó amablemente a enseñarnos, también, el interior de la ermita de los Santos Mártires, además de acompañarnos hasta el cercano pueblo de Tardesillas, abriéndonos la iglesia, de la que también es párroco.
Dado mi gran interés por la figura de San Saturio, así como el gran deseo que sentía por ver la famosa cabeza-relicario que de éste se conserva en la Concatedral de San Pedro, dos meses más tarde, y siempre gracias a la providencial amabilidad de tan carismático pastor, mis deseos se hicieron realidad. Una vez oficiada la ceremonia religiosa en la Concatedral, y despojado de su túnica roja de Abad, Don Carmelo salió de la sacristía con un manojo de llaves en la mano, entre las que se encontraban las de la verja que limita la entrada a la capilla del santo patrón, así como aquéllas otras que abren el mueble relicario donde se conserva su insigne cráneo. Éste, al menos por detrás, se halla en excelentes condiciones, como se puede apreciar en una de las fotografías mostradas en el vídeo, pues la calavera de plata que lo protege, consta en esa parte de una pieza desmontable, que Don Carmelo separó amablemente.
El cráneo, por otra parte, deja constancia de la existencia de un personaje histórico sobre el que, a pesar de las múltiples referencias existentes acerca de los pormenores de su vida, no existe, sin embargo, constancia alguna que certifique con absoluta seguridad que efectivamente se trata de aquél personaje carismático, visigodo de nacimiento y origen noble, que un día decidió consagrar su vida a Dios, en la soledad de las múltiples cuevas anexas al denominado Monte de Santa Ana, situado junto a la ribera izquierda del Duero. ¿En qué se basan, pues, para otorgar tal identificación?. Simplemente en la inscripción de una losa de piedra que cubría su sepulcro, donde, entre otras referencias, aún hoy día puede leerse la acepción latina: 'IN ERIT SEPULCHRUM EIUS GLORIOSUM'. Tanto el lugar donde reposaba el cadáver, como la mencionada losa que sellaba su sepulcro, aún se pueden contemplar en la ermita. Basta tan sólo con subir los escalones de piedra que parten de la sala cuadrangular conocida como el Cabildo de los Heros y acceder a la pequeña capilla de San Miguel, labrada en la misma gruta. Muy cerca de allí, se encuentran, a su vez, los escalones que, continuando la ascensión hacia la parte superior, conducen a la denominada 'ventana del milagro', correspondiente al episodio de la milagrosa salvación del niño de Carbonera que cayó de ella.
Si nos detenemos un momento a pensar en las características subyacentes de una visita a tan curiosa y carismática ermita, posiblemente no nos sea muy difícil llegar a la conclusión de que estamos realizando una especie de viaje subliminal, cuyas connotaciones esotéricas pueden resultar de cierta evidencia, sin abandonar nunca, claro está, ese complicado universo que es la especulación.
Un viaje que, como la aventura humana, comienza en ese espacio interior o útero materno, donde se va gestando y desarrollando hasta el momento de su madurez y posterior salida a la luz, o nacimiento. Durante el proceso, el nuevo ser va adquiriendo conocimientos, lo que en el caso humano, supondría la adaptación de los genes que van a determinar en el futuro su personalidad. Refiriéndonos a la ermita, estos conocimientos o genes, se encontrarían en todos y cada uno de los detalles anexos al viaje, los cuales, como iremos viendo, no son pocos.
(1) San Brandán o San Brendán, ambas etimologías son aplicables, fue un curioso santo irlandés, cuyas hazañas -comparativamente hablando- no tienen nada que envidiar a las de Gilgamesh, el héroe predilecto de la epopeya mitológica sumeria. Entre ellas, se cuenta que vio ésta fantástica isla evanescente en varias ocasiones, y también que doblegó, en el nombre de Dios, a Nessie, el monstruo del Lago Ness.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Medinaceli: Colegiata de Santa María la Mayor

'Nos basta con saber que las maravillas de nuestra Edad Media contienen la misma verdad positiva, el mismo fondo científico, que las pirámides de Egipto, los templos de Grecia, las catacumbas romanas, las basílicas bizantinas...'.
[Eugene Canseliet, 1923, para el prólogo de la 1ª edición de 'El misterio de las catedrales', de Fulcanelli]
Produce una extraña sensación de soledad, independientemente de que haya o no gente en su interior. Una verja de hierro, siempre cerrada -excepto en los días de misa-, protege el altar del acceso de los visitantes. Detrás de éste, y en ambos laterales, dos figuras atraen todas las miradas, produciendo en el observador un desdoblamiento afectivo, que va de la ternura a la piedad. Me refiero, obviamente, a las matizaciones figurativas de Jesús, 'el de Medinaceli', crucificado y expirando en la cruz de su martirio, y al otro Jesús, 'el Nazareno', inmediatamente anterior en la historia y a punto de ser traicionado y prendido en el huerto de los Olivos, cuya vistosa túnica -violeta y ribeteada con motivos dorados- posiblemente no haga justicia a la pobreza pregonizada en los Evangelios.
Algo más allá del altar y de ésta doble visión de Jesús el Cristo, costeado por los Duques Don Juan Francisco Tomás de la Cerda y su esposa, Doña Catalina Antonia de Aragón, un retablo de origen barroco expone en su centro -cuál estrella en el punto álgido de un árbol de Navidad- una imagen virginal que no deja a nadie indiferente.
Imagen y retablo pertenecen a siglos y estilos artísticos diferentes: gótica, fechada en el siglo XVI una, y barroco, colocado a finales del siglo XVII otro. Si nos dejamos llevar por las suposiciones, no costaría demasiado esfuerzo admitir que tan bella imagen de la Virgen, pertenecía, con toda probabilidad, a la antigua iglesia de Santa María, que se levantaba -a juzgar por los panfletos explicativos- en el lugar en el que actualmente se levanta la torre de la Colegiata.
Se trata, para más señas, de una hermosa talla que conserva la posición sedente de aquéllas otras vírgenes románicas que tanta admiración despiertan, y aunque su cabeza se ve limpia de coronas y otros adornos encaminados a ofrecer un concepto de regia idiosincracia -a excepción de un sencillo velo con el que el autor, supongo, quiso poner en evidencia el concepto de pureza asociado-, no me cabe duda alguna de que se trata de una auténtica Reina. Cuando le pregunté a la guía por la talla -reconozco que al principio, y dadas sus dimensiones, así como el hecho de no poder examinarla más de cerca, la tomé por Santa Ana- me contestó que se trataba de Santa María la Real y en el retablo estaban representados, de forma escalonada, los tres Misterios de la Virgen. No quedé muy convencido de su respuesta, aunque sí de su amabilidad al atenderme, pues en mi opinión, con ella sucede lo mismo que con la gran mayoría de imágenes marianas pertenecientes a los períodos románico y gótico: la falta absoluta de información fidedigna acerca de su verdadero origen y de las manos que las labraron, siguiendo el modelo de los primeros evangelistas, como San Lucas.
El Niño, desnudo, reposa en su regazo, y tal vez sea cuestión de resaltar el color rubio de su cabello, abundande y rizado, así como la manera en que Madre e Hijo se unen, estrechando sus manos; la derecha, en el caso de los dos. Con su mano izquierda, la Virgen sujeta al Niño.
A la izquierda del ábside, y en un pequeño retablo de madera descolorida por el tiempo e invadido en gran parte por un polvo que podría ser centenario, dos pequeñas figuras invitan a detenerse a reflexionar durante unos instantes: la Virgen del Pilar, pequeña, muy querida y milagrera, colocada sobre un pedestal que se eleva por encima de una media luna de color negro; debajo de ella, con su rostro severo y tocado con la mitra de obispo en la cabeza, San Pedro, piedra angular de la Iglesia católica, cuyo edificio como entidad -y para no dejar duda de tal afirmación- levanta simbólicamente sobre su mano derecha.
Algunos metros más allá de este punto, y en las capillas laterales -clausuradas así mismo con sendas verjas de hierro que impiden también el acceso al visitante- se contempla un mundo en el que gobiernan, indistintamente, candilejas y sombras. Es en ese punto, donde una vez situado, el visitante se da cuenta de que, independientemente del murmullo producido por la gente que pueda haber a su alrededor, el silencio impera con una fuerza tal, que llega un momento en el que puede llegar a producir un involuntario estremecimiento que le recorra el cuerpo de la cabeza a los pies. Tal vez influya en ello el detalle de que allí, posiblemente con más perentoriedad que en otros lugares, las paredes y el techo reclaman a gritos una restauración que lleva años proyectándose, pero que nunca llega.
Porque la Colegiata de Medinaceli está enferma. Sufre una cardiopatía estructural aguda, producida por años de descuido y una falta increíble de mecenas, siquiera del estamento eclesial, que la mimen y restañen sus múltiples heridas.
Erigida en el año 1563, mediante bula promulgada por el entonces Papa Pío IV, la Colegiata de Medinaceli no posee esa magnificencia y esa magia goética, que se pueden observar en otras construcciones contemporáneas, como la no muy lejana Colegiata de Nª Sª del Mercado, levantada en Berlanga de Duero, también a expensas de algunas iglesias más pequeñas, cuyo rastro, centenario y románico, aún puede seguirse en algunos elementos decorativos de su torre y su fachada.
Aunque la Colegiata de Santa María la Mayor carece de estos elementos, y posiblemente, dada su sencillez y austeridad ornamental, no acapare demasiado interés entre los seguidores de ese arte promulgado por Fulcanelli, no deja de ser interesante resaltar que estamos frente a todo un símbolo. Un símbolo atacado por el tiempo y el abandono, cuya torre domina una ciudad -la 'Ciudad del Cielo'- multicultural y musa de poetas, como Ezra Pound, y que allí, inmersa en una soledad destacada, pide a gritos una ayuda que nunca termina de llegar. De manera, visitante, si alguna vez pasas por Medinaceli y visitas su Colegiata, no te extrañe encontrar, justo en la entrada al templo, un cartel sencillo que reza así:
'¡Medinenses y visitantes!. ¿Quieres salvar de las ruinas tu Colegiata?. Tienes ocasión al iniciar las obras de urgente reparación, colabora y contribuye depositando tu donativo. ¡Que Dios te lo recompensará!'.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Caltójar: interiores de la iglesia de San Miguel Arcángel

'Nunca se podría elevar la razón para contemplar lo invisible si la imaginación no se hiciera presente y le mostrara las formas de las cosas visibles...'
[Ricardo de San Victor, + 1173]



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martes, 28 de octubre de 2008

Monasterio de Santa María de Huerta: el Arte y la Batalla de las Navas de Tolosa (entrada novelada)

Sus pasos resonaban por el empedrado del claustro con ecos secos y monótonos -'clok, clok, clok'- semejantes, por poner un ejemplo, al sonido producido por las gotas de agua al caer sobre la pila de la ducha cuando no se deja bien cerrado el grifo. De haberse visto en los siglos XVI ó XVII, bien podían haber sido confundidos con dos héroes inolvidables de la atrevida picaresca española de la época: el ciego y su lazarillo. En realidad, el anciano no estaba ciego; pero, a juzgar por su caminar, lento, como arrastrando los pies, el servicio que le estaba prestando el niño que caminaba cogido de su mano y tiraba de él, bien podía suplir, con creces, dicha función.
Pese a todo, el anciano caminaba erguido, ayudándose de su bastón, el cuál sujetaba con su otra mano. De tal manera, que no era extraño que la sombra que proyectaba su silueta sobre el suelo del milenario monasterio, tuviera el curioso efecto de hacer que pareciera que se valía de tres piernas para caminar.
La tarde comenzaba a declinar, y en los pasillos del claustro, luz y sombra se alternaban en un contraste que al niño, a veces, y a juzgar por su mirada, le infundía respeto, cuando no temor. Quizás por ese motivo, centraba más su atención en las columnas y capiteles -labrados estos últimos con motivos sencillos, de influencia vegetal, entre los que no faltaban las piñas y su curioso simbolismo- que brillaban como las arenas del desierto al incidir directamente sobre ellos la luz del sol.
Aunque callaba, el anciano comprendía perfectamente las inquietudes sentimentales del muchacho, pues no en vano, él mismo las experimentó la primera vez que su padre le trajo de visita al monasterio. De eso hacía toda una vida, desde luego; pero algunas cosas no cambian nunca. Tal vez en eso radique la importancia de mantener siempre vivas las tradiciones familiares, pensó para sus adentros.
A pesar de su aparente esplendor, los monasterios nunca habían vuelto a ser lo mismo desde la desamortización llevada a cabo por Mendizábal, durante la cuál el pueblo, enfebrecido, dio rienda suelta a siglos de ira y envidia frente a la prosperidad y bonanza de las comunidades religiosas. Pero en opinión del viejo, y a diferencia del cercano Monasterio de Piedra, aún quedaba la suficiente riqueza artística en Santa María de Huerta, como para hacer que el niño comenzara a mirar el Arte con otros ojos, alimentando, de paso, un sentimiento de orgullo por su tierra y todas las maravillas que guardaba. No era una cuestión de darle una clase de Historia, larga, tensa, docta y aburrida; pero sí de hacerle comprender la importancia que la provincia había tenido hace siglos, cuando fue bastión y frontera ante el invasor musulmán.
Por supuesto, esperaba que éste le hiciera preguntas; muchas preguntas; montones de preguntas; tantas preguntas, como sólo un niño puede hacer. Y aunque sabía que no podría contestar a todas, siempre le quedaba el recurso de decir que quizás la respuesta -como afirmaba la canción de Bob Dylan- estuviera en el viento.
Con el viento -siempre le había gustado esa metáfora- también descubrió la magia de la luz. Como no podía ser menos, ocurrió durante aquélla primera visita. Las primeras visitas a un lugar suelen ser siempre especiales, como ese primer amor que dicen que nunca se olvida, porque siempre deja huella. Ocurrió al poco de entrar precisamente al lugar al que se dirigía ahora con su nieto: el refectorio o comedor de los monjes.
Casualidad o no, aquélla primera vez también declinaba la tarde, y aunque el sol comenzaba a planear sobre la línea del horizonte -posiblemente buscando otro hemisferio, aunque su padre siempre decía que dirigiéndose hacia ese lugar tan lejano donde Colón encontró su huevo- aún se colaba la suficiente luz a través de las vidrieras, como para hacer que los dibujos contenidos en éstas -símbolos geométricos en su gran mayoría- se proyectaran graciosamente sobre las paredes desnudas, en una danza silenciosa, genuina por su originalidad, y desde luego dotada de cierto aire de sugerente misterio.
En efecto: cruces, círculos, cuadrados, rombos y triángulos se mezclaban unos con otros, hasta el punto de llegar a semejar un grupo de danzarines derviches entregados a una mística, divina rotación musical, siguiendo siempre el compás de un invisible y pitagórico director de orquesta.
Era imposible no dejarse llevar por los recuerdos, de manera, que el viejo buceó en ellos a pulmón descubierto; y lo hizo de tal forma, que lo que para un buzo hubiera sido un descenso de 60 metros en mar abierto, para él constituyó una mirada atrás de sesenta años, ni más ni menos que toda una vida.
¿Cuántos años tenía entonces?. ¿Diez?. No, doce, si tenemos en cuenta que dentro de una semana cumpliría setenta y dos. Así, de una manera posiblemente tan relativa a como Einstein acarició el concepto de tiempo, el espacio se plegó en su memoria; de tal forma, que apenas tuvo problema alguno para verse a sí mismo allí plantado, en mitad del enorme refectorio, dejando que la luz jugara con él, tatuando de símbolos su cuerpo de niño, mientras su padre permanecía detrás de él, observándole en silencio.
A veces, las figuras se revestían de un extraño halo, donde el color negro original de sus bordes se transmutaba en un color violeta que, a su vez -supuso que en base a esa singular propiedad de la materia, que ni se crea ni se destruye, pues tan sólo se transforma, según explicaba su maestro- explotaba, como una supernova, en diferentes tonalidades rosadas. Pero de entre la variada gama de colores, destacaba, tanto por su intensidad como por su pureza, el blanco.
Entonces no fue capaz de pensar en ello; pero ahora, al cabo de los años y en base a las historias escuchadas de labios de amigos y parientes, comparaba esa luz blanca con aquélla otra que muchas personas afirman ver al final de un túnel oscuro, después de una experiencia traumática de la que no se espera volver.
Tuvo la certeza de que su nieto estaba experimentando lo mismo, cuando se fijó que permanecía inmóvil, con la boca abierta y las mejillas sonrosadas, contemplando extasiado cómo los símbolos se reflejaban en su pequeño cuerpecillo: un círculo a la altura de la frente; una cruz en el pecho; una forma romboidal deslizándose como una sombra chinesca por su brazo...
Pero lo más prodigioso estaba aún por llegar. Ni siquiera sería necesario abandonar el refectorio. Bastaba con permanecer en el mismo sitio, darse la media vuelta y mirar hacia lo alto.
- Es el segundo rosetón. El principal se encuentra sobre el pórtico de entrada de la iglesia, -explicó el viejo, viendo señales de interrogación en los ojos del pequeño. Acto seguido, urgó con mano temblorosa en el interior del bolsillo de su chaqueta.
- ¿Qué es un rosetón, abuelo?, -preguntó el niño, mirando hacia ese lugar donde la luz incidía con tal fuerza, que de haberse tratado de un globo terráqueo, hubiera marcado sin duda el casquete polar, dado su intenso color blanco.
Apenas se veían los radios que dividían la cirfunferencia en doce partes iguales, coincidiendo en un pequeño punto que señalaba el centro exacto de ésta. A pesar de que simbólicamente parecía constatado que el rosetón representaba la rosa alquímica o mística, aludiendo, sin duda, a la Virgen, él comparaba el punto central con la figura de Jesucristo y los radios, con los doce Apóstoles, desplegados por el mundo, portadores de la Palabra del Hijo de Dios.
- Se trata de un recurso arquitectónico destinado a atraer la luz del sol -dijo, no obstante, añadiendo a continuación: para que te hagas una idea, los rosetones y las vidrieras eran los recursos de que se valían en la Edad Media para iluminar los templos, aparte de las velas, que suponían un gasto considerable y dejaban huellas en las paredes.
El niño asintió, sin dejar de observar el rosetón. Después de unos segundos, comentó:
- Como las lámparas que tenemos en casa.
- Eso es, -dijo el viejo, sonriendo complacido. Sólo que éstas no se funden jamás, ni gastan energía, ni hay que cambiarlas cada cierto tiempo...Pero, espera, te mostraré algo interesante...
Como por arte de magia, cuando sacó la mano del bolsillo, un pequeño objeto de forma rectangular brilló durante unos segundos, deslumbrando al niño, al rozar la luz su pulida superficie. Cuando los volvió a abrir, confundido, observó que su abuelo portaba en la mano un pequeño espejo. Un espejo corriente, similar a esos que se meten en el neceser de viaje junto con las maquinillas, la espuma de afeitar, la colonia y la toalla.
- Ven, acércate, -dijo el abuelo, situando el espejo de manera que hiciera un ángulo de 45 grados entre el rosetón y el lugar donde había situado a su nieto. Sin darle tiempo a éste para hacer la pregunta que sus labios, entreabriéndose, daban a entender, explicó: los espejos son un enigma, siempre mostrando el mundo al revés. ¿Sabías que los pueblos antiguos les atribuían poderes mágicos?. Y es posible que no les faltara razón al hacerlo, porque a veces, sólo a veces, muestran cosas que ni siquiera el ojo humano puede captar a simple vista. A lo largo de los tiempos, ha habido muchos personajes que han utilizado el cristal para diferentes menesteres, aunque la mayoría buscaba el poder que otorga el anticiparse en el tiempo y conocer el futuro...

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jueves, 23 de octubre de 2008

El extraño simbolismo del claustro del Monasterio de Santa María de Huerta

'Además, en el claustro...¿qué hacen allí esas ridículas monstruosidades, esa belleza increíblemente deformada y fealdad perfecta?. ¿Qué sentido tienen monos impuros, leones salvajes o monstruosos centauros?. ¿Qué hacen semihombres o tigres con manchas, guerreros luchando y cazadores tocando el cuerno?...¡Dios mío! si no nos avergonzamos por esas necedades, ¿por qué no nos arrepentimos por los gastos?'.
[Bernardo de Claraval, hacia 1124]
Reyes, prelados, faraones, cortesanos, caballeros, guerreros...pero sobre todos ellos, un símbolo fatal impera con cierta persistencia: la muerte. Junto al temor a lo desconocido y el miedo e incertidumbre que siempre han hecho acto de presencia en el corazón y en el intelecto del hombre a la hora de afrontar algo tan angustioso como es dejar de existir, el mundo antiguo insistía en fustigar dicho intelecto, con el añadido de demonios y monstruos mitológicos, de imprecisa y difícil catalogación, dando origen a lo que, ya en tiempos modernos, Carl Gustav Jung denominó como Arquetipos.
Posiblemente, en su afán de superar esa barrera infranqueable, el hombre soñó hace miles de años con la inmortalidad, devanándose los sesos por descubrir, al menos, un sucedáneo que paliara su angustia frente a la idea de dejar de existir o de establecer su lugar dentro del orden natural de las cosas. Interviene aquí la Religión. Pero en la Religión, a falta de una Verdad total y absoluta, existen numerosas lagunas. Para rodear éstas lagunas, algunos pretendieron ir más allá, recurriendo a corrientes astrológicas, mágicas y alquímicas, la clave de cuyos experimentos se ocultaba en numerosas obras de Arte, que a lo largo del tiempo fueron dando lugar a diferentes estilos o formas de concebir éste.
No es de extrañar, pues, que los dobles sentidos, las 'verdades encubiertas' o incluso las medias verdades, jueguen un papel preponderante a la hora de intentar interpretarlos.
No deja de ser una gran verdad, que cuando uno accede a un monasterio, su primera sensación no es otra que la de intuir un mundo extraño por completo; un mundo, donde los contrarios se rozan continuamente y el simbolismo actúa sobre la mente con la fuerza intrínseca de esos arquetipos definidos por Jung.
En efecto, una vez inmersos en ese otro mundo de ruido y silencio; de luz y oscuridad, los símbolos aparecen y se suceden como semáforos en rojo frente a los que hay que detenerse obligatoriamente. En esa parada, invitan a la reflexión; pero, sobre todo, desafian a la interpretación. Son, por decirlo de una manera metafórica, esfinges en sí mismos, que plantean siempre una incógnita. Y ésta incógnita, puede o no, tener relación con el símbolo más cercano y en apariencia menos relacionado.
El mejor ejemplo de todo esto, al menos en lo que se refiere al ámbito de la provincia -sin menospreciar otros lugares de interés dentro de ella- lo encontramos en el claustro del Monasterio de Santa María de Huerta.
Es cierto que frente a la austeridad promulgada por San Bernardo y referida a los motivos de los capiteles que decoran el cuadrado interno de su claustro, encontramos una eclosión de simbología en la fachada de la parte externa, aquélla que se sitúa al pie de un jardín, el entramado de cuyas plantas, forma en sí mismo un pequeño laberinto. Símbolo natural, y situado en el centro de éste, la palmera nos recuerda el impresionante pilar central de la cercana ermita de San Baudelio de Berlanga, revelándonos su nexo de unión entre la tierra y el cielo.
Tal símbolo de espiritualidad -no olvidemos que son numerosos los santos y santas que portan hojas de palma en sus manos, e incluso algunas vírgenes como Santa Coloma de Albendiego, en la vecina provincia de Guadalajara-...

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miércoles, 22 de octubre de 2008

Avanzan los trabajos de restauración en la iglesia de la Virgen del Rivero

'Las pinturas murales románicas no son imágenes aisladas, sino parte de un folio cromático que cubre todo el interior de la iglesia, a la que también pertenece el engarce polícromo de la arquitectura. Apenas unos pocos conjuntos transmiten hoy en día esta impresión de unidad' (Otto Demus, 1968)'.
[Norbert Wolf: 'Arte románico', Editorial Taschen, 2007]



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Panorámica de San Esteban de Gormaz desde la iglesia de la Virgen del Rivero

'...población de inmemorial importancia estratégica por su posición junto al Duero y al puente que permite cruzarlo en este punto, lo que le confería un singular valor militar. Conserva numerosos epígrafes de época romana empotrados en los muros de sus casas e iglesias. Tras la ocupación musulmana fue inicialmente reconquistada por Alfonso I y Ordoño I y durante todo el siglo X fue uno de los puntos más conflictivos de la frontera del Duero, escenario de incesantes luchas entre las tropas leonesas y las del Califato, por lo que cambió una y otra vez de manos. En 1054 la recobró finalmente Rodrigo Díaz de Vivar, lo que explica que el Poema del Cid la mencione como una buena cipdad y le dedique, tanto a ella como a sus habitantes, otra buena serie de piropos...'.
[Cayetano Enriquez de Salamanca: 'Rutas del románico en la provincia de Soria', Codex-Rom, 1998]



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