jueves, 24 de enero de 2008

Interiores de San Bartolomé


Introducción

El Astrónomo

A la sombra del templo mi amigo y yo vimos a un ciego, sentado allí, solitario. Y mi amigo dijo: 'Mira, ese es el hombre más sabio de nuestra tierra'.

Me separé de mi amigo y me acerqué al ciego, a saludarlo. Y conversamos.

Poco después, le dije: 'Perdona mi pregunta: ¿desde cuándo eres ciego?'.

'Desde que nací', fue su respuesta.

Le dije entonces: '¿Y qué sendero de sabiduría sigues?'.

El ciego me dijo: 'Soy astrónomo'.

Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo: 'Sí; observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas'.

[Khalil Gibran]

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Igual que en el cuento de Khalil Gibran, aunque lejos de ser sabio, yo también soy ciego; y en mi ceguera, tal y como hace el astrónomo, yo también me llevo la mano al pecho y contemplo el Universo. Ahora bien, el Universo que yo exploro se encuentra relativamente cerca, aunque paradójicamente tan lejos, que en ocasiones sólo se puede acceder a él a través de la intuición, donde ocupan un lugar destacado, desde luego, las sensaciones y la forma particular de ser de cada uno.
En ese Universo, todo tiene cabida, y nada, por fantástico e irreal que pueda parecer a priori, puede descartarse sin más. Por eso, tampoco tiene nada de extraño que la ermita de San Bartolomé y su entorno, ocupen un lugar destacado en el Universo particular del que hablo. Una de las personas que mejor comprende ese Universo al que me refiero -y que suele acompañarme en mis viajes por la provincia-, es Montse Marco, una entrañable amiga que, no me cabe duda, ha sabido conectar desde un principio, con el alma del lugar. Por ello, para mi es un auténtico orgullo ofrecer -aprovechando la oportunidad que se me brinda a través de las páginas del presente Blog- una pequeña sinopsis de las impresiones que siente el visitante en un lugar como la ermita de San Bartolomé y su entorno:
'Nuestra sociedad del progreso, ha ido arrinconando misterios, creencias y conocimientos vinculados a la naturaleza, al sentido intuitivo, a la transcendencia y a la espiritualidad del ser humano.
Este lugar, enclave pétreo, enclavado en un punto estratégico, embarca al observador en un juego de intrigas y misterios, en el que las preguntas son respuestas. Esta arquitectura delimita un espacio vivo, dotado de voz propia, de una personalisima entidad que nos habla de enigmas; de historias iniciáticas; de maestros en el Conocimiento; del misterio y transcendencia del ser humano.
Esas piedras con personalidad, firmadas por canteros -hombres artesanos, pero profundamente sabios- comprometidos en el arte de las construcciones sacras, que sabían que su obra iba destinada a cerrar en un espacio sagrado, muchos secretos.
Lugares que iban a ser utilizados para favorecer el vínculo entre lo terrenal y lo elevado, donde poder intuir lo intemporal y esencial.
Ese espacio, es el que todavía hoy, se comunica con el ser humano, que entra humilde y deseoso de profundizar en el conocimiento universal; porque, entre penumbras y con interiorización, se puede conectar con el alma de ese lugar.
La ermita de San Bartolomé sigue viva, a pesar de las remodelaciones, cambios y ausencias de elementos claves, como la virgen negra que ocupaba el lugar donde hoy se encuentra la Virgen de la Salud. Y de la gruta, aprovechando la piedra natural, destruída y que actualmente hoy está en el coro.
A pesar de todo ello, las fuerzas telúricas, las proporciones áureas y toda la simbología que atesora este lugar, continúan hablando; si nuestro corazón escucha y mira ("lo esencial es invisible a los ojos..."), puede que nos comunique su secreto en una de nuestras visitas...y nuestra vuelta al mundanal ruido sea distinta'.
En efecto, utilizando las palabras del ya fallecido Jacques Bergier -autor, entre otros, de lo que se puede considerar hoy día como un auténtico clásico y en tiempos constituyó todo un 'boom' editorial, 'El retorno de los brujos' (1)- 'la Tradición siempre ha pretendido que existe un vínculo entre la geometría sagrada y la geografía sagrada'.
En San Bartolomé, ese vínculo es real; como lo puede ser, por citar otro ejemplo, el priorato de San Frutos, situado en la provincia de Segovia, en plenas Hoces del río Duratón y que, bajo mi punto de vista, posee numerosos paralelismos, tanto con el entorno de Río Lobos, como con la historia y vida de San Saturio, el santo Patrón soriano, cuyo culto comenzó -posiblemente- en un periodo tardío -siglo XVI- cuando fueron descubiertos sus restos dentro de la cueva donde vivió como eremita durante más de cuarenta años.
Quien haya tenido la oportunidad de permanecer algún tiempo a solas en el interior del templo, sentirá que -de alguna manera totalmente incognoscible- no está solo. Sus sentidos, hasta cierto punto, se agudizarán y apreciará detalles que, aunque visibles en cualquier circunstancia, posiblemente le hubieran pasado desapercibidos entre el ir y venir de la multitud de visitantes que cada año -atraídos por el reclamo de misterio, así como por la belleza intrínseca del lugar (2)- se dejan caer por allí, en gran medida, animados por la curiosidad o simplemente para pasar un agradable día en el campo.
Aunque en menor medida, desde luego, en San Bartolomé aún se mantienen vigentes tradiciones que se remontan en el tiempo, formando parte de cultos pre-cristianos que la memoria colectiva aún ho ha olvidado, a pesar de los años transcurridos, localizándose numerosas evidencias de presencia humana, que se remontan a la Edad del Bronce.
El mejor ejemplo de estos cultos, lo tenemos, sin ir más lejos, en el interior del templo.
En efecto, situada enfrente de la capilla donde en tiempos estuvo una auténtica talla de virgen románica, o virgen negra, como decía Montse Marco (3) y hoy día ocupa su lugar una hermosa imagen de la Virgen de la Salud -el nombre, desde luego, no es casual- muy venerada, que se saca en procesión durante la romería que tiene lugar todos los años el día 23 de agosto, y por la que los fieles pujan para tener el honor de poder sacarla a hombros, se encuentra una losa en particular, que representa 'la flor de la vida', símbolo que era conocido por muchas culturas de la Antigüedad -algunas tan exóticas y lejanas como la egipcia y la hindú- y su presencia en las construcciones de tipo románico es bastante común.
Con referencia a ambas, la tradición oral insiste -y en mi opinión es un dato importante y harto significativo, a tener en cuenta- en que han sido numerosas las curaciones de todo tipo allí producidas. En base a ello, podemos afirmar, que San Bartolomé, aparte de iglesia y posible lugar de retiro e iniciación, también conllevaba una función de santuario, a donde acudían peregrinos y enfermos, atraídos unos por su situación e importancia en su ruta hacia la tumba del Apóstol, en Santiago de Compostela y otros por la fe inquebrantable que tenían en que la enfermedad que les aquejaba se vería inexorablemente curada.
En tiempos en los que las reliquias santas constituían un atractivo poco menos que fervoroso, así como un lucrativo y floreciente negocio -en época de la Primera Cruzada, la búsqueda y adquisición de reliqjuias constituía poco menos que una pandemia entre los que acudían a Tierra Santa-, si alguna vez hubo alguna entre los muros de San Bartolomé -incluído el tan traído y llevado Santo Grial, cuya leyenda, de alguna forma, siempre está asociada a los templarios o 'templeisen', como se refería a ellos Wolfram von Eschenbach en su historia- se ignora, aunque han sido numerosos los buscadores de tesoros que han perdido su tiempo, buscando infructuosamente por las numerosas oquedades y cuevas cercanas.
Lo mismo puede decirse acerca de la realidad y situación del monasterio de San Juan de Otero, sobre cuya localización los investigadores no terminan de ponerse de acuerdo, suponiendo algunos de ellos que ocupaba el lugar en el que precisamente se levanta la ermita de San Bartolomé.
Pero lo que sí sobresale, llamando inmediatamente la atención en la distancia, es el símbolo de la pentalfa o estrella de cinco puntas -situado a ambos lados de la nave, dominando las capillas del Santo Cristo y la Virgen de la Salud-, que, en el caso de San Bartolomé, está constituido, curiosamente, por cinco corazones entrelazados.
Símbolo primordial dentro de lo que podríamos considerar como Geometría Sagrada -recordemos, entre otros ejemplos, el denominado 'hombre de Vitrubio', una de las obras maestras y posiblemente de las más conocidas del genial Leonardo Da Vinci- la pentalfa constituye, sin duda, una señal de maestría y reconocimiento, cuya verdadera importancia se desvirtuó con el tiempo, llegando incluso a relacionarse con prácticas satánicas en honor del Príncipe de las Tinieblas.
También es posible localizar en San Bartolomé algunas referencias masónicas -aparte del compás, símbolo de reconocimiento compañeril, por excelencia- como pueden ser el Sol, la Luna y las Estrellas. Símbolos que, añadidos a la corona en forma de 'rueda' que se puede apreciar en la cabeza del Santo Cristo o 'Cristo Miserere', como también es conocido, recuerda inmediatamente algunos de los Arcanos Mayores del Tarot, cuyo significado intentaremos desentrañar en otro apartado.
La serpiente, símbolo desprestigiado en Occidente e irremediablemente asociado al Mal y a la figura del Demonio, se encuentra también presente en la ermita, relacionándose con la vida de San Bartolomé, santo que, según la tradición, fue desollado vivo, y en cuya historia se pueden evidenciar unas connotaciones esotéricas relativas a la mutación, al cambio, a la muerte y a la resurrección.
Tampoco faltan acepciones de carácter eminentemente tántrico -corriente esotérico-sexual característica de algunos lugares de Oriente-, como el famoso canecillo en el que algunos ven simplemente una 'H', pero que, observado atentamente a distancia de tele-objetivo es posible apreciar, con absoluta nitidez, un pene y una vagina. ¿Se trata, quizás, de una licencia del artista cantero, muy dados, según algunas opiniones, a éste tipo de burla o broma?. Es posible, aunque muy dudoso, siempre y cuando no deja de ser un hecho cierto que en semejante tipo de construcciones no se dejaba absolutamente nada al azar, teniendo todo un motivo y un por qué, siendo una de sus características principales las dobles interpretaciones.
De igual manera, la Alquimia parece tener cierta relevancia dentro del mensaje pétreo contenido en el contexto de los canecillos de San Bartolomé, como parece indicar el curioso barril -situado sobre el pórtico de entrada- en el que la historiografía 'oficial' pretende ver un elemento de carácter alusivo -junto a algunos otros- a una romería, pero que bien podría compararse con el Atanor, el recipiente donde el alquimista mezclaba los componentes cuya meta final consistía en alcanzar la culminación de la Gran Obra; la meta de todo alquimista: la consecución de la Piedra Filosofal.
Otro de los canecillos que puede aludir a la Alquimia, se encuentra relativamente cerca y está formado por cuatro pequeñas cabezas dispuestas en forma de cruz, que bien pudieran hacer referencia a los cuatro elementos básicos; a saber: Fuego, Aire, Tierra y Agua.
No resulta difícil imaginarse tampoco -aunque por el momento no se pueda demostrar- los efectos lumínicos que puedan producirse en lugares determinados del interior del templo, durante las épocas de solsticio. Aunque sí cabe suponer, sin embargo, que la losa que contiene el símbolo denominado como 'la flor de la vida', del que ya hemos hablado, juegue un papel relevante.
La presencia de orbes (4) en el interior de la ermita, así como en la Cueva Grande, constituye, también, otro de los atractivos de San Bartolomé, que añade un poco más de intriga a los innumerables misterios asociados al interior, así como a su entorno.
(1) 'El retorno de los brujos', Jacques Bergier & Louis Powel, Editorial Plaza & Janés, 1975.
(2) En el periodo comprendido entre mediados de julio y mediados de octubre, la ermita registró unas catorce mil visitas en 2007.
(3) Sobre su suerte, corren diversas versiones. Entre ellas, la de su venta hace 50 ó 60 años.
(4) Esferas que luz que aparecen en numerosas fotografías. Existen multitud de opiniones acerca de su origen, siendo muchos los profesionales que opinan que en realidad se trata de motitas de polvo que reflejan la luz.

martes, 22 de enero de 2008

La Ribera Mágica del Duero



'He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-'.
[Antonio Machado]

'¡Manrique!. ¡Manrique!', creo escuchar las voces angustiadas de aquellos que buscan al joven enamorado, que se ahogó en las aguas del Duero persiguiendo un rayo de luna, apenas unos metros más allá de la puerta de lo que en tiempos fue el antiguo monasterio templario de San Polo y hoy es propiedad privada.
Es muy temprano y la escarcha, obstinada, se niega a desaparecer. Aún así, allá arriba, en la distancia, a mitad de camino hacia la ermita de San Saturio, creo distinguir la silueta -abrigo largo hasta las rodillas, sombrero calado hasta las orejas y las manos en los bolsillos- de don Antonio, leyendo curioso las iniciales que docenas, cientos de enamorados han dejado grabadas en las cortezas de los árboles, y el tiempo aún conserva, como un suspiro de eternidad que, de igual manera que la escarcha, se niega también a desaparecer.
Cuando arribo a las puertas del santuario, dejando el coche aparcado enfrente de la placa que recuerda al Maestro, una ligera neblina se eleva desde la ribera, y pienso que es el vaho de los suspiros del viejo y aterido Duero, que sueña con la llegada de la primavera esperando impaciente el momento de despertar con fuerza y alegría, en su eterno peregrinaje hacia el mar.
Observo complacido el octogono que se levanta orgulloso sobre la pared de roca viva, y me parece hermoso, aún a pesar de recordar los comentarios despectivos de Gustavo Adolfo Bécquer y su particular aversión a las construcciones barrocas de 'estilo churrigueresco', que se pusieron tan de moda en la época.
Hay quien asevera que en la roca, aproximadamente por la zona donde se encuentra situada 'la ventana del milagro', la piedra se ha moldeado a sí misma, reproduciendo la cara del santo, en una efigie muy parecida a la del busto que recibe al visitante desde su pedestal en la sala conocida como el Cabildo de los Heros. Fantasía o realidad, quien recorre los vericuetos anexos a San Saturio, no puede evitar pensar que allí -por increíble que parezca- cualquier cosa es posible. Incluso observar un grupo de águilas, estáticas en el cielo, formando una cruz, señal que, como esa estrella misteriosa que en su día alumbró el lugar de nacimiento de Jesús de Nazareth, sirvió como preludio a una nueva era de esperanza para la Humanidad, basada, teóricamente, en la igualdad.
El silencio, después de todo, impone, siendo a veces interrumpido por el repentino aleteo de algún pájaro desperezándose en las ramas de un árbol cercano; posiblemente en aquél donde la desconfiada ardilla tiene su casa y de donde parte y a donde regresa todas las mañanas para hacer su requisa de bayas y piñones, tan abundantes en el lugar.
Abandono San Saturio, así como la paz que se respira alrededor del santuario, con la curiosa sensación de que olvido algo; con un incomprensible sentimiento de partir para volver -como la ardilla- mientras los primeros rayos del sol tiñen de ocre las aguas del río, cuya superficie, lisa como el marco de un cristal, hace buenas las enseñanzas de Hermes Trismegisto en cuanto a la similitud entre lo que hay arriba y lo que hay abajo.
Por el camino de regreso, me cruzo con devotas que madrugan portando rogativas al santo, y por el gesto de determinación que denotan sus rostros, imagino que, de igual manera que esas vírgenes románicas que tenían fama de milagreras, y por tanto, de escuchar los ruegos de los fieles en el lugar más sagrado y profundo de su santuario, durante los siglos XII y XIII, San Saturio también las escuchará, no decepcionándolas en absoluto, porque por algo es su querido y Santo Patrón.
De regreso a la ciudad, entreveo un cartel -semioculto entre la hojarasca- que recuerda el hermanamiento de Soria con la ciudad francesa de Coullioure, lugar de exilio de don Antonio, cuyos restos mortales reposan para siempre en su pequeño cementerio, muy lejos de los álamos y las riberas del río que tanto amó.
En dirección a los Arcos de San Juan, mientras espero que el semáforo que delimita el paso del viejo puente se ponga en verde, observo con curiosidad la tienda de artesanía soriana de la esquina, cuyas paredes, de un blanco inmaculado, me traen a la memoria otros versos del Maestro, a los que un día pusiera música Joan Manuel Serrat, mientras España permanecía poco menos que aislada del resto de Europa y él le cantaba a un pueblo blanco; seguramente, a uno de los muchos por los que Mr. Marshall pasó de largo.
Cuando llego a la pequeña explanada situada junto a la entrada al monasterio, no dejo de observar el lugar -esquinado, para más señas- en el que un chopo herido laguidece como el corazón al que se referían los famosos versos de Verlaine, que sirvieron como preludio al desembarco Aliado en Normandía. A su alrededor, maullando lastimeramente, una docena de gatos esperan ansiosos la llegada del guarda y su bolsa repleta de mendrugos de pan y restos de comida, sobre los que se lanzarán con inusitada avidez. Es la eterna, cruel estrofa del mundo, capaz de romper ese débil cordón de plata que une el mundo mágico de los sueños con la realidad y te hace sentir, en el fondo, afortunado de no compartir el destino de otros muchos que, como los gatos, elevan cada día las manos al cielo solicitando el milagro de su mendrugo de pan.
Dentro del mundo de los sueños, soy de la opinión de que siempre existe un lugar para la magia; el tiempo pasa, pero la magia permanece, como lo demuestra la piedra que -independientemente de su originalidad o autenticidad histórica- permanece impasible a modo de felpudo, junto a la entrada de la tienda de artesanía soriana. Cuando te acercas, ves el simbolismo en todo su esplendor: una cruz de ocho beatitudes; dos caballeros cabalgando sobre el mismo caballo; los graffitis de Chinon...Las referencias son tan evidentes, que cuando pienso en la palabra Temple, a la magia del momento y del lugar, se añade una nueva y escurridiza circunstancia: la leyenda.
Soria es, sin duda, tierra de leyendas; de grandes gestas que han llegado hasta nosotros envueltas por el halo del misterio que marcó frontera entre dos mundos completamente opuestos -al igual que hoy en día-, pero que, curiosamente, defendían la omnipresencia de un único y verdadero Dios: el cristiano y el musulmán.
Tierra de eremitas; de cultos marianos; de grandes acontecimientos envueltos en el más impenetrable de los misterios; y cómo no, lugar de tradición y de milagros.
Sin dejar de darle vueltas a todo ello, me encamino por segunda vez consecutiva hacia el monasterio, con la sombra de la cruz paté pisándome los talones y la curiosa sensación de haber penetrado en otro mundo.
Dicen que son de estilo mudéjar y atribuyen su diseño y construcción a los caballeros de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Pero los rayos del sol que se cuelan a través de sus arcos, me indican que, lejos de ser relevante esta cuestión, importa más qué tipo de gracia iluminó a aquellos hombres que, buscando la perfección de Dios, no cometieron la torpeza de dejar nada al azar, aunque sí dejaron grabado el testimonio de su sabiduría, en unas piedras que sus manos moldearon como si fueran barro. Tal detalle, sin duda, me trae a la memoria retazos de la leyenda mágica del Golem. Pero lejos de crear un monstruo descontrolado, los maestros canteros que levantaron el monasterio de San Juan de Duero crearon, con toda probabilidad, un vínculo indivisible entre el cielo y la tierra; una vía de comunicación, diseñada para perdurar...
La Magia, pues, es algo manifiesto a este lado de la ribera del Duero. Algo sutil, genuino y tangible, que llega a apoderarse del alma del visitante. Y tal y como describía en su excelente ensayo Mircea Eliade, uno no deja de experimentar, paseando por ella, el mito del eterno retorno.

lunes, 21 de enero de 2008

Andaluz: interiores de San Miguel y pequeño museo románico



'No es el martillo el que deja perfectos los guijarros sino el agua con su danza y su canción'
[Rabindranath Tagore]

A medida que me adentraba en las tierras de Berlanga, multitud de cosas afloraban a mi mente, como una lluvia de estrellas fugaces perdiéndose a toda velocidad más allá del horizonte. Aún repiqueteaban en mi mente las palabras de ánimo que mi amiga Teresa me había dejado en el último correo la noche anterior:

- Adelante, Perquisitore, ve a por ello, -me contestó, cuando la hice partícipe de mis planes para la jornada del sábado.

Naturalmente, con el apodo de Perquisitore -honor que me hace, desde luego-, me comparaba con Galcerán de Born, el personaje principal de la insuperable novela de Matilde Asensi, titulada 'Iacobus', cuya lectura hizo mis delicias el pasado verano. El Perquisitore, por más señas, es un caballero perteneciente a la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, a quien sus superiores -incluido el Papa Juan XXII, sucesor de Clemente V- le encomiendan la nada despreciable misión de ir descubriendo los lugares secretos en la Península Ibérica donde la Orden del Temple ha ido escondiendo parte de sus incalculables riquezas. Riquezas que, dicho sea de paso, todos -incluidos los agentes del rey Felipe el Hermoso- persiguen con inusitada avidez. La novela, por tanto, se sitúa a partir de 1314, una vez suprimida la Orden del Temple, haciendo una descripción -verdaderamente interesante a lo largo de la trama (1)- de los principales lugares de peregrinaje relacionados con el Camino de Santiago.
Resulta comprensible, pues, que por 'perquisitore', se entienda como aquélla persona que sigue o indaga pistas; que busca y rastrea y que, bien por inteligencia -como en el caso del personaje de Matilde Asensi- o bien por suerte -como puede ser el caso mío, y sólo a veces- finalmente encuentra y consigue lo que desea.
En mi papel de Perquisitore, por tanto, en la mañana de aquél sábado mis pesquisas iban encaminadas hacia el interior de la iglesia románica de San Miguel; su pequeño museo y por supuesto, la pieza estrella de su patrimonio cultural: la virgen románica de Santa Lucía.
La última vez que estuve en Andaluz, un frío día también, en el mes de diciembre, poco más o menos en vísperas de Nochebuena, no pude encontrar a la que persona que custodia la llave. Sin embargo, mi suerte en éste inhóspito sábado del mes de enero, iba a cambiar favorablemente. Tal vez por intuición, o quizás porque estoy convencido de que la 'Ley de la Causalidad' se mueve por unos derroteros parecidos a la 'Ley de Causa y Efecto', supe que mi suerte estaba a punto de cambiar, cuando la puerta de la 'la casa con escalones y rosales' -esas fueron las señas que conseguí de un paisano nacido en Andaluz, pero residente en Madrid- se abrió frente a mi, segundos después de tocar el timbre.
Visiblemente renqueante, en la cara de Rosa Mari no se evidenciaban señales de desconcierto, extrañeza o sorpresa ante tan inesperada visita. Sabía perfectamente, nada más verme, que como forastero lo único que podía perseguir era la iglesia románica de San Miguel y las maravillas que, supuestamente, se ocultaban en su interior.
Accedió a mostrármelas, después de algunos minutos de conversación, en la que le expuse el enorme interés que sentía por todo lo concerniente al románico de la región, así como el tremendo esfuerzo que suponía el tener que desplazarme expresamente desde Madrid, no siendo, desde luego, plato de buen gusto, darme con la puerta en las narices.
Cuando la vi sonreír y me dijo que la esperara arriba en la iglesia, mientras ella subía con las llaves, reconozco que respiré aliviado, pensando que después de todo, el viaje iba a merecer la pena.
Una vez franqueado el umbral de esa otra realidad que constituye un templo románico, recuerdo que mi primera impresión fue la de suponer que en Andaluz se hace gala de un cuidado extremo y un respeto profundo hacia su patrimonio artístico-cultural y religioso.
En efecto, visto bien iluminado gracias a la amabilidad de Rosa Mari, que no tuvo ningún inconveniente en encender las luces del recinto, el interior de la iglesia románica de San Miguel parecía un auténtico homenaje a la pulcritud. Encontrándomelo tan limpio como los chorros del oro, pensé que 'Mr. Proper' había tenido zafarrancho de combate, resultando victorioso frente al polvo y el descuido. No se trata de un detalle vanal, en mi opinión, acostumbrado como estoy a encontrarme ruina y abandono en la gran mayoría de construcciones similares que visito y que, en algunos casos, hacen que se le caiga a uno el alma a los pies.
La primera imagen mariana que recibe al visitante, es una talla de 1952 -aproximadamente- que representa a la Inmaculada Concepción. En la misma pared, junto a ella, y tal vez por el color negro con ribetes dorados de la capa que la envuelve, es posible ver una curiosa talla de la Dolorosa, cuyo rostro -mayestático y de expresión indefinida- llama poderosamente la atención, levantando sospechas acerca de una posible factura de índole románica o, en su defecto, de un intento por representar rasgos característicos de este estilo en particular.
Algo más allá, y cerca de la zona que delimita el altar, se encuentra la Virgen del Rosario, aunque, en opinión de Rosa Mari -tuve la impresión de que sabía mucho más de lo que realmente contaba- pudiera tratarse en realidad de 'una Asunción', en vista del color del vestido -rojo- y los ángeles que la acompañan.
Situado junto al altar, y abierto sobre el pequeño atril que le sirve de soporte, un hermoso libro episcopal ofrecía testimonio, posiblemente, del sermón utilizado durante la celebración de la última misa. Era posible apreciar, en negrita y letras mayúsculas, la siguiente frase en latín: 'In Festo Sacratissimi Cordis Jesu'.
Dominando el excelente retablo gótico -ésta es una apreciación personal, en la que puede que me equivoque- otra de las figuras estrella mantiene al diablo subyugado a sus pies. Me refiero, naturalmente, al arcángel San Miguel, titular de la iglesia y paladín infatigable de los cielos, siempre dispuesto a levantar su espada contra el Mal y, en su función de juez -como el dios egipcio Anubis- pesar las almas de los muertos.
En el mismo retablo, se pueden apreciar, también, otras figuras de santos, entre las que destaca, en mi opinión, y teniendo en cuenta su carácter humilde y laboral, la figura de un santo en particular, bastante apreciado también en la provincia: San Isidro Labrador, acompañado siempre de sus mansos y fieles bueyes.
Continuando la visita, y situados en el lateral derecho del templo, otro retablo de considerables proporciones sirve de escaparate para mostrar varias figuras más de santos, aunque elevando la vista a lo más alto, uno no deja de sentir fascinación frente a una talla de origen románica tardía, posiblemente gótica, que, en mi opinión, representa a Santa Ana con la Virgen en brazos.
Por desgracia, la figura estrella y por supuesto, la que más interés suscitaba para mi -la talla románica del siglo XIII de la Virgen de Santa Lucía- quedaba, por ésta ocasión, fuera de mi alcance. Rosa Mari me comentó que estaba siendo restaurada, y es de esperar que una vez terminada dicha restauración, vuelva otra vez al lugar que la corresponde.
Reconozco que me sentí ligeramente decepcionado, aunque tal decepción, desde luego, cedió pronto paso a la excitación cuando, algunos minutos después, ésta me abrió la puerta del pequeño museo situado en lo que antiguamente constituía otra de las galerías porticadas.
A cobijo de todo daño externo y cuidadosamente colocados en su correspondiente pedestal, las representaciones añadidas por el maestro cantero a golpe de martillo y cincel de los capiteles de la desaparecida galería, constituían de por sí, todo un tesoro de expresividad y simbolismo. Allí, todo estaba perfectamente ordenado. No eran piezas 'sobrantes' después de una restauración, que se olvidan y se tiran en cualquier lugar, como simples escombros, negándoselas el valor que realmente tienen. Eran lo que eran, objetos de Arte que merecían un respeto y un cuidado especiales, como patrimonio de un país en particular y del mundo en general. Tan entusiasmado estaba intentando no perder ningún detalle con la cámara, que olvidé preguntarle a Rosa Mari quién había tenido tan genial iniciativa. Vayan, pues, desde estas sencillas páginas mi más sincera felicitación y gratitud.
Por otra parte, y volviendo otra vez al tema que nos ocupa, se puede añadir que los motivos de este oculto conjunto de capiteles, son de lo más variado e interesante, destacando -por su belleza y singularidad- los siguientes:
- Aves de vistoso plumaje, como si el artista hubiera querido destacar una alegoría exótica.
- Motivos entrelazados, formando numerosos nudos.
- Una figura humana, desnuda, en actitud de estar danzando. Una posible referencia ritual, de probable origen celtíbero.
- Dos machos cabríos, curiosamente muy similares en su forma y ejecución a los que se pueden contemplar en uno de los capiteles de la iglesia románica de Nª Sª de la Asunción, en el pueblo segoviano de Duratón. Naturalmente, su asociación es demoníaca.
- Un capitel realmente interesante, que representa a un personaje (no se puede determinar el sexo, dado la especie de túnica que le cubre) que porta un libro cerrado en su mano derecha (este motivo suele estar asociado con el conocimiento oculto) y un objeto indeterminado en la izquierda. Curiosamente, está escoltado, a ambos lados de la cabeza, por el Sol y la Luna. Como anécdota, agregar que es el primero en su género que he visto en los numerosos emplazamientos románicos recorridos de la provincia.
- Un caballo, con silla de montar, esmeradamente labrado.
- Un centauro en actitud de disparar su arco hacia un lado, mientras el rostro lo tiene vuelto al frente.
- Un animal, posiblemente un buey, cuyos cuartos traseros, por desgracia, están deteriorados.
- Una pareja de arpías.
- Una cara mirando de frente, escoltada en la parte de arriba por lo que parece un grifo (recordemos que dicho animal mitológico ocupa uno de los laterales del pórtico de entrada) y un ave; en la parte de abajo del capitel, se aprecian curiosas formas serpentiformes. En el mismo capitel, por otra de sus caras, se aprecia otro rostro y una serpiente enroscada con cara humana. Posiblemente se trate del capitel que algunos investigadores identifican como el de la tentación de Adán y Eva.
- Motivos entrelazados, similares a una cesta de mimbre, de la que surgen cabezas humanas, cuyos bigotes recuerdan a los de los gatos.
- Un jinete montado a caballo y detrás de él, una extraña forma humana, de cuerpo delgado, sin extremedidades superiores y con una desproporcionada cabeza. El desgaste no permite apreciar las características del rostro.
- Un capitel, bastante deteriorado, en el que, sin embargo, se aprecia con excelente resolución parte de una serpiente.
Es posible admirar, también, una tumba antropomorfa, así como una estela con una cruz, reminiscencias del cementerio medieval que se supone estaba situado debajo y en los alrededores de la iglesia.
En el pequeño museo, se conservan, de igual manera que los capiteles, los canecillos que correspondían a esa parte de la galería. Entre ellos, es posible apreciar rostros humanos y animales; una excelente talla de un perro tumbado, así como otro que parece representar a un hombre subido encima de los hombros de otro.
Como colofón a la presente entrada, decir que la iglesia románica de San Miguel dispone de tantos elementos extraordinarios, que, aunque descritos por encima, bien merece un estudio en profundidad, pues es mucha la riqueza simbólica que posee, así como muchos son los enigmas a ella asociados.
Sólo me resta reiterar otra vez mi más sincero agradecimiento a Rosa Mari por su amabilidad y prometerla que, a la vez que finalizo la presente entrada, deposito en el Correo una carta con la foto que tomé mientras posaba junto a la pila románica y que prometí enviarla sin falta.
(1): A todos los interesados en el tema, les recomiendo la lectura de los siguientes libros:
- 'Iacobus', Matilde Asensi, Editorial Random House Mondadori, Año 2000.
- 'Peregrinatio', Matilde Asensi, Editorial Planeta, Año 2006