Si de puertas abiertas se trata,
sería imperdonable abandonar un pueblo como Morón de Almazán, sin aprovechar la
oportunidad de visitar esa curiosa ermita, denominada de Nª Sª de los Santos o
de los Santos Nuevos, que las canciones del pueblo –ese maravilloso correveydile
tradicional, que brota del alma de los siglos- insisten en considerar –o al
menos así lo hacían, en un pasado que están dejando escapar las nuevas
generaciones que imprudentemente pasan de los cuentos de la abuela-, como un
antiguo y venerable convento de templarios. Si lo fue o no en el pasado, lo
cierto es que actualmente, y en referencia a su fábrica primigenia, quedan tan
escasos restos, o mejor aún, no queda prácticamente nada, que ni siquiera el
recurso de las comparaciones, por muy odioso que resulte, puede convertirse en
el de un remedio inefable y eficaz, cuando menos para conformar los pilares de
una historia. Tampoco es la intención del que suscribe la presente entrada,
llamar a rebato y reivindicar contra viento y marea una templaria dimensión, de
la que, por otra parte, sí hay indicios más que suficientes en la provincia. No
es el territorio apropiado para ello ni hay, por tanto, banderas que plantar;
aunque bien que lamento, no obstante, no haber llegado a tiempo de contemplar ese
pendón o estandarte arrebatado a la morisma –que no sólo en el monasterio de
las Huelgas de Burgos, han existido reliquias del tiempo en el que los
miramamolines almohades eran el coco que asustaba a los infantes cristianos-,
desaparecido, como muchas otras reliquias –como por ejemplo, supuestamente el
dedo o parte de un dedo, de San Bernabé, en la parroquial de Fuentelsaz-, en
misteriosas circunstancias. De manera que, dicho lo dicho y continuando con ese
reflejo de la historia que en ocasiones puede ser la especulación, sí se
recomienda, antes de entrar en el interior de esta irreconocible en su románico
origen pero interesante ermita, echar un vistazo y observar el Calvario y la
Virgen de piedra que sobresalen de los muros de la zona oeste, semejando un
típico crucero gallego empotrado en la pared. Sorprende, sobre todo, la imagen
de piedra de la Virgen, entronizada y hierática, con el Niño en la rodilla,
esculpida, no obstante, con todo lujo de detalles e inserta en una hornacina en
la que se aprecian arcos y capiteles de índole románica, quedando el conjunto
enmarcado en una formidable concha marina, ofreciendo una recatada imagen de lo
que posteriormente el Renacimiento –sobre todo en la figura de Bottichelli-
volvería a recordar con la voluptuosidad de Venus y el culto a la perfección
del cuerpo.
Del interior de la nave, de forma
rectangular y austera no sólo en detalles, sino también en ornamentos –al menos
de época-, destaca, qué duda cabe, el soberbio entarimado de madera del coro.
Un entarimado que, a pesar del tiempo y cierto grado de abandono, denota una
meritoria maestría, recordando, de paso, esa España de toda la vida, ajena a la
manufactura a destajo tipo Ikea, en la que existía una figura imprescindible,
mantenedora de la tradición de los antiguos gremios y negligentemente condenada
a desaparecer: el maestro artesano. En un mundo, como digo, abocado al destajo
y al consumo desmesurado, asistimos, en algunos casos nostálgicos, a la
desaparición de las maestrías y los oficios, cuyo arte estaba encaminado a
realizar obras de calidad destinadas a perdurar; lo que, después de todo,
suponía un ahorro para las familias y un respeto también por el medio ambiente.
Por eso, cuando se observan éstas genuinas obras artesanas, independientemente
de su estado de conservación, no es difícil llegar a la conclusión de que se
está frente a un detalle artístico digno de ser respetado y valorado. En este
caso, el maderamen del coro de la ermita de Nª Sª de los Santos ofrece, en sus
motivos principales, elementos que en modo alguno son ajenos a la antigua
tradición: motivos vegetales, crucíferos y solares que, de algún modo,
mantienen la continuidad de una tradición simbólica que se remonta al alba de
los tiempos.
El arte popular, aunque moderno,
juega aquí también un interesante protagonismo sociológico, mostrando, y a la
vez conservando, en algunas de sus representaciones pictóricas, esas viejas
tradiciones de veneración y respeto debidas a deidades, como la Virgen de los
Santos o la Virgen de la Muela (1) que, por sus características, conserva la
entronización, el hieratismo y los atributos de las antiguas y venerables
Vírgenes Negras. Por eso, no es de extrañar que, por ejemplo, en el cuadro de
Ofelia Peña Hernández (2), que se encuentra a un lado del retablo mayor y lleva
por título Ofrenda Floral a la Virgen de los Santos, la autora recuerde la
devoción con la que las gentes acuden en agosto –o al menos, lo hacían en el
pasado- a la romería, descendiendo desde la iglesia de la Asunción, cuya torre
y parte de la nave se ve en el centro superior del cuadro, a la ermita, tal y
como se venía haciendo desde tiempos medievales. Curiosa resulta, así mismo, la
representación de la Anunciación, donde el artista –siento decir en este caso
que anónimo, pues no recuerdo que hubiera nombre o placas en el cuadro o quizás
se me escapó ese detalle- ofrece una visión curiosa, donde al ángel Gabriel
–figura que se localiza en varios de los episodios afines a la Sagrada Familia,
como podría ser también en la huida a Egipto- y la Virgen ocupan la parte
principal de una escena donde se aprecia una rueda –elemento mistérico asociado
a la figura de Santa Catalina, así como también uno de los Arcanos Mayores del
Tarot- y una curiosa iglesia, con ábside románico que, por las características
de la torre, tal vez pudiera tratarse de una visión personalizada de la iglesia
de la Asunción.
En definitiva, cualquier lugar puede depararnos
interesantes detalles, si no nos dejamos llevar por los prejuicios relativos a
la brillantez de su aspecto y ponemos en práctica, cuando menos, ese poder que
siempre debería acompañarnos cuando visitamos cualquier entorno nuevo: el de la
observación. Y después de todo, del aspecto, de los cambios sufridos a lo largo
de la Historia, la ermita de Nª Sª de los Santos, situada a escasos cien o
doscientos metros del casco urbano de Morón, siempre ha de ofrecernos algún
detalle de interés.
(1) Relacionada
con una de ellas y un hecho milagroso, se conserva en la iglesia de la Asunción
de Morón una piedra de la Virgen.
(2) Me es
grato afirmar que durante los últimos años, se están fomentando las actividades
culturales en la provincia, entre las que destacan aquéllas dedicadas a taller
de pintura; y a este respecto, pongo por
ejemplo el Taller de Pintura de Jaime del Huerto, entre cuyas integrantes
figura una excelente persona y amiga, como es Edelia García. Quiero pensar, que
en Morón, y dadas las obras mencionadas, existe otro similar.