miércoles, 31 de octubre de 2012

En busca del otoño soriano


'Tierra, devuélveme tus dones puros,
las torres del silencio que subieron
de la solemnidad de sus raíces:
quiero volver a ser lo que no he sido,
aprender a volver desde tan hondo
que entre todas las cosas naturales
pueda vivir o no vivir: no importa
ser una piedra más, la piedra oscura,
la piedra pura que se lleva el río...' (1)

Todos los años me atrapa, me lanza el anzuelo y yo pico. Me dejo llevar y voy. Creo saber qué cara mostrará, pero siempre me sorprende. Cerca o lejos, no importa. Su abrazo, como el horizonte, abarca todos los caminos. Utiliza caramelos de melancolía que se disuelven en un suspiro frente a unos ojos golosos. Es como la mitológica caja de Pandora: temes abrirla, pero cuando lo haces, descubres que de su interior brotan colores de vida y muerte que, sin embargo, te embelesan y te atrapan. Parca cargada de nostalgia, que imita el alfa y el omega, el principio y el fin, que lucen con orgullo los crismones cristianos.
Es el último aliento del moribundo. El postrer adiós en la estación, segundos antes de partir el tren que no volverá. Es el abrazo fugaz junto al portal y los bancos solitarios en el parque. Son las hojas arremolinándose en el suelo; la hiedra sobre la piedra y el sol languideciendo por encima de unos campos ateridos. Es el viejo puente de madera, que se quiebra sobre las aguas de un riachuelo, espejo arañado en el que se miran cielos plomizos que suspiran por la perdida alegría del verano.
Son los álamos solitarios a lo largo del camino, que te reciben y te despiden con lágrimas doradas y copas vencidas al viento. Es el bramido del ciervo, pidiendo amores y la avaricia de la ardilla recogiendo frutos secos en el suelo. Es el fuego alegre en el hogar y la niebla desembarazándose lentamente del abrazo de la tierra. Es el suspiro resignado del que busca el rocío en la mañana. Los corros de hadas, desparramándose en lo más profundo del bosque. Son las hojas soñando con la ingravidez de la luna y la luna contemplándose veleta en la cristalina superficie de las lagunas. Es la lluvia que falta en mayo y mantiene al campesino pintando surcos de humo en el hogar.
Es más que un sentimiento.
Es el Otoño.



(1) Pablo Neruda: 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada/Otras Poesías', Editorial Orbis, S.A., 1997, página 174.