miércoles, 19 de diciembre de 2012

Feliz Navidad y Próspero Año 2013


Otro año está punto de llegar a su fin. Viejo y cabizbajo, como un actor que ha llegado al final de su carrera, está a punto de abandonar el escenario de su última representación y perderse para siempre entre las candilejas que definen esa tierra de nadie que suelen ser, generalmente, los bastidores. Habrá, como siempre en toda representación, diversidad de opiniones entre el público: unos aplaudirán, emocionados por la función que acaban de presenciar, y otros, más críticos, que no necesariamente peores, se sumirán en el silencio y lanzarán una pedorreta despectiva hacia el escenario, sin disimular un ápice su disgusto. Son reacciones humanas que definen, al fin y al cabo, algo que nos caracteriza y desde luego, nos hace ser como somos: los sentimientos. Por alguna extraña razón, son precisamente los sentimientos los que vienen a representar un papel principal en esta tragi-comedia teatral en la que todos, prácticamente, nos ponemos el traje de pastor y con el cordero a hombros, nos dirigimos a Belén. Y es allí precisamente, en ese Belén, familiar e íntimo, donde celebramos las Pascuas, y donde también nos damos cuenta de que, en realidad, el Año Viejo que se va y el Año Nuevo que viene, no son tan importantes porque, por desgracia, siempre nos faltará alguien que, por circunstancias, no podrá acompañarnos al Portal. Esto es algo que todos, cantemos aleluyas a la Navidad o bailemos al son de los tambores de Jano, tenemos muy presente. Y también tenemos muy presente, que la vida continúa, y aunque siempre nos acompañarán las espinas de la rosa, también hemos de pensar que nunca nos abandonará la fragancia de su recuerdo.
Como todos los años, también este viejo galgo de los caminos en general, y de los sorianos en particular, siente que ha llegado el momento de tumbarse unos días, y descansar. Y como todos los años, no puede evitar sentirse invadido por esa vanalidad que, para ser honestos, debería acompañarnos todo el año y no sólo en estas fechas. Por eso, este año tampoco podía faltar a la cita, y como soy autónomo de mi propia pluma y no pienso declararme un ERE a mí mismo, aprovecho para proponeros un brindis muy especial, sin importar el papel que el futuro nos tenga reservado. Os propongo, sencillamente, un brindis por la Vida.
Y por supuesto, de todo corazón, os deseo una Feliz Navidad y un afortunado Año Nuevo.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Señuela: entre un hola y un adiós



Siempre me ha sorprendido la cantidad de acontecimientos, cosas, experiencias o detalles que ocurren entre ese espacio de tiempo que existe entre dos palabras tan simples, como son un hola y un adiós. Recabar en ello, y para ser honesto, debo agradecérselo a ese genial cantautor que es Joan Manuel Serrat. No en balde, sus canciones me han acompañado en tantos viajes, que aparte de proporcionarme un título para calentar la imaginación de todo el que se dé una vuelta por este blog, me ofrecen, a la vez, el título perfecto para narrar unas vivencias que, aunque simples en apariencia, denotan esa singularidad tan especial con la que los sorianos extienden la mano al forastero.
Para alguien que ha leído -e incluso oído- muchos cuentos a lo largo de su vida, comenzar sin el típico tópico de érase una vez, no deja de ser, en el fondo, toda una agradable novedad. De manera que, parafraseando a este entrañable compañero de camino, bien pudiera afirmar, sin faltar nunca a la verdad -o a esa apariencia de verdad, ya que, como las opiniones, todos tenemos una y pensamos siempre que la nuestra es la que vale- que en el momento en el que volví a tener a Señuela a la vista, no pude por menos que decirme: te sienta bien el otoño, qué gusto volverte a ver...
Porque, sin necesidad de acudir a remedios alucinógenos para abrir esas puertas de la percepción -como dirían los clásicos Huxley, Leary, Lilly o Castaneda- es cierto que Señuela apareció, a los ojos de este impenitente viajero, con un aspecto saludable y totalmente diferente a la última vez que la vi. Qué duda cabe, que para un alma celtíbera, el color verde esmeralda con el que la tierra proclama sus ganas de vivir, aprovechando no sólo la última gota de lluvia sino también hasta el último suspiro del rocío matutino, representa una visión tan grata como placentera, que merece, cuando menos, una breve descripción.
Llena de agua a instancias de los vecinos, la forma ovalada de la charca contribuye a crear una imagen surrealista que, como si de un espejismo se tratara, dota al pueblo de un agradable y a la vez pinturesco aspecto marinero. O si se prefiere, y dejándose llevar por la mirada entrañable, cuando no dulce de los impresionistas de todo tiempo y lugar, el aspecto de una acuarela romántica enmarcada en la mediática bondad de sus intensos y naturales matices.
A pie de promontorio -no olvidemos que Señuela se asienta sobre un sólido corazón de roca viva- y laborando con paciencia de artesano al volante de su tractor, un agricultor peina surcos en la tierra, mientras la curiosa torre medieval de la iglesia de Santo Domingo de Silos, se lava la cara en el espejo de la charca, anticipándose a una luna señera que, aunque de manera imperceptible, comienza a bostezar, amenazando con despertar en cuestión de horas. En las calles, aunque se dejan ver y maúllan, faltan gatos. Dicen que hubo un perro, de praxis agresiva, que tan de moda está en los tiempos que corren, que terminó con varios de ellos. Quizás por eso, los que quedan, sin duda previsores o de lección aprendida, se mantienen una prudencial distancia. La suficiente, al menos, para permitirles escapar en caso de que cualquiera de las siete vidas que les otorga la tradición, pueda verse amenazada. Y no es una cuestión banal. Hay amenazas que no pueden preverse, pero que realmente existen. Señuela, como cualquier otro pueblo, no sólo de la provincia, sino de cualquier provincia, sabe bien hasta qué punto es cierto. Amenazas furtivas, en la sombra, cuya deslealtad, premeditación y alevosía, provacan un vómito de repugnancia en la honradez y hacen que la desconfianza hacia el forastero, después de todo, pueda llegar a estar justificada. Me congratula decir que no es mi caso, aunque alguna boca lenguaraz -que como las meigas en Galicia, habelas haylas-, pretenda colgar sambenitos en cabeza ajena, en lugar de ocuparse de colocárselas en la suya propia.
Esto -y vuelvo a lo de las amenazas que, como digo, habelas haylas también- queda de manifiesto, camino del lavadero. Queda éste, algo más allá de un pequeño bosquecillo de aspecto druídico, en el que árboles y maleza arropan un antiguo pozo que, por su forma, bien parece ser sacado de ese juego vital que recorre todo peregrino que, aparte de pretender adentrarse en los misterios del pasado, pretende, de paso, adentrarse también en el conocimiento de sí mismo: el Juego de la Oca. Llama la atención, de hecho, ese moho amarillento que como una segunda piel se adhiere a la corteza de unos árboles de ramas desnudas que sueñan con la resurrección en primavera, y me pregunto, si quizás antiguamente no formara parte de esos remedios caseros, esos remedios de la abuela, en cuyos ingredientes, figuraba también esa mano de santo capaz de poner en pie hasta al mismo Diablo. Debió de ser éste, no cabe duda, aquél que sugirió a la miserable langosta humana cometer la tropelía contra el patrimonio ajeno. De hecho, aparte de algunas piedras caídas del muro, en el suelo aún se conserva la huella de la bestia. Es de forma circular, similar a aquéllas otras que las buenas gentes de Devonshire descubrieron un buen día de mañana en la nieve, y profunda, lo cual demuestra que, después de todo, debió de suponer un gran esfuerzo hacerse con los dos lavaderos, a pesar del brazo articulado del camión. Una completa premeditación para un trabajo, vuelvo a repetir, indigno. No es de extrañar, por tanto, que haya quien, en buena lógica, puesto el suyo propio a buen recaudo. Y esto, en el fondo, no deja de ser una cuestión indignante, pues indica, tristemente, que ya no puedes estar ni tranquilo ni seguro en tu propia casa.
Y aún así, la vida continúa en Señuela. Y qué diantres, lo hace a pesar de meigas y de langostas, de tristezas y de desazones; lo hace, con ese tipo especial de alegría y placer humano que conlleva el simple gesto de sentarse a la mesa con los amigos, sin más ley ni finalidad, que la de gozar de unas horas inolvidables en su grata compañía. Evidentemente, sintiéndome como amigo, corto me quedaría si no expresara también el orgullo, no exento de alegría, que me produjo poder ser parte y dicha, que no juez, en esa mesa y tener unos cortos pero inolvidables momentos de grata conversación con el aliciente añadido de disfrutar de unas delicias que, para colmo de parabienes, no se las zampa ni un rey.


Y para que veáis que ni miento ni exagero, y haciendo bueno el refrán de que una imagen vale más que mil palabras, aquí os dejo este vídeo. Y ahora pregunto yo: después de esto, ¿a quién le importa el pavo en Nochebuena?. Por eso, aparte de mi más sincero agradecimiento, también os juro y os perjuro, queridos amigos de Señuela, que para la próxima no dejéis de avisarme, que como los chistes de Arévalo, me presento en el pueblo, como el cura, a la hora exacta de comer. Un fuerte abrazo a todos.

jueves, 29 de noviembre de 2012

De cuando las piedras fueron tañidas....en Villasayas



Hacía tiempo que tenía un café pendiente en Villasayas; y de no habérmelo tomado antes, ha sido precisamente porque el tiempo, burlesco donjuán donde los haya, había decidido dar la campanada, empecinándose en hacernos soñar con la música acuática de Haendel los últimos fines de semana. Es decir, mantenernos melancólicos -salvo fuerza mayor- viendo la lluvia caer detrás de la ventana, dejando que la mente, enfurruñada y temerosa de caer en las redes catatónicas de ese inoportuno demonio Meridiano -de habérmelo presentado, al menos teóricamente, he de dar las gracias a la amiga Baruk-, vagara cual alma en pena, suspirando por el regreso a unos caminos en los que siempre sabe que ha de encontrar algo lo suficientemente novedoso, como para hacerla olvidar por unas horas la espantosa rutina a la que se ve sometida en ese cibernético día a día, que posiblemente por vergüenza, o quizás, para engañarnos a nosotros mismos, llamamos vida.
El sábado pasado, aprovechando la tregua concedida -si no lo dice el refrán, ya lo invento yo, pues a falta de lluvia buenas son nieblas- tuve ocasión de emprender ruta, haciendo buena la consigna que me aplico a mí mismo desde hace ya algo más de cinco años: madrugón al canto, carretera y manta. En realidad, el tiempo, fuera bueno o malo, apenas contaba: aparte del café prometido por Edelia en Villasayas, llevaba conmigo el honor de haber sido invitado a comer en Señuela. Para la voracidad de un agradecido caminante, el menú y la aventura estaban servidos. Pero de esta aventura y de este menú, que seguro pone los dientes largos al más pintado, hablaré en una próxima entrada. Porque ahora quiero continuar hablando, precisamente de algo que en ocasiones solemos olvidar, y no es sano ni tampoco decente hacerlo: de agradecimiento.
Agradecimiento a Edelia, a ese café humeante, con aromas a cumbia colombiana, que en una mañana fría fue como mano de santo; agradecimiento a unos gratos aunque por desgracia breves minutos de cálida conversación, en la que disfruté con la exposición de sus proyectos artísticos, envidiando esa fuerza interior capaz de transmitir tan gratas sensaciones a través de la mezcla de colores y los trazos de un pincel. Y agradecimiento -ya va siendo hora de que lo diga, porque si no reviento- a esa inesperada y maravillosa sorpresa discográfica dedicada que, a través de una buena amiga, como es Edelia, me ha hecho sentir ese arte medieval, de la mano de los amigos de Breogan Prego, que han sido capaces de recuperar esa magia tan especial que, como genialmente exponen en su disco, transporta al oyente a aquél tiempo en que las piedras eran tañidas. ¿Qué más podría decir, salvo que guardo este disco como un auténtico tesoro?. Un tesoro que, además, ha sido grabado con un gusto especial, en el interior de lugares de la provincia con alma propia: la iglesia de Villasayas, la catedral de El Burgo de Osma, la Colegiata de Medinaceli, la iglesia de San Miguel de Almazán, la concatedral de San Pedro, la iglesia de San Martín en Rejas de San Esteban, la colegiata de Nª Sª del Mercado, en Berlanga de Duero, e incluso la fenomenal iglesia de Morón de Almazán...Creo que es una obra difícil de superar con tales antecedentes, sobre todo sabiendo que nuestros templos románicos y góticos, son una auténtica caja de resonancia, capaces de conectar espíritu y sonido. Una obra que figurará con todos los honores en los anales de la música de calidad y una obra que, a medida que vaya siendo conocida, volverá a traer el placer de oír tañir a un instrumento sin duda magistral y genuinamente evocador, cuyas representaciones ancestrales nos encontramos en numerosos canecillos: la vihuela.
Estimados amigos de Breogan Prego, desde estas páginas de Soria se hace camino al andar, mi más sincera admiración y mi más profundo agradecimiento. Un fuerte abrazo y por favor: ¡que continúen tañendo las piedras!.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Toda la lluvia cae sobre Termancia


Hay lugares con imán. Lugares a los que volver, una vez y otra y aún otra vez más, para descubrir que, aún a pesar de su aparente inmutabilidad, siempre existe la posibilidad de retornar al punto de partida, trayéndose consigo un recuerdo diferente. Termancia, o Tiermes, si se prefiere, es uno de esos lugares.
Decía el escritor y genial poeta argentino, Jorge Luis Borges, que la lluvia siempre ocurre en el pasado. Al pasado pertenecen, es cierto, estos recuerdos, éstas imágenes y una primavera que, allá por las vísperas isidriles de 2008, fue para el campo, y nunca mejor dicho, como agua de mayo. De hecho, la pradera adyacente a la monolítica ciudad, parecía, si se me permiten las comparaciones, un mar caribeño, de esos de ensueño y postal; el tipo de mar, vaya, que seducía con encanto de trópico y sonidos de ukelele a incontables soñadores que se lanzaban a la aventura del turismo exótico cuando España iba bien y que ahora, vueltos los pies a la tierra, son como el escaparate de esa pastelería de la posguerra, y algunos años después, frente a la que se detenían nuestros padres, con el estómago vacío, la mirada codiciosa y la cabeza llena de pájaros de colores con plumas de hojaldre y picos de miel. Pájaros maravillosos, cuyo vuelo, por más y más que se mirara, no iba nunca más allá de la gruesa superficie del cristal. Un cristal, que no es, sino, la frontera infranqueable que separa los deseos de la realidad.
Hablar de pasado, aquí y ahora, puede venir a cuento, si partimos de la base de que Tiermes es todo un Emblema del Pasado; una pequeña Capadocia monumental, situada en el corazón celtíbero de ésta Extremadura castellana que es Soria; un testigo incorrupto, y a veces molesto que, sin embargo, aún conserva, profundamente oculta en sus inextricables laberintos subterráneos, una buena parte de su primitiva virginidad. Y eso, a pesar de los grandes favores expoliados a la Dama, por la multitud de sirvengüenzas donjuanes de pico y pala que vinieron a cortejarla con malas artes y pérfido instinto de seductor.
Virginidad guardada, insisto, si hemos de hacer caso a la leyenda y al juglar del Cid, por la terrible Elpha en lo más profundo de esos laberintos; lugares a los nunca llega la luz del sol -como a lo más profundo de los cenotes mayas o, aprovechando la licencia que siempre otorga la comparación, a lo más profundo de los corazones- y sobre los que se puede especular cuanto se quiera, se considere y apetezca, preparando la mente del visitante para las sensaciones que, a buen seguro, han de sobrevenirle durante y después de su visita al lugar.
Recuerdo, porque al fin y al cabo, recordar es volver a vivir, y a fin de cuentas, es el único recurso exento de cuotas que le queda al soñador, aquélla fresca mañana de sábado. Fiel compañera de fatigas y soledad, toda la lluvia caía sobre mi y sobre Termancia. Durante mi recorrido en solitario, me preguntaba si mi alma, después de todo, era como la lluvia. Esa lluvia que no siempre es como el Cordero de Dios, ni tampoco lava todos los pecados del mundo pero que, a trompicones o de golpe, nunca deja de caer. Afortunadamente. A veces, sólo a veces, las gotas retumbaban sobre las pulidas gradas del anfiteatro y la imaginación quería que fueran redobles de tambor que anunciaban la inminente aparición de los actores. Actores que cubrirían su rostro con una máscara ambivalente -sonrisas y lágrimas-, esencia, qué duda cabe, de esa inmoral tragicomedia que, en el fondo, es la vida.
Tal vez hubiera fieras; y gladiadores cuya vida dependía tan sólo de la caprichosa dirección que tomara un miserable pulgar. Y también, por qué no, alguien lo suficientemente audaz y desesperado, que se lanzara al foso para beber la sangre del héroe muerto y gozar así de su fuerza y vitalidad. La sangre es la vida, decía Bram Stoker a través de los labios de su Drácula. Aplausos, voces, histeria colectiva. Otra vez silencio, expectación, vuelta a empezar, Ulises cansado tras su retorno a Ítaca. El mundo nació siendo un circo y los dioses necesitan las payasadas del hombre para mitigar el aburrimiento y el vacío de sus lujosos olimpos. El silencio transformándose en secos golpes de aldaba cuando las gotas se estrellan con fuerza contra el suelo de piedra de unas cuevas que un día fueron hogares y que hoy, divorciadas de la puerta y el calor humano, exhiben sus desnudas intimidades sin vergüenza ni pudor. Como dijo el poeta: todo queda, pero también todo pasa.
En realidad, cierto es que nada ha cambiado: hay cuartos a ras de suelo, y escaleras para acceder a los pisos superiores, y harnacinas en las paredes para albergar la vajilla y las estatuillas de los dioses manes, protectores de la familia y del hogar, siglos después suplidas por Santa Rita, Santa Gema, San Pancracio, representaciones anóminas de la Santa Cena, la Virgen del Rosario o la Cruz de Caravaca.
Incluso más adelante, sobre esa gigantesca rodilla humillada en la tierra y con heridas sanroqueñas en su muslamen, que indica el lugar donde una vez estuvo la Puerta del Sol, el agua forma pequeños ríos que, como los de la vida, se precipitan escalones abajo hasta formar sedentarias lagunas, siempre bajo la atenta mirada de una miríada de margaritas, cuyas corolas albergan el deseo de ese amante enjambre de abejas que las haga madurar. El mundo no se detiene; Dios no dispuso una parada para que se apearan en ella los disconformes. Por el contrario, creó un carrusel, una espiral, un laberinto, una señal de cantero y un jardín al final del camino, donde un día todos tendremos que dejar la esclavina y el bordón.
Sí, recuerdo un día en que toda la lluvia caía sobre mí y sobre Termancia.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Soledades burgenses


'El camino de Soria a Burgo de Osma, 58 kilómetros de buena carretera, se hace rápidamente. En el primer tramo, a la derecha, corre la alta meseta de la sierra de Frentes, que desde su ceja desciende suavamente por la solana, así como por el lado Norte se hunde desde ella en abrupto corte; y por la izquierda se levantan las sierras cretáceas también de San Marcos y de Hinodejo...' (1)

Dormida alrededor de su catedral, situada a la diestra o a la siniestra, según se mire, de un río de nombre Ucero, que apenas semeja, por su caudal, un arroyo en estado de crecimiento a una quincena aproximada de kilómetros de su nacedero natural, en las estribaciones del Cañón del Río Lobos, El Burgo de Osma permanece en duermevela, temeroso, quizás, de una deesapacible mañana de domingo, que anuncia, cual profética sibila, los rigores de un invierno impaciente por llegar. En lontananza, no lejos de la solitaria Cruz del Siglo, así como de una remodelada ermita de la Magdalena, la antigua fortaleza califal de Gormaz reina sobre la cima de un monte con forma de pirámide, guardando celosamente sus fantasmas entre telarañas, restos de nidos y sombras, mientras el viento, que amenaza con convertirse en desabrido Cierzo, gime lastimero por las ruinas heridas de olvido de la milenaria ciudad de Uxama.
Bajo los desiertos soportales de la plaza, los silencios son rumores de antiguas glorias; recuerdos enmudecidos de gestas infinitas, consignadas en manuscritos y legajos que duermen un sueño eterno, arropados por el polvo gris de los archivos diocesanos y el carisma campeador de los antiguos escudos de armas, que recuerdan señores y linajes hace tiempo sepultados.
Las campanas de la torre de la catedral, solidarias con el silencio inmaculado a hora tan temprana, desesperan impacientes por oír un canto del gallo que no llega, mientras en las puertas de algún bar -el dueño bostezando y fría la cafetera- prende todavía, no obstante descolorido por los intensos rayos de sol de un verano que ya pasó a la historia, un cartel anunciador de las pasadas fiestas en honor a San Roque, el misterioso santo de los caminos, guardián y compañero impenitente de arcángeles dorados y Vírgenes Negras.
Precisamente a San Roque, le tienen dedicada una pequeña y solitaria ermita, allá, en la ribera macerada de otoño en la que se mece melancólico el viejo Duero a su paso por la antigua Castromoros; o lo que es lo mismo, a su paso por la decana San Esteban de Gormaz, fácil de alcanzar para aquellos que, habitual o circunstancialmente comienzan su ruta por el extremo opuesto al sugerido por Taracena y Tudela, permitiéndose el lujo de vagar por tierras segovianas que despiertan al día envueltas en jirones de niebla antes de llegar, e incluso aún después de dejar atrás lugares como la monumental Ayllón. Fantasmas de espíritus de castellanos, que echan en falta el fragor de las batallas y la agonía de los gritos comuneros.
Aún con la torre cubierta de andamios y dispuesta a recibir, gitana carita de luna, los honores de un merecido maquillaje, la catedral, qué duda cabe, es el polo magnético que acapara todas las miradas y se cuclea, orgullosa, henchida al recibir todos los piropos. No parece serlo, sin embargo, lo que demuestra que no hay regla sin excepción, para unos madrugadores turistas, que apenas prestan atención a los numerosos misterios y acertijos dejados por los canteros, a lo largo de los siglos, a base de sudor y golpe artístico de escoplo. No desmerece, en absoluto, la Puerta de San Miguel, donde buey y león -Marcos y Lucas- parecen aunar fuerza y determinación para alertar al visitante de que se ande con cuidado, y una vez dentro, recuerde que está en un lugar que ya era sagrado incluso antes de que los robles de los druidas fueran sustituídos por los bosques de columnas de un gótico en expansión.


Lo reconozco, y así lo pongo de manifiesto: mi debilidad, después de todo, está unos metros más allá, en esa sensacional Portada Principal. En ese pequeño paraíso pétreo donde, aún al cabo de los siglos, un enamorado Salomón continúa cantándole a la Reina de Saba:

- Que me bese con besos de su boca. Mejores son que el vino tus amores, más suave el olor de tus perfumes, tu nombre como bálsamo fragante...


Y una arrobada Reina de Saba, repitiendo incansable a una sorda multitud:

- Soy un narciso del Sarón, una azucena de los valles. Como lino entre espinos...(2).

Quizás la pátina del tiempo, que no la de las velas, haya hecho algo de justicia; o quizás, después de todo, el cantero quiso darle un aspecto moreno, pero hermoso, pues incluso en su pensamiento, el sol también la bronceó...Entienda el que tenga oídos.
Hay un eterno Don Juan, burlón e impredecible, que se llama Tiempo. Una última mirada a la calle Mayor, y a la portada de la residencia episcopal, donde el cantero trocó los cuellos entrelazados de las ocas por un entrelazo de cuellos de dragón, y servidor piensa con los pies, apenas comienzan a adivinarse los primeros síntomas de agua-nieve. El termómetro hace que la ensoñación también se congele. Y pensando con los pies, o mejor dicho, aplicando la definición que Ambrose Bierce hizo del cobarde en su Diccionario del Diablo (3), me despido, una vez más, de El Burgo de Osma.




(1) Blas Taracena y José Tudela: 'Guía de Soria y su provincia', EOSGRAF, S.A., Madrid, tercera edición aumentada, 1968, página 147.
(2) El Cantar de los Cantares, 1,2 y 2,1.
(3) Ambrose Bierce, 'El Diccionario del Diablo', Ramdon House Mondadori, S.A., 1ª edición, octubre de 2007, página 127.

Publicado en STEEMIT, el día 28 de Enero de 2018: https://steemit.com/spanish/@juancar347/soledades-burgenses

miércoles, 31 de octubre de 2012

En busca del otoño soriano


'Tierra, devuélveme tus dones puros,
las torres del silencio que subieron
de la solemnidad de sus raíces:
quiero volver a ser lo que no he sido,
aprender a volver desde tan hondo
que entre todas las cosas naturales
pueda vivir o no vivir: no importa
ser una piedra más, la piedra oscura,
la piedra pura que se lleva el río...' (1)

Todos los años me atrapa, me lanza el anzuelo y yo pico. Me dejo llevar y voy. Creo saber qué cara mostrará, pero siempre me sorprende. Cerca o lejos, no importa. Su abrazo, como el horizonte, abarca todos los caminos. Utiliza caramelos de melancolía que se disuelven en un suspiro frente a unos ojos golosos. Es como la mitológica caja de Pandora: temes abrirla, pero cuando lo haces, descubres que de su interior brotan colores de vida y muerte que, sin embargo, te embelesan y te atrapan. Parca cargada de nostalgia, que imita el alfa y el omega, el principio y el fin, que lucen con orgullo los crismones cristianos.
Es el último aliento del moribundo. El postrer adiós en la estación, segundos antes de partir el tren que no volverá. Es el abrazo fugaz junto al portal y los bancos solitarios en el parque. Son las hojas arremolinándose en el suelo; la hiedra sobre la piedra y el sol languideciendo por encima de unos campos ateridos. Es el viejo puente de madera, que se quiebra sobre las aguas de un riachuelo, espejo arañado en el que se miran cielos plomizos que suspiran por la perdida alegría del verano.
Son los álamos solitarios a lo largo del camino, que te reciben y te despiden con lágrimas doradas y copas vencidas al viento. Es el bramido del ciervo, pidiendo amores y la avaricia de la ardilla recogiendo frutos secos en el suelo. Es el fuego alegre en el hogar y la niebla desembarazándose lentamente del abrazo de la tierra. Es el suspiro resignado del que busca el rocío en la mañana. Los corros de hadas, desparramándose en lo más profundo del bosque. Son las hojas soñando con la ingravidez de la luna y la luna contemplándose veleta en la cristalina superficie de las lagunas. Es la lluvia que falta en mayo y mantiene al campesino pintando surcos de humo en el hogar.
Es más que un sentimiento.
Es el Otoño.



(1) Pablo Neruda: 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada/Otras Poesías', Editorial Orbis, S.A., 1997, página 174.

jueves, 25 de octubre de 2012

Cultura y Patrimonio en el País de las Langostas: robos en Señuela


En marzo de 2011, tuve el inmenso honor y privilegio de conocer a Cándido Heras y a varios miembros de la Asociación Cultural Amigos de Señuela, con los que compartí no sólo mesa, sino también unas horas inolvidables en las que me fueron mostrando, con todo lujo de detalles, parte de los edificios que, com tesón, esfuerzo y mucho cariño, han ido rehabilitando para volver a dar a este pequeño pueblo, cercano a Morón de Almazán, parte de ese aspecto y de esa antigua vida que antaño tuvo.
Durante la visita, tanto al pueblo como a su entorno, me fueron poniendo al día sobre esa entrañabloe historia popular, generalmente conservada de puertas para adentro, que se echa en falta, por desgracia, en los rígidos manuales de formación que el Ministerio de Educación y Ciencia considera imprescindibles para instruir a las futuras generaciones. Unos manuales, me permito añadir, en los que no hay cabida -ni tan siquiera por unas breves líneas- para difundir unos aspectos tan personales de nuestra Historia, de nuestro Arte y de nuestra Tradición, que posiblemente ayudarían a fomentar entre nuestros escolares, un respeto y una mayor valoración de nuestros pueblos y de nuestro Patrimonio. O mejor dicho: de su futuro Patrimonio.
Porque ahí es donde está la verdadera riqueza de un país, en su Cultura. 

Por desgracia, hay gente de sangre fenicia e instinto de langosta que, amparándose en la noche y en esa oscura debilidad jurídica que justifica con multas lo que en otros países costaría los cinco dedos de la mano, se dedican a comerciar con los frutos del expolio. Un expolio, que hace mella en el legado futuro de nuestros hijos y ofrece un vino amargo en aquellos que aman su pueblo, su tradición y su cultura. Parte de esa tradición, de esa cultura y de esa historia personal de Señuela, son los antiguos lavaderos de piedra. Unos lavaderos individuales, labrados en un solo bloque y raros de encontrar que, como decía Paloma Sánchez Garnica (1), tienen su alma en la piedra y atesoran, entre sus dormidos recuerdos, entrañables historias que contar.
Hace unos días, desaparecieron dos de estos preciosos elementos. Y con ellos, parte de esa alma afín a Señuela, que dormitaba plácidamente en el pueblo que les vio nacer. Cándido lo sabe bien. Por eso, no sólo me congratulo desde aquí con esa pérdida, sino que animo a todos los amigos que visitan este blog, a que observen bien las fotos y tomen nota por si, caprichoso como suele ser, ese genio endemoniado llamado Azar, se sacara un conejo de la chistera y pusiera la visión de alguno de los lavaderos desaparecidos en su camino.
Pero quizás, todo lo expuesto se comprenda mejor, en palabras del propio Cándido, quien, amablemente, me permite reproducir la carta que ha enviado al director de uno de los diarios de la provincia:

Un lavadero que llora.

La noticia, triste noticia, es que han robado dos pilas del antiguo lavadero de Señuela.
El lavadero público o "Pozo Concejo" de Señuela, es un lavadero descubierto, cercado con pared de piedra, con un pozo para sacar el agua subterránea y brocal, y sus pilas de piedra. Las pilas robadas eran de una única pieza, labradas a cincel, quizás una de ellas medieval.
Si las piedras hablaran, estas pilas podrían recitar libros de relaciones interpersonales. Nos dirían noticias agradables y tristezas, de sacrificios, de como administraron con sabiduría la miseria nuestros antepasados. Nos explicarían como se lava a mano, de la tabla, de rodetes, de panales de jabón hechos a mano, de baldes, de azulillo,etc.
No se si estas pilas lloraban, cuando con pluma y de cuajo fueron arrancadas, quizás no, o es que no pues estaban asustadas y extrañadas; quizás durante el viaje en camión, probablemente de noche, tampoco, o es que no se veían las lágrimas en la oscuridad; no se si llorarán en algún chalet o en otro lugar, pero se que están tristes.
Lo que si sé, es que alguna lágrima se ha desprendido y ha caído, como gota de agua cristalina, por las mejillas, de esas mujeres que hasta los años 60 lo utilizaron para hacer la colada.
Esas mujeres que en invierno cuando el agua salia caliente, aunque se helaba pronto, iban a lavar llevando un saco lleno de paja para meter los pies y que el frió fuera menos intenso. Esas mujeres que al salir el sol, tapaban con un trapo la pila y le echaban algún caldero, para saber que estaba ocupada o cogida. A esas mujeres, a esas mujeres,.....
Podrán llevarse piedras, pero no os pueden robar el corazón. A vosotras mujeres os animo para que desde lo más profundo sepáis transmitir a vuestros nietos y bisnietos, una forma de vida y una cultura que ha desaparecido.
Escribo estas lineas como homenaje a todas aquellas mujeres que lo han utilizado a lo largo de los años; a los ladrones solamente decirles, que no robáis piedras, robáis las historias de los pueblos y de las familias que los han habitado.

Cándido. Señuela.
 
(1) Paloma Sánchez Guernica: 'El alma de las piedras'.

viernes, 19 de octubre de 2012

Arquitectura tradicional: el nevero de San Juan de Duero


Suele pasar completamente desapercibido. De hecho, yo ignoraba su existencia. Y seguiría ignorándola todavía, si con motivo de la celebración de un nuevo certamen de esa impresionante exposición universal que son las Edades del Hombre, el Ayuntamiento y la Junta de Castilla y León no hubieran determinado llevar a cabo algunas obras de reacondicionamiento en la ciudad, señalizando, con buen criterio, algunos de sus edificios históricos -o restos de ellos, como en este caso- más relevantes. Por fortuna, el ancestral nevero de San Juan de Duero, fue uno de ellos.
De origen medieval y procedencia seguramente árabe, ésta curiosa nevera natural de forma rectangular -generalmente, solían ser de forma ovalada, como el que aún se conserva en Medinaceli o aquél otro que tuve ocasión de ver en el castillo de Olite, en Navarra, que por su forma parecía un huevo de dinosaurio- proveyó las necesidades no sólo de la comunidad de monjes que habitaba el monasterio -incluidos los dominicos de la Inquisición- sino también a generaciones de sorianos que vendrían después, aunque ya sus fines eran netamente medicinales.
Para los amantes de la leyenda y la tradición, creo justo, y a la vez interesante añadir, que el nevero está situado en la ladera del famoso Monte de las Ánimas. Y como dice un soriano de carácter y fina pluma:
El Monte de las Ánimas no lleva tan estigio apodo por lo que Bécquer inventara, sino porque el dos de noviembre acudían a sus laderas, y en tropel, las gentes de la ciudad para regocijarse druídicamente con el fruto de las encinas. ¿Entonces?.
¡Celtíberos, señor!. Y al pie de la cuesta...(1).


(1) Fernando Sánchez Dragó: 'Gargoris y Habidis: una historia mágica de España', Edición Círculo de Lectores, 1983, Tomo II, página 330.

domingo, 7 de octubre de 2012

La Magia acuática soriana: sugerencias para una ruta inolvidable


Qué duda cabe, que uno de los mayores atractivos con los que cuenta Soria y su provincia, son esos espacios naturales en los que el agua, seduciendo al tiempo y la erosión, ha moldeado un entorno determinado, dotándole de una magia muy especial. Lugares semejantes, hay muchos, como puede comprobar cualquiera que se dedique a patearse sus caminos milenarios, pero la ruta que propongo, sobre todo a aquellos que todavía no han puesto los pies por estas lindes, no sólo es fácil de realizar, sino que estoy seguro de que también les dejará un inolvidable sabor de boca.
Porque, partiendo de Soria capital, una vez visitado el Duero, con sus leyendas, su paseo de los enamorados, su monasterio de San Polo y su ermita de San Saturio, y tomando la N234 en dirección a Burgos, el viajero podrá acceder, sin dificultad, a lugares como Fuentoba, la Laguna Negra y Muriel de la Fuente y el nacimiento del río Abión, más popularmente conocida como la Fuentona o el Ojo de la Fuentona.


El Duero: es un río de generoso caudal, que siempre deja una nota de melancólica belleza a su paso por Soria, llevándose el susurro de las hojas de los álamos que acampan en sus orillas; los suspiros de los enamorados, que caminan de la mano hacia la ermita de San Saturio, una vez dejada atrás las soledades del antiguo monasterio templario de San Polo; los mensajes grabados en las cortezas de los árboles, mensajes cuyas cifras son fechas, y el canto ancestral, tierno y embelesado de los poetas.


Fuentetoba: pueblecito situado a siete u ocho kilómetros de Soria, al este de la Sierra de Cabrejas y a la vera del Pico Frentes, donde nace el arroyo La Toba que se desliza por sus imponentes laderas, dando lugar a una espléndida cascada. A pesar de estar rodeado de urbanizaciones modernas, el pequeño terreno que conforma el paseo hacia la cascada, es un vergel digno de los antiguos relatos mitológicos y las antiguas correrías de ninfas, tipo Diana. Así que, atentos, yo no descartaría el encuentro fortuito con alguna náyade, sobre todo, si las lluvias han sido generosas y el arroyo desplega un apetitoso caudal.

 

La Laguna Negra: posiblemente sea uno de los lugares más conocidos de la provincia. Aún así, animo al viajero a desviarse por Cidones y bordear el embalse de la Cuerda del Pozo hasta Vinuesa, la Villa y Corte de Pinares, de donde parte la carretera que se adentra, mostrando sus orgullosos pinares, hacia las estribaciones de los Picos de Urbión, donde se localiza este óvalo mágico, cuyas características dieron origen a multitud de historias y leyendas. Un pulmón natural, que todavía conserva esencias inaprehensibles de su enigmático pasado.



La Fuentona: pasado Calatañazor, delicioso e histórico pueblo, y a apenas cinco kilómetros, en el término municipal de Muriel de la Fuente, posiblemente encontremos el caso más espectacular de 'magia acuática' no sólo de la provincia, sino que me atrevería a decir, también, que de la Península. El nacimiento del río Abión, que da lugar a un óvalo misterioso -las enormes cavernas que se localizan, no han podido ser todavía estudiadas del todo y se supone que se extienden cientos de kilómetros hasta conectar con el mar- cuyos colores proporcionan un intenso cromatismo que rivaliza con la pureza y claridad de las aguas río abajo y los extensos bosques, hacen del lugar, un espacio natural de primer orden. En las cercanías, se localiza también el antiquisimo sabinar de Calatañazor. Una aventura natural, que no dejará indiferentes a adultos y niños.

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Estimado amigo: si te animas a hacer la ruta que te propongo, ya me dirás, si no es verdad aquello de Ven a Soria y sal si puedes.

martes, 2 de octubre de 2012

Alrededores de Alpanseque


Como complemento a la entrada anterior, y en particular, como referencia para todos aquellos que deseen acercarse hasta Alpanseque, planificando una pequeña ruta turística y cultural por la zona, propongo algunos lugares cercanos que, dadas las características, así como las curiosidades que conservan, posiblemente sean ideales para hacer de la jornada una experiencia, si no inolvidable, cuando menos sí grata y entretenida.
Medinaceli, por supuesto, villa monumental donde las haya, de referencias por todos conocidas y el grato placer que conlleva ir descubriéndola sin prisas, callejeando por sus calles.
Barahona, con sus pozos airones, su iglesia dedicada a la figura de San Miguel, y sobre todo, su tradición brujeril –siempre puesta de manifiesto cuando se habla de la brujería en España, citándosela junto a las de Trasmoz, en las proximidades del Moncayo y las celebérrimas brujas navarras de Zugarramurdi-, donde aún, en los campos adyacentes, puede contemplarse lo que queda de la denominada Piedra de las Brujas, que situaba el lugar donde afirma la tradición que realizaban sus aquelarres.
Romanillos de Medinaceli, con su parroquial fortificada, sus tumbas antropomorfas, sus crucetas, siempre en disputa con Romanillos de Atienza, desde las famosas palabras de Ortega y Gasset, y su comparación con un campo de espigas.
Villasayas, con su imponente parroquial dedicada a la Asunción de Nª Sª, con su galería porticada y su imponente portada principal, que muestra un estilo probablemente único en la provincia, de posibles referencias artísticas procedentes de la Verde Erín.
Y todo esto, conjugando, en complicidad con el otoño, un paisaje en el que resaltan los tonos ocres y los verdes, resaltados por el sol.


jueves, 27 de septiembre de 2012

El pequeño tesoro románico de Alpanseque


En una provincia de contrastes, como es Soria, no podían faltar detalles que, por su rareza e interés, merecen un alto en el camino y, cuando menos, el honor, siquiera, de una breve reseña, por muy corta y especulativa que ésta pueda llegar a ser. Porque escribir, sobre todo del pasado, en el fondo, conlleva atenerse, por regla general, a utilizar el conveniente recurso de la especulación, a que todo el mundo tiene derecho. Es el caso de Alpanseque y la herencia de origen románico, representada por la portada sur de su parroquial.
Hemos de situar esta pequeña población soriana, dentro del término de Almazán, en plena frontera con Guadalajara, y a escasa distancia de poblaciones tan mediáticas como Sigüenza, Atienza, Cincovillas y Alcolea de las Peñas, en cuyas proximidades se localiza el despoblado de Morenglos -con restos de su parroquial, tumbas antropomorfas y algunas viviendas excavadas en la roca, que se suponen de origen visigodo- y dentro de cuyo término municipal, el viajero inquieto puede disrutar de una curiosa maravilla medieval, en su cueva natural reaprovechada como cárcel. No muy lejos tampoco, aunque ya dentro de la tierra soriana, el viajero que desee conocer lugares de interés y anécdota, puede acercarse a poblaciones cercanas, que no le defraudarán, como la medieval Rello o la enigmática Barahona, con su piedra de las brujas o sus peligrosos pozos airones, antiguamente dedicados a una oscura divinidad saturniana, como era el dios Airon y algo más allá, a poco menos de seis o siete kilómetros, disfrutar con el estilo, peculiar y único en su género en la provincia, de la portada de la parroquial de Villasayas.
Situándonos de nuevo en Alpanseque, una vez cumplido el rito de exponer, siquiera a grosso modo, su situación, resulta conveniente señalar que la portada a la que hacía referencia, cubierta de andamios cuando yo la conocí -a finales de noviembre de 2011- contiene, como también avanzaba, un elemento que, aunque natural, sobre todo en el románico aragonés, resulta aquí poco corriente, como es el crismón, si bien es cierto que, no muy lejos de allí, también se localiza otro ejemplar por encima de la portada de la parroquial, con aspecto fortificado, de Romanillos de Medinaceli.
Si bien, podría decirse que en los crismones de origen aragonés, y sobre todo en el jaqués, se evidencia en ocasiones la presencia de animales con un rico simbolismo, como sería el caso, por ejemplo, de la poderosa figura del león (1), llama la atención, no obstante en ésta portada de la iglesia de Alpanseque, la escolta humana, a ambos lados del anagrama de Cristo, que hacen dos curiosos personajes que, a juzgar por las estolas, parecen corresponderse con dos oficiantes. Una función, simbólica y ritual, que se ve complementada, no cabe duda, por un acompañamiento, imaginativo y escénico, bastante castigado por el tiempo, pero realmente interesante. Se advierte una curiosa afinidad con el siempre controvertido tema del Grial, puesta de manifiesto en esas dos aves que, representadas en el capitel de la izquierda, beben de una fuente o de una pila. Aves que, recordemos, están también asociadas con el alma humana y ésta, a su vez, con el concepto de la inmortalidad. Figuras, que tendrían su contrapartida en el capitel de la derecha, con la figura de una sirena de dos colas, a la que acompaña, en la parte inferior, una serpiente enroscada. Sirena que, como los ángeles caídos, eran primitivamente representadas como aves y la serpiente que, no obstante condenada por los imperativos eclesiales, se asocia, en su versión simbólica menos transparente, con el Conocimiento. Y de hecho, también existen representaciones en las que se las aprecia, como en el capitel de las aves, bebiendo de la pila. En farmacia, sin ir más lejos, tal símbolo fue profusamente utilizado, junto con el del caduceo formado por dos serpientes con los cuerpos entrelazados.
Ahora bien, si estos elementos pueden resultar atractivos por la carga simbólica que arrastran, no olvidemos ese extraordinario comlemento que muestra, en una de las arquivoltas situada inmediatamente debajo del crismón, la figura, genuinamente significativa, del pastor. Y llegados a este punto, dejando a un lado la posible alusión crística en la figura del buen pastor -extensible, de hecho, a la Iglesia como institución-, y observando con detenimiento las figuras que acompañan al pastor, que más que ovejas parecen cabras, por las protuberancias que se observan en sus cabezas, me pregunto si quizás -vuelvo a recordar lo que comentaba al comienzo de la presente entrada con respecto a la libertad de la especulación- esta, en principio, posible influencia aragonesa, no fue también la trashumante introductora del culto a un curioso y a la vez intrigante santo, con inconfundible olor a azufre y heterodoxia, que en parte, explicaría su presencia en dos lugares determinados: Santa Cruz de la Serós y Suellacabras. El culto al que me refiero, es el de San Caprasio, donde todavía se pueden ver las ruinas de su antiguo cenobio en éste último pueblo.
Sea como sea, y que cada cuál saque sus propias conclusiones, lo que resulta evidente es que en ésta pieza artística localizada en Alpanseque, tenemos un pequeño tesoro románico, con el que deleitarse o consolarse, al menos, con el placer de la especulación.

(1) Uno de los ejemplos más relevantes, lo encontraríamos en el tímpano de la iglesia de lo que fue, allá por el siglo XI, el monasterio de Santa María, en el pueblecito de Santa Cruz de la Serós, a escasa distancia de Jaca y del monasterio de San Juan de la Peña.

domingo, 19 de agosto de 2012

De boda en Nª Sª del Espino



Tarde o temprano, tenía que suceder. Tómese como casualidad; o, por qué no considerarlo de otra manera más subjetiva, como una conspiración del universo, como lo definiría ese místico escritor y guerrero de la Luz brasileño, llamado Paulo Coelho, a cuya lectura tan apasionado soy, al menos en mis momentos melancólicos; pero el hecho cierto, es que todos mis intentos por entrar en ésta iglesia de Nª Sª del Espino, habían resultado infructuosos hasta el día de la fecha. La fecha, -la apunto, por lo personal que me toca- el 28 de julio, y la causa o efecto, considérese lo que se prefiera también, la boda de mi prima Esme. Se presentó en casa a finales de junio; recién salía de trabajar, como yo, en esa hora crítica en la que, al compás de la insoportable solana, la cigarra vagabunda entona nanas de siesta y el estómago se revela con otro alimento que no sea la volátil lechuga; la, en ocasiones dulce cebolla y el insutituíble tomate, sazonados en comandita -no en vano, somos un país de sazones- por esa liturgia, católica y nacional, compuesta por la sal, el vinagre y el aceite. O al menos, eso hubiera sido lo más conveniente a la desgana. Creo que me sorprendió con un muslo de pollo a medio devorar; y puestos a imaginar -porque de eso se trata, de llamar a la puerta de esa musa locuela que es la imaginación, y a la que parece que últimamente, bien rechazamos o bien se ha ido de vacaciones a alguna playa del Mediterráneo- supongo que debí de parecerle el caballero don Percebe del Valle del Kas blandiendo su maza de combate en un fiestorro medieval. Bromas cósmicas: a veces llueven peces del cielo y otras se abren puertas obstinadas con una simple invitación. Mi prima, pues, se casaba en El Espino.

De broma cósmica, puede considerarse la pérdida de su románico original, por un gótico tardío que ya apunta maneras de churrigueresco barroquismo. Y no obstante, sus muros se levantan, álgidos y majestuosos, salvando la sombra alargada de las cruces piadosas del cementerio, con el que comparte una dulce soledad ancestral. Si cerca del pórtico, todavía se yergue el esqueleto del olmo herido de Machado, a la sombra plácida de su fachada sur, descansan los restos mortales de Leonor, su primera mujer y algunos dicen, que musa. Su visita, es poco menos que obligada. Y si todos los caminos dicen que llevan a Roma, todas las indicaciones en este cementerio, conducen a la tumba de Leonor. No hay, pues, pérdida posible. También debería serlo para el peregrino, pues, a pesar de los pesares y esa clausura de la que sólo se libera algunos domingos y cuando las circunstancias obligan a practicar los sagrados ritos del matrimonio o el sepelio, el templo de Nª Sª del Espino luce orgulloso un arcano escudo, en el que se muestran dos símbolos entrañables del Camino: la vieira y el bordón.
Pero es el bosque sombrío de su interior -ese bosque celta, afín a todas las catedrales- donde el visitante se encoge por la altura de sus columnas y la geométrica perfección de sus arcos. Ella preside el lugar sagrado; pequeña y galana, aunque copia, el ábside y la penumbra que la envuelven reproducen, de una manera natural y antes de que los focos rompan la magia de la ensoñación, la cueva original, que pone de manifiesto el negro matriarcal de sus orígenes. Es la Patrona; la Virgen del Espino (1). Detrás y a ambos lados, dos pequeños óculos apenas dejan entrever una claridad que denota una pequeña ecuación sacra: el alfa y la omega, el Principio y el Fin.
Apenas acostumbrado a la penumbra, y una vez inmerso en el bosque de columnas, los lobos aparecen toda vez que uno levanta la vista hacia unos capiteles que, utilizando ese simbolismo argótico del que nos hablaba Fulcanelli, conforman monstruosas formas que reptan por unos caminos de piedra que parecen insuficientes para contener la fuerza de su volumen. Pero hay una visión tranquilizadora, en esa vidriera que ilumina con majestuosa sobriedad una imagen de la Virgen, que podría haber sido perfecta, de haber conservado sus orígenes alquímicos. Allá, hacia el centro de la nave, no muy lejos de donde un retablo de cierto valor nos muestra algunas escenas de la vida de San Jerónimo -elementos alquímicos incluídos, como la figura misma de ese león, manso en el atanor de sus manos- una auténtica joya no puede pasar, en modo alguno, desapercibida: se trata del Cristo con el brazo desclavado, obra anónima del año 1600, realizada en madera policromada. Desclavado su brazo izquierdo, llama poderosamente la atención la mutilación que sufren los dedos de su mano derecha, aquella que aún permanece anclada al martirio. Y no puedo dejar de preguntarme si acaso, como ocurre, por ejemplo, con el famoso baúl del cautivo de Peroniel, los piadosos peregrinos no habrán ido demasiado lejos en su afán por conseguir una reliquia protectora. Son especulaciones, claro; especulaciones que se rompen cuando entra la novia, nerviosa pero radiante. La música nupcial suena, las notas se elevan hacia las cúpulas, rebotan en las columnas y penetran en los corazones. Pero en esa historia, otros son los protagonistas. Justo es, que sean ellos quienes la cuenten.



(1) Hay tres vírgenes del Espino en Soria: ésta, que sustituye a la original, perdida en 1953, en un pavoroso incendio y las llamadas Vírgenes Hermanas, que se localizan en la catedral de El Burgo de Osma y en el pueblecito de Barcebal, respectivamente.

jueves, 12 de julio de 2012

Visiones retrospectivas. Un emblema soriano: la iglesia de la Virgen del Mirón


'Porque ha dicho que no hay mejor Virgen que la de Hinodejo, cuando aquí tenemos la del Mirón. La cual no tendrá tantos devotos como San Saturio, pero cuenta con una capilla hermosa, dorada y reluciente. Y cada cierto número de años, la sacan en procesión, y...
LABRADOR. (Con sorna). ¡Je!, ¡je!, la sacan en procesión. (Al peregrino): ¿Y sabe usté lo que cantan?, que yo acerté a estar en una de esas procesiones.
PEREGRINO: Himnos hermosísimos, sin duda...
Yo. No son himnos, sino coplas, pero no hay agravio ni deshonra en ello. Una copla que se canta a las mozas de las ventanas y balcones, que dice:

Vosotras, las del balcón,
ya sus podíais bajar
y dir en la procesión
como vamos los demás.

Es copla inocente y graciosa, y ningún mal veo en ella.
LABRADOR: Bueno, pues cante la otra, que tiene más miga, y ya verá el señor peregrino cómo son estos sorianos, que no tienen respeto a nada. O, si no, la cantaré yo, no le vaya a dar vergüenza.
Yo. (Muy gallo). ¡Qué ha de darme vegüenza!. Aún tiene más salero que la otra. Es así:

Virgen, Virgen, Virgen, Virgen,
Virgen Santa del Mirón:
Tú eres la única doncella
que vas en la procesión.

LABRADOR: ¡Eh!, ¿qué tal le parece, señor caminante?.
PEREGRINO: ¿Nos tomamos otro vasito?.
Yo. No, que se me hace tarde y tengo que ir hacia la ermita. Bueno, ¿qué nos dice?.
PEREGRINO: Que yo me marcho. No me ha gustado nada lo de la Virgen de Hinodejo, ni las coplas de la del Mirón. Son ustedes muy especiales y tienen muy poco respeto. Vaya, señores, poquito a poquito, me voy hacia Madrid. (Vase)' (1)

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De su primitiva fábrica, no conserva nada, a excepción de algunas leyendas marianas medievales, que explican la aparición milagrosa de la talle y el origen del santuario en el que se la venera, así como también alguna coplilla maliciosa -como la consignada por Gaya Nuño- que viene a demostrar que no sólo Calatayud tiene a su felón y a su Dolores. Pero aún así, no obstante aceptando de antemano su excesivo barroquismo -en la línea churrigueresca, que tanto criticaba Gustavo Adolfo Bécquer-, la iglesia-santuario de Nª Sª del Mirón expone una serie de curiosidades, no exentas de interés para todo aquél que busque el misterio que, aparente e inocentemente se esconde en el Arte, sin importar la época ni tampoco el origen de unos artistas, de señas de identidad generalmente anónimas.
Dejados a un lado, pues, los escrúpulos culturales -que miden y clasifican con su frío racionalismo científico el mundo de las Musas- y las maliciosas jocosidades -que muchas veces ofenden sin necesidad- tal vez haya quien se sorprenda al observar, por encima de su masónico pórtico de entrada, una imagen virginal protegida por una gran concha marina. Seguramente, la imagen, en su conjunto, le resulte familiar, y no tarde mucho en echar mano de esa tabla salvavidas, que es el mundo de las comparaciones, y pensar en uno de los más grandes artistas del Renacimiento italiano y en una de sus obras más genuinas y universales: el Nacimiento de Venus. ¿Nos encontramos ante una referencia pagana, piadosa y cristianamente enmascarada, a cuyos pies, en la actualidad, se refugian y en ocasiones hasta anidan palomas y gorriones?.
Partiendo de esta base, de que el Arte generalmente es un gran cómplica de todo tipo de ideas y filosofías heterodoxas, la aventura comienza apenas se traspasa el umbral. Porque el Mirón, como muchos otros templos, es un pequeño museo en potencia, que amontona piezas de valor y rareza singulares, en todos y cada uno de los recovecos que conforman su geométrica estructura. La primera prueba de ello, la tenemos en los laterales de la nave, sobre cuyas paredes, envueltas en halos de penumbra, se vislumbra la flor y nata del santoral hispano, quedando recogida con concienzudas muestras de selección: Juan el Bautista, San Francisco de Asís, la extraordinaria mística del Siglo de Oro, Santa Teresa de Jesús, y María Magdalena, entre otros, comparten protagonismo y atributos simbólicos con escenas mitraicas como la adoración de los pastores, allá, en aquél inocente pesebre del Belén del siglo I, y el gran mito hispano por antonomasia, que hizo de Santiago el general Matamoros que comandaba las vanguardias cristianas embebidas de gloria y Reconquista. Esta escena, sin duda choca con la curiosa imagen de un arcangel San Miguel, doblegando con saña a un vencido diablo. Pero si nos fijamos en el arma que porta -no pequeña, precisamente- y que levanta amenazadoramente sobre la cabeza de éste, seguramente nos preguntemos por qué el artista cambió la tizona cidiana por la cimitarra árabe, precisamente aquél tipo de arma empuñada por los infieles para decapitar cabezas cristianas. Algo más allá, San Antonio sostiene en brazos a un Niño Jesús que, a diferencia del halo santífico del célebre abad, tiene su cabeza coronada por un nimbo crucífero que guarda en su interior una curiosa cruz de color rojo y brazos patados.
Más grata, quizás, por su extraordinaria rareza y también porque de paso acalla otras tantas lenguas viperinas dispuestas siempre al chiste fácil, resulta la visión, de cuerpo entero, de maestro y discípulo que, generalmente, suelen ser representados de cintura para arriba: San Saturio y San Prudencio. Se hallan éstos, próximos al altar, emparedado por un rocambolesco Retablo Mayor, barroco, por supuesto, en cuyo centro impera la figura, probablemente gótica, de los siglos XIII-XIV, de la milagrosa Virgen del Mirón. ¿Cómo se explica, entonces, la presencia, en un discreto lateral, de una auténtica Virgen Negra, como es la extraprovincial Virgen de la Soterraña? (2).


Por el contrario, por el otro lateral se accede a la sacristía, y también a una pequeña sala donde reposa, colgada en la pared, una auténtica joya cultural, como es esa historia muda, conformada por símbolos -no olvidemos su carácter ancestral, ni tampoco el alto nivel de alfabetismo que nos ha caracterizado hasta tiempos relativamente recientes- que describe las circunstancias históricas y milagrosas del lugar. También cabe destacar un pequeño cuadro, de época, que expone uno de los milagros atribuídos a la Virgen del Mirón: la caída del andamio de uno de los albañiles. Símbolos y albañiles, una antigua, antiquísima asociación.
Pero llegados a lo que fue en tiempos el hogar del párroco, tal vez nos llame poderosamente la atención la auténtica reliquia conformada por esa impresionante chimenea de hierro repujado, fabricada en 1791, que puede que nos recuerde -acudamos otra vez al oportuno mundo de la asociación- por sus dimensiones y los rostros infantiles esculpidos en ella, a aquélla otra no hace muchos años utilizada por el director Jan de Bont como parte del mobiliario embrujado de terrorífica película The Haunting (La Guarida).
Estos son sólo algunos de los interesantes detalles que pueden deparar que una visita a la iglesia de la Virgen del Mirón, se convierta en un agradable paseo cultural. Otros, que los hay, conviene no revelarlos en honor a la prudencia. Y además, ¿qué gracia tendría acudir a tiro fijo, sin dejar un pequeño margen para la sorpresa?. Y no obstante, aún queda un pequeño detalle, que quizás pueda interesar:

En primera persona: ¿un milagro moderno en el Mirón?

Nunca se sabe. ¿Milagros?, ¿casualidades?, ¿orden en el caos?. ¿Existe una inteligencia derás de hechos, aparentemente fortuítos, o todo se reduce a ese incierto universo de las casualidades?. Que cada uno saque sus propias conclusiones. Pero lo que sí puedo decir, es que en la vida de Iluminada Mozas, pocas cosas, a su juicio, están amparadas por el azar.


(1) Juan Antonio Gaya Nuño: 'El Santero de San Saturio', Editorial Espasa Calpe, S.A., Colección Austral, 4ª edición, 3-XI-1999, páginas 123-124.
(2) Esta Virgen de la Soterraña, tiene su santuario en el monasterio de Santa María la Real, en Nieva, Segovia. Como dato anecdótico, añadir que también se la venera en la iglesia de Santiago, en Puente la Reina, Navarra, existiendo a través de su culto, un hermanamiento entre ambas ciudades.

lunes, 2 de julio de 2012

Reliquias románicas de Calatañazor: la ermita de la Virgen de la Soledad



'Mitología: conjunto de creencias de un pueblo primitivo referentes a su origen, su historia antigua, sus héroes, deidades y demás, que se diferencia de los relatos verdaderos que se inventa ese pueblo más tarde' (1).

Hablar de Calatañazor, es hablar de Historia. Una Historia antigua, quizás desconocida en esencia y desde luego incierta que, de hecho, se podría suponer que fue moldeada en las ardientes fraguas saturnales que calzan las pezuñas de los desbocados caballos del mito y la leyenda. De una época mágica, sin duda, que se gestó siglos después de que pelendones y romanos intercambiaran hachazos en el nombre de unos dioses que ya comenzaban a ser viejos en un mundo predestinado a un apocalíptico choque de civilizaciones. Un pueblo que embruja, atrayendo siempre al visitante con el encanto de su ancestral medievalismo, donde a la belleza de unas casas de adobe, piedra y madera que parecen mantener un precario equilibrio cuesta arriba, se unen, como fantasmas encadenados al lugar, recuerdos fragmentados de una época oscura, legendaria y sobre todo épica.
Aún resuenan, allá, en lo más alto de las melladas murallas de su derruido castillo, las voces frenéticas de la retaguardia de un ejército sarraceno que regresaba a Medinaceli después de arrasar La Rioja y desmochar los sagrados muros de San Millán de la Cogolla, alertadas por el grito triunfal de la vanguardia cristiana, mandada por el conde Sancho García -hijo de García Fernández de Castilla- mientras Almanzor, el azote de Dios, agonizaba sobre la silla de su caballo. Corría el mes de julio del año 1002, y aún los templarios no habían nacido ni siquiera como proyecto de Orden. Lo digo porque cabe la posibilidad de que todo aquél que ascienda por la calle mayor de Calatañazor y entre en esa iglesia con aspecto de fortaleza, que es Santa María del Castillo, se deje seducir por las historias del custodio sobre sus tumbas, ocultas en lo más profundo de una cripta que constituye todo un misterio. Lo que sí es histórico, y digno de tenerse en cuenta, aunque muchos pasen a su lado y no reparen en ello, es ese curioso escudo que muestra cinco mujeres enfundadas en un vestido que parece semejar una vieira peregrina. Un escudo de raíces ancestrales, que se puede localizar también, y por partida doble, en el interior de la Colegiata de San Pedro de Teverga, en Asturias, y que pertence a los Miranda, parientes de una de las familias más antiguas del Principado de Asturias: los Quirós (2). Un escudo que, aunque no lo parezca, resume uno de los grandes mitos de la Edad Media: el Tributo de las Cien Doncellas. Tributo de vergüenza, de sometimiento y esclavitud al invasor moro y un oprobio para la monarquía asturiana, en la figura de su rey Mauregato. Mito que, de hecho, se extendió por los diferentes reinos cristianos, a medida que avanzaba la reconquista, recogiéndose, entre otros, en lugares como Carrión de los Condes o Villalcázar de Sirga.
Podrá el visitante, también, quedar deslumbrado con ese curioso Cristo gótico crucificado sobre una interesante cruz de gajos, o con las tallas, la más antigua en un pésimo estado de conservación, de la Virgen del lugar, la Virgen del Castillo. Pero es seguro que regresará a casa, quedándose con las ganas de acceder a esa solitaria ermita, situada al comienzo del pueblo, a pie mismo de esa carretera que cinco kilómetros más adelante desemboca en Muriel de la Fuente y ofrece la posibilidad de contemplar una alucinación natural única: el nacimiento del río Abión, más popularmente conocido como el Ojo de la Fuentona. Una ermita construída fuera de las murallas -como esa curiosa ermita de la Virgen del Val, fuera también de las murallas de la villa de Atienza, que muestra en su portada una versión de la vida descarriada y licenciosa en las figuras de sus contorsionistas- que aún muestra en su ábside, elementos de curioso interés, para todo aquél que se detenga un momento a contemplarlos. Rostros y usos de la época, incluído ese de rasgos netamente negroides, situados junto a figuras monstruosas -de esas que tanto despreciaba Bernardo de Claraval- y elementos netamente simbólicos, como el perro, compañero de esos enigmáticos santos de los caminos de los que quizás el más popular sea San Roque, o el lobo, animal emblemático de las hermandades de canteros que cincelaron en la piedra extraordinarios conocimientos de una perdida sabiduría; o esa serpiente, que forma con su cuerpo enroscado una espiral, símbolo no sólo astronómico, sino también universal. Y quizás, se deje llevar por la tristeza al contemplar ese pantocrátor incompleto, donde faltan dos de los símbolos de los evangelistas...
A veces no es difícil preguntarse por qué esa negativa a dejar que la Cultura fluya; por qué no mostrar a los demás aquello que debe de proporcionarnos orgullo; por qué permitir que nuestro Patrimonio languidezca tristemente en el olvido. He conocido muchas ermitas e iglesias, en mis ya largos recorridos, pero no recuerdo haberme encontrado con una que haga honor a su nombre como ésta: de la Soledad.
Ya sabes, amigo/a que un día desees pasar un agradable rato paseando por un pueblo con sabor y tradición. Cuando la veas, ahí, incombustible y solitaria al pie de la carretera, no pases de largo y detente unos minutos a mimarla: tal vez te cuente algún secreto que te alegre el día. Y después, si la crisis no lo impide y el negocio tampoco, detente unos minutos y repón fuerzas en La Casa del Cura. Y si te acercas en época estival, no lo dudes, acércate hasta las melladas murallas del castillo al atardecer y verás al sol cubriendo de sangre los campos de alrededor.
Calatañazor no sólo es Historia -o propaganda histórica, que los cristianos pronto aprendieron a valerse de ella- sino también Leyenda. Una Leyenda, que merece la pena descubrirse. No en vano allí, Almanzor perdió su atambor.


(1) Ambrose Bierce: 'El diccionario del diablo', Ramdon House Mondadori, S.A., 1ª edición, octubre de 2007, páginas 329-330.
(2) Aunque existen varias versiones, quizás la más tradicional sea ésta: 'Antes que Dios fuera Dios / y el sol diera en estos riscos, / los Quirós eran Quirós / y los Garridos, Garrido'. Esto ofrece una idea de antigüedad de esta familia y su notable intervención en la formación del Reino de Asturias y el posterior periodo de la Reconquista.