miércoles, 13 de febrero de 2013

San Esteban de Gormaz: ermita de San Roque


'...con Gormaz y Osma formó un alfoz común que durante mucho tiempo se conoció con el nombre de las Tres Casas, únicos puntos guarnecidos en el paso del río por esta comarca, y en el transcurso del XII perteneció a San Salvador de Oviedo y al monasterio de Arlanza...? (1).

Dado que la Historia no es una ciencia exacta, sino más bien una extensa recopilación de datos y testimonios aproximados, en los que sobresalen numerosas lagunas, resulta difícil precisar cómo era y qué había exactamente en un lugar, en un periodo determinado. La historia de San Esteban de Gormaz, como la propia historia de la provincia, es antigua; y aunque se conocen muchos datos -de hecho, es uno de los pocos lugares de Soria, por ejemplo, que cuenta con un centro de interpretación del románico-, no deja de ser cierto, también, que sobresalen marjales importantes, difíciles, no obstante, de vadear sin correr el riesgo de ahogarse. Tal es así, que San Esteban, qué duda cabe, puede presumir, cuando menos, del pedigrí legendario de los héroes conocidos que, con mayor o menor protagonismo y fortuna, unieron parte de sus meritorias acciones al destino de la ciudad. Una ciudad que, a juezgar por las ruinas de su imponente fortaleza califal, tuvo que tener una notable importancia en aquellos tiempos cercanos al fin del milenio, cuando la Cristiandad veía aterrorizada la proximidad de la Parusía y las profecías contenidas en el Apocalipsis de San Juan, mientras los condes castellanos, orgullosos y rebeldes, clamando por Santiago, alzaban espadas y estandartes al compás de la música, imaginaria pero simbólicamente atronadora, surgida de las trompetas de unos ángeles dispuestos a romper los sellos y liberar a la Bestia. Héroes o villanos, según quien escriba la Historia o en su defecto la recuerde, por la ancestral Castromoros pasaron Sanchos, Campeadores y Almansures que tejieron páginas gloriosas mientras Dios y Alá se repartían los holocaustos, eligiendo cada uno la sangre de sus correspondientes corderos. De los últimos, quedan los espolones de su fortaleza; de los primeros, dos referentes románicos como la copa de un pino: las iglesias de San Miguel y de la Virgen del Rivero.
Ahora bien, que me perdonen los vecinos de San Esteban, si por ésta vez, decido pasar de largo y cruzar el viejo puente, bajo cuyos ojos el Duero se aleja melancólico, mientras algunos cipreses continúan creyendo en Dios -como diría José María Gironella- observando en las crisálidas que son los árboles vecinos la feliz transformación de la mariposa del otoño, y me detengo junto al arcén de esa carretera esteparia que algunos kilómetros más adelante se pierde en los misterios de esa otra provincia hermana que aún recuerda, en sus principales monumentos y como un canto a la memoria, a aquéllos afortunados gemelos amamantados por una loba.


Acompañado siempre por perro o lobo portadores también del alimento, pero con la herida ritual que el dedo del ángel dejó sobre su muslo -que por algo los amigos de Salud y Románico, velan por traernos una luz bastante certera del auténtico simbolismo que brotó, como el agua de una fuente, del cincel y el escoplo de los sabios canteros medievales- San Roque me atrae, con ese magnetismo tan particular con el que lo veneran también en la provincia cada 16 de agosto, en un jubileo festivo que recuerda, cuando menos, esas celebraciones de renovación y vida, a las que también acudían los celtíberos que los precedieron. De su ermita, apartada y apegada a la soledad durante el resto del año, no sobresale ni siquiera la austeridad de un románico rural de los muchos que se levantaban circunstancialmente para alabar a Dios en las alturas, con la ilusión, así como con la escasez de medios de una aldea empobrecida. Quizás por eso, Blas Taracena, José Tudela y una infinita procesión de historiadores y amantes de la provincia, pasen de largo ante ella sin dedicarle otro gesto que no sea aquél derivdado de una despectiva conmiseración. Porque, no nos engañemos. En este mundo ilusorio del postín y la etiqueta, al que todos, aún sin darnos cuenta, acudimos alguna vez para terminar sintiéndonos estafados cuando se nos pretende hacer creer que cuanto más alto mejor y más artístico, no hay cabida para este tipo de ermitas que, como el perro del hortelano, no come ni bebe de las fuentes clásicas, aunque, ¡quién sabe!, quizás naciera hace siglos siendo una de ellas.
Clásico, aparte de la campana -año 1796, creo recordar- podríamos considerar que es el lugar donde se levanta y donde se alza también, como un sello contenedor de la bestia pagana que supuestamente pudo haber habitado el lugar en tiempos, un impertérrito crucero de piedra, monxoi, por la distribución escalonada de su base, cuyos lados este y oeste contienen una Virgen erguida, con el Niño en brazos y un calvario, respectivamente, que hubieran hecho las delicias de todo un San Martín Dumiense, malleus malleficarum de los antiguos cultos y perseguidor implacable de los veneratore lapidum. Por ello, no dejo de preguntarme, pues al fin y al cabo, equivocadas o no, las preguntas siempre suelen atraer algún tipo de respuesta que conduzca a alguna probable verdad, si en este mismo terruño quizás hubiera existido un robledal en tiempos, donde esos ancianos y venerabilísimos druidas hubieran dedicado algún tipo de culto particular a la figura de la Magna Mater. Pues parece comprobado, o al menos, algunos autores así lo creen, que el místico San Roque, santo caminero y mistérico donde los haya, suele encontrarse -quizás con demasiada frecuencia, como para pensar en la casualidad-, en lugares donde habita una Virgen Negra o, en su defecto, en las proximidades de tales lugares.
Ignoro, por otra parte, si en San Esteban de Gormaz hubo alguna imagen de semejantes características, aunque sí sé que hubo una hermosa talla mariana, cuyos orígenes permanecieron en el más absoluto misterio y que, a falta de su verdadera advocación, se conocía con el nombre de Virgen del Castillo, precisamente por haber sido encontrada entre las ruinas de éste. Y es que, como suele ocurrir en tantas y tantas ocasiones, generalmente nos dejamos deslumbrar por el supuesto valor estético y artístico, olvidando lo que posiblemente sea el detalle principal que define a edificios y objetos de culto: el lugar en el que se asientan.
Señalar que, en la intersección de carreteras que se localizan cruzado ese antiguo y melancólico puente de piedra que se eleva hercúleo sobre el Duero, parte hacia la izquierda otra carretera, que en bastante buen estado y aproximadamente después de una treintena de kilómetros, desemboca de otro antiguo enclave celtíbero espectacular: Tiermes y su entorno. Bienvenidos a la Ruta Cidiana. Una ruta para disfrutar de los lugares con historia y tradición y sobre todo, una ruta en la que no dejarse llevar por las apariencias y en la que hacerse preguntas, muchas preguntas; cuantas más preguntas, mejor.


(1) Blas Taracena y José Tudela: 'Guía de Soria y su provincia', EOSGRAF, S.A., Madrid, 1968, páginas 174, 175.