Entusiasmado, sin duda, por haber podido recuperar en parte un material que consideraba imprescindible para mi archivo, abandoné el pequeño y pinturesco pueblecito de Barcebal, con la reconfortante sensación que conlleva el sentirse satisfecho por un objetivo conseguido -no es de menospreciar el esfuerzo que conlleva recorrer numerosos kilómetros con tal fin-, habiendo dejado atrás lo que considero es, a partir de la fecha, un nuevo amigo. En efecto, no podía, sino elogiar la paciencia y amabilidad de Florentino, comparándolo con algunas otras personas que he tenido el privilegio de conocer durante mis viajes por la provincia, y que han conseguido que durante tales desplazamientos, me sienta como en casa. Poco o nada me importaba, en esos felices momentos, observar el ejército de negros nubarrones que se estaba concentrando sobre Ucero y el entorno del Cañón del Río Lobos, y apenas me fijé, tampoco, en las pequeñas poblaciones que iba dejando atrás: Barcebalejo, Valdemaluque...Sí lo hi...