sábado, 5 de noviembre de 2011

Otoño en San Esteban de Gormaz



'Es la gloria del muerto verano

la que se ha dormido en mi corazón,

es el trémulo gris del otoño

el que abre caminos con trémulo sol,

tras los campos de viñas doradas

el alma dormida se me adormeció,

hoy me cercan lejanos y altivos

los vagos recuerdos que el viento llevó...' (1)


Son odiosas. Lo sé. Pero si tuviera que hacer una comparación, pensaría que el Otoño es como esa Luz maravillosa al final del túnel con la que Madre Gaia premia el ocaso de plantas y árboles. El Omega que promete una nueva resurrección; una sabia vuelta a empezar; un Alfa interminable que se hará realidad dos estaciones más tarde, cuando aquello que se fue retorne de nuevo con toda su fuerza y esplendor.

De Salvador Dalí se han escrito ríos de tinta; listas interminables de adjetivos calificativos -honoríficos ouroboros, que siempre se muerden la cola- para describir aquello que, gustando o no, se define sencillamente como genialidad. ¿O quizás locura?. Creo que a veces, una y otra apenas están separadas por una frontera tan ambigüa como inexistente. ¿Qué tienen que ver San Esteban de Gormaz, Salvador Dalí y el Otoño?, os preguntaréis. Posiblemente nada, o quizás mucho. Todo depende siempre del color del cristal con que se mire y, por supuesto, de los pensamientos y sensaciones que animan en el interior de la persona que, por decirlo de alguna manera, mira.

A los dos últimos, les he de agradecer, sinceramente, el no haber elegido la pintura como medio de expresión: no hubiera estado a la altura de ejercer un trabajo digno. Pintores, no temáis la perfección -decía Dalí-. No la lograréis nunca. Si sois mediocres, por más que os esforcéis en pintar terriblemente mal, siempre se verá que sois mediocres.

¿Del Otoño, qué puedo decir?. Tan sólo rendirme a la evidencia de su clásica perfección; de su señorío alquímico, que consigue unas tonalidades únicas, incapaces de imitar por las demás estaciones, y mucho menos por las infinitesimales mezclas de color de la paleta de un pintor.

¿Y de San Esteban de Gormaz, la milenaria, la antigua Castromoros?. Tan sólo agradecerle que, como faro amigo, atrajera la nave de mi alma hacia puertos de magia y de color.

Ya lo véis: cuando del Otoño se trata, hasta se es mediocre escribiendo. Hay que reconocer las limitaciones. Y yo reconozco que el Otoño me apasiona -no en vano, nací a finales de septiembre- pero, a la vez, también me limita.

Después de todo, ¿no será cierto que una imagen vale más que mil palabras?.








(1) Mari Trini: 'Vals de Otoño'.