En busca del otoño soriano


'Tierra, devuélveme tus dones puros,
las torres del silencio que subieron
de la solemnidad de sus raíces:
quiero volver a ser lo que no he sido,
aprender a volver desde tan hondo
que entre todas las cosas naturales
pueda vivir o no vivir: no importa
ser una piedra más, la piedra oscura,
la piedra pura que se lleva el río...' (1)

Todos los años me atrapa, me lanza el anzuelo y yo pico. Me dejo llevar y voy. Creo saber qué cara mostrará, pero siempre me sorprende. Cerca o lejos, no importa. Su abrazo, como el horizonte, abarca todos los caminos. Utiliza caramelos de melancolía que se disuelven en un suspiro frente a unos ojos golosos. Es como la mitológica caja de Pandora: temes abrirla, pero cuando lo haces, descubres que de su interior brotan colores de vida y muerte que, sin embargo, te embelesan y te atrapan. Parca cargada de nostalgia, que imita el alfa y el omega, el principio y el fin, que lucen con orgullo los crismones cristianos.
Es el último aliento del moribundo. El postrer adiós en la estación, segundos antes de partir el tren que no volverá. Es el abrazo fugaz junto al portal y los bancos solitarios en el parque. Son las hojas arremolinándose en el suelo; la hiedra sobre la piedra y el sol languideciendo por encima de unos campos ateridos. Es el viejo puente de madera, que se quiebra sobre las aguas de un riachuelo, espejo arañado en el que se miran cielos plomizos que suspiran por la perdida alegría del verano.
Son los álamos solitarios a lo largo del camino, que te reciben y te despiden con lágrimas doradas y copas vencidas al viento. Es el bramido del ciervo, pidiendo amores y la avaricia de la ardilla recogiendo frutos secos en el suelo. Es el fuego alegre en el hogar y la niebla desembarazándose lentamente del abrazo de la tierra. Es el suspiro resignado del que busca el rocío en la mañana. Los corros de hadas, desparramándose en lo más profundo del bosque. Son las hojas soñando con la ingravidez de la luna y la luna contemplándose veleta en la cristalina superficie de las lagunas. Es la lluvia que falta en mayo y mantiene al campesino pintando surcos de humo en el hogar.
Es más que un sentimiento.
Es el Otoño.



(1) Pablo Neruda: 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada/Otras Poesías', Editorial Orbis, S.A., 1997, página 174.

Comentarios

Syr ha dicho que…
Rebosas los límites de la poesía, de igual manera que los de la velocidad, Caminante. Empero, no me extraña conociendo tu anelo por apurar el momento de la inspiración, que como la estación otoñal, es fugaz y pasajero. Sentir, en Otoño, Vivir el Otoño,Amar en Otoño, es la infinitud plena de la esencia del ser.
Afortunadamente, contigo llevo compartidos algunos que están vivos y prendidos en el corazón. Algún día habremos de ver los otoños extremeños.
¿ Acaso estuviste en Almazán?.

Salud y románico.
juancar347 ha dicho que…
Hola, Syr

Creo que hay límites y límites. Como bien dices, el límite del otoño es corto, de manera que hay que procurar saborearlo, vivirlo con plenitud e intensidad. Y para hacerlo, no hay nada mejor que lanzarse al camino y perseguirlo. En compañía, o bien en solitario, como en este caso, el otoño nunca decepciona, pero a veces sí invita a poner pies en polvorosa pues, como Jano, a veces se muestra poseído por la cara gélida del invierno. Suelo ser bastante respetuoso con la velocidad, aunque a veces roce y traspase algún límite. Te aseguro que no fue este el caso. En efecto, pasé cerca de Almazán. Venía 'huyendo' del frío y la agua nieve de El Burgo de Osma, lugar donde percibí alguna 'inspiración' para futuras entradas. Será cuestión de planificar esa aventura que propones y vivir alguna vez ese otoño extremeño que, me consta, seguro que tampoco decepciona.
Un abrazo

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