Villasayas: día de las Garrochas o bendición de campos



Siempre he pensado en Soria, como en una inmensa matrona que deja fluir sus sentimientos de una manera espontánea, sin tapujos, y por supuesto, sin ocultar en absoluto sus diferentes estados de ánimo. Tal vez por eso, apenas me sorprende encontrarme con una niebla tan espesa como humo de chimenea en Medinaceli; un cielo nublado, con pequeñas ráfagas de cierzo en Almazán, y un espléndido sol dorando los campos algunos kilómetros más allá, en esas tierras legendarias por las que iba y venía a su antojo el soberbio Almanzor, en el transcurso de sus innumerables expediciones de castigo contra los reinos cristianos del norte. Un sol, dicho sea de paso, acompañado de un vientecillo salsero, capaz de acariciar la piel con abrazos de siroco sahariano. Ahora bien, sea como sea, con niebla, nubes y cierzo, sol y siroco, siempre me rindo ante la evidencia de observar que, a pesar de los pesares, Soria, la Soria de siempre, vamos, la de toda la vida, todavía continúa existiendo. Y existe, en contra de lo que muchos piensan, en sus tradiciones, en el apego que aún sienten los pueblos hacia ellas, y sobre todo, en la manera tan envidiable en como sus habitantes abrazan el espíritu de la festividad, celebrando la vida más allá de la triste rutina de las penalidades cotidianas. A veces pienso, que los sorianos nacen con la fórmula suprema del Eclesiastés grabada a fuego en sus corazones: un tiempo para el dolor y otro, para la excelsa alegría.


En el fondo, hablo desde el punto de vista de un ignorante, que hasta no hace mucho, es cierto, se dejaba llevar por la corriente, haciéndose eco sólo de aquéllas festividades que, por su aparente monumentalidad, atraían la atención de la mayoría, sin apenas enterarse de esas otras corrientes, ocultas en las intimidades rurales, tan ricas, entrañables e interesantes, que no sólo dejan huella en el sentimiento particular, sino que ofrecen, a la vez, una riqueza cultural, difícil cuando no imposible de encontrar en las guías y manuales al uso. Porque ese es el gran error -y perdón si ofendo por decir lo que pienso- del turista de hoy en día: que se olvida de la aventura, o mejor dicho, del espíritu universal de la aventura y busca en las guías un Eldorado a la carta. Qué duda cabe, que la romería de San Bartolo, la Barrosa, el Toro Jubilo o el paso del Fuego y las Móndidas, por poner sólo algunos ejemplos, son fiestas de interés general, que tienen la suficiente carga lúdica como para hacer que asistir a ellas sea toda una experiencia, en muchas ocasiones inolvidable. Pero nos equivocamos, si pensamos que detrás de ellas, no hay nada más. La festividad, después de todo, responde a la necesidad que siente el pueblo, de expandir la alegría acorde a las circunstancias de precariedad o abundancia que el entorno que habita le proporciona. Son manifestaciones socio-culturales, herencias cuyas raíces se hunden en lo más profundo de la Historia, sin importar las condiciones a que han llegado en la actualidad, ni tampoco el carácter ritualístico con el que se revisten, derivado de un cambio de pensamiento o consecuencia de una renovación de carácter religioso. Porque lo ancestral, en el fondo, continúa ahí. No se trata de esoterismos ni de oscuras corrientes ocultistas, sino de formas tradicionales que han ido evolucionando acorde con los tiempos y sus circunstancias.


A este respecto, me alegra también observar que Villasayas, lejos de dejarse vencer como un junco al viento, es partícipe de esa evolución y mira con satisfacción hacia el futuro, como demuestran, no esas casas de tejados hundidos y no obstante, sillares excelentes que aún conservan en sus dinteles los nombres de sus centenarios propietarios y las fechas en que las levantaron, sino en aquéllas otras, de reciente remodelación, así como en las que también están en camino, que indican, al contrario que en muchos otros lugares de la provincia, que el lugar –cercano a Barahona y su campo de las brujas- goza de buena salud. Y lo hace, hasta el punto de tener, poco menos que recién inaugurado, uno de los mejores polideportivos de la provincia, aparte de su club social, donde todavía existe, bálsamo para aliviar las duras jornadas de labor en los campos, aquello que en el norte tuvo fama y arrastraba, con la magia de los dimes y diretes, todo un universo cultural: la tertulia o el filandón.
Yo imagino –y vuelvo a poner de manifiesto mi ignorancia- que por el nombre, la festividad de las Garrochas debió de tener en el pasado, alguna relación con la ganadería, y en especial, con la taurina, siendo de todos conocido el apego que el celtíbero sintió y siente por el mundo del toro y la ritualidad –actualmente, considerada salvaje en algunos sectores, de ahí que algunas celebraciones, como la del Toro Jubilo de Medinaceli levanten polvareda- que lo acompaña. Y lo digo, porque el término garrocha, si uno se molesta en buscarlo en el diccionario, no hace referencia sino a esa especie de pértiga larga con la que se conduce el ganado, que no es otra, por añadidura, que la que se utilizan en algunos espectáculos taurinos para realizar acrobacias y saltar con ellas por encima de los bravos. No obstante, hoy en día, y dado que no existe este tipo de ganadería en Villasayas, todo se reduce a una bendición de campos –y con esto retomo el tema de las tradiciones que, aun cambiando de aspecto, no dejan de tener el mismo sentido y finalidad que las que se celebraban en la más remota antigüedad- y a la posterior celebración, teóricamente hablando, por los dones conseguidos tras la cosecha y la recolección. Una vez celebrada la santa misa, y realizada la bendición de los campos, donde el sacerdote dirige su discurso y distribuye agua bendita hacia los cuatro puntos cardinales –no olvidemos este número, pues tiene una fascinante simbología detrás- el acto se despoja de la solemnidad y discurre por senderos lúdicos de convivencia y celebración, cuyos detalles, en conjunto o por separado, son los que verdaderamente llaman la atención y constituyen el alma en sí de la fiesta.

Los detalles, en el fondo, son elementos imprescindibles para la tertulia y la discusión, porque lo que a unos les puede parecer trascendente, interesante o relevante, para otros, quizás, no pasen de ser simples vanalidades, que no conllevan ni pena ni gloria. Con pena o con gloria, trascendente o vanal –júzguelo cada uno como mejor considere- los detalles que más me llamaron la atención, e incluso me impresionaron de esta festividad de las Garrochas fueron, en el orden en el que aproximadamente se sucedieron, las fantásticas tazas de plata con las cuatro fases de la luna; el exquisito café de puchero, nacido para ser saboreado y con capacidad para alegrarle el día a un triste, y la pequeña aventura campestre hasta la Cueva del Tío Botas. Obviamente, esto no significa, en modo alguno, que el resto de los acontecimientos que se sucedieron en tan memorable jornada, no merecieran la pena; al contrario, vasta simplemente una ojeada a la enorme hoguera y a las dos increíbles parrillas repletas de jugosas chuletas de cordero, regadas posteriormente con un excelente vinillo de la tierra y una desenfada y amena conversación, para darse cuenta del estado de pequeña felicidad con el que se desarrolló el acontecimiento.
Existe cierta relación entre la bendición de campos, como he dicho, dirigiéndose la misa y el agua bendita hacia los cuatro puntos cardinales, con esa magia simbólica añadida al número cuatro –sirvan como ejemplo, los cuatro Evangelistas, de los que, si no me falla la apreciación Julián, el sacerdote, reseñó algunos pasajes de cada uno durante la misa- y con esas cuatro fases de la luna, representadas en las cuatro tazas de plata. Tazas que, según me comentaron, tienen entre doscientos y trescientos años de antigüedad, y en las que se apura de un trago el vino, tirándose lo que sobra, en señal de abundancia y buena suerte.
Evidentemente, todo aquél que haya probado el café de puchero, convendrá conmigo en que no sólo es exquisito, que sabe a gloria y que, tomado recién sacado del puchero, es capaz de hacer brincar el estómago a ritmo de merengue, devolviendo a las mejillas su color, si no azul, sí al menos grana.
El paseo hasta la Cueva del Tío Botas, tampoco tiene desperdicio. Ésta se encuentra, aproximadamente, a tres o cuatro kilómetros del lugar donde se desarrolla la fiesta y transcurre por senderos rurales, repletos de arte y de misterio. Arte, en el modo tradicional en el que se levantaban los cercados de piedra que delimitan las fincas, demostrando una maestría artesanal, capaz de lograr que éstas encajasen unas con otras como las piezas de un mecano. La magia está, muchas veces, en aprender de aquéllos que saben, y observar en qué lugares apacientan los ciervos; dónde escarban los jabalíes y el suelo de qué tipo de carrascas –o encinas, abundantes como los robles- existen muchas probabilidades de que se oculte un tesoro que vale su peso en oro: la trufa.
La Cueva del Tío Botas, si no espectacular, sí es al menos de difícil acceso y profunda. Se localiza sobre un farallón desde el que se obtiene una excelente panorámica de los campos alrededor y desde donde se observa, perfectamente, la carretera que conduce hasta otro pueblo que aún conserva algún ancestral misterio: Fuentegelmes.
Dicen los que entienden, que hubo un tiempo en que la habitó una persona que se encargaba de las labores de guarda forestal. E incluso, a los pocos metros de la entrada, a la izquierda, estaba el pequeño corral con el que este se procuraba parte de su sustento. Dicen, también, que en lo más profundo, los zorros han debido de hacerse una guarida, a juzgar por la paja y los rastrojos allí acumulados, y también –aviso a navegantes- por las numerosas pulgas que danzan a su antojo buscando huésped. Pero claro, dicen también que en todos o en casi todos los pueblos sorianos, existe una Cueva del Tío Botas. Como en tantos despoblados, que comparten la leyenda del pueblo abandonado porque todos sus habitantes murieron al beber agua envenenada. Son los chascarrillos, el entrañable folklore que, a fin de cuentas, constituye una herencia cultural que enriquece el carácter de nuestros pueblos y que, en definitiva, merece ser mimada y conservada como el inapreciable tesoro que es.


Comentarios

El Deme ha dicho que…
Siempre me ha llamado la atención que las fiestas populares (ritos de épocas arcaicas) las ha hecho suyas la iglesia católica con un reciclaje maravilloso. Mira que estuve hace poco por tierras de Almazán y Medinaceli, pero en Villasayas no entré.
Escribes de fábula.
Ermengardo II ha dicho que…
A ver si coincidimos alguna vez en alguna fiesta. Yo, como viene siendo tradición año tras año para muchos sorianos (también) estuve en la Caballada.
Edelia ha dicho que…
Has echo un trabajo muy bonito describiendo esta pequeña fiesta que llevamos con mucho cariño en el corazón,Este año has participado con nosotros , nos has regalado, aparte de tu compañía...este precioso reportaje.Desde Villasayas felicidades, sigue escribiendo, en ese camino tuyo que se va haciendo al andar...
juancar347 ha dicho que…
Hola, Deme, gracias por tu apreciación. Como dice ese refrán popular, el pez grande siempre se come al chico. El vencedor siempre eleva sus templos sobre los lugares de culto del vencido. Te sorprendería la gran cantidad de ejemplos que existen. Como representantes de la religión triunfante, la iglesia de Roma elevó sus templos también en lugares que habían sido antiguos santuarios, enmascarando muchos ritos santificando antiguas deidades. Algunas de ellas, desde luego no pudieron ser suprimidas, pues el pueblo, a pesar de todo, no termina nunca de olvidar sus tradiciones, y aunque cambiados de 'disfraz', siguen venerando a una serie de personajes que brillan por su heterodoxia. Entre los más populares, te puedo citar a San Cristóbal (ese entrañable gigantón) y a San Roque. Pero en fin, esto ya es adentrarse en temáticas muy interesantes, pero complicadas. Te recomiendo una visita, pues en Villasayas encontrarás algo único en la provincia: la excelente portada de su iglesia de la Asunción. Un abrazo.

Amigos del Coborrón: supongo, y corrígeme si me equivoco, que eres Lima. Pues sí, ya me gustaría coincidir contigo o con vosotros y vivir desde dentro tradiciones tan entrañables como esta que he tenido ocasión de realizar aquí en Villasayas. A ver si se tercia y para alguna quedamos. Un abrazo

Edelia,el regalo me lo habéis hecho vosotros a mí. En tu caso, lo valoro mucho más, porque desde hace años me vienes ofreciendo el mejor de los regalos que se pueden ofrecer en esta vida: la amistad. Te aseguro que disfruté muchisimo de la fiesta y volví a casa cansado, pero tremendamente contento por haber pasado un día genial, habiendo esa riqueza cultural que, a la vez que nos educa, nos hace entender mejor el entorno en el que vivimos. Me alegra mucho que te haya gustado el reportaje. Un abrazo
Baruk ha dicho que…
Excelente Juancar, un reportaje precioso,...sí es que me entran unas ganas de ir p'allá!!

El próximo año, me apunto!

Besos
juancar347 ha dicho que…
Hola, Barukona: la verdad es que Edelia siempre que me invita, me recuerda que también vosotros estáis invitados. Es una pena que la distancia sea un inconveniente, porque estoy seguro de que disfrutaríais un montón. Me alegro que te guste el reportaje. Un abrazo
Isabel Ruiz ha dicho que…
Me alegro mucho de que hayas hecho este precioso documental que nos trae a la memoria esas maravillosas tierras, sus costumbres y un pueblo: "Villasayas" que está en mi corazón.
juancar347 ha dicho que…
Gracias por tu comentario, Isabel. Para mi es una alegría que este sencillo homenaje a un pueblo, a sus gentes y a sus costumbres, que a las que aprecio sinceramente, te haya resultado grato y a la vez, te haya llevado agradables recuerdos.
Saludos cordiales
Lima ha dicho que…
Hola Juancar, no, el comentario no era mío, pero también a mi me gustaría encontrarte por ahí. Tengo la ventaja de que yo se que aspecto tienes y la desventaja de que ya no suelo ir a fiestas, pero estaría bien que al doblar la esquina quién sabe donde...
Un abrazo desde un blog en horas bajas.
juancar347 ha dicho que…
Hola, Lima: sería estupendo coincidir, si no en alguna fiesta, sí en alguno de los numerosos lugares de la provincia. Dado que si me ves, me conoces, sería siempre -recuérdalo- una gratisima sorpresa. Espero que esas horas bajas no se deban a nada grave. De cualquier manera, y aunque esté de más el que te lo diga, sabes que aquí siempre tienes un amigo. Un fuerte abrazo
Anónimo ha dicho que…
Hola Juancar. Me alegro que disfrutaras en Villasayas. Como ya te comenté tienes un pacto con las musas, creo que las tratas bien y por eso no te abandonan.
Lo que más me ha gustado de tu entrada, es sin duda ver en las imágenes niños.
Cuando nosotros hablamos de despoblados e incluso de rutas de despoblados en Tierras Altas, es gratificante ver que haya pueblos donde los niños vean y conozcan, después entiendan y comprendan y finalmente quieran y amen las tradiciones, los usos y las costumbre de sus antepasados.
Un saludo.
juancar347 ha dicho que…
Hola, Cándido. La verdad es que no me puedo quejar de amigos en Soria, y aquí, en Villasayas, algunos ya voy haciendo. Fue un día completo, lleno de sorpresas, porque imagínate, un membrillo de ciudad como yo, sintiéndose como un niño descubriendo otros mundos, otras formas de vivir las tradiciones, de sentirlas, de celebrarlas como soy consciente de que las celebraban nuestros antepasados, donde sólo cambian las apariencias, no el mensaje ni lo que éste conlleva. Ilusiona, como muy bien dices, ver niños y juventud en los pueblos, participando con alegría de esa herencia cultural de sus abuelos y ofrece una nota de esperanza para que éstos no desaparezcan. Creo, como así lo digo en la entrada, que Villasayas tiene vida, mucha vida y espero que esta vida se transmita, que en los pueblos de la provincia, la nueva sabia se dé cuenta de la importancia que tienen y lo vitales que son. Supongo que son ilusiones, pero como bien sabes, de ilusiones también se vive. Al principio, me sorprendió ver a los niños participando activamente en la ceremonia. Las roscas que portaban, ya las conocía: las vi en agosto de 2009 durante la romería de la Santa Cruz, en Conquezuela, donde tuve también la suerte de asistir. En fin, qué te voy a contar, salvo que fue toda una novedad y que disfruté mucho sintiéndome entre amigos. Yo siempre lo digo: Soria lo vale.
Un abrazo
P/D: espero que ese pacto con las Musas dure, porque me voy a embarcar en nuevos proyectos y uno de ellos tiene mucho que ver con Soria y voy a necesitar todo el apoyo que éstas puedan prestarme. Pero ya te comentaré cuando reanudemos las excursiones que tenemos pendientes.
Uno más de villasayas ha dicho que…
Primero felicitarte por la aportación y mostrar nuestro pueblo a todo el mundo. Gracias.

Después, si me permites, decirte que esta fiesta ha cambiado mucho con respecto a la que se venía celebrando tradicionalmente en el pueblo (hablo de antes de los años 50 del pasado siglo), desde el sitio donde se celebra, hasta la tradicción seguida, aunque conserva la exencia, que no es otra que bendecir los campos para obtener una buena cosecha.

Por ejemplo, se conserva la bendición, el beber y comer todos en hermandad (las famosas tazas de plata y el vino...), los roscos en las guillomas...

En la pagina web http://soria-goig.com/Etnologia/pag_0875.htm
puedes encontrar un magnifico artículo publicado sobre esta fiesta, donde también se explica el origen del termino 'garrocha', que no es más que un palo que portaban los mozos y que previamente había cortado en el monte con el que procesionaban.






juancar347 ha dicho que…
Estimado amigo, por supuesto que te permite; es más, te agradezco, en primer lugar, tu amable comentario. Y por supuesto, también la aportación que haces. Es evidente, como digo, que todo varía con el paso del tiempo, es lo normal, aunque en el fondo, siempre quede la esencia antigua, tradicional, y el sentido de la celebración. Los roscos, la comida, el vino, resultan también un detalle de hermanamiento que suele conservarse en muchas romerías. Menciono, por ejemplo, la de la Santa Cruz, en Conquezuela, donde también se sigue una tradición similar y a la que tuve oportunidad de asistir hace algunos años. Pero lo importante es que, cambiadas o no, las tradicionales son algo personal, algo íntimo y propio que debe conservarse porque creo que son una herencia cultural de primer orden. Y en este sentido, me alegra poder haber estado en esta celebración de Villasayas (aunque ahora se celebre en otro lugar, allá en los montes) y de haber compartido un estupendo día de fiesta y alegría con vosotros.
Un abrazo
Morales789 ha dicho que…
Hola Juancar. Llevo ya bastante tiempo queriendo hacer alguna ruta desde Bordecorex hasta Villasayas, que por unas o por otras termina quedando en el intento. Normalmente voy apuntando sitios curiosos para visitarlos en una escapada, y entre ellos figura desde que leí aquí la entrada, el curioso dintel de Fuentegelmes. Queda patente que sientes una magia por estos dos pueblecitos de la provincia, y a mi personalmente me la has transmitido, así que de este verano no pasa que me deje caer por estos lugares, pues estoy de acuerdo contigo en que a veces el abandonar la gran carretera o los puntos marcados del mapa te puede hacer descubrir otros sin duda más únicos. Un saludo
juancar347 ha dicho que…
Hola, Eduardo
Pues te la recomiendo. En esa ruta, no me cabe duda de que encontrarás cosas muy interesantes y si además hablas con los vecinos, seguro que te cuentan mil y una anécdotas que merece la pena ir recogiendo y anotando para que no se pierdan. Por ejemplo, ese dintel de Fuentegelmes, según me comentó un vecino del pueblo, perteneció a un convento de mujeres. Da que pensar, lo mismo que la cabeza y las cruces; una cabeza a la que ese mismo vecino identificó como 'el demonio'; de Villasayas, te recomiendo que tomes buena nota de la portada de la iglesia: es única en su género en la provincia. En fin, espero que disfrutes de ese paseo, y espero poder leer también la experiencia en tu blog. Marcho ahora mismo para Lugo. Saludos

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