Interiores de San Bartolomé


Introducción

El Astrónomo

A la sombra del templo mi amigo y yo vimos a un ciego, sentado allí, solitario. Y mi amigo dijo: 'Mira, ese es el hombre más sabio de nuestra tierra'.

Me separé de mi amigo y me acerqué al ciego, a saludarlo. Y conversamos.

Poco después, le dije: 'Perdona mi pregunta: ¿desde cuándo eres ciego?'.

'Desde que nací', fue su respuesta.

Le dije entonces: '¿Y qué sendero de sabiduría sigues?'.

El ciego me dijo: 'Soy astrónomo'.

Luego, se llevó la mano al pecho, y dijo: 'Sí; observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas'.

[Khalil Gibran]

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Igual que en el cuento de Khalil Gibran, aunque lejos de ser sabio, yo también soy ciego; y en mi ceguera, tal y como hace el astrónomo, yo también me llevo la mano al pecho y contemplo el Universo. Ahora bien, el Universo que yo exploro se encuentra relativamente cerca, aunque paradójicamente tan lejos, que en ocasiones sólo se puede acceder a él a través de la intuición, donde ocupan un lugar destacado, desde luego, las sensaciones y la forma particular de ser de cada uno.
En ese Universo, todo tiene cabida, y nada, por fantástico e irreal que pueda parecer a priori, puede descartarse sin más. Por eso, tampoco tiene nada de extraño que la ermita de San Bartolomé y su entorno, ocupen un lugar destacado en el Universo particular del que hablo. Una de las personas que mejor comprende ese Universo al que me refiero -y que suele acompañarme en mis viajes por la provincia-, es Montse Marco, una entrañable amiga que, no me cabe duda, ha sabido conectar desde un principio, con el alma del lugar. Por ello, para mi es un auténtico orgullo ofrecer -aprovechando la oportunidad que se me brinda a través de las páginas del presente Blog- una pequeña sinopsis de las impresiones que siente el visitante en un lugar como la ermita de San Bartolomé y su entorno:
'Nuestra sociedad del progreso, ha ido arrinconando misterios, creencias y conocimientos vinculados a la naturaleza, al sentido intuitivo, a la transcendencia y a la espiritualidad del ser humano.
Este lugar, enclave pétreo, enclavado en un punto estratégico, embarca al observador en un juego de intrigas y misterios, en el que las preguntas son respuestas. Esta arquitectura delimita un espacio vivo, dotado de voz propia, de una personalisima entidad que nos habla de enigmas; de historias iniciáticas; de maestros en el Conocimiento; del misterio y transcendencia del ser humano.
Esas piedras con personalidad, firmadas por canteros -hombres artesanos, pero profundamente sabios- comprometidos en el arte de las construcciones sacras, que sabían que su obra iba destinada a cerrar en un espacio sagrado, muchos secretos.
Lugares que iban a ser utilizados para favorecer el vínculo entre lo terrenal y lo elevado, donde poder intuir lo intemporal y esencial.
Ese espacio, es el que todavía hoy, se comunica con el ser humano, que entra humilde y deseoso de profundizar en el conocimiento universal; porque, entre penumbras y con interiorización, se puede conectar con el alma de ese lugar.
La ermita de San Bartolomé sigue viva, a pesar de las remodelaciones, cambios y ausencias de elementos claves, como la virgen negra que ocupaba el lugar donde hoy se encuentra la Virgen de la Salud. Y de la gruta, aprovechando la piedra natural, destruída y que actualmente hoy está en el coro.
A pesar de todo ello, las fuerzas telúricas, las proporciones áureas y toda la simbología que atesora este lugar, continúan hablando; si nuestro corazón escucha y mira ("lo esencial es invisible a los ojos..."), puede que nos comunique su secreto en una de nuestras visitas...y nuestra vuelta al mundanal ruido sea distinta'.
En efecto, utilizando las palabras del ya fallecido Jacques Bergier -autor, entre otros, de lo que se puede considerar hoy día como un auténtico clásico y en tiempos constituyó todo un 'boom' editorial, 'El retorno de los brujos' (1)- 'la Tradición siempre ha pretendido que existe un vínculo entre la geometría sagrada y la geografía sagrada'.
En San Bartolomé, ese vínculo es real; como lo puede ser, por citar otro ejemplo, el priorato de San Frutos, situado en la provincia de Segovia, en plenas Hoces del río Duratón y que, bajo mi punto de vista, posee numerosos paralelismos, tanto con el entorno de Río Lobos, como con la historia y vida de San Saturio, el santo Patrón soriano, cuyo culto comenzó -posiblemente- en un periodo tardío -siglo XVI- cuando fueron descubiertos sus restos dentro de la cueva donde vivió como eremita durante más de cuarenta años.
Quien haya tenido la oportunidad de permanecer algún tiempo a solas en el interior del templo, sentirá que -de alguna manera totalmente incognoscible- no está solo. Sus sentidos, hasta cierto punto, se agudizarán y apreciará detalles que, aunque visibles en cualquier circunstancia, posiblemente le hubieran pasado desapercibidos entre el ir y venir de la multitud de visitantes que cada año -atraídos por el reclamo de misterio, así como por la belleza intrínseca del lugar (2)- se dejan caer por allí, en gran medida, animados por la curiosidad o simplemente para pasar un agradable día en el campo.
Aunque en menor medida, desde luego, en San Bartolomé aún se mantienen vigentes tradiciones que se remontan en el tiempo, formando parte de cultos pre-cristianos que la memoria colectiva aún ho ha olvidado, a pesar de los años transcurridos, localizándose numerosas evidencias de presencia humana, que se remontan a la Edad del Bronce.
El mejor ejemplo de estos cultos, lo tenemos, sin ir más lejos, en el interior del templo.
En efecto, situada enfrente de la capilla donde en tiempos estuvo una auténtica talla de virgen románica, o virgen negra, como decía Montse Marco (3) y hoy día ocupa su lugar una hermosa imagen de la Virgen de la Salud -el nombre, desde luego, no es casual- muy venerada, que se saca en procesión durante la romería que tiene lugar todos los años el día 23 de agosto, y por la que los fieles pujan para tener el honor de poder sacarla a hombros, se encuentra una losa en particular, que representa 'la flor de la vida', símbolo que era conocido por muchas culturas de la Antigüedad -algunas tan exóticas y lejanas como la egipcia y la hindú- y su presencia en las construcciones de tipo románico es bastante común.
Con referencia a ambas, la tradición oral insiste -y en mi opinión es un dato importante y harto significativo, a tener en cuenta- en que han sido numerosas las curaciones de todo tipo allí producidas. En base a ello, podemos afirmar, que San Bartolomé, aparte de iglesia y posible lugar de retiro e iniciación, también conllevaba una función de santuario, a donde acudían peregrinos y enfermos, atraídos unos por su situación e importancia en su ruta hacia la tumba del Apóstol, en Santiago de Compostela y otros por la fe inquebrantable que tenían en que la enfermedad que les aquejaba se vería inexorablemente curada.
En tiempos en los que las reliquias santas constituían un atractivo poco menos que fervoroso, así como un lucrativo y floreciente negocio -en época de la Primera Cruzada, la búsqueda y adquisición de reliqjuias constituía poco menos que una pandemia entre los que acudían a Tierra Santa-, si alguna vez hubo alguna entre los muros de San Bartolomé -incluído el tan traído y llevado Santo Grial, cuya leyenda, de alguna forma, siempre está asociada a los templarios o 'templeisen', como se refería a ellos Wolfram von Eschenbach en su historia- se ignora, aunque han sido numerosos los buscadores de tesoros que han perdido su tiempo, buscando infructuosamente por las numerosas oquedades y cuevas cercanas.
Lo mismo puede decirse acerca de la realidad y situación del monasterio de San Juan de Otero, sobre cuya localización los investigadores no terminan de ponerse de acuerdo, suponiendo algunos de ellos que ocupaba el lugar en el que precisamente se levanta la ermita de San Bartolomé.
Pero lo que sí sobresale, llamando inmediatamente la atención en la distancia, es el símbolo de la pentalfa o estrella de cinco puntas -situado a ambos lados de la nave, dominando las capillas del Santo Cristo y la Virgen de la Salud-, que, en el caso de San Bartolomé, está constituido, curiosamente, por cinco corazones entrelazados.
Símbolo primordial dentro de lo que podríamos considerar como Geometría Sagrada -recordemos, entre otros ejemplos, el denominado 'hombre de Vitrubio', una de las obras maestras y posiblemente de las más conocidas del genial Leonardo Da Vinci- la pentalfa constituye, sin duda, una señal de maestría y reconocimiento, cuya verdadera importancia se desvirtuó con el tiempo, llegando incluso a relacionarse con prácticas satánicas en honor del Príncipe de las Tinieblas.
También es posible localizar en San Bartolomé algunas referencias masónicas -aparte del compás, símbolo de reconocimiento compañeril, por excelencia- como pueden ser el Sol, la Luna y las Estrellas. Símbolos que, añadidos a la corona en forma de 'rueda' que se puede apreciar en la cabeza del Santo Cristo o 'Cristo Miserere', como también es conocido, recuerda inmediatamente algunos de los Arcanos Mayores del Tarot, cuyo significado intentaremos desentrañar en otro apartado.
La serpiente, símbolo desprestigiado en Occidente e irremediablemente asociado al Mal y a la figura del Demonio, se encuentra también presente en la ermita, relacionándose con la vida de San Bartolomé, santo que, según la tradición, fue desollado vivo, y en cuya historia se pueden evidenciar unas connotaciones esotéricas relativas a la mutación, al cambio, a la muerte y a la resurrección.
Tampoco faltan acepciones de carácter eminentemente tántrico -corriente esotérico-sexual característica de algunos lugares de Oriente-, como el famoso canecillo en el que algunos ven simplemente una 'H', pero que, observado atentamente a distancia de tele-objetivo es posible apreciar, con absoluta nitidez, un pene y una vagina. ¿Se trata, quizás, de una licencia del artista cantero, muy dados, según algunas opiniones, a éste tipo de burla o broma?. Es posible, aunque muy dudoso, siempre y cuando no deja de ser un hecho cierto que en semejante tipo de construcciones no se dejaba absolutamente nada al azar, teniendo todo un motivo y un por qué, siendo una de sus características principales las dobles interpretaciones.
De igual manera, la Alquimia parece tener cierta relevancia dentro del mensaje pétreo contenido en el contexto de los canecillos de San Bartolomé, como parece indicar el curioso barril -situado sobre el pórtico de entrada- en el que la historiografía 'oficial' pretende ver un elemento de carácter alusivo -junto a algunos otros- a una romería, pero que bien podría compararse con el Atanor, el recipiente donde el alquimista mezclaba los componentes cuya meta final consistía en alcanzar la culminación de la Gran Obra; la meta de todo alquimista: la consecución de la Piedra Filosofal.
Otro de los canecillos que puede aludir a la Alquimia, se encuentra relativamente cerca y está formado por cuatro pequeñas cabezas dispuestas en forma de cruz, que bien pudieran hacer referencia a los cuatro elementos básicos; a saber: Fuego, Aire, Tierra y Agua.
No resulta difícil imaginarse tampoco -aunque por el momento no se pueda demostrar- los efectos lumínicos que puedan producirse en lugares determinados del interior del templo, durante las épocas de solsticio. Aunque sí cabe suponer, sin embargo, que la losa que contiene el símbolo denominado como 'la flor de la vida', del que ya hemos hablado, juegue un papel relevante.
La presencia de orbes (4) en el interior de la ermita, así como en la Cueva Grande, constituye, también, otro de los atractivos de San Bartolomé, que añade un poco más de intriga a los innumerables misterios asociados al interior, así como a su entorno.
(1) 'El retorno de los brujos', Jacques Bergier & Louis Powel, Editorial Plaza & Janés, 1975.
(2) En el periodo comprendido entre mediados de julio y mediados de octubre, la ermita registró unas catorce mil visitas en 2007.
(3) Sobre su suerte, corren diversas versiones. Entre ellas, la de su venta hace 50 ó 60 años.
(4) Esferas que luz que aparecen en numerosas fotografías. Existen multitud de opiniones acerca de su origen, siendo muchos los profesionales que opinan que en realidad se trata de motitas de polvo que reflejan la luz.

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