Viaje a Izana

Iniciar un viaje, por corto que sea, conlleva siempre riesgos. A los riesgos físicos de sufrir mil y un percances por el camino, se suma, también, otro riesgo que ha de tener en cuenta todo espíritu inquieto y aventurero: el de lo desconocido. Es en este tipo de riesgo, donde yo particularmente incluyo ese factor misterio que, bien por cuenta propia o bien en oscura alianza con el fatum o destino de las tragi-comedias griegas, te lleva por otros derroteros muy alejados de aquéllos que tenías en mente al salir de casa.
Entonces, a medida que uno varía el rumbo y pisa por primera vez lugares nuevos, surgen los enigmas y con ellos, previsiblemente, las preguntas. Y es que éstas, como bien cantaba Bob Dylan allá por los años setenta, quizás se encuentren en el viento. Aunque, particularmente, me siento más atraído -por cuanto a relación con el tema- con ese consejo que en la novela Peregrinatio -esa maravillosa continuación de Iacobus, de Matilde Asensi- el caballero Galcerán de Born, le da a su descarriado hijo, Jonás: '...en el camino, Jonás, todo es mágico y simbólico; múltiple y ambiguo; cada pormenor o circunstancia puede significar mil cosas posibles y cada cosa posible se relaciona secretamente con sitios, conocimientos, sucesos o fechas infinitamente lejanos en el espacio o el tiempo...'.
Durante mi viaje, encontré los suficientes enigmas, desde luego, como para escribir un pequeño libro. El misterio, como no podía ser menos, comenzó en Andaluz, y más concretamente en su espectacular iglesia románica del siglo XII, consagrada a San Miguel Arcángel. Pero la aventura de Andaluz será parte de otra entrada, pues contiene los suficientes elementos mistéricos como para concederla la licencia de una descripción particular. Baste saber, que antes de llegar a Izana y Cuevas de Soria, la aventura transcurrió por lugares como Centenera de Andaluz, pasando por Matamala de Almazán, Tardelcuende -un pueblo que en la actualidad no reconocería ni Juan Antonio Gaya Nuño, su hijo y vecino predilecto, a juzgar por el gran número de construcciones modernas que pude observar mientras lo atravesaba- hasta desembocar en Quintana Redonda, nueve kilómetros más allá, y en la iglesia de Nª Sª de la Asunción, que también, como en el caso de Andaluz, se merece una entrada aparte.
Bien, a las afueras de Quintana Redonda -pongamos a unos trescientos metros, aproximadamete, y a ojos de buen cubero- hay dos carteles indicadores: uno con el color rosa oscuro de los monumentos histórico-artísticos, que informa de una villa tardorromana, y otro que, señalando en la misma dirección, localiza las poblaciones de Izana y Cuevas de Soria
La villa tardorromana queda, aproximadamente, a mitad de ambas poblaciones; pero absteneros de vistarla, porque seguramente os daréis con la puerta en las narices, tal y como me sucedió a mi. Si aún así, desoyendo el consejo, pasáis por allí, dejándoos llevar por la curiosidad, os encontraréis con un edificio moderno que alberga la susodicha villa y que, por el aspecto de sus encristaladas puertas de acceso, así como por la ausencia de cualquier tipo de cartel o aviso, no parece haberse abierto nunca al público.

De Quintana Redonda a Izana, discurre una carretera comarcal, en condiciones bastante más que aceptables. Dicha carretera, serpentea a través de un variopinto paisaje, formado, alternativamente, por bosques, montes y valles, en los que se alternan tierras de labranza. Conforman un cromatismo interesante, muy digno de admirar y de tener en cuenta.

De éste, os sorprenderá el pronunciado color amarronado-rojizo de la tierra -que parece despedir fuego a horas tardías del mediodía- que os hará comprender, de paso, que una de las principales y más conocidas actividades de la zona esté basada en la cerámica, y también el por qué a ésta, se la denomina 'cerámica negra'.

Lo primero que se contempla al entrar en Izana, es su ruda y sencilla iglesiata de mediados del siglo XII, tal y como la define Cayetano Enríquez de Salamanca en su obra Rutas del románico en la provincia de Soria. Añade Cayetano -y lo incluyo como dato complementario- que la cabecera, realzada, no ofrece más motivo decorativo que una cornisa sobre modillones lisos y de tres rollos. Análogos son los del paramento meridional en el que, dentro de un cuerpo resaltado, se abre la portada. Está formada ésta por seis rudas y mal trazadas archivoltas decoradas, de fuera a dentro, con puntas de diamante, bezanges, baquetones, ajedrezado y retícula de rombos. Apean sobre tres parejas de columnas con capiteles desproporcionadamente grandes en relación con los respectivos frustes y de labra sumamente bárbara que apenas permiten adivinar las historas representadas.

A este respecto, me gustaría añadir que el capitel de la izquierda, según me comentó un anciano que acudía a misa y que seguramente lo conoció en mejores condiciones de las que se encuentra actualmente, representa a Adán y Eva. Y en efecto, a pesar, repito, del mal estado del referido capitel, aún pueden distinguirse dos figuras humanas, y en medio de ellas, un árbol, que sugieren esa posibilidad.

Un dato curioso a añadir, es que la parroquial de Izana se encuentra bajo la advocación de los santos Gervasio y Protasio, hermanos gemelos de ascendencia romana -patricios, al parecer- cuya vida, envuelta en leyendas, se remonta al siglo I después de Cristo. Poco, como digo, se sabe de la vida real de estos primeros mártires cristianos, a excepción de que sus padres -Vital y Valeria, santificados también- fueron mártires antes que ellos y que a ellos -perdón por la redundancia- se les decapitó por orden de Nerón.

Lo significativo del hecho, común, por otra parte, a la vida legendaria de numerosos santos, es que incluso después de muertos, sus cuerpos -o parte de ellos, reliquias- son capaces de obrar toda clase de prodigios por sí mismos; prodigios que, naturalmente, desembocan en la consiguiente veneración y culto. Y de todos es conocido, el increíble tráfico de reliquias que comenzó durante las Cruzadas y se incrementó y generalizó durante la Edad Media. En el caso de los santos Gervasio y Protasio, la leyenda comienza cuando sus restos fueron encontrados, mediante una visión divina y los milagros obrados durante su recuperación y posterior traslado. A saber: devolver la vista a un ciego y liberar de la influencia del demonio a varios poseídos, entre otros.

Del interior de la iglesia, y aparte de un sencillo artesonado de origen mudéjar, destaca una pila románica que, supuestamente, se remontaría, también, a ese mediado siglo XII en que aquélla se construyó. El estado general de la nave, no es, desde luego, de los mejores. Debido a ello, y seguramente por la humedad que se ceba en la zona del ábside, el artesonado de madera -de posible origen barroco- del Retablo Mayor, se encuentra prácticamente desprovisto de motivos decorativos. Debe de ser por dicho detalle, que la preciosa imagen románica de la Virgen no se encuentre en el centro de éste, como correspondería, sino en un pedestal improvisado situado en la nave del templo. Junto a ella, y ocupando el centro de otro retablo más pequeño, una figura -misteriosa y enigmática, como pocas- llama poderosamente la atención: San Antón.

Si hemos de hacer caso a las recomendaciones reflejadas por Matilde Asensi en su libro ya citado, Peregrinatio, los seguidores de este extraño santo -los antonianos, que se caracterizaban por lucir una gran tau de color azul, que destacaba en su hábito negro- serían los hermanos menores de los otrora templarios y ahora caballeros de Cristo, y que comparten con ellos los conocimientos fundamentales de los secretos herméticos.

La figura de San Antón que se puede contemplar en la iglesia de Izana, contiene algunos detalles que, en mi opinión, son dignos de tenerse en cuenta. Posiblemente, el más significativo, sea el número de taus que se pueden localizar en ella -tres- y que, tal vez, constituyan un mensaje dejado ex-profeso por el artista. Éstas se localizan de la siguiente manera: la primera en el pecho; la segunda en la capa que cubre su hombro izquierdo y la tercera, coronando el elemento que le distingue como maestro e iniciado: su báculo o bastón.

Quiero resaltar, y es un hecho cierto, que a pesar de llevar recorridos por la provincia la nada despreciable cantidad de cien mil kilómetros, no son muchas las figuras de San Antón con las que me he topado en mis aventuras. Es más, tan sólo recuerdo otra, situada, también, en la parroquial de una pequeña comunidad rural: Ventosilla de San Juan. Puede ser un referente interesante añadir que este pueblecito se encuentra situado a escasa distancia de Renieblas; y en Renieblas, aparte de localizarse un importante campamento romano -uno de los que participó en el asedio a la ciudad arévaca de Numancia- se constata, así mismo, una apreciable presencia de la Orden del Temple.

La figura del San Antón de Ventosilla tiene, a su vez, interesantes connotaciones, aunque, de entrada, éstas difieren con las de la figura sanantoniana de Izana. Por ejemplo, en el número de taus: dos, una en el pecho y la segunda formada por el báculo sobre el que se apoya su mano derecha. La tau del pecho, tiene una interesante peculiaridad: es bicolor. En efecto, el dintel o palo superior es de color azul y el palo inferior, de color rojo. El hábito es de color negro -en el caso de la figura de Izana, el hábito es de color dorado o amarillo, cosa inhabitual- aunque el color negro y la claridad en la pata izquierda del animal, coinciden en ambos casos. Únicamente difiere la posición del animal, pues en el caso de la figura de Izana el cerdo se encuentra junto al pie derecho del santo, y en el caso de la figura de Ventosilla, lo hallamos junto a su pie izquierdo.

Por otra parte, la Virgen románica de Izana no deja de tener, también, detalles interesantes, y sobre todo, mistéricos. El misterio, en parte, radica en que cumple, básicamente, una de las acepciones comunes a éste tipo de imágenes: no se sabe absolutamente nada de ella. Ni siquiera el párroco -un hombre afable donde los haya, y al que expreso mi gratitud desde estas líneas por su amabilidad- conoce su nombre: la Asunción o la Virgen del Rosario, fue su contestación, cuando le pregunté al respecto. De manera que, ante tal inseguridad onomástica, me referiré a ella como Santa María de Izana.

Hace tiempo que pienso, observando estas imágenes, que el cromatismo de que hacen gala, puede llegar a constituir una especie de código o clave, siendo los colores más utilizados por los misteriosos talladores, el azul, el verde, el rojo y ocasionalmente, el dorado (polvo de oro). En el caso de nuestra Santa María de Izana, es este último, junto con el azul, los colores que destacan. Desde mi punto de vista, la utilización del color dorado, denota cierta importancia, puesta de manifiesto por el desconocido tallador.

Es muy posible que su edad se remonte a mediados o finales del siglo XIII; inluso al XIV, si nos atenemos, por ejemplo, a que su expresión, aunque hierática -otra de las cualidades afines a estas imágenes- parece estar dulcificada en parte. Al contrario que la iglesia en la que se encuentra, un sólo vistazo basta para apreciar una reciente restauración. Como un sólo vistazo basta, para darse cuenta, así mismo, de que el brazo derecho del Niño está amputado. Resulta ésta una práctica habitual, que entiendo que se quiere disfrazar como de necesaria para la colocación del manto, pero que, en el fondo, encubre un desesperado intento por ocultar detalles compometedores, que puedan dar lugar a cierto tipo de interpretación agnóstica.

La mano izquierda de la Virgen sujeta una pequeña esfera, elemento tradicional que puede contener un concepto herético en la época: la esfericidad de la Tierra. Este motivo, a veces se ve sustituido por frutos, siendo los más comunes, el melocotón o la manzana. La mano izquierda del Niño, muestra otro elemento común: el libro. Estas imágenes, suelen mostrar el elemento libro de dos formas determinadas, según sea el mensaje que quiera poner de manifiesto el tallador: libro abierto, libro cerrado; mensaje a la vista, mensaje oculto. En el caso que nos ocupa, el libro cerrado que mantiene en su mano el Niño, podría denotar la existencia de un mensaje oculto; en definitiva, un secreto.

Por si estos no fueran elementos suficientes para los amantes del misterio, se puede añadir que en la nave de la iglesia de Izana, se pueden encontrar otros santos que, por sus peculiaridades, inducen a pensar en connotaciones esotéricas de primer orden: como el asaeteado San Sebastián o San Antonio de Padua, con el Niño en brazo y arrastrando la leyend de las famosas tentaciones a que fue sometido por el Diablo. Lugar donde la presencia celtíbera fue notable, no defraudará, tampoco, al amante de la naturaleza y de la tranquilidad.

Comentarios

Syr ha dicho que…
Aprovecho tu lectura para enviarte mi más sincera y cariñosa felicitación, Caminante. Por ambas cosas. Por tu trabajo y por tu onomástica.

Felicidades, Juan.
juancar347 ha dicho que…
Manuel, muchas gracias. Valoro mucho tus palabras y sabes que en mí tienes un amigo para lo que haga falta. Siempre digo que el Camino es largo; pero ¡Dios, cómo merece la pena recorrerlo!.
Un fuerte abrazo
Baruk ha dicho que…
Sobre esto que has escrito: "...el increíble tráfico de reliquias que comenzó durante las Cruzadas y se incrementó y generalizó durante la Edad Media. En el caso de los santos Gervasio y Protasio"

Me interesan esos dos santos y su trafico de reliquias, sabes donde puedo informarme o tienes más información sobre ello?

Gracias

Saludines
dianartemis ha dicho que…
Buenas, ¡me parece muy interesante tu blog!

¿Tienes fotografías de la portada de Izana y de sus capiteles?

Gracias, un saludo!
juancar347 ha dicho que…
Hola, Diana. Muy amable por tu comentario. Apenas hay capiteles en la parroquial de Izana, y de hecho, están en tan mal estado, que es difícil aseverar los motivos; aunque un vecino me dijo que uno representaba a Adán y Eva. Tengo tres o cuatro fotos que, si me das una dirección de correo electrónico, te mandaré con mucho gusto. Saludos

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