Villasayas: románico y amabilidad

Cuesta creer que en las estepas que rodean en la actualidad Villasayas, hubiera antaño hermosos montes de pino, aunque estos fueran replantados parcialmente a mediados del siglo XX. A duras penas, y a pesar de los sucesivos añadidos que desvirtúan su verdadera esencia, sobrevive, también, buena parte del románico original de su iglesia parroquial, que se encuentra bajo la advocación de la Asunción de la Virgen.

El pueblo, que en su época de esplendor llegó a contar con más de seiscientos vecinos, se encuentra plácidamente situado a diecisiete kilómetros de Almazán; a unos ocho kilómetros de Barahona -fuera, no me cabe duda, del influjo hechicero de sus famosas brujas, y sus misteriosos, y de hecho, peligrosos pozos airones- y a apenas una treintena escasa de kilómetros de la vecina provincia de Guadalajara y dos de sus principales, cercanos e históricos referentes: Atienza y Sigüenza. De hecho, la iglesia de Villasayas dependió durante siglos del obispado de ésta última población, si bien en la actualidad, lo hace de la Diócesis de Osma.

Cualquier buscador de datos puede averigüar, simplemente tecleando el nombre y apretando un botón en su ordenador, que esos campos de variopinto color -semejantes a pecas en un terreno que alterna llanos, cuestas y barranqueras- producen, como resultado de la paciencia, el mimo y el sudor de los agricultores del pueblo, granos, legumbres y pastos de excelente calidad.

Ahora bien, exceptuando ese detalle, así como aquél otro referente a las peculiaridades del románico subyacente en su iglesia -peculiaridades, sin duda importantes, al menos en lo referido a su pórtico- escasas referencias se encuentran, no obstante, que mencionen, siquiera de pasada, el que en mi opinión es el mejor producto de ésta tierra: sus gentes.

Hay algunos autores -como es el caso de Alejandro Jodorowsky, a la sazón, escritor y psicomago- que, refiriéndose a ese singular universo simbólico constituido por los nombres, opinan que el nombre que se pronuncia, sólo manifiesta la individualidad ilusoria de la persona, siendo de especial relevancia, ese otro nombre, individual y secreto, que acompaña al espíritu en el mismo momento de nacer y determina el valor y las cualidades de la persona durante toda su vida. Superstición o psicomagia, no deja de ser un hecho verídico, que tal creencia hizo mella en numerosas culturas de la antigüedad, sobreviviendo en la actualidad en algunas etnias y sociedades. Por ejemplo, en algunas tribus animistas africanas, donde se considera un completo tabú, pues conocer el nombre oculto de la persona, otorga poderes sobrenaturales sobre él.

¿Existía una forma de pensamiento similar en nuestros abuelos y tatarabuelos, cuando bautizaban a sus hijos con nombres que en la actualidad nos pueden parecer feos, raros o incomprensibles?. Es posible. Ahora bien, se supone que, de origen griego -algunos dicen que germano, y es que, en el fondo internet no deja de ser en gran medida otra pequeña Babel- Edelia significa, textualmente, la agradable, la dulce. En el caso que nos ocupa, y referido a la guía, o mejor dicho, a la persona bajo cuya responsabilidad descansa la lleve y el consentimiento de apertura y visita a la iglesia, nombre y personalidad coinciden, hasta tal punto, que no deja de ser paradójico, comprobar ésta disparidad de caracteres en pueblos situados tan cerca. Me refiero -generalizadon, única y exclusivamente a las personas responsables de la iglesia- a Caltojar y tomo como referencia mi anterior entrada.

La amabilidad, no obstante, vista como un símbolo que no me es desconocido en la provincia -sería muy injusto, si no hiciera esta pequeña aclaración- adquiere en ésta sencilla mujer, en Edelia, características poco menos que mesiánicas, pues da la sensación, al verla, de encontrarse uno frente a una persona feliz, que atrae la simpatía irremisiblemente, primero con una sonrisa, que se eterniza durante toda la visita, y después, con esa mezcla de placidez y orgullo con la que muestra sin reparo todos los rincones del templo, incluido el campanario.

No deja de ser toda una aventura, tener la oportunidad de acceder a un lugar privilegiado y contemplar, en toda su extensión, un pueblo y el entorno que lo rodea. A falta de castillo, la torre de la iglesia constituye un auténtico balcón panorámico donde, si no a vista de águila, sí al menos a vista de paloma -afortunadamente, los excrementos adheridos a los escalones estaban secos como costras- se tiene la oportunidad de echar un somero vistazo a un mundo en cuyas soledades, la Historia quiso dejar episodios de épica magnitud.

En la distancia, una colina con forma de palangana invertida, sirve como punto de referencia para situar un lugar majestuoso y humilde; un lugar, remedo de iglesia y mezquita, que indica que incluso en época de extrema violencia, hubo gente que creyó en esa utópica alianza de civilizaciones: San Baudelio de Berlanga.
Aprovechando dicha referencia, y teniendo siempre presente que esas soledades continúan siendo Caminos del Cid, no es difícil situar mentalmente las poblaciones más emblemáticas: Berlanga de Duero, Casillas, Caltojar, Fuentegelmes, Bordecorex...
Precisamente, de la parte de atrás del pueblo, una pista conduce hasta Bordecorex, atravesando primero el corazón de otro pequeño, pacífico y solitario pueblecito, a cuyos álamos, situados en la frontera que conforman los campos de sembrado y de barbecho, el otoño va pintando canas: Fuentegelmes.
La congoja también constituye un precio a pagar a todo aquél que se atreve a mirar más de cerca, cuando se observan numerosas melladuras que a duras penas disimulan el rojo abrasado por el sol, de los tejados de aquellos villasayeses cuya bendita obstinación hace que el pueblo aún sobreviva con cierta amplitud de habitantes. Son hogares abandonados, cuyas intimidades, una vez hundidas las vigas y amontonados en el suelo los tejados, miran silenciosamente a las estrellas, posiblemente en un intento baldío por localizar aquellas en las duermen el sueño de los justos los que otrora fueran sus moradores.
Pero, sin duda, y en este detalle se puede entender perfectamente el orgullo de Edelia, una estrella más cercana sobrevive con obstinada determinación también, luciendo, cuál enigma, una seña de identidad procedente, con toda probabilidad, de un lugar que metafóricamente, aparte de su nombre real, es conocida como la verde Erín. No se haya en los atlantes que, severamente dañados por el martillo bárbaro de algún Sansón, pleno de músculo pero carente de sensibilidad y de cerebro, vigilan con irreversible mutismo el alfa y el omega de la galería porticada, en cuyo centro, y de cara al exterior, en la denominada clave del arco, tres bajorrelieves representan la Anunciación y el sueño de San José. Ni en los motivos, variados y donde tampoco faltan referencias gráficas a las terribles arpías, que decoran sus capiteles.
Me refiero a ese testimonio, notable y primorosamente labrado que, aguantando milagrosamente los embites del tiempo y la barbarie nos presenta, desde el arte desarrollado en su bifolios, sus grifos y en la enigmática dama que cabalga uno de ellos con una porra en la mano -¿la reina Boadicea?- una posible pista acerca del origen irlandés de sus constructores: la portada.
Una vez franqueado el umbral, y aún deslumbrado por la maravilla que representa la mencionada portada, viene a resultar poco menos que una costumbre, encontrarse con habituales compañeros de las iglesias del Camino -San Roque, San Sebastián y San Miguel- que recuerdan que, a pesar del placer, el tiempo es oro y hay mucho trecho todavía por recorrer.
Próxima parada: Bordecorex.

Comentarios

KALMA ha dicho que…
Me gusta la expresión "parecen pecas". Un relato estupendo y un video ¡Fantástico! La piedra casi gastada, algunos de los capiteles del claustro, los vegetales, me recuerdan a Silos, sólo que están peor conservados. "La enunciación de la virgen" es tan clara, como bella. Amenizado con la gaita de Carlos Núñez, un conjunto precioso. Buenos días.
Unknown ha dicho que…
Bueno, Juan Carlos, pues el mundo se equilibró. La sombra de la arpía de Caltojar fue atravesada por la luz de la dulce Edelia... Un saludo.
juancar347 ha dicho que…
Buenos días. Es una expresión basada en los diferentes tonos de los campos; una licencia ortográfica que me surgió tal cual. Algunos autores, sitúan estos y la portada como de origen silense, aunque a mi me convence más la corriente irlandesa, tal vez sea porque Syr la documentó muy bien en un excelente trabajo. En realidad, se trata de un templo bastante interesante. Un abrazo
juancar347 ha dicho que…
Hola, Iconos. En realidad, Edelia responde más al tipo de personas con las que suelo toparme en mis recorridos por la provincia: amables y accesibles. El caso de Caltojar, yo lo definiría como algo atípico. Un abrazo
Villasayas ha dicho que…
Hola. Un par de puntualizaciones. Villasayas se encuentra a 17 kilómetros de Almazán y a 8 de Baraona. Aunque Baraona por tener anexionados varios pueblos puede aparecer con menos distancia en Navegadores y Mapas virtuales, si se cuenta la distancia a pueblos como Pinilla del Olmo o Jodra de Cardos (pueblos anexionados y proximos a Villasayas).

Que yo sepa, los montes no se replantaron con encinas, si con pinos y solo parcialmente.


P.D. El video muy bueno.
Saludos.
juancar347 ha dicho que…
Estimado/a amigo/a de Villasayas: no te falta razón, a veces los datos que uno se encuentra en la red, no son correctos o están distorsionados. Pido perdón y corrijo en lo que cabe los posibles errores aparecidos en la presente entrada. Agradecido por tu amable puntualización. Sólo añadir que de las dos veces que he estado en Villasayas, conservo un muy grato recuerdo del pueblo y sus gentes. Saludos y muchas gracias otra vez.

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