Recuperando la Memoria Escolar de Romanillos de Medinaceli

Lo más parecido que se me ocurre ahora mismo para comparar con el recuerdo o la memoria, es el mitológico Ave Fénix, que renace siempre de sus cenizas. Recordar, de alguna manera, es volver a vivir; es, comparativamente hablando, lanzarse de cabeza en esas insondables profundidades del corazón y recuperar el inapreciable tesoro de la memoria.
En ocasiones, hablar de memoria en este país, conlleva pensar en un episodio cruento y desgraciado, cuyas heridas, aún al cabo de ochenta años, parecen no haber cicatrizado. Ahora bien, el tipo de memoria al que quiero referirme aquí, aunque localizada en los años posteriores a ese desgarrador agujero negro de nuestra Historia, encaja en otro tipo de recuerdos; unos recuerdos más cercanos y más íntimos; unos recuerdos que nos enternecen y que, en el fondo, cuando volvemos la vista atrás, nos tientan a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Un sentimiento quimérico, desde luego, aunque en este caso, la culpabilidad habría que buscarla en ese personaje anónimo de Romanillos que tuvo la brillante idea de cubrir los cristales de la antigua escuela, con recuerdos de los niños y niñas que un día estudiaron allí.
Recuerdos, por otra parte, que valen su peso en oro, pues constituyen testimonios inestimables de unos tiempos y de una forma de vivir y de pensar determinados, que parecen estar situados a abismos de distancia de una sociedad actual, que apenas entiende de carencias y parece estar sobrada de todo.
Leyendo estas pequeñas perlas de memoria, es difícil no preguntarse, por ejemplo, ¿qué tesoros, prohibidos para los alumnos, guardaba doña Neme en el armario de la clase, sobre todo, teniendo en cuenta los tiempos de carencias a que nos referimos?. ¿Qué habrá sido de Miguel, aquél niño, seguramente travieso pero bonachón, que ponía caras cuando la maestra no estaba y hacía reir a los demás niños?. ¿Qué sensaciones no serían aquéllas de ver la nieve caer a través de la ventana de la escuela, con la cesta de costura sobre el regazo?.
En fin, una idea extraordinaria, vuelvo a repetir, que hace que quien pasee por las calles de Romanillos y eche un vistazo a los cristales de la antigua escuela, se encuentre a sí mismo gratificado con una regresión espontánea al pasado que, después de todo, si nos detenemos un momento a pensar, no está tan alejado de sus propios recuerdos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La vieja gloria de Arcos de Jalón

El fascinante enigma de la tumba de Almanzor

Sotillo del Rincón y la rebelión de Lucifer