Misterios de Fuentelsaz: Segunda Parte
Fuentes, glorias lejanas y reliquias desaparecidas
Afirmaba con rotunda sinceridad el inmortal Santero de
San Saturio, o de Gaya Nuño (1) si se prefiere -que al fin y al cabo, autor y personaje
suelen ser almas gemelas con más frecuencia de las que uno se imagina-, que las
villas, aldeas y lugares sorianos cautivan, ante todo, y frecuentemente sin
otro señuelo, por sus nombres. Posiblemente, no haya una aseveración más
cierta y más evidente, y sea precisamente buscando el auxilio, por regla
general agradecido de las etimologías, como podamos hacernos una idea, en
principio puede que con ciertos visos de certera aproximación, de los orígenes
de un determinado lugar. Siquiera sea aplicando este principio y dejándose
llevar, quizás, por la gracia de las Musas –que en ocasiones gratifican con cal
y en otras con arena, pero de una u otra forma, cuando menos sugieren-,
asentemos la piedra angular de una probable verdad, si afirmamos –temerosos
siempre de equivocarnos, por supuesto, que al fin y al cabo errare humanum
est-, que en la etimología compuesta del nombre de Fuentelsaz, puede haber
humores de inequívoca naturaleza celtíbera capaces de despertar los sentidos de
una posible verdad histórica, señalándonos, de paso, el génesis de una sencilla
clave que nos pueda servir para ajustarlo a alguno de esos hipotéticos
misterios que pretendemos comentar. También es cierto, que admitiría ignorancia
si yerro en la interpretación de un vocablo aparentemente fácil, saz,
que por raíz, bien pudiera derivar de la palabra sauce; detalle éste que, unido
al vocablo fuente, podría encajar perfectamente, definiendo dos objetos que se
encuadran dentro de la práctica de esa religión, animista y natural, que celtas
y celtíberos practicaban habitualmente y que con posterioridad, el triunfo del
Cristianismo sobre la Antigua Religión, se encargó convenientemente de
eliminar o, por el contrario, de reutilizar en su propia conveniencia. No
olvidemos al respecto, -y lo cito textualmente del trabajo del historiador
inglés Andrew Sinclair (2)-, la misiva que el Papa Gregorio el Grande envió a
su hombre de confianza en Inglaterra, el abad Mellius, donde le daba unas
instrucciones muy precisas para Agustín (San Agustín): ‘He llegado a la
conclusión de que los templos en Inglaterra no deben ser destruidos de ninguna
manera. Agustín tendrá que destrozar los ídolos, pero deberá rociar los templos
con agua bendita y construir en ellos los altares donde se depositarán las
reliquias. Debemos aprovechar la ventaja de tener templos bien construidos
purificándolos del culto al demonio y dedicarlos al servicio del verdadero
Dios. De esta manera, confío en que la gente (al ver que sus templos no son
demolidos) abandone la idolatría y continúe frecuentando los templos como hacía
antes, y así llegue a conocer y reverenciar al verdadero Dios… Y lo que se
aplica a Inglaterra, se aplicó también –por desgracia, después de que siguiendo
el ejemplo de San Martín Dumiense, se demolieran un número considerable de
lugares de culto considerados como paganos- en esta imaginaria piel de toro que
es la Península Ibérica, donde Soria también existe, con todo el derecho y
rango, aunque continúe siendo la Extremadura Castellana.
Pero
vayamos por partes, comenzando a situar el origen de los misterios, si es que
como a tales puede denominarse, aunque sin olvidar algunas otras
correspondencias interesantes, como sería la oportuna aseveración hecha en su
momento por los autores Blas Taracena y José Tudela (3), acerca de la
disposición de algunos pueblos de las Tierras Altas y sus cercanías, a repetir
en sus nombres pueblos de la provincia de Madrid. En este caso, la
correspondencia no sería otra que Fuente el Saz del Jarama, lugar que,
curiosamente, conlleva la aparición milagrosa de una Virgen, cuya imagen
medieval fue encontrada por mediación de unas cigüeñas –no olvidemos, por
ejemplo, que la imagen de la Virgen del Mirón fue encontrada de una manera muy isidril,
negándose los bueyes que tiraban del arado a pasar con éste sobre un punto
determinado- y por ello es conocida como Nuestra Señora de Cigüiñuela. Incluso,
yendo más allá, y rizando el rizo de las etimologías, se podría añadir que el
vocablo saz, hace también referencia a un instrumento musical, de cuerda
y parecido al laúd medieval, procedente de países orientales como Turquía (la
antigua Bizancio), Irán e Irak, lo que podría considerarse, así mismo, como una
babilla islámica heredada tras largos siglos de dominación.
Por otra
parte, es una gran verdad, reconocer que
con relación al patrimonio histórico-artístico es tanto lo que se ha perdido
–de una manera cínica, también se podría decir que no todo se ha perdido en
realidad, sino que mucho se ha transformado (4)-, que en muchas
ocasiones a falta de documentos –el mundo científico es eminentemente tomasiano-,
resulta poco menos que imposible llegar a determinar con absoluta certeza, cuál
era la naturaleza exacta de lo que existió en tiempos en un lugar determinado.
Probablemente, en Fuentelsaz se produjo idéntico fenómeno que en el resto del
territorio nacional y un lugar de culto antiguo fuera irremediablemente
absorbido por la fuerza expansiva de otra religión, en este caso, el
Cristianismo, que impone su verdad como dogma absoluto de fe, anatematizando y
diabolizando todo lo anterior. A tal respecto, las fuentes –si tal pueden
denominarse- difieren realmente en la forma, pero no en lo sustancial del
contexto. Porque de manera oral, el amable vecino que nos franqueó la entrada a
la iglesia de Santo Domingo de Guzmán y cuyo nombre me reservo por prudencia,
que no por falta de agradecimiento, comentó un detalle muy curioso: que en el
cerro de San Juan o en sus proximidades, hubo en tiempos dos monasterios, uno
de hombres y otro de mujeres. No obstante, las pocas fuentes que se localizan,
pongamos por ejemplo en internet, hablan de dos ermitas: la de San Juan y la de
la Trinidad.
De ellas, probablemente, proceda
alguna de las pilas románicas que se guardan actualmente en la parroquial;
puede que también alguno de los retablos, e incluso hasta es posible que las
estelas funerarias que acumulan polvo en un rincón, y que lucen un tipo muy
particular de cruz: la cruz paté o patada. Un tipo de cruz que, aunque no
determinativa por sí sola, sí podría sugerir, no obstante, la posibilidad de la
presencia templaria en el lugar; detalle que tampoco sería extraño, después de
todo, pues su presencia en determinados lugares de la provincia está demostrada
y como en el caso de Morón de Almazán, bien pudieran haber tenido un convento
en las cercanías, del que no queden ya evidencias, de igual manera que tuvieron
también, al parecer, a las afueras de San Pedro Manrique, en unas ruinas
situadas estratégicamente sobre un altozano, conocidas como San Pedro el Viejo.
Como conocida
era también, su extraordinaria fascinación por tales objetos, tampoco sería
extraño imaginar su cercanía a un lugar que, después de todo, parecía contar
con una reliquia sacra de cierta alcurnia, como era esa parte del carpio o del metacarpio
que, según la tradición, perteneció al mismísimo San Bartolomé: uno de los doce
apóstoles que, como hicieran siglos después de él oscuros pero relevantes
santos de origen godo, como San Saturio o San Frutos, vendió su finca y entregó
los beneficios a los otros apóstoles para que lo repartieran entre los pobres.
A este respecto, y dejando el tema templario a un lado, no deja de ser curiosa
la existencia de reliquias de cierta relevancia –si es que tal cosa puede
considerarse, pues no olvidemos que el tema de las reliquias constituyó un
lucrativo negocio en la Edad Media y si juntáramos todas, se harían verdaderos
ejércitos de santos-, en lugares que, causal o casualmente, están situados
dentro o en las proximidades de las Tierras Altas. Con ésta de San Bernabé, se
podría citar parte del labio de San Antonio, que se expone en un pequeño
relicario que cada 13 de junio, pueden ver los invitados a participar en la
ceremonia que se produce en Garrejo, en la finca que la familia Marichalar tiene
en Garray o el milagroso Santo Rostro que había en La Cuesta, y que, una vez
despoblado el lugar, parece ser que fue trasladado a la catedral de El Burgo de
Osma. Relevante o no, el hecho es que, de la supuesta reliquia de San Bernabé,
tan sólo queda un curioso cofre artesano, de madera, realizado según reza en su
interior, en 1856, con doble cerradura y doble fondo. Pero del trozo de carpio
o de metacarpio del santo, nada de nada. Frente a esto, y en vista de la cara
de estupefacción del amable vecino, sólo cabe una pregunta: ¿qué ha sido de la
reliquia de San Bernabé?.
Pero
si esto constituye, a la postre, un fascinante enigma histórico, no lo es menos
la presencia de elementos de culturas anteriores, los cuales, como ya
avanzábamos al comienzo de la presente entrada, podrían perfectamente hacer
referencia a antiguos cultos relacionados con el agua y que, en principio, poco
o nada difieren de los que se pueden rastrear en otros lugares de la provincia.
En base a ello, resulta interesante observar algunas interesantes similitudes
entre los restos dispersos en una casa y probablemente pertenecientes a las
cercanas ruinas de Numancia, y aquellos otros que todavía sobreviven en muchos
lugares del norte peninsular, siendo un buen ejemplo con el que comparar, la
fuente que se muestra en el vídeo, la cual se encuentra en la atractiva ciudad
orensana de Allariz, en las inmediaciones del Ayuntamiento y enfrente de la
iglesia románica de Santiago.
(1) José Antonio Gaya Nuño: 'El Santero de San Saturio', Editorial Espasa Calpe, S.A., cuarta edición, 3-XI-1999, página 136.
(2) Andrew Sinclair: 'El descubrimiento del Grial', Editorial Edhasa, 1ª edición, febrero de 2003, páginas 40-41.
(3) Blas Taracena y José Tudela: 'Guía de Soria y su provincia', EOSGRAF, S.A., 3ª edición aumentada, 1968.
(4) Tal vez no resulta tan descabellada, después de todo, la reflexión que hacen de su Viaje por España (Ediciones Grech, S.A., 1988), el baron Ch. Davillier y Gustave Doré, conocido por sus extraordinarios grabados, sobre todo aquellos relativos a la Divina Comedia de Dante, en torno a la histórica rapiña de las tropas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia. Rapiña que no niegan, pero que sí observan exagerada, ateniéndose a las declaraciones de anteriores viajeros europeos, en cuyas crónicas consignan la gran cantidad de antiguos y valiosos objetos sacros, fundidos por sus propios custodios, con el fin de obtener suculentas rentas en dinero contante y sonante.
Comentarios
Dicho sea con valor de simple presunción.
Y no señalo más, que luego todo se sabe.