Herida ermita de San Bartolomé
No todas las maravillas que se localizan en este impresionante Cañón del Río Lobos, son de origen natural, paridas en silencio y con infinita paciencia por una fértil Madre Tierra cuyo culto quedó establecido siglos, probablemente milenios antes de que la idea del Patriarcado arraigara en el pensamiento de los pueblos nómadas que extendieron su filosofía megalómana a medida que conquistaban los territorios por los que pasaban en su incontenible migración. De alguna manera indeterminada, pero sin duda provistas de un singular olfato, hubo una curiosa mezcolanza de seres, mezcla de místicos y de guerreros -a semejanza de sus hermanos musulmanes de los ribbats-, que se asentaron en sus ocultas soledades, sin duda con un fin predeterminado y secreto, ante el que sólo cabe acudir al recurso siempre bienvenido de la especulación. Hombres sencillos en su conjunto, pero formidables por defecto en lo referente a una pequeña élite, que después de siglos de su calamitosa extinción el mundo en general recuerda con interés, pero la Historia en particular, menosprecia con absoluto desdén: los caballeros templarios.
Aún con desacuerdos, pero no obstante generalizada la paternidad de su autoría, ésta curiosa ermita de San Bartolomé, no es sólo un recuerdo conjuntivo de arte y geometría sagrada, sino que es, además, todo un compendio de pensamiento y filosofía muy poco comprendido. De hecho, es un lugar, que todavía no ha terminado de mostrar sus infinitos secretos, como de hecho ocurrió con cierto descubrimiento realizado durante mi última visita, que me reservo no sólo por amistad, sino por respeto y honestidad -que tomen nota los buscadores de medallas-, pues no fui yo quién lo descubrió, sino los amigos que me acompañaban y sólo a ellos corresponde comentarlo o no, a su criterio y discreción y en el momento en que lo consideren oportuno. Como tampoco fue un descubrimiento nuevo la conocida teoría de que precisamente este lugar marcaría el eje equidistante de los cabos más septentrionales de la Península, explotado por algunos de los investigadores que dieron a conocer este formidable lugar a principios de los años ochenta en sus guías de la España mágica, sin mencionar que fue un gran personaje, perseguido por su condición de teósofo y bastante olvidado por las generaciones futuras, llamado Mario Roso de Luna, quien ya lo mencionara en una de sus obras más interesantes: El Árbol de las Hespérides. Tampoco parece casualidad, que entre sus fantásticos canecillos, aquél que por su aspecto -y se ve perfectamente en el vídeo-, semeja la cabeza del Bautista, sea prácticamente idéntico a aquél otro que se localiza actualmente en la iglesia de San Francisco de Betanzos y que procedía, como la mayoría de las piedras, labradas o no, que conforman este templo y el situado enfrente bajo la advocación de Santa María del Azogue, de la encomienda que la Orden del Temple tenía en ese preciso lugar, y que fue permutada, en 1255 por el rey Alfonso X, por la martiniega real de la Tierra de Alcañices y Aliste, en la provincia de Zamora. Tampoco es casualidad su planta en forma de Cruz Ansada o Cruz de la Vida, ni las pentalfas que adornan los óculos de su transepto, símbolo ancestral de la Gran Diosa, posteriormente adaptado a la nueva visión de Nuestra Señora y equiparado a las cinco yagas de Cristo, aquél que, según refieren los Evangelios egipcios por boca de San Clemente, pronunció una frase que no tiene desperdicio y entiéndala quien quiera: He venido a destruir los Trabajos de la Hembra (1). Como tampoco es casualidad que esas cabecitas que surgen de la floresta, en los capiteles del pórtico principal y machadas por el martillo del bárbaro, sean tan parecidas a las situadas en similar lugar en la iglesia de Santa María la Blanca de Villalcázar de Sirga, provincia de Palencia.
Y es aquí a donde quería llegar: a esas invasiones bárbaras a cuyo paso, como al paso del caballo de Atila, todo es asco, tierra quemada y destrucción. Y es que el grado de deterioro intencionado de la ermita en la actualidad es tal, que a uno se le cae el alma a los pies. No sólo a avanzado la destrucción intencionada de capiteles a golpe de martillo, sino que a aumentado, hasta grados incomprensibles, la absurda egomanía infantil de dejar grabadas en los sillares las iniciales y la fecha en que el indecente, inculto y salvaje subnormalito de turno estuvo por allí. Es otra indecencia ver, cómo las puertas de la ermita permanecen cerradas a cal y canto, dando en las narices a los cientos de visitantes bienintencionados que seguramente se acercaron al lugar dando cumplida cuenta de un sueño largamente acariciado. Y lo es, aún más todavía, cuando los pajarillos te soplan al oído que es que la quieren reformar, pero que en realidad, es que no se ponen de acuerdo entre el obispado y los vecinos, quien ha de guardar las rentas. Porque no olvidemos que, incluso a un euro la entrada, las visitas al lugar, durante los periodos de apertura de vacaciones, han proporcionado jugosos dividendos. Pero que la Junta de Castilla y León continúe haciendo oídos sordos a estos ecos que pueden echar a perder turismo. Y por favor, si les llega este mensaje, y ya que tanto pretenden promocionar el románico soriano, no estaría de más, que también proporcionaran una lista de pueblos en los que el señor cura -según los vecinos, por supuesto, y pongamos por ejemplo Aldealseñor- prohíbe las visitas a las iglesias y por descontado, en cuáles se pueden hacer fotos -siquiera sea sin flash, para no dañar-, en cuáles hay que pagar, única y exclusivamente para tragarse el discurso inalterable de la docta guía de turno -pongamos por ejemplo, San Esteban de Gormaz y su iglesia de San Miguel-, y a cuáles otras se puede acudir, con todas las garantías de que el turista, aficionado o no, culto o no, estudioso o no del románico y del Arte en general, no va perder su tiempo ni tampoco su dinero en una provincia que, me da mucha pena tener que decirlo, parece que está perdiendo definitivamente el norte.
(1) Robert Graves: 'Los dos nacimientos de Dionisio y otros ensayos', Editorial Seix Barral, S.A., Barcelona, tercera edición: septiembre de 1984, página 68.
Comentarios
Sé que tienes hacia esta ermita especial predilección, incluso tengo una foto tuya que no voy a decir que pasa con la pentarfa a determinada hora del día... Y seguro que guarda un sin fin de misterios más, como los que te han descubierto en esta última visita, cazadores de medallas o no, siempre es curioso encontrar algo nuevo, es como ¡Sorpresa! Y lo de que esté cerrada fastidia, yo solo la he visto abierta una vez, en una romería que hay a mediados de agosto, pero viendo las modas de graffitis y la dejadez humana, posiblemente, esté mejor así.
Besotes.