Ginés de Lara: el último templario de Santo Polo
Fue unos días antes de la Noche de Difuntos, cuando recibí un
correo de mi estimado amigo Cándido Heras, en el que me comentaba y de hecho, me
confirmaba con unas fotografías, que se estaba procediendo a retirar la
venerable piel de hiedra que desde el alba de mis recuerdos –de hecho, no
recuerdo haberlo visto de otra manera- cubre lo que en la actualidad es una
propiedad privada, pero que en tiempos constituyó el monasterio, se dice que
templario, de San Polo o Santo Polo, lugar de paso obligado para acceder a la
ermita de planta octogonal y elevada sobre una cueva –a la manera de los
antiguos santuarios dedicados a Apolo, que a su vez, muchos de ellos hacían
bueno el adagio hermestino de que lo que está arriba es igual a lo está abajo,
pues estaban considerados como entradas al inframundo, donde reinaba Hades-Plutón-Saturno
y su esposa Perséfone-, del Santo Patrón de Soria: San Saturio. Y también
recuerdo que, palabra más palabra menos, le comentaba que aquello –fuera quien
fuera el inductor: si el Ayuntamiento, la Diputación o el propio dueño del
lugar-, me parecía un auténtico atentado contra ese otro complemento romántico
que hace del antiguo cenobio –que al decir de las viejas crónicas, poseía las
mejores huertas de la ciudad-, un lugar con un encanto muy especial. Y
reconozco, lo digo como lo siento –como sentí encontrarme el año pasado las
pezuñas atilanas de la repugnante
barbarie mancillando otro lugar no menos interesante y sí seguramente más
carismático que éste, como es la ermita de San Bartolomé, en el Cañón del
Río Lobos-, que sentí una tristeza infinita pensando en cómo nos gusta alterar
aquello que debería mimarse como algo propio del espíritu del lugar. Pensé,
también, en la caótica posibilidad de que a alguien se le ocurriera, de paso,
descortezar los álamos dorados
asentados junto a la ribera del Duero, en aquél paseo de los enamorados de Machado que conduce a la ermita,
reduciendo a polvo y olvido unas cortezas que tienen grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son
fechas. Y recordé el lugar y a los grandes poetas y escritores que se
habían rendido, sin duda alguna, cautivos de su hechizo. Pero no, no diré que
fueron los de siempre –que por supuesto, me fascinan-, los que acudieron a mi
herida memoria, sino otro, menos conocido e injustamente olvidado, gran
intelectual y nacido, para más señas en Logrosán, pueblo de Cáceres. Me refiero
a aquél que, otorgándole el merecido calificativo de mago, reunía, cuando menos, una de las cualidades principales de su
homólogo del Tarot: su creatividad
sobrehumana. Me refiero, naturalmente, a Don Mario Roso de Luna. Y
recordarle a él, es acordarse, a la vez, de aquél entrañable personaje de su
novela ocultista La demanda del Santo
Grial, Ginés de Lara y Montalbán, del que se nos cuenta, precisamente, que
fue el último templario de Santo Polo. Hijo primogénito de don Nuño de Lara y
de doña Mencía de Montalbán –he de suponer, que de ese singular pueblo
toledano, con su imponente castillo del que salieron buena parte de las fuerzas
cristianas y templarias que participaron en la famosa batalla de los Tres Reyes o de las
Navas de Tolosa y en cuyas cercanías se yergue todavía un imponente
conjunto visigodo, el de Santa María de Melque-, por cuya sangre corría el más
rancio abolengo burgalés, que se remontaba hasta los condes Laín Calvo, Nuño
Rasura y el propio Fernán González. Aquél –y cito textualmente a Don Mario-, viejo héroe castellano, oriundo de Nájera,
nacido en Soria y desaparecido sin dejar rastro tras de sí, en esas Sierras de
la Demanda -¡de la demanda del Santo Grial!, ¿desaparecido, tal vez, en el
perdido monasterio de Alveinte, aquél lugar del que se decía aquello de
templario, ¿qué hiciste, que Alveinte viniste?- que al este de Burgos, en la
zona más misteriosa y menos visitada de toda España, sirve de divisoria al
Arlanza y al Arlanzón, afluentes del Duero, al Oca y al Tirón, tributarios del
Ebro, al sur de los montes Idúbedos y al norte de los de Neila, Cebollera y
Urbión, en ese valle weáldico de Lara… Y además me pregunté, si quizás tan
afamado héroe no desapareció en esa mistérica Sierra de la Demanda, sino que
yace todavía ahí, bajo una de las tres estelas funerarias que todavía
sobreviven del viejo cementerio del cenobio, aquélla, quizás, en cuyo anverso
se grabó un pie de druida o una
estrella de cinco puntas. Y de ser así –finita
speculae-, ¿no se sentiría extraño su espíritu, al deambular por un lugar
del que ha desaparecido la magia de la hiedra del familiar monasterio que en
vida habitó?.
Dicho sea todo, sin ánimo de molestar.
Comentarios
Puede ser la necesidad:
¿Cuantos sorianos votarían que sí a la construcción de un megahotel en plena Laguna Negra si eso diese trabajo? A cuantos no les importaría convertir el pantano en un cementerio nuclear, o el cañón del Río Lobos en un basurero, si les contratan, aunque sea a salario mínimo, para remover la basura.
Puede ser la ignorancia:
¿Quien permite que se pinte,se haga fuego o se arranquen trozos de las pinturas rupestres de Valonsadero. O que se construya mal y se afeen los pueblos con cemento. ¿Quien valora el adobe, la piedra, la teja de barro cocido y el techo de madera sobre el cemento, la uralita y el aluminio? Solo quien viene de fuera o ha viajado, o quien tienen la sensibilidad suficiente para distinguir el valor del precio.
¿Y las empresas? Las empresas buscan ganar dinero, la Seprona, ASDEN, la ley medioambiental o de conservación del patrimonio, se interponen en su objetivo poniendo trabas. Ellos hablarán de que dan trabajo... o más bien tienen la suerte de poder tener ganancias a costa de los trabajadores; y a costa del medioambiente y la riqueza paisajística y cultural, poco importa.
En Soria se toleran ruidos, se toleran vertidos, talas, recalificaciones de terrenos, se toleraría cualquier violación de leyes medioambientales o de conservación del patrimonio por unos puestos de trabajo. Y esa necesidad y esa ignorancia, son las bases de nuestra miseria. ¿Cómo vamos a vender lo nuestro, si no lo valoramos o si lo venderíamos por cuatro puestos de trabajo?
Un cordial saludo,