Monasterio de Santa María de Huerta


CUARTA PARTE

'La pintura románica'

Localizadas en muros, ventanales, sepulturas de nobles de la época y capillas; lo suficientemente deterioradas en algunos casos, como para no saber lo que inicialmente representaban; otras, por increíble que parezca, mostrando aún parte de su esplendor original. Pero todas ellas, sin excepción, auténticas maravillas artísticas, que ofrecen un extraordinario testimonio gráfico cuyo valor, en algunos casos (1), ha traspasado las fronteras del país originario, estando actualmente en manos de particulares o expuestas en Museos extranjeros, como The Cloisters, en Nueva York.
Muchas han sido descubiertas por casualidad (2), cuando se ha procedido a hacer obras de rehabilitación en numerosas iglesias de la época, detalle que puede dar una idea de la gran cantidad de pinturas que permanecen ignoradas en las paredes de estos antiquísimos templos, ocultas bajo varias capas de yeso. El monasterio cisterciense de Santa María de Huerta, no es una excepción a ésta regla, como iremos viendo a lo largo de la presente entrada.
La primera huella de estas verdaderas guías evangélicas -recordemos que aún no se había inventado la imprenta y el nivel de analfabetismo era prácticamente del cien por cien entre la población, incluídos los nobles- la encontramos en el claustro, decorando los interiores de la sepultura de Don Pedro Manrique, segundo conde de Molina, y de su esposa, Doña Sancha, hija de Don García Ramírez, rey de Navarra, y para más señas, nieta de el Cid Campeador.
Consta de varias partes, en las que predominan, entre alegorías simbólicas y ángeles, los motivos vegetales. Llama la atención, según se observa hacia la esquina frontal de la parte derecha, la figura de un ángel que sostiene una trompeta, e induce a suponer una posible referencia al Juicio Final o al Apocalipsis. También es posible apreciar un elemento -la concha- cuya utilización, más propia del gótico, hace plantearse la cuestión de que posiblemente fueran realizadas en un periodo de transición, pues dicha tumba data, al parecer, de 1271.
Pero las joyas pictóricas más sobresalientes de la etapa románica del Monasterio de Santa María de Huerta las constituyen, sin duda alguna, aquellas que se pueden contemplar en la pequeña capilla dedicada a la persona -controvertida, infravalorada, incomprendida, y en algunos casos, menospreciada- de María Magdalena. No vamos a entrar en valoraciones sobre su figura, acerca de la cual, se han vertido verdaderos ríos de tinta, con más o menos acierto, pues no entra dentro de los objetivos de ésta entrada. Baste decir al respecto, sin embargo, que no es muy frecuente encontrar una capilla bajo su advocación, en un monasterio cisterciense.
Los motivos que decoran dicha capilla, magníficos, por otra parte, se ven encabezados por un Pantócrator que muestra a Cristo glorificado -a Cristo 'triunfat'- con los brazos extendidos, elevándose sublime por encima de la ojiva del estrecho ventanal.
Descubiertas por casualidad en el año 1970, cuando se procedía a realizar unas obras en los muros, se pueden apreciar en los laterales dos anunciaciones, varias figuras y escenas evangélicas, entre las que destaca, en la parte derecha, la figura de María Magdalena. Se halla ésta en posición erguida, frente a lo que, por su forma, podría considerarse bien un altar, bien un ataúd, encima del cuál es posible observar un cáliz, que bien pudiera hacer referencia al Santo Grial; esto es, la copa utilizada por Jesucristo en la última cena, cuyo original -se supone-, después de ser custodiado en el monasterio de San Juan de la Peña, en Jaca, fue trasladado a Valencia, donde se encuentra en la actualidad.
Por otra parte, se puede añadir la curiosa circunstancia de que el cáliz o jarrón -otra alegoría del Grial- forma parte del escudo o emblema del monasterio, con lo que nos encontraríamos con unas connotaciones simbólicas realmente interesantes.
Pero si éstas llaman la atención por su belleza y simbolismo, como decíamos -recordemos que están datadas en el siglo XIII- no deja de ser todo un enigma ciertamente desconcertante, el descubrimiento, en la pared situada a la izquierda, de un escudo en el que es fácil distinguir el oso y el madroño, elementos ambos que conforman el escudo de Madrid.
Las crónicas se remontan al año 1211, cuando Alfonso VIII -recordemos que históricamente, fue este rey quien puso la primera piedra del monasterio, el 20 de marzo de 1179- preparó en Madrid una expedición contra el reino de Murcia. Un año después, en 1212, se produce la batalla de las Navas de Tolosa, siendo las huestes del Concejo de Madrid quienes iban en vanguardia a las órdenes de Don Diego López de Haro, señor de Vizcaya. Por aquél entonces, las huestes madrileñas ya ostentaban la figura del oso, sobre campo de plata, en sus enseñas y pendones. Puede suponerse, entonces, que dicho escudo figurara como una especie de recompensa en recuerdo al valor demostrado en la batalla. Ahora bien, ¿por qué, precisamente, en una capilla dedicada a la figura de María Magdalena y al Evangelio, y no en cualquier otro sitio o lugar, más acorde, como por ejemplo, el claustro, donde reposan los restos mortales de grandes señores de la época?.
No obstante, y con el fin de añadir un poco más de leña al fuego de la gran hoguera que resulta ser el simbolismo en general, comentar -aunque sea un poco por encima- los cambios producidos en este escudo, antes de llegar al actual, dispuesto por el Ayuntamiento de Madrid, en sesión plenaria realizada el día 28 de abril de 1967, y que, a grosso modo, serían los siguientes:
- en sus inicios, un oso en un campo de plata.
- con posterioridad, se añaden siete estrellas (número 'mágico' por excelencia) de ocho puntas, en el lomo del oso u osa, representando la constelación de la Osa o el Carro, añadiendo alguna crónica que la última estrella, la que está en la cola, simbolizaría la Estrella Polar.
- después de un largo pleito, que duró aproximadamente 20 años (existe cierta ambigüedad con referencia a las fechas) entre el Concejo y la Clerecía por el disfrute del monte y las tierras de pasto de los alrededores de Madrid, hace acto de aparición un nuevo elemento: el árbol. En este punto, la Tradición y los científicos no se ponen de acuerdo, insistiendo la primera en el madroño y los segundos en la poco menos que inexistente presencia de éste árbol, optando por árboles autóctonos más comunes, como el almez o lodón.
- cuando el árbol aparece, el oso/a se representa erguido, en señal de posesión de pie de árbol.
- sí existe exactitud temporal cuando, en 1554, el emperador Carlos I de España y V de Alemania, distinguió a la ciudad de Madrid, otorgándole la corona real en el escudo.
Visto lo anterior, y si consideramos que el árbol es un elemento bastante posterior en el escudo de Madrid, no deja de sorprender su presencia en el escudo que se halla en la capilla del monasterio. El enigma, pues, está servido.
Por otra parte, y continuando con nuestro rastreo pictórico dentro de la iglesia, aún podemos vislumbrar algunos indicios en los elementos decorativos de los dos ventanales del coro, encontrándonos con sencillos motivos florales en el ventanal exterior, e intrincadas formas geométricas en el ventanal interior, tapiado, donde se aprecia, también, un escudo con un árbol indeterminado en su centro.
Cabe suponer, que significativas hubieran resultado posiblemente aquellas otras muestras de pintura que hoy día, semejantes a un borrón en las maltrechas paredes situadas al comienzo de la parte posterior del monasterio, apenas sirven para orientar al que las contempla en relación a su originario mensaje o representación. Es en ésta zona, por añadidura, donde la pervivencia de singulares marcas de cantería, obliga al curioso a preguntarse por el gremio o hermandad compañeril que levantó, hace cientos de años, al menos aquélla parte del monasterio. Pero claro, esto forma parte de otra historia, cuyo enigma, por añadidura, está muy lejos todavía de ser resuelto.
(1) Referencia a las pinturas de San Baudelio de Berlanga y a las de la iglesia de San Martín, en Fuentidueña, Segovia.
(2) Sirva como ejemplo, las pinturas murales descubiertas en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en la localidad de Castillejo de Robledo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
da la casualidad de que este fin de semana estuve en Jaca y visitamos el monasterio de San Juan de la Peña, una construcción impresionante, no tanto por su planta en sí, que de por sí es bella, sino por el enclave, horadada en la peña de arenisca, antigua cueva okupada por ermitaño, un poco a la imagen de San Saturio, cada una con su propia singularidad y belleza.
y en semana santa, haciendo la parte navarra del camino de santiago, caímos en Nuestra Señora de Eunate, q seguro te interesará por su belleza y componente esotérico. bueno, un abrazo, y buen trabajo!
el de tiermes
juancar347 ha dicho que…
Gracias amigo. Me hablas de dos enclaves extraordinarios que procuraré visitar este verano en vacaciones. Un abrazo

Entradas populares de este blog

La vieja gloria de Arcos de Jalón

El fascinante enigma de la tumba de Almanzor

Sotillo del Rincón y la rebelión de Lucifer