Expedientes X en Soria: la Dama Azul


Posiblemente se trate del Expediente X más singular de todos los acontecidos en la provincia. Para comentar tan singular historia -valga la redundancia-, es necesario situarse en época, al menos utilizando la imaginación hasta donde sea posible. Imaginemos, pues, que estamos en el siglo XVII -siglo que trajo al mundo, entre otros famosos personajes, a los pícaros y sus complejas cofradías-, a miles de kilómetros de distancia de Ágreda, en unos territorios salvajes, apenas explorados, como son Tejas y Nuevo Méjico. Algunas tribus indígenas -anasazi y pueblo, en su gran mayoría- habitan estos lugares, donde abundan los llanos y desiertos y donde -similar a como se hizo en Tiermes- hay comunidades perfectamente asentadas en la orografía rocosa del lugar. (Recordemos la famosa leyenda de las Siete Ciudades de Cibola). Ya han tenido contactos con el hombre blanco -no muy afortunados, por cierto, en más de una ocasión- y hasta han visto cómo se han aposentado en su territorio hombres barbudos con extraños hábitos de color marrón.
Al contrario que los otros hombres que los precedieron -guerreros cubiertos de armaduras y corazas hasta los pies- éstos portan consigo cruces de madera, a las que adoran, dicen, en el nombre de Dios.
En el desierto, son frecuentes las tormentas con gran actividad eléctrica, donde, desde luego, entre el variado panteón de dioses a los que adoran tanto los anasazi como los pueblo, destaca, por su furia y su poder, el dios del Trueno. A éste, le acompaña, generalmente, otro dios que, aunque menos poderoso que el anterior, destaca también cuando se irrita: el dios de los Relámpagos.
Últimamente, sin embargo, entre los indios circula una extraña historia. Muchos son los que afirman -incluidos guerreros de valor demostrado, tanto en la caza como en el combate- que, cuando el dios del Trueno se aplaca, alejándose también el dios de los Relámpagos, una mujer envuelta en un haz de luz, se aparece en los lugares más insospechados de los llanos. Los que la han visto, coinciden en que se trata de una mujer menuda, de rostro dulce y piel blanca como la luz de la luna. Una larga capa de color azul la cubre el cuerpo de la cabeza a los pies; aunque, más prodigioso todavía, éstos no llegan a tocar el suelo, sino que se mantienen flotando a algunos centímetros por encima. Pero el prodigio no termina ahí: la extraordinaria mujer habla el mismo idioma que los hombres blancos y afirma ser emisaria de la Santa Virgen, encomendando, a todos aquellos que la ven, a acercarse hasta donde están los hombres del hábito marrón y convertirse a la Nueva Religión.
Hasta aquí, una de las partes más esotéricas de la historia de la Venerable: su facultad de bilocarse o de encontrarse en dos sitios a la vez, desempeñando, no obstante, también, una función evangelizadora.
Retornemos, entonces, otra vez a Ágreda; a esa pequeña localidad soriana enclavada a los pies de un monte considerado como de carácter sagrado desde la más remota antigüedad -el Moncayo- situado ya en tierras de la vecina provincia de Aragón.
Desde una edad muy temprana, la joven María Coronel parece haber sido predestinada a ser la receptora, y a la vez la transmisora, de los designios de la Señora. Muchas han sido, así mismo, las veces en que los ángeles la han visitado, precediendo a las apariciones de la Virgen -bastante frecuentes a lo largo de su vida- en honor a cuyo recuerdo aún perdura un curioso escudo en la fachada del convento de las Hermanas Concepcionistas.
Posiblemente a consecuencia de ello, nuestra joven María, ahora al frente de una comunidad religiosa que la venera, comienza a tener experiencias de índole eminentemente místicas, observando como una aureola de mujer prudente y sabia se cierne sobre su figura, no tardando mucho tiempo en entrar a formar parte del pequeño círculo de consejeros privados de Su Majestad, el rey Felipe IV, quien no duda en desplazarse varias veces hasta Ágreda para escuchar algún consejo de la Venerable en relación con su política de Estado.
El Grande, o el rey Planeta, como se conoce también a Felipe IV, pronto queda prendado de la fuerza y la sabiduría que emanan de la menuda humanidad de la Reverenda Madre, y no tarda en hacerse su confidente. Incluso llegó a desarrollarse entre ellos tal grado de acercamiento, que aún se conservan un gran número de cartas correspondientes a la extensa correspondencia que mantuvieron. Son tiempos conflictivos donde, aparte de estar en juego la hegemonía en Europa, y a consecuencia de la impopular gestión política a nivel nacional -entre ellas la medida de que todas las comunidades equipararan el gasto equivalente soportado por Castilla hasta entonces- de su principal valido y consejero, el conde-duque de Olivares, este rey -famoso por su mecenazgo en favor de las Bellas Artes- tiene que hacer frente, también, a varias revueltas internas, sobre todo en las zonas de Cataluña y Aragón.
La prudencia de Sor María Jesús, es contagiosa y hasta es posible que influya en la decisión del rey de destituir al conde-duque, en favor de Don Luis Méndez de Haro, sobrino de Olivares. Fue la época en que Portugal se desvinculó de la corona española y donde España perdió su hegemonía en Europa, en favor de la Francia de Luis XIV.
Por entonces, las apariciones de la Virgen a la religiosa se hicieron más frecuentes, hasta el punto de que ésta permanecía gran parte del tiempo recluída voluntariamente en sus aposentos, desarrollando una actividad literaria verdaderamente febril.
A consecuencia de dicha actividad, pronto vio la luz un extraño manuscrito -'La Mística Ciudad de Dios'- que, al parecer, dictado por la propia Virgen, ofrecía una visión -auténticamente revolucionaria para la época- de la vida de María y las esferas celestiales en las que habitan Dios y los ángeles. No es extraño, pues, que se considere una obra maestra de la mística española del Siglo de Oro, comparable con otras grandes obras, escritas por figuras de la talla de Santa Teresa de Ávila, o de Jesús, como también se la conoce.
Sin duda motivados por tanta notoriedad, así como por los rumores de extraños prodigios asociados a su persona que corrían de boca en boca como un reguero de pólvora, los dominicos no tardaron en poner en marcha el aparato judicial de una institución que acabaría siendo recordada aún, al cabo de los siglos, por su extrema brutalidad: la Inquisición.
Como si de una auténtica 'caza de brujas' se tratara, la Venerable Madre tiene que someterse a un proceso del que muy pocos salen airosos y vivos para contarlo.
Allí, sentada en un banco y rodeada de inquisidores de negros hábitos -la gran mayoría expectantes por desenmascarar a Satanás que, pensaban convencidos, se había apoderado de la voluntad de Sor María Jesús, corriendo el peligro de que su nefasta influencia se extendiera peligrosamente- quedaron completamente burlados y frustrados cuando, al finalizar el exhaustivo proceso al que fue sometida, nada de índole maligna, como pretendían, pudieron demostrar. La luz interior que animaba a la Venerable Madre era, sin duda, una luz de origen inmaculado y divino.
Al otro lado del Atlántico, sin embargo, en aquél basto territorio aún sin explorar en su mayor parte, las apariciones de la Dama Azul continuaron, ante el asombro de los misioneros franciscanos, que veían como cada vez más indios se acercaban hasta los muros de la misión con idea de recibir a Cristo, contando siempre la misma historia: que habían sido enviados por una dama vestida de azul.
Sor María Jesús falleció el día 24 de mayo de 1665, a la edad de sesenta y tres años, sin abandonar por un momento la aureola de santidad que la había acompañado durante toda su vida. Su cuerpo, incorrupto, aún puede verse, protegido por una urna de cristal, en el convento de las Hermanas Concepcionistas de Ágreda; en ese lugar privilegiado de la provincia de Soria, y bendecido por la Virgen -recordemos que incluso antes del nacimiento de la Venerable, ya existía un culto mariano dedicado a la Virgen de los Milagros, cuyo santuario se encuentra en las inmediaciones- que nunca abandonó en vida.
Hasta aquí, pues, los pormenores, más o menos resumidos, de una historia sobre la que cada uno es muy libre de opinar como mejor le parezca, pero que, sin duda, ofrece un pequeño testimonio sobre una personalidad y una época, sin duda, fascinantes.
Como colofón, añadir que en la actualidad, se está promoviendo la canonización de la Venerable Madre.

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