La pentalfa mágica de San Bartolomé
Me reconozco un apasionado del Séptimo Arte. Y como tal, siento una predilección especial por los clásicos: esas películas en blanco y negro, inolvidables, únicas, que con medios limitados inmediatamente eran consideradas verdaderas obras de Arte cuando bajaba el telón, pasando a ocupar un lugar especial en la videoteca de cualquier amante del buen cine. Podría citar aquí muchos títulos, que seguramente le pondrían la piel de gallina a más de uno y hasta es posible que sintieran también un ligero estremecimiento de placer al recordar alguna escena en particular. Me pasa continuamente, por ejemplo, cuando visiono Casablanca, en dos escenas determinadas, sin contar la última en el que un milagrosamente recuperado Humphrey Bogart sella con sus labios lo que no me cabe dura iba a ser, a partir de entonces, el comienzo de una bonita amistad.
Me refiero, en primer lugar, a esa escena cruda, terrible, en la que un hombre -no importa quién ni por qué- es abatido a tiros en una pared, en la que claramente se leen los tres principios básicos de la Revolución Francesa: Liberté, Egalité et Fraternité.
La segunda escena, esa que de alguna manera toca la fibra más sensible de mi ser, es aquélla otra en que la prepotencia nazi queda soberanamente aplastada cuando todos los que están en el Café Americano de Rick cantan la Marsellesa, llevándose la mano al corazón.
Aunque parezca una locura, cuando voy a la ermita de San Bartolomé, lo primero con lo que me recreo es con la pentalfa del transepto. Es tanto su hechizo, que no recuerdo una sola vez en que, contemplándola, no me vengan a la mente las últimas palabras del simpático periodista Scotty cuando, una vez liberada la base polar ártica de la amenaza extraterrestre en el inolvidable clásico de Howard Hawks 'El enigma de otro mundo', pronuncia con una contundencia estremecedora: 'a todos los que me escuchen en este momento, vigilad el cielo. ¡No dejéis de vigilad el cielo!. ¡Seguid vigilando el cielo!'.
Pues bien, como si fuera la reencarnación de nuestro entrañable Scotty, yo también quisiera decir algo a todos aquellos que tengan la intención de visitar San Bartolomé en el futuro:
'Vigilad la pentalfa. No dejad de vigilarla. Seguro que os sorprenderá'.
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