El Monte Valonsadero


Siguiendo la carretera N-234 en dirección a Burgos, y a unos escasos 10 kilómetros de Soria capital, se alza un monte que, aunque sea sólo por tradición -que no por parecido- forma parte de otro Olimpo mitológico, en el que nunca reinaron -mal que les pese a las invictas legiones de Escipión, si pasaron por allí camino de Numancia- ni Júpiter ni Zeus. Hablo, claro, de Valonsadero...
Allí los dioses, se remontan mucho más allá en el tiempo; a esas oscuras edades en las que el hombre posiblemente no llevara mucho tiempo utilizando el taparrabos y quizás el más subjetivo -que no por ello el más listo, como se tiende a creer- alcanzara a ver un pequeño atisbo de la divinidad, que bien por un sentido particular de onanismo o como precursor involuntario del futuro grafitero, quiso grabar en las paredes de las rocas, mezclando -como el artista en su paleta- compuestos de origen vegetal, mineral y animal.
Hubo otros pueblos, otras civilizaciones después de ellos, que también, por alguna determinada razón, pensaron que el lugar, de alguna manera, era especial. Tan especial, que todavía en la actualidad forma parte activa en la vida animista del soriano moderno. Y si no, que le pregunten a cualquiera por la Saca.
Es difícil, contemplando esa basta extensión natural, no dejarse llevar por la imaginación y en un acto reflejo de romanticismo -algunos pueden pensar que anticuado- no aguzar el oído y dejarse llevar por los extraños cánticos con los que a veces el viento -cuando abandona su naturaleza de Jekyll o cierzo- se congratula en ofrecer al visitante que se detenga el tiempo suficiente para escucharlo.
Injusto sería, por otra parte, no añadir que en el fondo, prácticamente todas las iglesias de Soria llevan en su alma parte de este pequeño Olimpo, pues no en vano, muchas de sus piedras -esas piedras, características y rosadas- fueron arrancadas hace siglos de su antiquísimo corazón.


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