El 'Cristo durmiente' de Villasaya

'Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha presentado la ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma...'.
[Gustavo Adolfo Bécquer: 'Los ojos verdes']

Recuerdo con toda claridad ésta campechana introducción que Gustavo Adolfo Bécquer dedicó a su fascinante leyenda 'Los ojos verdes'. También recuerdo que cuando la leí, era apenas un mozalbete que se impresionaba hasta con el vuelo de un gorrión. Han transcurrido muchos años desde entonces; tantos, que a veces dudo de la fidelidad de esa dama, caprichosa y casquivana, que se llama Memoria. No obstante, y para ser sincero, he de reconocer que doña Memoria y un servidor, hemos sido siempre un matrimonio bien avenido, aunque a veces -dado que nadie es perfecto, y el que piense lo contrario, se engaña a sí mismo- nos hayamos disputado algún que otro recuerdo. Por eso, para evitar rencillas, y teniendo en cuenta que yo también siento deseos de escribir, como Gustavo Adolfo Bécquer, me decido a consignar la presente historia, con la esperanza de que si no creen lo que lean a continuación, al menos consideren que su lectura no les haya dejado la pésima sensación de haber perdido el tiempo.
He aquí, pues, lo que aconteció aquél verano y el por qué del apelativo de 'Cristo durmiente de Villasaya' que da título a la presente narración. Y recuerden: cualquier parecido con la ficción, no es una simple casualidad...
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De niño me llamaba la atención hasta el vuelo de una mosca. Recuerdo que pasaba mucho tiempo asomado al alféizar de la ventana, mirando la calle con ensoñación. En realidad, no había mucho que ver, a excepción de la fachada del bloque de pisos situada enfrente de mi bloque, y un pequeño jardín rodeado de árboles, cuya naturaleza -al igual que ocurre con la de algunos perros, que no se sabe a ciencia cierta a qué raza pertenecen, pues están cruzados- nunca conseguí averigüar.
Al jardín lo cortaban bruscamente las baldosas de la acera; y a ésta, se unía el asfalto -desgarrado y hundido en varios sitios- de una carreterilla sin importancia que nacía al principio de la calle y moría a apenas unos metros más arriba, cortada perpendicularmente, por otra carretera más larga y en mejor estado de conservación, perteneciente a una calle más importante.
Rompían la monotonía de tan poco idílico paisaje, los coches aparcados a ambos lados del arcén, y no eran pocas las ocasiones en las que el butanero maldecía a gritos a los cuatro vientos, por no poder llegar hasta el final de la calle con su camión.
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Comentarios

Baruk ha dicho que…
Así que ayer pasaste por Villasayas, y además con buen tiempo. Los hay con suerte!

Lástima no haber coincidido justo una semanita antes... a ver si paar otra vez!!

Por cierto, no te extraño que de las ocho dovelas esculpidas de la entrada, hubiera una especialmente muy limpita y con buen brillo?

Un abrazo
juancar347 ha dicho que…
En realidad, ayer no salí de ruta. Esta documentación es del pasado mes de agosto. Lo cierto es que no me fijé, salvo que me llamó mucho la atención la decoración del pórtico de entrada. Esa iglesia tiene más sorpresas de las que se ven a simple vista.
Un abrazo, Baruk
juancar347 ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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