Más allá de San Pedro Manrique: Yanguas

A mitad de la empinada cuesta que, una vez atravesado el arco medieval de la Puerta de la Aduana, conduce hasta la parte más alta de Yanguas -donde se encuentran el Ayuntamiento, la iglesia de San Lorenzo y el castillo, antigua residencia de los Señores de la Villa- varios perros me asaltan, lamiéndome los bajos de los pantalones y dedicándome, de paso, algún que otro ladrido. Detrás de ellos, una pareja de ancianos sale de su casa, buscando la parte soleada de la estrecha cajelluela, caminando lentamente, apoyándose en sendas varas de avellano.

Los perros se refugian detrás de ellos, cuando el hombre les llama. Es una imagen idílica, pienso, mientras les veo sentarse, muy juntitos, en la baranda de la fuente. No lo puedo evitar. Me acerco a ellos con la bolsa colgada al hombro y una cámara en la mano, y comento:


- Verdaderamente, tienen ustedes un bonito pueblo...


La pareja de ancianos sonríe. No obstante, en el fondo de sus ojos creo ver, fugaz como una estrella, el destello de la nostalgia.


- Se está quedando despoblado -dice él, la vista fija en el horizonte lejano del recuerdo-. La juventud ya no quiere el pueblo...


Triste destino el que afecta a las pequeñas comunidades rurales.
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