martes, 10 de febrero de 2009

Pueblos de la tierra de Gómara: Ojuel

Mucho más precipitada, incluso, que mi visita a Peroniel del Campo, el demonio de la aventura también me indujo a detenerme, de regreso a Madrid, en el pueblecito gomarense de Ojuel. Bien es cierto que su imponente iglesia románica -bajo la advocación de San Pedro Apóstol- me llamó poderosamente la atención cuando me dirigía hacia Almenar.
Situada al pie mismo de la carretera nacional 234, para un amante del románico resulta imposible pasar por su lado, y no detenerse a indagar en sus encantos. No paré en la ida, pero sí es cierto que pensé hacerlo en la vuelta. Cumplidos parte de mis objetivos en Almenar, y tal y como he afirmado en mi anterior entrada, la tarjeta de visita de una previsible tormenta en ciernes, me sorprendió, en forma de agua nieve, apenas puse los pies en el suelo de Peroniel, habiendo aparcado el coche justo enfrente de la iglesia románica de San Martín.
Para cuando llegué a Ojuel, el agua nieve pareció aumentar ligeramente de intensidad y unos oscuros nubarrones -semejantes, permítaseme la licencia poética, al oscuro plumaje de las golondrinas de Bécquer- se acercaban peligrosamente al pueblo, amenazando con tomarlo al asalto de nieve. Por supuesto, y como era de esperar, ese hermano mayor y gruñón en que a veces se convierte el cierzo, no tardó, también, en hacer su aparición, y aunque frustrado, pero obstinado, me detuve apenas unos minutos para sacar la breve colección de fotografías que se muestran en el vídeo que ilustra la presente entrada.
Los elementos de interés de la iglesia parroquial de San Pedro, al menos exteriormente y referidos al ámbito de los canecillos que ilustran y decoran su pórtico de entrada, apenas dejan ya entrever la gloria artística que los animó en su día; pero entre ellos, aún se aprecia ese tipo particular de cabeza goda o celtíbera, que es muy común a otras muchas iglesias de la región, como por ejemplo, las que decoran la iglesia de Los Mártires, en Garray. No en vano, y de la misma manera que en Peroniel del Campo, por Ojuel también se supone que pasaba la calzada que unía Bilbilis con Numancia.
Entre la pequeña variedad arquitectónica de las casas, me llamó entrañablemente la atención, una casona de piedra situada junto a la iglesia -enmarcada al frente por unos campos en los que destacaba ese típico color rojizo amarronado que a veces induce a los poetas a pensar que guarda en sus entrañas la palidez del sol en el ocaso- en la que se podía apreciar el chamizo -como dirían en Asturias, que a veces la sangre tira- pegado al hogar, seguramente con los aperos de labranza en su interior, y hasta es posible que, en algún otro caso -pues salvo el sonido del viento, no se oía nada más- sirvieran también de refugio al ganado, despreocupado y retozón en su colchón de paja.
No había rastro humano alguno, aunque es posible que algunos ojos suspicaces acecharan desde detrás de alguna ventana. No obstante, y a juzgar por el humo que salía perezoso de varias chimeneas, y que el cierzo despanzurraba a su antojo enviándolo ora en mi dirección, luego en dirección contraria, no era difícil suponer que la vida se abría paso tranquilamente al calor del fuego en el hogar.
En fin, no me cabe duda de que Ojuel, cuando la nieve cubre sus campos y los tejados de sus casas, desarrolla ese tipo de vida, feliz y tranquila en el invierno, que heredaron de sus antepasados numantinos, señores del valor y de la estepa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si, probablemente lo sea