Caminos de Ensueño 1: Tierras de Berlanga


'La vida es un viaje, es sólo un único viaje; a lo largo de ella hay sólo un camino, un bosque oscuro, una colina, un río que cruzar, una ciudad a donde llegar; un amanecer, un anochecer; sólo que uno encuentra, muchas veces, cada uno de esos hitos: lo aprehende y lo comprende, lo describe y lo olvida, lo pierde y lo vuelve a encontrar'
[John Crowley: 'Aegypto' 1]

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Como el protagonista de ésta esotérica novela de John Crowley, confieso que a veces yo también tengo la sensación de vivir, en una aparente realidad, dos historias diferentes. Me ocurre a veces, cuando visito un lugar, y regreso al poco tiempo. Percibo la nueva realidad, y al tratar de compararla con los recuerdos anteriores, siento que me falta algo. Que hay un añadido o una infinidad de detalles nuevos, que hace que vea las cosas de forma diferente.
El sábado pasado, mientras recorría parte de la comarca y tierra de Berlanga, apenas me abandonaba un instante la curiosa sensación que tenía de que estaba viendo esos lugares, que he visitado tantas veces, por primera vez.
Berlanga de Duero, señorial y tranquila; protegida, desde los tiempos en que fuera frontera y vanguardia de la Reconquista, por unas sólidas murallas y un castillo enclavado -cuál nido de águilas- en lo más alto de un promontorio cuya parte trasera, recortada a pico diríase que por el hacha de un gigante, vigila, también, el paso sempiterno y susurrante de las aguas del río Escalote.
Solitarias y tristes, las ruinas del monasterio franciscano de Piedras Albas, situadas en un pequeño promontorio al pie de la sencilla y estrecha carretera local que atraviesa el pueblecito de Ciruela; deja atrás Casillas de Berlanga, y antes de llegar a Caltójar, enlaza con una pequeña arteria que desemboca, ascendiendo entre colinas, en la ermita mozárabe de San Baudelio de Berlanga.
¡San Baudelio!. Como buen gourmet, es difícil no saborear intensamente los ingredientes que conforman este genuino y auténtico plato fuerte.
Trato, por un instante, de imaginarme esos cerros pelados; esas colinas, con sus solitarias quebradas que se extienden hasta el infinito, y por un instante -posiblemente igual de breve que el tiempo de vida de una cerilla- el paisaje se transforma en un bosque tupido; inconmensurable; sobrenatural. Hay una estrella -posiblemente la estrella Polar- que señala el lugar donde hombres santos y eremitas buscan la Luz de Dios en lo más recóndito de su corazón.
Después, imagino ver, en la parte más baja del cerro, aproximadamente donde ahora se encuentra la carretera, una senda forestal, por la que huye despavorida la caballería sarracena, derrotada por el empuje incontenible de los reinos cristianos en expansión: entrechocar de espada y cimitarra; relinchos de caballos; gemidos de agonía; enfrentamiento fratricida de culturas...
Un ruido de pisadas en la gravilla del camino, convierte mi ensoñación en frágiles pompas de jabón, que no tardan en estallar y desaparecer al entrar en contacto con la realidad. Se trata del guarda de San Baudelio, que se acerca cansino, a desgana, con su rostro adusto y aburrido, posiblemente hastiado de abrir la puerta de la ermita a gente que -en su opinión- no valora en realidad semejante maravilla. Tal vez sienta celos de compartir con alguien una obra de arte que en su momento, algunos vecinos no supieron conservar, y hoy languiden de nostalgia -cuál emigrante- al otro lado del Atlántico.
No son pocas las veces que me he acercado a San Baudelio y siempre me ha llamado la atención este señor, un caso atípico de introversión en la provincia; tan poco complaciente a la hora de permitir la subida de los escalones que llevan al coro, como acceder a consentir la utilización del 'flash' en la cámara, que poco o ningún daño puede hacer ya a unas pinturas que no existen; tan buen buscador, sin embargo, de excusas formales, en las que siempre tiene la culpa el 'director', y que me recuerda el fósil antediluviano que continúan siendo los organismos oficiales de este país, y que apenas han cambiado desde los tiempos de Mariano José de Larra y su famosa crítica del 'vuelva Vd. mañana'. Su parquedad de palabras, así como la ausencia de cualquier gesto de benevolencia que, en lugar de hacer la visita un acontecimiento digno del lugar sublime en el que te encuentras, consigue que en el fondo -y por respeto al espíritu sagrado del lugar- humilles la cabeza hacia el suelo como los bueyes, acortando el tiempo que pensabas permanecer en el interior, impregnándote con la esencia del lugar, sabedor que, un minuto más en su compañía, puede significar una retirada de puntos en el carnet particular de tu educación.
De retorno a la arteria principal, con un agridulce sabor de boca, el camino continúa hasta Caltójar, distante apenas un par de kilómetros del oasis de San Baudelio. Parten de este punto, otras dos pequeñas arterias: la de la izquierda, lleva a Bordecorex y los restos de una atalaya islámica; la arteria de la derecha, se adentra en el corazón de Caltójar, donde se yergue, sólida y espléndida como una montaña, la iglesia románica de San Miguel Arcángel.
Este paladín celestial, guerrero y juez, ángel psicopompo equivalente al Anubis egipcio, preside el pórtico de entrada de este interesante templo románico, quizás uno de los más importantes de la región, habida cuenta de que los que existían en Berlanga, constituyen hoy día el armazón fundamental de la Colegiata de Nª Sª del Mercado.
La arquitectura de Caltójar -común a la de muchos pueblos de la provincia- combina las tosquedad añeja de las casonas de adobe y piedra con sabor a tradición, con esa otra fría idiosincracia que tienen las edificaciones rurales modernas, que tienden a elevarse en varias plantas, estrechas y cubiculadas como juncos, aprovechando hasta el último centímetro de terreno. Por eso, no resulta extraño ver conjuntado un estilo con otro, como si de las piezas de un irregular puzzle inmobiliario se tratara.
Dejo atrás Caltójar, cuando las primeras gotas de lluvia comienzan a caer, sin cruzarme con nadie en mi camino de regreso a Berlanga, y aún me queda ruta por hacer. Atrás quedan, también, el castillo y las murallas, así como el desvío hacia el mundo pétreo, espectacular y fantástico de Tiermes.
Unos metros más allá, y antes de llegar al rollo gótico o picota donde antiguamente se llevaban a cabo los castigos populares, me desvío por un camino rural, sin asfaltar, que, atravesando extensas llanuras donde en ésta época del año predomina el color verde esmeralda de la hierba en pleno desarrollo, conduce hasta el pequeño pero interesante pueblo de Aguilera.
El trayecto es relativamente corto, aproximadamente dos kilómetros, durante los que nunca tienes la sensación de encontrarte aislado -sensación común a otros lugares de la región- pues incluso en la distancia siempre tienes como referencia el espectacular promontorio bajo el que se asienta, así como el obelisco -enhiesto como un mástil- de la iglesia románica de San Martín, un curioso exponente de la arquitectura religiosa y rural del siglo XII.
Se comenta que Aguilera fue tierra de templarios, aunque sea difícil encontrar evidencias claras que así lo demuestren, si exceptuamos, como reseña, la curiosa estructura cubicular de la iglesia, que pudiera tener alguna relación.
Visto desde el elevado lugar sobre el que se asienta la iglesia -cuando no a través de los arcos de ésta, lo que garantiza, además, la visión de un paisaje espectacular- el pueblo conforma una piña de casas agrupadas que, de alguna manera, recuerda la distribución de los antiguos castros celtíberos. Por supuesto, pasado y presente se hacen el relevo, siempre y cuando no lejos de algunas casas en ruinas, se levantan los cimientos de nuevas construcciones que, a no tardar mucho, irán sustituyendo la morfología de un pueblo con genuino sabor a tradición.
Son de destacar, por otra parte, sus bodegas, que, en forma de cuevas o subterráneos, se adentran en el corazón de la colina.
Con la grata sensación del humo proveniente de una chimenea -sobre todo ahora que la lluvia comienza a caer con más intensidad- que me recuerda el calor entrañable de un hogar, abandono un lugar que, con o sin templarios, aún mantiene vivo un añejo e involvidable sabor a tradición. Con un agradable sabor de boca, pues, dejo atrás la Tierra de Berlanga, y sin importarme la lluvia que cae, me dirijo hacia la Tierra de Osma, y más allá, aún, a San Esteban de Gormaz. Pero claro, eso forma parte de otra historia.
1. John Crowley: 'Aegypto', Editorial Minotauro, 1ª Edición, diciembre de 1990.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hola Juancar!
Sigo tu blog desde hace tiempo y me encanta. Creo q eres otro enamorado de Soria y como yo, de San Baudelio. Ese mágico rincón donde soñar, imaginar, perdernos en tiempos lejanos y evadirnos la realidad. Hoy me decido a escribir en tu blog, por un comentario que escribes en este último artículo. ES completamente cierto q el tiempo se pasa en suspiro en un entorno como el de San Baudelio, que las horas pasan como segundos, pero no estoy de acuerdo con tu comentario por el trato del guarda. Nunca le he visto meter prisa a nadie para que salga de la ermita, a no ser claro, la hora de cerrar, y aún así, siempre espera un ratito. Cierto es que es un hombre de semblante serio y poco hablador, pero su trabajo lo realiza a la perfeccion. Yo jamás le he visto tratar a alguien con poca educación, hablarle en tono poco correcto o similar. Quizás sea cierto que la Administración tiene un problema, y necesita un guía en los museos, como San Baudelio, pero el trabajo del guarda no contempla esa parte. Su trabajo se limita a guardar la ermita y vender las entradas, no le echemos a él las culpas de su convenio de trabajo. Por otro lado, es cierto que si uno se toma la vida con una sonrisa, el duro trabajo de permanecer horas en un entorno completamente solitario, frio, y porque no, triste, se haria mas leve.Y la verdad es que a él, aunque te parezca mentira, se le ilumina la cara cuando aparece un coche por la cuesta. Despues de mucho tiempo he logrado entablar una buena relación con él, y créeme, sonríe, es dicharachero, y puedes hablar durante horas con él a cerca de la ermita y nunca te dejara de sorprender. Lo único que hay que hacer es entender a una persona tímida y la paciencia dará sus frutos.
Y por último,recordarte una cosa, que parece que tu amor por San Baudelio ha hecho que olvides, las grandes obras de arte, y sobre todo las que son únicas por sus valores intrínsecos hay que consevarlas. SI el egoísmo de tener una foto mejor iluminada nos hace perder obras como la de San Baudelio, o que la calidad de la obra que vean nuestros/as hijos/as sea inferior, que la culpa no sea nuestra, por favor. Yo he tenido que lidiar con los egoistas que quieren hacer fotos con flash en un sitio como San Baudelio y te aseguro que el guarda, es una persona muy educada y hace lo que debe, no sólo porque se lo exigen, sino porque como una persona cívica entiende. Si deseas fotos, el Museo Numantino seguro que te las cede encantado, incluso podría darte un permiso, pero por favor entiende la reponsabilidad de todos/as de no hacer fotos con flash en sitios así. Acaso te dejan hacer las fotos con flash en la otra capilla sixtina? no verdad?
En fin Juancar, no te tomes mi comentario a mal y por favor sigue enamorado de sitios así porque a estos lugares les hace mucha falta gente como tú, que difunda sus secretos y los haga llegar a todos los rincones, labor que por otra parte no hace quien debería y tiene la resposabilidad de hacer. Te seguiré leyendo y por que no algún dia nos tomemos un café o mejor aún un fresco traguito de agua en el manatial de San Baudelio y con una interesante conversación.
Un beso.
Anónimo ha dicho que…
Como verás, he puesto el artículo completo en mi blog con algunas pequeñísimas correcciones. Es genial, me ha recordado a la descripción que hace del lugar y del guarda de la época Cees Noteboom en su libro "El desvío a Santiago". Yo con este de ahora no he tenido mucho trato. Cuando estaba el que ahora es alcalde de Caltojar, la relación fue siempre muy buena.
Saludos
de la parte Berlanga
juancar347 ha dicho que…
JK, te agradezco tu interés. He visto el artículo publicado en tu página, aunque en ésta ocasión, querido amigo, te has precipitado, pues no lo había terminado. Si te parece, ya tienes el resto a tu disposición. Con respecto al guarda de San Baudelio, tal vez no haya sido muy equitativo con él. Un abrazo
juancar347 ha dicho que…
Estimada amiga anónima, muchas gracias por tu comentario; lo has hecho de una forma educada, madura y objetiva, ante lo cuál no puedo, si no, decir 'chapeau'. Te aseguro que lo agradezco y la valoro con sinceridad.
Quiero que sepas que me he considerado siempre una persona muy respetuosa hacia los lugares y las personas. Prueba de ello, es la gran cantidad de puertas que se me abren en la provincia y los entrañables e inolvidables amigos que voy haciendo en mis desplazamientos. Amigos que, por otra parte, me enriquecen y enorgullecen.
Es posible que no haya sido todo lo justo que cabría esperar con el señor que guarda la ermita de San Baudelio. Pero también es cierto, que son muchas las veces que he pasado por allí y siempre he sentido con él una especie de barrera infranqueable. Es cierto, soy un enamorado de la provincia y, entre otros lugares, de San Baudelio. Espero que no pienses que mi afán de reportero me lleve un día a anteponer la salvaguarda de tanta maravilla con unas cuantas fotografías. No niego que el material fotográfico tenga su importancia, pero jamás, jamás lo antepondría a la seguridad de unas obras de Arte que bastante han sufrido a lo largo de los siglos. Por supuesto, para mi será un auténtico placer tener la ocasión de invitarte a un café y aceptaría encantado un trago de agua de la fuente de San Baudelio.
Vuelvo a darte las gracias por la lección de objetividad y humildad recibida y espero, en breve, poder hacer justicia en estas páginas con un hombre con el que posiblemente no haya sido todo lo justo que cabría esperar.
Un fuerte abrazo

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