Ermita de Nª Sª del Mirón
Más que la impresión de haber penetrado en una ermita, ciertamente el viernes tuve la certeza -cada vez más acusada, a medida que Iluminada Mozas, la 'guardesa', me iba mostrando todos los rincones- de haber traspasado el umbral de un pequeño museo, repleto de piezas, en menor medida románicas -con excepción de la talla de la Virgen del Mirón, datada, aproximadamente, a caballo entre los siglos XIII y XIV, y parte del ábside, convertido hoy en sacristía-, y sí, con gran profusión de obras, cuya mayoría, en origen, corresponden a los periodos barroco y renacentista. Dicha talla se halla situada detrás del altar, destacando a media altura en el Retablo Mayor.
A la derecha de éste, muy cerca de la puerta de entrada a la sacristía, otro retablo barroco, aunque de menores dimensiones, ofrece la oportunidad de contemplar una de las piezas más curiosas -y puede que única en su género- dedicada a la figura de San Saturio, santo Patrón de Soria, cuyo culto, tardío, se remonta a los siglos XVI ó XVII, cuando fueron descubiertos unos restos en la cueva donde se asentaba la antigua ermita dedicada a la figura de San Miguel Arcángel, y a partir de entonces sustituído por el culto saturiano.
Esto me recuerda, de alguna manera, la similitud con el descubrimiento de los supuestos restos del Apóstol Santiago en Compostela, cuya identificación está sujeta a serias dudas, pues no en vano existen algunos testimonios que la relacionan con otro notable y curioso personaje, 'maldito' por la Iglesia: Prisciliano. En el caso de San Saturio, el enigma es mayor, pues no hemos de olvidar que durante la primera etapa, aquél lugar estuvo bajo la vigilancia y custodia de la Orden del Temple, de cuya encomienda o antiguo monasterio, aún sobrevive en la actualidad la Puerta de San Polo.
Volviendo a la figura de San Saturio, podemos decir que el detalle en el que radica su excepcionalidad, es que muestra al santo de cuerpo entero, constituyendo, como decía, una de las pocas representaciones existentes, pues el 'empecinamiento' de mostrarlo sólo como busto, ha dado lugar a numerosas hipótesis, entre las que no se descarta aquélla encaminada a compararlo con el misterioso busto Baphomet, que se suponía 'adoraban' los templarios, y que tantos ríos de tinta ha vertido a lo largo de los siglos.
Por encima de éste, ocupando el lugar más alto del retablo, aunque de menores dimensiones, hay, también, una figura de San Prudencio, su discípulo, vestida con la mitra representativa del obispado, pues no en vano, todo el mundo sabe que fue obispo de Tarazona.
Se puede ver, así mismo, al pie del retablo y prácticamente disimulado entre macetas de flores, una pieza de esmerada factura y extraordinario valor: un crucifijo de marfil del siglo XVII, que Iluminada, no exenta de cierto orgullo, tuvo la amabilidad de enseñarme, apartando un poco las macetas que, según he dicho, prácticamente lo mantienen escondido.
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