Crónicas de la Soria Blanca: Medinaceli I

Causa una extraña sensación de placer, contemplar la Ciudad de las Tres Culturas y los valles que la circundan -del Jalón y del Arbujuelo- cubiertos de níveo armiño. Si ya de por sí es todo un placer pasear en cualquier época del año por sus calles, estrechas y medievales, el placer visual se multiplica aún más, cuando se hace caminando con dificultad por un colchón de nieve de varios centímetros de altura.
A esto se añade el poema de la nieve de sus tejados derritiéndose y cayendo en alegres y cantarines torrentes sobre el empedrado, formando pequeños lagos entre los que se bañan, a ráfagas, los tibios rayos del sol.
Porque en Medinaceli, la poesía brota de cada piedra. Hasta tal punto, que seducido por su belleza, uno se perdona a sí mismo del pecado capital de la gula, saboreando cada instante que deambula por ella.

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