El románico de Caracena. Primera Parte: la iglesia de San Pedro


'Gentil o hebreo o simplemente un hombre
cuya cara en el tiempo se ha perdido;
ya no rescataremos del olvido
las silenciosas letras de su nombre...'
[Jorge Luis Borges]


Como en los versos de Borges, cuando uno se encuentra frente a una iglesia románica, tal, por ejemplo, la iglesia de San Pedro, en Caracena, su primer pensamiento es preguntarse por el extraordinario poeta que, utilizando con geométrica precisión el martillo y el escoplo, labró versos de oculta rima en el corazón primordial de la piedra. Es cierto. Cuanto más y más templos románicos visito, mayor es la sensación que tengo -observando sus arcos, sus arquivoltas, sus capiteles o sus canecillos- de estar contemplando un inmenso poema, la clave de cuya rima, por desgracia, hace tiempo que se ha perdido.
A veces el poeta-escultor deja su firma grabada en la piedra, bien con sus iniciales, bien con el nombre completo al que, por regla general, se solía añadir la acepción latina 'me fecit'. No parece ser el caso de la iglesia de San Pedro. Hemos de considerar, por tanto, como anónimo a éste maestro juglar que no encontró reparos para utilizar en sus versos el simbolismo mágico del centauro, en su versión positiva o de sagitario; o esa arpía con rostro humano, masculino que, para más señas colocó en el ábside, al lado de esa otra cabeza tripartita, que algunos identifican con el misterioso ídolo baphomet de los templarios; esas otras cabezas, humanas pero embrutecidas, entre las que se mezclan aquéllas otras de origen netamente bestial; o ese adán, totalmente desnudo, que se lleva un cuerno a la boca con toda la naturalidad del mundo.
Frente a la indignación de Bernardo de Claraval -maestro sobrio y austero donde los haya- que allá por el año 1124 se preguntaba '¿qué hacen allí esas ridículas monstruosidades, esa belleza increíblemente deformada y fealdad perfecta?', no puedo, si no, pensar -contemplando una obra maestra, como bajo mi punto de vista es la iglesia de San Pedro- que el mensaje que se oculta detrás de todos estos elementos, está muy lejos de constituir una 'fantasía absurda', como gustaba pensar, también, el fundador del Císter, bajo cuya tutela se fundó una de las órdenes de caballería más innovadora, intrépida y misteriosa de la Historia: la Orden del Temple.
Lejos en el tiempo, quedan las curiosas investigaciones del profesor alemán Marius Schneider en el claustro del monasterio de Ripoll, encaminadas a demostrar que todos estos elementos constituían notas musicales, las cuales, debidamente interpretadas, conformaban una sinfonía músico-religiosa de características determinadas, cuando no determinantes.
A pesar de haber sido restaurada hace algunos años, la iglesia de San Pedro contuinúa conservando ese primitivo sabor a románico original que, de ser ciertas las conclusiones del profesor Schneider, hace que sus elementos quizás constituyan las notas de un enigmático miserere.
Siete son sus arcos -número mágico por excelencia- representación simbólica -como suele ser tradicional en este tipo de edificaciones- de las siete puertas de la ciudad santa de Jerusalén. Orientados de oeste a este, destaca, no obstante, llamando la atención por encima de los demás, aquél que -haciendo el número cinco, si contamos de derecha a izquierda- muestra una de su cuádruples columnas vencida sobre las demás.
Cuando uno ve un elemento tal como el que se acaba de describir, que de alguna manera 'rompe' la disposición o monotonía del conjunto, no puede evitar dejarse influenciar por la curiosidad y preguntarse por qué. En el caso de la columna que nos ocupa, se añade, así mismo, otro elemento que aumenta, aún más si cabe, la duda.
Como un punto y aparte en el conjunto, en dicha columna, aproximadamente a media altura, destaca un curioso vaciado de forma rectangular, que sugiere otro pequeño enigma de difícil interpretación en cuanto a su uso específico, si es que realmente lo tenía, y todo parece indicar que sí, teniendo en cuenta que nada se dejaba al azar.
Aunque posiblemente lejos de la verdadera intención del maestro cantero que la diseñó -cuidándose de que tuviera esa disposición- el único paralelismo que se me ocurre, es la coincidencia con esos vaciados que los judíos ponían en el vano de las puertas de sus casas, en los que la tradición requería que se posara la mano, en señal de respeto, antes de pasar al interior. Ahora bien, esto induce a otro interrogante, porque, claro, de ser así, uno no puede, por menos, que preguntarse qué hacía un símbolo, aparentemente de connotaciones tradicionales judáicas, en un templo cristiano.
De cierta influencia silense, en sus diez capiteles se reflejan variadas escenas que, como decíamos al principio, conforman un poema -cuando no una historia de épicas alusiones- en el que no faltan oscuros vaticinios bíblicos, como esa hidra de siete cabezas, o bestia apocalíptica, que aguarda a la Humanidad al final de los tiempos.
Algunos de sus elementos -como el duelo de caballeros, representación dual de contrarios enfrentados- se localiza, también, en la cercana Tiermes, en la iglesia de Nª Sª de Santa María. Tal similitud, tiende a demostrar, en parte, el rumbo o la dirección seguida por un gremio constructor en el que es posible adivinar una cierta influencia de origen franco y ejecución mozárabe, aunque de autoría desconocida y ligeramente inferior. Como en la iglesia de Tiermes, destaca, así mismo, ese otro capitel que presenta a doce figuras ataviadas con túnicas -he aquí otro número interesante- que portan carteles en su mano, aunque resulta imposible determinar qué mensaje específico contenían. ¿Los doce apóstoles?.
En su interior, sencillo y escasamente decorado, es posible contemplar -aparte de una losa situada en el lateral, junto a la puerta de entrada, al pie del retablo barroco donde se asienta la figura policromada de la Virgen del Casar- los pedazos de otra losa que, hablando del caballero de la secta mala, alienta la teoría de la presencia del Temple en el lugar. Presencia, por otra parte, que no sería en absoluto descabellada, si pensamos en la estratégica posición del lugar y la importancia que tuvo en la lucha por la reconquista.
En resumen, podemos decir, que nos hallamos ante un interesante conjunto románico, que en modo alguno decepcionará al visitante y, por el contrario, observando sus elementos, le inducirá a hacerse un sin fin de preguntas, algunas de cuyas respuestas, tal vez no se las haya llevado el viento, como en la canción de Bob Dylan.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
amigo, la clave de esa poesía no se ha perdido, tú eres un buen ejemplo descifrando los poemas que el románico nos ha legado en piedra.
un abrazo

óscar
juancar347 ha dicho que…
Gracias, Oscar, pero ojalá tuviera siquiera una pequeña parte de esas claves...

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